Pelorat hizo un ademán de impotencia.
—Todo esto es un misterio para mí. Yo me especialicé en Historia en la Universidad. También estudié sociología y psicología, y lenguas y literatura, sobre todo antiguas, y mitología en los cursos para graduados. Nunca supe nada de planetología, ni de ciencias físicas.
—Eso no es ningún crimen, Janov. Ya quisiera yo saber todo lo que tú sabes. El dominio que tienes de las lenguas antiguas y de la mitología nos ha servido de mucho. Lo sabes muy bien. Cuando se trate de planetología, yo me encargaré de ello. Mira, Janov —prosiguió—, los planetas se forman al juntarse masas más pequeñas. Los últimos objetos que caen sobre ellos producen cráteres. Es decir, pueden producirlos. Si el planeta es lo bastante grande para ser un gigante gaseoso, es esencialmente líquido bajo una atmósfera gaseosa, y aquellas colisiones finales no dejan huellas.
»Los planetas más pequeños, que son sólidos, bien de hielo o de rocas, tienen cráteres visibles, y éstos continúan indefinidamente así, a menos que exista algún factor que los elimine. Hay tres tipos de factores.
»Primero, un mundo puede tener una superficie helada cubriendo un océano líquido. En ese caso, cualquier objeto que caiga rompe la capa de hielo y hace saltar el agua. Después de pasar el objeto, aquélla vuelve a helarse y cierra la herida, por así decirlo. Semejante planeta o satélite tendría que ser muy frío y, por tanto, no lo que nosotros consideramos un mundo habitable.
»Segundo, si un planeta es intensamente activo, en sentido volcánico, el perpetuo flujo de lava o de cenizas llena y borra todos los cráteres que se forman. Sin embargo, también es muy improbable que un planeta o satélite sea habitable en estas condiciones.
»Esto nos lleva a los mundos habitables, como tercer caso posible. Estos mundos pueden tener casquetes polares de hielo, pero la mayor parte del océano ha de ser líquida. Puede haber volcanes activos en ellos, pero tienen que ser pocos y alejados los unos de los otros. Estos planetas no pueden cicatrizar los cráteres ni llenarlos. Sin embargo, hay efectos de erosión. El viento y la lluvia erosionan los cráteres, y si hay vida en el planeta, las acciones de los seres vivos son fuertemente erosivas. ¿Comprendes?
Pelorat reflexionó.
—Es a ti a quien no comprendo, Golan. El planeta al que nos estamos acercando…
—Mañana aterrizaremos en él —dijo alegremente Trevize.
—Ese planeta no tiene un océano.
—Sólo unos pequeños casquetes polares.
—Ni mucha atmósfera.
—Una centésima parte de la densidad de la atmósfera de Términus.
—Ni vida.
—Nada que yo pueda detectar.
—Entonces, ¿qué pudo erosionar y borrar los cráteres?
—Un océano, una atmósfera, y la vida —dijo Trevize—. Mira, si ese planeta hubiese estado sin aire y sin agua desde el principio, todos los cráteres que se formaron existirían todavía y toda la superficie estaría llena de ellos. La ausencia de cráteres demuestra que tuvo que haber aire y agua al principio, y puede que incluso una atmósfera y un océano importantes en un pasado próximo. Además, hay grandes cuencas visibles de ese mundo, donde un día debieron estar los mares y los océanos, por no hablar de las señales de ríos que ahora aparecen secos. Vemos pues que hubo erosión y que ésta cesó hace tan poco tiempo que desde entonces se han producido muy pocos nuevos cráteres.
Pelorat pareció dudarlo.
—Yo no soy planetólogo, pero me parece que, si un planeta es lo bastante grande para tener una atmósfera densa durante miles de millones de años, quizá no va a perderla de súbito, ¿verdad?
—Supongo que no —dijo Trevize—. Pero en ese mundo es indudable que hubo vida antes de que su atmósfera se desvaneciese, y vida humana probablemente. Sospecho que fue un mundo formado al estilo de la Tierra, como casi todos los planetas habitados de la Galaxia. Lo malo es que no sabernos, en realidad, cuál era su condición antes de que la vida humana apareciese, ni qué se hizo para acomodarlo a los seres humanos, ni en qué condiciones desapareció la vida. Pudo haber una catástrofe que absorbiese la atmósfera y pusiese fin a la vida humana.
O tal vez se produjo algún extraño desequilibrio en el planeta controlado por los seres humanos mientras estuvieron en él, que le hizo entrar en un ciclo vicioso de reducción atmosférica cuando aquéllos se hubieron marchado. Quizás encontremos la respuesta cuando aterricemos, o tal vez no la encontraremos nunca. Eso no importa.
—Sin duda tampoco importa que hubiese vida en él en otro tiempo, si ahora ya no la hay. ¿Qué diferencia existe entre un planeta que siempre ha sido inhabitable y otro que es inhabitable ahora?
—Si sólo es inhabitable ahora, habrá ruinas de los habitantes de otros tiempos.
—En Aurora había ruinas.
—Exacto, pero Aurora había pasado por veinte mil años de lluvias y nieve, de heladas y deshielos, de vientos y de cambios de temperatura.
