—Quítate el traje, Janov, y déjalo ahí fuera, en la cámara —indicó Trevize.
—Si no te importa —dijo Pelorat—, lo primero que querría hacer sería darme una ducha.
—Lo primero, no —se opuso Pelorat—. Antes de eso, e incluso antes de que puedas vaciar tu vejiga, creo que tendrás que hablar con Bliss.
Desde luego, ella les estaba esperando con la preocupación reflejada en el semblante. A su espalda, atisbando, se hallaba Fallom, agarrada con ambas manos al brazo izquierdo de Bliss.
—¿Qué ha pasado? —preguntó, seria, Bliss—. ¿Qué habéis estado haciendo?
—Protegernos contra la infección —respondió Trevize secamente—. Por eso, encenderé la radiación ultravioleta ahora. Trae las gafas oscuras. Deprisa, por favor.
Con los rayos ultravioleta añadidos a la luz de la pared, Trevize se quitó una a una las húmedas prendas y las sacudió, volviéndolas del revés y del derecho.
—Es una mera precaución —dijo—. Hazlo tú también, Janov. Y, Bliss tendré que desnudarme del todo. Si esto te incomoda, pasa a la habitación contigua.
—Ni me incomoda ni me importa —respondió Bliss—. Tengo una buena idea de tu aspecto y, seguramente, no me enseñarás nada nuevo. ¿A qué infección te referías?
—Una insignificancia que, si pudiese campar por sus respetos —dijo Trevize, con afectada indiferencia—, creo que podría causar graves daños a la Humanidad.
La operación concluyó. La luz ultravioleta había cumplido su misión. Oficialmente, según las complicadas películas de información e instrucciones que la
Far Star
llevaba consigo cuando Trevize embarcó en ella por primera vez, en Términus, aquella luz servía sólo como medio de desinfección, Sin embargo, Trevize pensaba que era una tentación y a veces caía en ella, para adquirir un tono tostado cuando había qué desembarcar en algún mundo donde el moreno estaba de moda. A pesar de ello, la luz servía siempre como desinfectante.
La nave se elevó en el espacio y Trevize la acercó cuanto pudo al sol de Melpomenia sin que la proximidad resultase demasiado incómoda, haciendo que diese vueltas en todas direcciones, para asegurarse de que toda su superficie quedaba bañada en radiaciones ultravioleta.
Por último, recogieron los dos trajes espaciales que habían quedado en la cámara y los examinaron hasta que Trevize quedó satisfecho.
—Todo este jaleo por un poco de musgo —dijo Bliss al fin—, ¿No has dicho que era musgo, Trevize?
—Yo lo llamo musgo —respondió Trevize —porque me lo recordó. Sin embargo, no soy botánico. Lo único que puedo decir es que tiene un color verde intenso y qué, probablemente, puede vivir con muy poca energía-luz.
—¿Por qué muy poca?
—Este musgo es sensible a la radiación ultravioleta y no puede crecer, ni siquiera sobrevivir, bajo una iluminación directa. Sus esporas se esparcen por todas partes, y crece en los rincones escondidos, en las grietas de las estatuas, en la superficie inferior de las estructuras, alimentándose con la energía de los fotones dispersos donde haya algo de bióxido de carbono.
—Deduzco que piensas que es peligroso —dijo Bliss.
—Podría serlo. Si algunas esporas hubiesen quedado adheridas a nosotros cuando entramos, o penetrado con el aire, hubiesen encontrado mucha iluminación sin las letales radiaciones ultravioleta, así como mucha agua y una provisión inagotable de bióxido de carbono.
—Sólo el 0,03 de nuestra atmósfera —dijo Bliss.
—Eso es mucho para él, sin contar con el 4 por ciento del aliento que exhalamos. ¿Qué pasaría si las esporas se desarrollasen en nuestras fosas nasales y sobre nuestra piel? ¿Qué pasaría si descompusiesen y destruyesen nuestra comida? ¿Y si produjesen toxinas mortales para nosotros? Aunque lográsemos destruir todo el musgo, si dejásemos algunas esporas vivas, éstas serían suficientes para contagiar cualquier otro planeta al que las llevásemos, y de allí podrían pasar a otros mundos. ¡Quién sabe los daños que causarían!
Bliss sacudió la cabeza.
—La vida no es necesariamente peligrosa por el hecho de que sea diferente. Tú lo matas todo enseguida.
—Gaia está hablando —dijo Trevize.
—Claro que sí, pero espero que lo que digo sea lógico. El musgo está adaptado a las condiciones de este planeta. Así como utiliza la luz en pequeñas cantidades, y una gran cantidad es mortal para él; utiliza pequeñas ráfagas de bióxido de carbono, y una cantidad mayor puede matarlo, también es posible que no sea capaz de sobrevivir en cualquier mundo que no sea Melpomenia.
—¿Quisieras que me hubiese arriesgado fundándome en eso? —preguntó Trevize.
Ella se encogió de hombros.
—Está bien. No te pongas a la defensiva. Comprendo tu punto de vista. Como eres un Aislado, probablemente sólo podías hacer lo que hiciste.
