Authors: Ed Greenwood
De pronto, oyó una seca voz femenina cerca de él:
—Aún vive, Lanseril. Si tu rayo llega a caer un par de palmos más cerca... Pon atención...
—Te toca a ti, ¿recuerdas? —respondió una ligera voz masculina con cierto énfasis. Entonces las dos voces estallaron en risas al mismo tiempo.
Los deslumbrados ojos de Narm parpadeaban con desesperación.
—¡Ayudadme! —consiguió decir casi a punto de llorar—. ¡No veo!
—Tampoco piensas, al parecer, si planeabas asaltar Myth Drannor armado de un simple palo —le dijo la voz femenina que, después, susurró una palabra.
Narm tuvo la impresión de que algo se encendía de pronto a su izquierda y se alejaba disparado en un surtidor de luces móviles separadas. Pero no pudo ver nada más; todo era como una niebla blanca. Entonces sintió una mano en su brazo. Al instante se puso rígido y lanzó su palo hacia arriba.
—No, no —le dijo al oído la voz masculina—. Si me atizas, te dejaré otra vez y los demonios se harán contigo, después de todo. ¿Cuántos compañeros tenías?
—S... sólo uno —respondió Narm dejando caer su brazo—. Marimmar, el... el Muy Magnifícente Mago —y de pronto Narm rompió en sollozos.
—Creo que ya ha dejado de ser —dijo con suavidad la voz femenina. Una mano cogió la manga de Narm y éste se vio de repente conducido por el aire, sobre la desigual hojarasca del suelo del bosque.
—Sí —dijo el hombre junto al hombro de Narm—. He visto pedazos de él mezclados con los de dos caballos. ¿Sabes montar, joven? —preguntó sacudiendo con insistencia al sollozante Narm, que consiguió asentir con la cabeza, y después añadió—: Bien. ¡Arriba pues!
Narm sintió un estribo en su pie y, en seguida, fue colocado de un empujón sobre el lomo de un caballo que resoplaba y danzaba. Narm se agarró agradecidamente al cuello del caballo y, desde un costado, le llegó la voz femenina que susurraba una palabra que él había oído antes.
La voz masculina habló de nuevo:
—¡Que Tymora escupa sobre nosotros! ¡Son persistentes! ¡Ahí viene otro volando hacia nosotros! ¡Rápido! Illistyl, condúcelo, ¿quieres?
Narm oyó un súbito revoloteo de alas y, sin pensarlo, golpeó a ciegas con su cayado, presa de nueva alarma.
—¡Por la fuerza de Mystra! —exclamó la mujer, y Narm se vio zarandeado con rudeza hacia un lado—. ¿Quieres derribar a Lanseril, idiota?
Una mano pequeña pero fuerte lo abofeteó debajo de la mandíbula y le arrancó el cayado de un tirón. Narm oyó cómo éste chocaba contra algo que estaba a su derecha.
—¡Os pido perdón! —dijo, agarrándose con fuerza al cuello del caballo mientras éste cogía velocidad—. No quise hacer ningún daño... ¡él dijo que había diablos volando!
—Sí, así es; y nosotros no estamos, como dicen en Cormyr, fuera de los bosques todavía, tampoco. Podría ser de ayuda si soltaras el cuello del caballo y cogieras las riendas para dejar al caballo respirar y volver la cabeza —sugirió ella con acento burlón—. Yo soy Illistyl Elventree. Lanseril Manto de Nieve vuela por encima de nosotros. Puede que él te perdone para cuando lleguemos al Valle de las Sombras.
—¿El... el Valle de las Sombras? —preguntó Narm intentando recordar lo que Marimmar le había contado de los valles. Podía ver oscuras siluetas moviéndose... No, era él quien se movía dejándolas atrás. ¡árboles...! ¡Estaba recobrando la vista!—. ¿Co... cómo me salvasteis? Yo estaba... estaba...
—Atrapado, sí. Lanseril estuvo a punto de darte con el rayo al que llamó... No habría sido la primera vez. ¿Puedes ver ya?
