También sabía quién era.
-Mi señor Arturo -dijo Diarmuid apesadumbrado-, no tienes que hacerlo. No está escrito ni ordenado.
Arturo bajó las manos. No podía apartar la vista del hombre que yacía sobre el lecho de piedra.
-Lo necesitaremos –dijo- Siempre se le necesita, no puede ser de otro modo. Debí comprender que era demasiado pronto para que yo muriera.
-Estás labrándote tu propia desgracia –susurró Paul.
Arturó lo miró y sus ojos eran compasivos
-Me la labré hace mucho tiempo.
Al mirar el rostro de Arturo Pendragon, Paul vio la nobleza más pura que jamás había visto en toda su vida. Más incluso que en Liranan o en Cernan el de las Fieras. En su rostro distinguió la quintaesencie de la nobleza y su corazón se rebeló contra el hado que obligaba a Arturo a tan monstruosa elección.
Vio que Diarmuid había desviado su mirada.
-Lancelot -gritó Arturo dirigiéndose a la figura que yacía sobre el lecho de piedra.
Tenía los ojos castaños y era más alto de lo que Paul había creído. Su voz era apacible, profunda e inesperadamente amable La otra sorpresa fue el perro. Paul había creído que la lealtad de Cavalí lo haría mostrarse hostil, pero el perro se acercó al hombre moreno dando muestras de alegría. Lancelot se había arrodillado para acariciar la desgarrada piel gris y Paul vio que le tocaba las cicatrices. Luego había caminado en silencio entre Paul y Diarmuid de regreso al mundo de los vivos.
Sólo había hablado en el primer momento, después de haberse levantado obedeciendo a Arturo. En realidad se había levantado como si sólo estuviera dormido y no muerto desde hacía tanto, tantísimo tiempo.
-Bienvenido -le había dicho Arturo-. Estamos en guerra contra la Oscuridad en Fionavar, que es el primero de todos los mundos. Yo he sido llamado y por eso ahora lo eres tú también.
Y Lancelot había replicado con cortesía y dolor:
-¿Por qué nos has hecho esto a los tres?
Arturo había cerrado los ojos. Luego los abrió y dijo:
-Porque hay otras muchas cosas en peligro aparte de nosotros tres. Veré si puedo conseguir que combatamos en compañías diferentes.
Y Lancelot había repuesto con suavidad:
-Arturo, sabes perfectamente que no combariré salvo a tus órdenes y a tu lado.
Entonces Arturo había girado sobre sus talones para marcharse, y Diarmuid y Paul habían salido de un estupor y, junto con Lancelot, habían seguido al Guerrero y se habían alejado de la cámara de los muertos, entre el chapoteo del mar.
Loren se había levantado. Su manto cubría el cuerpo de Matt Soren. El mago, con el rostro desfigurado por la debilidad y la tensión, escuchaba cómo Diarmuid y Arturo planeaban el regreso. Apenas se había percatado de la presencia de Lancelot, aunque los hombres de la Fortaleza del Sur no cesaban de murmurar llenos de temor.
Paul coligió que fuera todavía era de día. Poco más de mediodía. Sin embargo, le parecía que habían estado en la isla desde siempre. En cierto modo suponía que una parte de él se quedaría en la isla: habían sucedido demasiadas cosas. Según parecía iban a marcharse muy pronto, pues nadie estaba dispuesto a pasar una noche en semejante lugar.
Loren se dio la vuelta y se dirigió hacía una de las antorchas. Se detuvo allí con las páginas del libro en las manos, mientras una a una las iba quemando en la llama. Paul se le acercó. Tenía en el rostro las huellas de las lágrimas y el sudor que se deslizaban entre el hollín y la suciedad provocados por la descaiga del último rayo. El ultimo para Matt, pensó Paul. Y también para Loren. Su fuente había muerto. El ya no era un mago.
-El libro de Nilsom -le dijo el mago que les había rogado que hicieran con él la travesía, hacía mucho tiempo.
Le dio a Paul algunas páginas y juntos las estuvieron quemando.
Les llevó mucho tiempo hacerlo y las quemaron con todo cuidado. Aliviado en cierto modo por haber compartido aquella simple tarea, Paul estuvo observando cómo ardía la última hoja. Luego los dos juntos se reunieron con los demás.
Todos tenían sus miradas fijas en un lugar de la gran sala.
Eran unos cuarenta hombres, pero Paul no oía la respiración de ninguno de ellos. Al avanzar hacia Lancelot entre el corro de hombres, leyó en sus ojos una inflexible determinación. Vio que el color estaba volviendo a su rostro y empezó a vislumbrar la grandeza de aquel hombre que estaba tratando de vencer, sólo con la voluntad, el movimiento de la rueda del tiempo y de la lanzadera del Telar. Se detuvieron a su lado y vieron todo perfectamente
A su lado, Loren emitió un ahogado gemido e hizo un gesto de negación. Paul oyó el aleteo. Incluso en aquel lugar. Pensamiento, Memoria
-Loren, espera -dijo-. Ya lo hizo antes otra vez. Y estamos en Cader Sedat.
