Fuego mágico (16 page)

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Authors: Ed Greenwood

BOOK: Fuego mágico
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Después se oyeron tres cortos pero fuertes estallidos. Shandril gritó y se tapó los oídos. El profundo retumbar, sin embargo, no se desvaneció, sino que parecía venir de todas las direcciones. Shandril se vio acribillada por un granizo de piedrecillas. Volvieron a oírse ruidosas explosiones, y esta vez se desprendieron grandes bloques y columnas de roca. Negándose a ser enterrada viva, Shandril siguió adentrándose con gran esfuerzo en la oscuridad. Detrás de ella, oyó unos débiles gritos desesperados en la distancia, pero las palabras se disolvían en interminables ecos.

Cuando el caos dio paso a la calma, Shandril se encontró sola en medio de la niebla de polvo flotante. Su desordenada respiración resultaba ensordecedora en aquel repentino silencio. Yacía quieta, resintiéndose de todas sus contusiones y arañazos y cubierta de sudor, polvo y diminutas piedras.

De pronto, observó un pálido resplandor procedente de los escombros por debajo de ella. Shandril lo miró con detenimiento mientras sus ojos se adaptaban poco a poco a la oscuridad. La luz provenía de una esfera de cristal. Sus curvas eran completamente lisas y era poco más grande que la cabeza de un hombre. Una blanca y continua luminosidad manaba de su interior y, gracias a ella, Shandril pudo ver que yacía entre un montón de tesoros.

Se arrastró hasta la esfera. La luz no parpadeó cuando ella le dio un empujoncito con los dedos del pie. Se quedó mirándola un rato en espera de algún cambio, examinándola de cerca para ver si podía haber algo escondido debajo de ella. Por fin, estiró la mano y la tocó. Pasó la mano con suavidad por su fría y lisa superficie, y luego dio un paso rápido atrás sin dejar de vigilarla estrechamente. Pero nada se movió, nada cambió. Shandril se agachó y levantó con cuidado la esfera. Era ligera y, sin embargo, se notaba algo desequilibrada, como si algo estuviera moviéndose en su interior. Pero no podía sentir, ver ni oír nada dentro de ella.

Sosteniendo la esfera a modo de lámpara, Shandril echó una mirada alrededor. El irregular techo de la caverna colgaba a poca distancia por encima de su cabeza, extendiéndose en suave inclinación hasta unos veinte pasos más allá donde se encontraba con el quebrado suelo de piedra cubierto de escombros. Ella giró despacio; las monedas de oro y otros tesoros centelleaban ante sus ojos al encontrarse con la luz. Estaba en un callejón sin salida. ¡El techo de la caverna se había derrumbado y estaba atrapada en las profundidades de la tierra!

Presa del pánico, Shandril siguió adelante dando tumbos entre los escombros. ¡Tenía que haber una salida! ¡La caverna entera no podía haberse quedado bloqueada sin más!

—¡Oh, por favor, Tymora, fuera como fuese lo pasado, sonríeme ahora, te lo suplico! —exclamó en voz alta.

Y entonces, la luz que llevaba iluminó un brazo extendido.

El joven que había estado antes corriendo tras ella a través de la caverna yacía caído boca abajo, silencioso e inmóvil. Sus piernas estaban medio enterradas en un montón de piedras. Shandril se quedó mirándolo por un momento y, enseguida, se arrodilló con cuidado entre los escombros y le retiró el pelo de la cara, con gran suavidad.

Sus ojos estaban cerrados y su boca floja. Ahora lo reconoció. Era el hombre cuya mirada se había encontrado con la suya a través de la cantina de La Luna Creciente, el mismo que, desafiante, había lanzado su magia contra Symgharyl Maruel ante la puerta en Myth Drannor.

Era atractivo este hombre. Y había intentado ayudarla más de una vez. De pronto, él se movió ligeramente. Antes de darse cuenta siquiera, ella había dejado el globo en el suelo y estaba levantando y meciendo su cabeza.