Narm sacudió la cabeza intentando despejar la blanca bruma de sus ojos:
—árboles, sí, y el caballo delante de mí... —y volvió la cabeza hacia la voz—, pero me temo que no puedo verte a ti, todavía. —Su voz tembló un poco y luego se afirmó—. ¿Cómo disteis conmigo?
—Somos caballeros de Myth Drannor. Aquellos que se aventuran por aquí en busca de tesoros, a menudo se encuentran con nosotros. Los visitantes desafortunados, como tú y ese mago... tu maestro, supongo, se encuentran primero con los demonios.
—No... nosotros encontramos a un elfo, primero, buena señora. Arco Poderoso, dijo llamarse, e iba acompañado de una maga. Nos advirtieron que regresáramos, pero mi maestro se enojó mucho. Estaba decidido a encontrar la magia que permanece y entonces dio la vuelta por otro camino. él es... era... algo orgulloso y obstinado, me temo.
—él estará tan altamente acompañado en muerte como lo estaba en vida, pues. ¿Tú eras su aprendiz?
—Sí. No soy más que un principiante en el arte, señora. Mis conjuros y sortilegios no son todavía gran cosa. Ahora, puede que ya no lo sean nunca —dijo Narm suspirando.
—¿Cómo te llamas, sabio aprendiz? —preguntó la mujer.
—Narm, buena señora.
—No, eso no lo soy. Una señora sí, cuando me acuerdo, pero me temo que mi lengua impide que se me suela llamar «buena», salvo en refinada cortesía. Aminora el paso de tu montura un poco, Narm; este tramo que viene está lleno de raíces y agujeros.
—Sí, pero ¿y los demonios...?
—Los hemos dejado bien atrás. Parece que tienen órdenes respecto a hasta dónde pueden aventurarse. Si alguien nos acosa ahora, tengo tiempo suficiente para llamar a Elminster.
—¿Elminster?
—El Sabio del Valle de las Sombras. Tiene unos quinientos años y es uno de los magos más poderosos de Faerun. Vigila tus maneras cuando estés ante él, Narm, si quieres verte a la mañana siguiente con forma de hombre, y no de sapo o algo peor.
—Haré como dices, señora. Ese Elminster... ¿no necesitará por ventura un aprendiz?
Illistyl se echó a reír:
—Le gusta tanto tener un aprendiz como contraer la peste, según él mismo dice a menudo. Pero puedes preguntarle.
Narm sonrió a duras penas:
—No sé si me atrevería, buena señora.
—¿Un hombre que combate a los demonios de hueso con un palo de madera tiene miedo de hacerle una pregunta a Elminster? él se sentiría de lo más halagado si supiera de tu turbación.
Ella se rió otra vez, con esa carcajada plena y gutural que pocas mujeres se permiten, y se inclinó para llevar de las bridas el caballo de Narm a través de un estrecho paso entre dos árboles y, luego, girar de plano hacia la izquierda en torno al borde de un gran pozo.
Narm pudo verla con claridad por fin. Para su gran asombro, era una muchacha diminuta, no mayor que él, vestida con una simple capa oscura sobre la túnica color de tierra y los calzones que podría llevar un guardabosques. Sus botas, observó, eran del más fino cuero y hechura, aunque sus cañas fuesen sencillas y no tuviesen decoración ni fantasía alguna. Ella sintió su mirada y se volvió, en su silla, con una sonrisa.
—Bienvenido —le dijo con sencillez.
Narm le devolvió la sonrisa. Entonces ella se volvió y espoleó a su caballo. ¿Cuán poderosos eran estos caballeros cuando uno tan joven, con tan sólo un compañero, se enfrentaba tranquilamente con los temibles demonios? ¿Y qué sería de Narm en manos de seres tan poderosos?
Con vaga desesperanza, Narm cayó en la cuenta de que había perdido todos sus libros de magia o, lo que es peor, que tan sólo le quedaba un cuchillo, unas pocas monedas y la ropa que llevaba sobre la espalda. Ahora no tenía casa, ni maestro, ni medio alguno de ganarse la vida. ¿Qué necesidad iba a tener el Valle de las Sombras de un aprendiz del arte con gente como Elminster o Illistyl residiendo en él?