Y también había vida, no lo olvides. Podía no haber allí seres humanos, pero el planeta estaba lleno de vida. Las ruinas pueden erosionarse lo mismo que los cráteres. Incluso más deprisa. Y en veinte mil años, no quedó nada que pudiese resultarnos de utilidad. Sin embargo, en este planeta ha habido un período de tiempo, tal vez veinte mil años, tal vez menos, sin viento ni tormentas ni vida. Confieso que ha habido cambios de temperatura, pero esto es todo. Las ruinas estarán bien conservadas.
—A menos —murmuró Pelorat con aire de duda —que no haya minas. ¿Es posible que nunca hubiese vida en el planeta, o vida humana al menos, y que la pérdida de la atmósfera se debiese a algún fenómeno con el que los seres humanos nada tuviesen que ver?
—No, no —dijo Trevize—. No te muestres pesimista, porque no te servirá de nada. Incluso desde aquí, he descubierto los restos de lo que estoy seguro debió ser una ciudad. Por consiguiente, aterrizaremos mañana.
—Fallom está convencida de que vamos a llevarla de nuevo con Jemby, su robot —dijo Bliss con acento de preocupación.
—¡Hum! —murmuró Trevize, estudiando la superficie del mundo que se deslizaba debajo de la nave. Entonces, levantó la cabeza, como si hubiese tardado un poco en oír la observación —Bueno, era el único padre a quien conocía, ¿no?
—Sí, desde luego; pero ella piensa que hemos vuelto a Solaria.
—¿Se parece eso a Solaria?
—¿Cómo puede ella saberlo?
—Dile que no es Solaria. Mira, te daré uno o dos libros de películas de consulta, con ilustraciones gráficas. Primero, le muestras planos de varios mundos habitados diferentes y le explicas que hay millones de ellos. Tendrás tiempo para hacerlo. No sé cuánto estaremos Janov y yo rondando por ahí, después de que elijamos un lugar adecuado y aterricemos.
—¿Janov y tú?
—Si. Fallom no puede venir con nosotros, aunque yo quisiera que lo hiciese, cosa que sólo desearía si estuviese loco. Este mundo requiere trajes espaciales, Bliss. No hay aire respirable. Y no tenemos ningún traje espacial de la talla de Fallom. Por consiguiente, tú y ella os quedaréis en la nave.
—¿Por qué yo?
Trevize esbozó una fría sonrisa.
—Confieso que me sentiría más seguro si vinieses con nosotros —dijo él—, pero no vamos a dejar a Fallom sola en la nave. Podría causar algún daño sin proponérselo. Janov tiene que acompañarme porque le necesito para descifrar las inscripciones arcaicas que tal vez encontremos. Esto significa que tendrás que quedarte con Fallom. Pensaba que no te importaría.
Bliss pareció insegura.
—Mira —continuó Trevize—, tú quisiste que Fallom viniese, en contra de mis deseos. Estoy convencido que sólo nos traerá dificultades. Su presencia originará molestias, y tendrás que adaptarte a eso. A ella la tenemos aquí, luego tú también debes quedarte aquí. Así están las cosas.
Bliss suspiró.
—Supongo que sí.
—Bien. ¿Dónde está Janov?
—Con Fallom.
—Muy bien. Ve y encárgate de ella. Quiero hablar con él.
Trevize estaba estudiando la superficie del planeta cuando Pelorat entró, carraspeando para anunciar su presencia.
—¿Anda algo mal, Golan? —preguntó.
—No exactamente, Janov. Sólo me siento inseguro. Ése es un mundo muy peculiar, y no sé lo que debió pasar en él. Los mares tuvieron que ser extensos, a juzgar por las cuencas que dejaron, pero eran poco profundos. Si nos basamos en las huellas que quedaron, fue un mundo de desalinización y de canales…, o tal vez el agua de los mares no era muy salada. En este último caso, ello explicaría la ausencia de extensas capas de sal en las cuencas. O también podría ser que, cuando el océano desapareció, el contenido salino se perdió con él…, lo cual hace que parezca una obra humana.
—Disculpa mi ignorancia de estas cosas, Golan —dijo Pelorat en tono vacilante—, pero, ¿tiene esto mucha importancia para lo que andamos buscando?
—Supongo que no, mas me es imposible dominar mi curiosidad. Si supiese cómo se reformó este planeta para hacerlo habitable a los humanos, y cómo era antes de eso, tal vez comprendería qué le ocurrió después de ser abandonado…, o quizás un poco antes. Y si supiésemos lo que le ocurrió, podríamos prepararnos contra sorpresas desagradables.
—¿Qué clase de sorpresas? Es un mundo muerto, ¿no?
—Bastante muerto. Hay muy poca agua, una atmósfera tenue e irrespirable, y Bliss no detecta señales de actividad mental.
—Creo que eso resuelve la cuestión.
—La ausencia de actividad mental no implica, necesariamente, falta de vida.
—Puede que implique falta de vida peligrosa.