él movió entonces la cabeza con agitación y torció la mandíbula. El dolor y la preocupación se reflejaban en su rostro mientras deliraba:

—¡Más demonios! ¿Es que esto no tiene fin? No... —sus manos se movieron y se agarraron a ella. Shandril se vio arrastrada y cayó sobre la roca junto a él—. Tienes que... tienes que... —susurró el joven con un hilo de voz.

Shandril gruñó y luchó por desembarazarse de sus manos mientras buscaba un arma que ya no tenía. Y entonces, a pocos centímetros de su cara, oyó un sorprendido «¡Oh!». La presión en su hombro cesó y las manos del muchacho se volvieron suaves. Shandril lo miró a los ojos, ahora abiertos y conscientes. éstos miraban a los suyos asombrados y, en ellos, la muchacha vio una naciente esperanza, aunque también confusión y pesar.

—Os... os pido perdón, señora. ¿Os he hecho daño?

Sus manos la soltaron de golpe y él se esforzó por levantarse, haciendo rodar las piedras de encima de sus piernas. Pero volvió a desplomarse con debilidad.

Shandril le puso una mano encima:

—¡No os mováis! Hay que quitar las piedras primero. Tenéis los pies enterrados. ¿Os duelen? —Y se dispuso a ayudarlo, preguntándose por un momento, mientras le hablaba, si no sería más seguro dejarlo indefenso, incapaz de alcanzarla. Pero no; podía fiarse de él. Debía confiar en él. Las piedras cedieron con facilidad. Eran muchas, pero pequeñas.

—N... no siento nada. Mis pies parecen... un poco contusos, pero nada más, espero —dijo con una pálida sonrisa—. Señora, ¿cómo os llamáis?

—Yo... Shandril Shessair —respondió ella—. ¿Y vos?

—Narm —contestó él mientras intentaba mover un pie. Parecía intacto, así que se dio la vuelta para ayudarla a liberar su otro pie—. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

Shandril se encogió de hombros:

—Yo corrí. El combate continuaba y... ¿erais vos quien me seguía?

—Sí —respondió él con una amplia sonrisa.

Unos segundos después ella le devolvió la sonrisa.

—Ya veo —dijo—. ¿Por qué?

Narm miró sus manos vacías por un momento y, después, a los ojos de ella.

—Quería conoceros, lady Shandril —dijo lentamente—. Desde que os vi por primera vez en la posada, he... deseado conoceros. —Sus ojos la miraron en silencio durante largos instantes.

Shandril apartó la mirada al principio, estirando las manos para recoger la bola luminosa y acunarla en sus brazos. Luego miró al joven por encima de ella, con los ojos ocultos en la sombra y su largo pelo cubriéndole la cara. Narm abrió la boca para decirle lo bonita que estaba, pero volvió a cerrarla. Ella lo miraba fijamente ahora.

—La caverna se ha derrumbado sobre los otros —dijo de pronto—. Hemos quedado enterrados.

Narm se incorporó de medio cuerpo con el corazón en un puño:

—¿No hay ninguna salida?

Shandril se encogió de hombros.

—Estaba buscando una cuando os vi —dijo—. ¿Puede vuestro arte abrir un camino?

Narm sacudió la cabeza.

—Eso está fuera de mi alcance. Pero puedo cavar, con la ayuda de los dioses —dijo con un gesto afirmativo—. ¿Dónde detuvisteis la búsqueda?

Shandril avanzó con la esfera.

—Aquí —dijo.

Lenta y cuidadosamente, fueron moviendo las piedras a un lado alumbrando arriba y abajo con el globo. Pero no encontraron ninguna abertura. Juntos continuaron examinando las paredes de su prisión. Al llegar al punto de partida, con el techo más alto, se irguieron fatigados.

—Y ahora ¿qué? —suspiró Shandril.

—Necesito sentarme —dijo Narm.