Narm apretó con fuerza los dientes y siguió cabalgando con el corazón apesadumbrado. Illistyl lo comprendió y no dijo nada, pues ciertas cosas han de ser afrontadas y combatidas en solitario.
Siguieron adelante, y el día se apagaba y se fue haciendo oscuro bajo los árboles. De pronto, una gran águila descendió en picado del cielo para unirse a ellos en un claro. Retorciéndose ante sus ojos, el águila se convirtió en un hombre de ojos vivarachos con los sencillos atuendos de un druida. Narm dedicó un grave saludo a Lanseril Manto de Nieve.
Lanseril se lo devolvió con la misma solemnidad y le preguntó si sabía cocinar o lavaba después los cacharros. Hubo risas generales, y la oscuridad se disipó dentro de Narm.
Nada perturbó su campamento aquella noche; pero, en sus sueños, Narm moría un millar de veces, salvaba a su orgulloso maestro otro centenar y mataba a diez mil demonios. Muchas veces se despertó gritando y gimiendo, y cada una de ellas Illistyl o Lanseril se sentaron a su lado para tranquilizarlo con palabras y apretones de mano. Cuando volvía a acostarse, Narm sacudía cansado su cabeza. Sabía que pasaría mucho tiempo hasta que sus sueños se viesen libres de sonrientes y silbantes demonios.
Al día siguiente, mientras cabalgaba hacia el oeste a través del inmenso bosque con Illistyl y Lanseril volando por encima de ellos, Narm sabía que tendría que volver a Myth Drannor. No para vengar a Marimmar ni para intentar recuperar los libros de magia perdidos que, sin duda, para entonces ya habrían desaparecido, sino para librarse de los demonios burlones que lo asediaban en sus sueños. Medio dormido, se dejó caer en su silla y se preguntó si viviría lo bastante para ver la ciudad en ruinas. Prosiguieron la marcha hacia el Valle de las Sombras.
Por fin cabalgaron a través de un hermoso valle de frondosas huertas y jardines y árboles entrañables hasta un torreón a orillas del río Ashaba, al pie de aquel desnudo promontorio rocoso conocido como La Vieja Calavera. Illistyl hizo un gesto afirmativo a los guardias y llevaron sus monturas a un prado bajo el cuidado de un viejo palafrenero cojo y tres ansiosos jóvenes y, después, condujo a Narm al interior de la Torre Torcida.
Alertas guardianes saludaron dentro a Illistyl cuando ésta giró a la izquierda en el gran vestíbulo que se abría al otro lado de las puertas. Ella les devolvió el saludo y, a través de unas enormes puertas arqueadas, entró en una gran cámara donde un hombre con gesto inexpresivo y finos ropajes se sentaba en un trono y escuchaba a dos granjeros que discutían sobre la propiedad de algunos cerdos a raíz de la rotura de una valla. El mostacho de lord Mourngrym ocultaba su boca. Uno de sus dedos seguía repetidamente las sinuosas líneas de un dibujo de ciervos y cazadores grabado en la vaina de oro de la fina espada que llevaba.
Illistyl condujo a Narm hasta un banco situado en la parte delantera de la casi vacía estancia. Los estólidos rostros de los guardias, de pie a cada lado del trono, miraban vigilantes a Narm e Illistyl. Al observar a su alrededor, Narm vio que unos enormes tapices colgaban detrás del trono. Un balcón atravesaba en curva una esquina de la sala, a su derecha, a gran altura por encima de ellos. Allí se erguía otro guardia, y Narm pudo ver la parte delantera de un arco cargado descansando disimuladamente sobre la barandilla.
—Basta —dijo entonces el señor, y la disputa se detuvo de inmediato—. Enviaré hombres para que reparen la valla hoy mismo. Habréis de obedecerles como lo haríais conmigo. Uno de ellos os hará dividir todos los cerdos que haya entre ambas granjas en dos grupos iguales, uno para cada una. Los dos comeréis juntos esta noche con vuestras familias y con mis hombres y el vino que ellos llevarán, y espero que ambos abandonéis los malos sentimientos, dejéis atrás las rencillas y volváis a ser buenos amigos. Si algún problema con la valla vuelve a traeros aquí, os costará un cerdo a cada uno.