Trevize iba a replicar, pero la clara y aguda voz de Fallom se dejó oír, en su propia lengua.
—¿Qué dice? —preguntó Trevize a Pelorat.
—Fallom dice… —empezó Pelorat.
Pero Fallom, como recordando demasiado tarde que su idioma no era comprendido con facilidad, empezó de nuevo:
—¿Estaba Jemby en el sitio donde habéis estado?
Había pronunciado las palabras meticulosamente, y Bliss sonrió satisfecha.
—¿Verdad que habla bien el galáctico? —dijo ella—. Y casi lo ha aprendido de la noche a la mañana.
Trevize dijo en voz baja:
—Yo armaría un lío si lo explicara. Hazlo tú, Bliss; dile que no encontramos robots en el planeta.
—Se lo explicaré yo —dijo Pelorat—. Vamos, Fallom. —Apoyó un brazo cariñoso sobre los hombros de la criatura—. Ven a nuestra habitación y te daré otro libro para que lo leas.
—¿Un libro? ¿Sobre Jemby?
—No exactamente…
Y la puerta se cerró a sus espaldas.
—¿Sabes una cosa? —habló Trevize, con impaciencia—. Estamos perdiendo el tiempo haciendo de niñeras de esa chiquilla.
—¿Perdiendo el tiempo? ¿En qué entorpece ella tu búsqueda de la Tierra, Trevize? En nada. En cambio, haciendo de niñera se establece una comunicación, se disipan temores, se da amor. ¿Acaso esto no es nada?
—Ha vuelto a hablar Gaia.
—Sí —dijo Bliss—. Y ahora vayamos a lo práctico. Hemos visitado tres de los viejos mundos Espaciales sin haber conseguido nada.
Trevize asintió con la cabeza.
—Es verdad.
—En realidad, nos hemos encontrado con que todos nos eran hostiles, ¿no? En Aurora había perros fieros; en Solaria, seres humanos extraños y asesinos; en Melpomenia, un musgo amenazador. Por lo visto, cuando un mundo se desenvuelve por sí solo, haya o no seres humanos en él, se convierte en amenazador para la comunidad interestelar.
—No puedes considerarlo como una regla general.
—Tres de tres parece una proporción imponente.
—¿Y cómo te impresiona a ti, Bliss?
—Te lo diré. Por favor, escúchame con mentalidad abierta. Si tenéis millones de mundos relacionados entre sí en la Galaxia, como es el caso en realidad, y si cada uno de ellos está compuesto enteramente de Aislados, también como ocurre en realidad, en todos ellos dominan los seres humanos y pueden imponer su voluntad a las formas de vida no humanas, al inanimado fondo geológico e incluso los unos a los otros. La Galaxia es, pues, algo muy primitivo, torpe y que funciona mal. Los principios de una unidad. ¿Entiendes lo que quiero decir?
—Entiendo lo que tratas de decir, pero eso no significa que deba estar de acuerdo contigo cuando acabes de decirlo.
—Entonces escúchame. Puedes estar o no de acuerdo, pero escucha.
»La única manera en que la galaxia puede funcionar es como una protogalaxia, y cuanto menos proto y más galaxia sea, tanto mejor. El Imperio Galáctico fue un intento de una proto-galaxia fuerte, y cuando se desintegró, todo empeoró rápidamente y hubo la tendencia constante a fortalecer el concepto de proto-galaxia. La Confederación de la Fundación es un intento de esa clase. También lo fue el Imperio del Mulo.
»Así como lo es el Imperio que está proyectando la Segunda Fundación.
»Pero aunque no existiesen tales Imperios o Confederaciones; aunque toda la Galaxia se hallase en plena confusión, sería una confusión conectada, con cada uno de los mundos actuando sobre otro, aunque sólo fuese de un modo hostil. Esto sería, en sí mismo, una clase de unión y no sería lo peor.
—Entonces, ¿qué sería le peor, según tú?
—Ya sabes la respuesta, Trevize. Lo has visto. Si un mundo habitado por seres humanos se descompone completamente, queda aislado del todo y pierde su interacción con otros mundos humanos, evoluciona hacia el mal.
—¿Cómo un cáncer?
—Sí. ¿No es Solaria eso? Levanta la mano contra todos los mundos. Y en ella, cada individuo levanta la mano contra todos los demás. Tú lo has visto. Y si los seres humanos desaparecen del todo, se pierde el último vestigio de disciplina. La agresión se vuelve irracional, como sucedió con los perros, o se convierte en una fuerza elemental, como en el caso del musgo. Supongo que verás que, cuanto más cerca estamos de Galaxia, mejor es la sociedad. Entonces, ¿por qué pararnos en algo por debajo de Galaxia?
Trevize miró a Bliss en silencio durante un rato.