Escogió una gran piedra curva y se sentó, dando golpecitos con la mano en la roca de al lado. Shandril fue a sentarse junto a él. Narm tiró de un vapuleado morral que llevaba al hombro y lo abrió:

—¿Tenéis hambre?

—Sí —dijo Shandril.

Narm le pasó una gruesa salchicha envuelta en un paño engrasado, una hogaza redonda de pan duro a medio comer y un pellejo de agua.

—¿Qué es?

—Sólo agua, me temo.

—Suficiente, para mí —dijo ella tomando un largo trago. Y comieron en silencio durante un rato.

—¿Quién era esa bruja? —preguntó de pronto Narm.

—Se llamaba Symgharyl Maruel, o Shadowsil —dijo Shandril. Y le habló de la Compañía de la Lanza Luminosa y de cómo se había encontrado presa en aquella caverna, y de cómo el hueso la había traído a Myth Drannor hasta que Shadowsil la había llevado hasta aquel lugar. Ahí detuvo con brusquedad su relato y miró a Narm—. Vuestro turno.

Narm se apresuró a tragar un pedazo de pan y encogió los hombros.

—No hay mucho que contar. Soy aprendiz del arte, y vine desde Cormyr con mi maestro, Marimmar, a buscar la magia perdida de Myth Drannor. Cuando alcanzamos la ciudad en ruinas, nos encontramos a unos caballeros de Myth Drannor que nos advirtieron que nos alejásemos de la ciudad y nos hablaron de demonios. Pero mi maestro no se fió de su consejo e intentó ganar la ciudad por otro camino. —Narm hizo una pausa y tomó un trago del pellejo—. Marimmar fue muerto. Yo habría muerto también de no ser por otros dos caballeros que me rescataron. Ellos me llevaron al Valle de las Sombras, donde lord Mourngrym me brindó una escolta para volver a Myth Drannor. Me encontré con vos y casi me matan. Los caballeros me curaron, y yo... los persuadí para cruzar la puerta conmigo y... rescatarte.

Se miraron el uno al otro.

—Te estoy agradecida, Narm —dijo muy despacio Shandril, cambiando el tratamiento—. Siento haber huido de ti y haberte metido en esto.

Sus ojos se encontraron de nuevo. Ambos sabían que probablemente aquello sería su fin. Shandril sintió una súbita y profunda pena por haber encontrado a un hombre tan cariñoso y atractivo cuando era demasiado tarde. Se habían encontrado justo a tiempo para morir juntos.

—Siento haberte empujado hasta aquí —respondió con dulzura Narm—. Me temo que no tengo mucho de guerrero.

Sin palabras, Shandril le pasó el pan y le estrechó con fuerza el antebrazo, tal como hacían los de la compañía con sus iguales.

—Tal vez no —le dijo al cabo de un rato, sintiendo el deseo vibrar dentro de sí—, y, sin embargo, vivo gracias a ti.

Narm tomó su mano y se la llevó lentamente hasta sus labios, con los ojos fijos en los de ella. Ella sonrió y, entonces, lo besó en un impulso.

Sus labios permanecieron unidos un largo rato. Luego se separaron y se miraron el uno al otro.

—¿Más salchicha? —preguntó Narm atropelladamente.

Y ambos se rieron con nerviosismo. Comieron salchicha y pan acurrucados junto a la tenue luz de la esfera.

—¿Cómo encontraste este globo? —preguntó por fin Narm.

Shandril se encogió de hombros.

—Fue aquí mismo —dijo ella—, con el resto del tesoro. No se qué es, pero me ha servido de lámpara. Sin ella no te abría encontrado.

—Sí —dijo Narm—, y doy gracias por ello. —Su mirada hizo a Shandril sonrojarse de nuevo—. Me preguntabas por el dracolich. ésta es la primera vez que he visto uno en mi vida, pero mi maestro me había hablado de ellos. Son criaturas que no mueren, creadas por su propia maldad y una horrible poción, del mismo modo en que un mago se convierte en un vampiro. Un culto depravado de hombres adora a semejantes criaturas. Ellos creen que dragones muertos gobernarán el mundo entero; y trabajan al servicio de estos dragones muertos para poder ganarse su favor cuando se cumpla dicha profecía.