Entonces saludó con la cabeza, y ambos granjeros se inclinaron ante él y salieron sin decir palabra. Pero, apenas habían alcanzado el vestíbulo, volvieron a oírse sus voces reanudando la disputa. Narm creyó ver dibujarse una breve sonrisa en el apuesto rostro del señor. Illistyl se levantó y tiró de su brazo.
—Ven —le dijo y lo llevó consigo ante el trono. Narm comenzó a inclinarse con vacilación. La mano de Illistyl lo cogió del brazo y lo puso derecho—. Narm —le dijo—, éste es lord Mourngrym del Valle de las Sombras. él te hará preguntas; respóndele bien o lamentaré haberte ayudado. —Y, sonriendo, se volvió para dirigirse al hombre del trono—. Lo encontramos asediado por los demonios en Myth Drannor, Grym.
Lord Mourngrym asintió y volvió sus claros ojos azules hacia Narm.
—Bienvenido —dijo—. ¿Por qué viniste a Myth Drannor, Narm? —Su mirada sostenía al joven como en la punta de una dulce espada.
Narm permaneció silencioso un momento y, entonces, sus palabras irrumpieron con precipitación:
—Mi maestro, el mago Marimmar, buscaba la magia que, según cree... creía, contiene la ciudad. Salimos a caballo de Cormyr y atravesamos el Valle Profundo hasta la ciudad en ruinas, los dos solos. Allí encontramos a los caballeros Merith Arco Poderoso y Jhessail árbol de Plata, que nos advirtieron que nos alejásemos. Mi maestro se enojó. Pensó que estaban tratando de impedirle acercarse a la magia de la ciudad; entonces, cabalgamos hacia el sudeste y dimos la vuelta para dirigirnos de nuevo a la ciudad. Los demonios nos asaltaron y mataron a mi maestro. Yo habría muerto también de no haber sido por esta buena señora y el druida Lanseril Manto de Nieve que acudieron a mi rescate. Y ellos me han traído directamente hasta aquí.
Mourngrym asintió:
—Su misión ha terminado. Y aquí estás tú; ¿qué vas a hacer ahora?
Narm pensó un instante, y dijo:
—Hace tan sólo un día, señor, no lo habría sabido. Pero ahora, estoy decidido. Volveré a Myth Drannor, si puedo. —De nuevo vio demonios en su mente y se estremeció—. Si huyo —añadió con tristeza—, seguiré viendo demonios toda mi vida.
—Pero podría significar tu muerte.
—Si los dioses Tymora y Mystra así lo quieren, que así sea —contestó Narm.
Mourngrym miró a Illistyl, cuyas cejas se elevaron en un gesto de sorpresa.
—Tú ¿qué dices? ¿Se debe dejar a un hombre marchar hacia su muerte?
Illistyl se encogió de hombros.
—Uno debe hacer lo que desea, si puede. La tarea difícil, Grym: decretar quién puede hacer lo que desea, es tuya —dijo ella con una amplia sonrisa—. Estoy deseando observar tu magistral intervención.
El mostacho de Mourngrym se encrespó en una apretada sonrisa. Luego se volvió hacia Narm y dijo:
—No tienes maestro; ¿tampoco tienes conjuros?
—No, señor —respondió Narm—. Si regreso de Myth Drannor, desearía encontrar un mago poderoso para estudiar mi arte. He oído hablar de Elminster. ¿Hay otros aquí que acogiesen con agrado a un aprendiz?
Mourngrym sonrió abiertamente esta vez.
—Sí —dijo—. La dama que está a tu lado es una. —Narm miró a Illistyl, quien sonreía con disimulo mientras mantenía su mirada clavada en las vigas del techo. Mourngrym continuó—: Su mentor, Jhessail árbol de Plata, es otra. Y otros practicantes menores del arte, en este valle, también te darían la bienvenida.