Lentamente el mago se aproximó, y Paul con él, para estar más cerca. Más cerca del lugar donde Lancelot del Lago, que acababa de despertar de su propia muerte, estaba arrodillado sobre el suelo de piedra sosteniendo las manos de Matt Sóren entre las suyas y llevándoselas a la frente.
Y como estaban más cerca que los demás, fueron los primeros en ver que el enano comenzaba a respirar.
Paul no pudo recordar nunca lo que gritó en ese momento. Se dio cuenta de que el griterío que se levantó entre los hombres de Brennin derrumbó aún más piedras de los muros de Cader Sedat. Loren cayó de rodillas, con la cara iluminada, al lado de Matt, frente a Lancelot. Este estaba pálido pero tranquilo y la respiración de Matt se iba haciendo cada vez más regular.
Luego el enano los miró.
Miró largo rato a Loren y luego a Lancelot. Vio sus manos todavía entre las de él y Paul comprendió que adivinaba lo ocurrido. Matt miró uno a uno todos los rostros iluminados por las antorchas, y torció la boca con aquel gesto tan familiar.
-¿Qué le ha sucedido a mi otro hijo? –preguntó Matt a Lancelot, y todos se echaron a reír y a llorar de alegría.
Lancelot les explicó que había podido hacerlo porque estaban donde estaban y porque hacía poco que él mismo se había despertado de la muerte y porque Matt no había sufrido ninguna herida mortal sino que simplemente se le habían agotado las fuerzas de la vida. Y añadió además en tono cortés y tímido que ya lo había hecho en otra ocasión en Camelot.
Matt asintió con la cabeza. Volvía a sostenerse en pie y todos se apiñaban a su alrededor, sin querer alejarse de él ni dejarlo solo. El rostro de Loren resplandecía, y los corazones de todos saltaban de alegría al verlo.
-Bien -dijo Diarmuid-, ahora que ya hemos recuperado a nuestro mago y a su fuente, ¿podremos hacernos a la mar?
Se levantó un rumor de asentimiento.
-Deberíamos hacerlo -dijo Loren-, pero deberíais saber que Teyrnon es ahora el único mago en Fionavar.
-¿Cómo dices? -dijo el enano.
Loren sonrió con tristeza.
-Entiéndeme, amigo mío. -Todos vieron que lentamente el rostro de Matt empalidecía-. Tranquilizate -lo animó Loren-, tranquilízate.
Luego se dirigió a los demás:
-Que nadie se entristezca. Cuando Matt murió se rompió nuestro vínculo y yo dejé de ser un mago. Su vuelta no pudo soldar de nuevo lo que se había quebrado.
Se hizo un silencio.
-¡Oh, Loren! -dijo Matt débilmente.
Loren acudió a su lado con fuego en la mirada.
-¡Escúchame! -se dio de nuevo la vuelta y miró a toda la compañía-. Antes de ser un mago era sólo un hombre. Desde niño odié a la Oscuridad y la sigo odiando. ¡Y todavía puedo empuñar una espada!
Se volvió hacia Matt y añadió con voz profunda:
-Hace tiempo abandonaste tu destino para atarte al mío y yo te llevé muy lejos de tu casa, amigo mío. Ahora parece que el circulo se ha cerrado. ¿Querrás aceptarme? ¿Soy un compañero aconsejable para el legítimo rey de los enanos que debe regresar a Calor Diman para reclamar la corona?
Y todos quedaron humillados y confundidos por el resplandor que surgió de la figura de Loren en el momento en que se arrodilló ante Matt sobre el duro suelo de piedra.
Acabaron de reunir lo que tenían que reunir y se dispusieron a abandonar la sala. Habían sucedido demasiadas cosas, demasiadas cosas. Todos estaban rendidos y tambaleantes, y Paul pensó que podría dormir varios días seguidos.
Parecía que él y Arturo eran los últimos. Los otros avanzaban por el corredor adelante. Fuera debía de ser de día, aunque costaba creerlo. Allí sólo quedaban antorchas y los rescoldos sin llamas del fuego que había ardido bajo la Caldera de Khath Meigol.
Vio que Arturo se había detenido en la puerta para echar una última ojeada hacia atrás. Paul también se volvió. Y se dieron cuenta de que en realidad no eran los últimos en abandonar aquel recinto. En medio de las ruinas de aquel lugar destruido se alzaba una figura de cabellos oscuros que los miraba.
En realidad sólo miraba a uno de los dos. Vio que Arturo y Lancelot se miraban fijamente uno a otro y que algo profundo que nunca hubiera acertado a nombrar pasaba de uno a otro. Luego habló Arruto y en su voz latía el dolor y también el amor.
-¡Oh, Lance, vámonos! -le dijo-. Ella te está esperando.
FIN
GUY GAVRIEL KAY, escritor candiense especializado en la novela de fantasía.
Ganó el Premio Mundial de Fantasía 2008 por su novela Isabel y el Premio Internacional Goliardos, y es un dos veces ganador del Premio Aurora. Sus obras han sido traducidas a más de veinte idiomas y han aparecido en las listas de libros más vendidos en todo el mundo.