—¿De qué forma se sirve a un dragón, aparte de como alimento suyo?

—Proporcionándole los brebajes y cuidados que necesita para alcanzar su muerte viva —respondió Narm—. Además de eso, proporcionan sortilegios y tesoros. Sus sirvientes le brindan también al dracolich información y mucha adulación en sus visitas.

Se calló y siguieron comiendo. Al cabo de otro rato, Shandril preguntó con discreción:

—Narm, ¿qué fuerza tiene tu arte?

Narm sacudió la cabeza:

—Muy poca, señora, muy poca. Mi maestro era un mago capaz, aunque nunca lo he visto lanzar sortilegios como lo hacía la dama Jhessail de los caballeros. —Hizo un gesto señalando a la oscuridad donde las rocas les habían cerrado el paso—. Yo conozco sólo unos pocos conjuros de utilidad: poco más que simples trucos o pequeños ardides para agudizar la voluntad o la agilidad mental, y los nombres de algunos que podrían adiestrarme más adelante. Mi maestro ya no está y, como mago, no soy casi nada sin él.

—Algo más que nada fue lo que me rescató a mí —protestó Shandril—. Lo hiciste, y tu magia ha sido poderosa y rápida cuando la he necesitado. Yo... me quedaré contigo y confiaré en tu arte.

Narm la miró y puso sus manos sobre las de ella.

—Gracias —dijo—. Con eso me basta, en verdad —y se abrazaron con todas sus fuerzas en aquella penumbra—. Podemos morir aquí —dijo simplemente Narm en voz baja.

—Sí —dijo Shandril—. Aventura, lo llaman.

De pronto, procedente de la parte trasera de la caverna, ambos oyeron con claridad el ruido seco de una piedra al caer. Guardaron silencio y escucharon, pero no hubo ningún otro sonido de movimiento alguno. Intercambiaron miradas preocupadas y, entonces, Shandril tomó la esfera y la sostuvo en alto. Su luz bañó las rocas a uno y otro lado, pero no reveló nada. Narm caminó con cuidado hacia el muro de roca con la daga en la mano y dio varias vueltas.

—Nada, mi señora —dijo Narm regresando junto a ella—. Pero he encontrado esto para ti —y le entregó un medallón de oro argentífero labrado con la forma de un halcón en vuelo con dos granates por ojos. Ella lo cogió despacio, sonrió y se lo colgó del cuello.

—Gracias —dijo con sencillez—. Sólo puedo darte monedas a cambio. Estoy sentada en un montón de ellas, y una por lo menos ha caído dentro de mi bota.

—¿Por qué no? —dijo él—. Si hemos de morir, ¿por qué no morir ricos?

—Narm —dijo Shandril con mucha ternura—, ¿no podrías recoger las monedas más tarde?

Narm se volvió y la miró. Shandril le tendió sus brazos abiertos. Cuando él se arrodilló a su lado, se dio cuenta de que ella estaba temblando.

—Shandril... —susurró sosteniéndola por la cintura.

—Por favor, Narm —musitó ella tirando de él hasta tenerlo tendido sobre ella y moviendo sus manos con súbita urgencia. Narm, sorprendido, se dio cuenta de que ella era muy fuerte. El morral que él se había quitado fue a caer sobre la bola, y ya no hablaron más durante un buen rato.

Más tarde, ambos yacían uno frente a otro sobre sus costados en medio de la oscuridad; el aliento de Shandril soplaba sobre el pecho y garganta de Narm. Hasta las frías monedas y rocas podían brindar una cómoda cama en un momento dado, decidió éste. Shandril abrazaba a Narm con ternura, creyendo que se había quedado dormido, pero entonces él le habló.

—Shandril —dijo de pronto—, sé que no hace mucho tiempo que nos hemos conocido, pero te quiero.

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