—No lo sé. Pero no era esto lo que quería consultarte. Hay dos ciudades que podrían ser objeto de nuestra primera inspección. Parecen muy bien conservadas; todas las ciudades lo están. Lo que destruyó el aire y los océanos no afectó a las ciudades, al menos da esa sensación. De todos modos, ésas dos son particularmente grandes. Sin embargo, en la más grande parece haber pocos espacios vacíos. Hay puertos espaciales en las afueras, pero nada en la propia ciudad. La otra tiene un espacio vacío, por lo que será más fácil aterrizar en su centro, aunque no hay ningún puerto espacial propiamente dicho… Pero, ¿qué importa eso?
Pelorat hizo una mueca.
—¿Quieres que tome yo la decisión, Golan?
—No; yo lo haré; sólo quiero que me des tu opinión.
—Valgan lo que valieren, es probable que la ciudad grande fuese un centro comercial o fabril. La más pequeña y con un espacio despejado fue, quizás, un centro administrativo. Esta última es la que nos interesa. ¿Tiene edificios monumentales?
—¿Qué quieres decir con edificios monumentales?
Pelorat sonrió apretando los labios.
—No sé. Las modas cambian de un planeta a otro y de una época a otra. Pero siempre parecen grandes, inútiles y caras. Como la mansión donde estuvimos en Comporellon.
Trevize sonrió a su vez.
—Es difícil decirlo cuando se mira directamente hacia abajo, y cuando podemos verlo de lado, al acercamos o alejarlos, la visión resulta confusa. Pero, ¿por qué prefieres el centro administrativo?
—Porque ahí es más probable que encontremos el museo planetario, la biblioteca, los archivos, la Universidad…
—Está bien. Iremos allí, a la ciudad más pequeña. Y tal vez encontraremos algo. Hemos fallado dos veces, pero quizás encontremos algo esta vez.
—A lo mejor seremos triplemente afortunados.
Trevize arqueó las cejas.
—¿De dónde sacaste esa frase?
—Es muy antigua —contestó Pelorat—. La encontré en una vieja leyenda. Supongo que significa el triunfo al tercer intento.
—Esto suena bien —dijo Trevize—. Muy bien…, triplemente afortunados, Janov.
Trevize parecía grotesco metido en su traje espacial. Lo único que permanecía fuera de éste eran las fundas de sus armas, no las que se sujetaba siempre sobre las caderas, sino otras que eran mucho más grandes y formaban parte del traje. Con mucho cuidado, insertó el blaster en la funda de la derecha y el látigo neurónico en la izquierda. Los había cargado de nuevo y, esta vez, pensó fríamente, nada podría quitárselos.
Bliss sonrió.
—¿Vas a llevar armas incluso en un mundo que no tiene aire,…? ¡Olvídalo! No quiero discutir tus decisiones.
—¡Así me gusta! —dijo Trevize, y se volvió para ayudar a Pelorat a ponerse el casco, antes de calarse el suyo.
—¿Podremos realmente respirar dentro de esto, Golan? —dijo Pelorat en tono quejumbroso, ya que era la primera vez que se ponía un traje espacial.
—Te lo prometo —repuso Trevize.
Bliss, que rodeaba los hombros de Fallom con un brazo, observó cómo cerraban las últimas junturas. La joven solariana miraba las dos figuras en trajes espaciales con visible alarma. Estaba temblando, y Bliss la estrechó contra ella cariñosamente para tranquilizarle.
La puerta de la cámara neumática se abrió y los dos entraron en ella, agitando los brazos en ademán de despedida. La puerta volvió a cerrarse. Después, se abrió la de la salida y ambos pisaron torpemente el suelo del mundo muerto.
Amanecía. El cielo estaba naturalmente despejado y era de color púrpura, pero el sol no había salido aún. Una ligera neblina se extendía a lo largo del horizonte, más claro por donde salía el sol.
—Hace frío —dijo Pelorat.
—¿Sientes frío? —preguntó Trevize, sorprendido.
Los trajes, termoaislantes, el único problema que presentaban era cuando había que dar salida al calor del cuerpo.
—En absoluto —dijo Pelorat—, pero mira…
Su voz radiada sonaba clara al oído de Trevize, y éste vio que Pelorat señalaba con un dedo.
Bajo la enrojecida luz del amanecer, la ruinosa fachada de piedra del edificio al que se acercaban aparecía cubierta de blanca escarcha.
—Con una atmósfera tan tenue —dijo Trevize—, las noches tienen que ser más frías de lo que cabría esperar, y los días, más calurosos.
Ahora, estamos en la parte más fría del día, y sin duda pasarán varias horas antes de que el calor nos obligue a resguardarnos del sol.
Como si esas palabras hubiesen sido un conjuro cabalístico, el borde del sol apareció sobre el horizonte.
—No lo mires —aconsejó Trevize, con naturalidad—. Aunque el cristal del casco es reflectante y opaco a las radiaciones ultravioleta, podría ser peligroso.
Se volvió de espaldas al sol naciente y su larga sombra se proyectó sobre el edificio. Durante unos momentos, la pared pareció oscura debido a la humedad, pero ésta desapareció también rápidamente.