—Estoy pensando en ello —dijo al fin—. Pero, ¿por qué presumes que la dosificación es un camino de una sola dirección, que si un poco es bueno, un mucho es mejor y una totalidad es lo mejor? ¿No has dicho tú misma que es posible que el musgo esté adaptado para desarrollarse con muy poco bióxido de carbono y que una gran cantidad de éste podría matarlo? Un ser humano de dos metros de estatura está en mejores condiciones que el que sólo mide un metro, pero también en mejores condiciones que el que midiese tres. Un ratón no estaría mejor si adquiriese la masa de un elefante. No podría sobrevivir. Y lo propio puede decirse de un elefante que se viese reducido al tamaño de un ratón.
»Hay un tamaño natural, una complejidad natural, una cualidad óptima para todo, ya se trate de una estrella o de un átomo, y también esto es cierto en los seres vivos y en las sociedades vivas. No digo que el viejo Imperio Galáctico fuese ideal, y ciertamente veo defectos en la Confederación de la Fundación, pero tampoco digo que, si el aislamiento total es malo, la unificación total sea buena. Ambos extremos pueden ser igualmente horribles, y un anticuado Imperio Galáctico, por imperfecto que sea, puede convertirse en lo mejor para nosotros.
Bliss negó con la cabeza.
—Dudo de que tú mismo creas lo que dices, Trevize. ¿Vas a sostener que un virus y un ser humano son igualmente insatisfactorios, y que lo mejor sería algo intermedio, como un hongo?
—No. Pero podría argüir que un virus y un ser sobrehumano son igualmente insatisfactorios y que lo mejor es algo intermedio, como una persona ordinaria. Sin embargo, es inútil discutir. Tendré la solución cuando halle la Tierra. En Melpomenia, encontramos las coordenadas de otros cuarenta y siete mundos Espaciales.
—¿Y quieres visitarlos todos?
—Todos, si tengo que hacerlo.
—Exponiéndote a peligros en cada uno de ellos.
—Sí, si es preciso hacerlo para encontrar la Tierra.
Pelorat acababa de salir de la habitación en la que había dejado a Fallom y parecía querer decir algo cuando lo impidió la rápida discusión entre Bliss y Trevize. Les miró sucesivamente mientras hablaban.
—¿Cuánto tiempo necesitarás? —preguntó Bliss.
—Todo el que sea necesario —respondió Trevize—, aunque puede que encontremos lo que buscamos en el primero que visitemos.
—O en ninguno de ellos.
—Eso no podemos saberlo hasta el final.
Y ahora, por fin, consiguió Pelorat meter baza en la conversación.
—Pero, ¿por qué buscar, Golan? Tenemos la respuesta.
Trevize agitó una mano con impaciencia en dirección a Pelorat, pero interrumpió este movimiento, volvió la cabeza y dijo, sin comprender:
—¿Qué?
—He dicho que tengo la respuesta. Traté de decírtelo en Melpomenia al menos cinco veces, pero tú estabas tan abstraído en lo que hacías…
—¿Qué respuesta tenemos? ¿De qué estás hablando?
—De la Tierra. Creo que sabemos dónde se encuentra.
Trevize miró fijamente a Pelorat durante un largo instante y con expresión de claro desagrado.
—¿Viste algo que yo no vi y de lo que no me hablaste? —preguntó.
—No —respondió Pelorat suavemente—. Tú lo viste lo mismo que yo. Traté de explicártelo, pero no estabas de humor para escucharme.
—Bueno, inténtalo de nuevo.
—No le atosigues, Trevize —pidió Bliss.
—No le atosigo. Le estoy pidiendo información. Y tú no le mimes tanto.
—Por favor —dijo Pelorat—, escuchadme y dejad de discutir. ¿Recuerdas, Golan, que hablamos de los primeros intentos de descubrir el origen de la especie humana? ¿Del proyecto de Yariff? Ya sabes, el intento de fijar los tiempos de colonización de los diversos mundos basándose en el supuesto de que los planetas habían sido colonizados desde el mundo de origen, en un orden progresivo hacia fuera y en todas direcciones. En tal caso, al pasar de planetas más nuevos a otros más viejos, nos acercaríamos al mundo de origen desde cualquier dirección.
Trevize asintió con un impaciente movimiento de cabeza.
—Recuerdo que eso no nos sirvió, porque las fechas de colonización no eran de fiar.
—Es verdad, viejo amigo. Pero los mundos que estudiaba Yariff formaban parte de la segunda expansión de la raza humana. Entonces, el viaje hiperespacial no estaba muy adelantado y las colonizaciones debieron hacerse de un modo muy irregular. Los saltos a grandes distancias eran muy sencillos y la colonización no se extendió, necesariamente, hacia fuera, en una simetría radial. Esto complicaba el problema de las fechas inciertas de colonización.
»Pero piensa un momento, Golan, en los mundos Espaciales. Éstos corresponden a la primera ola de colonización. Entonces, el viaje hiperespacial estaba menos adelantado, y es probable que se produjeran pocos o ningún Salto a larga distancia. Mientras se colonizaron millones de mundos, tal vez de un modo caótico, durante la segunda expansión, sólo cincuenta lo fueron en la primera, probablemente de un modo ordenado.
Mientras la colonización de los millones de mundos de la segunda expansión duró un período de veinte mil años, la de los cincuenta de la primera tardó unos pocos siglos, casi simultáneamente en comparación con aquéllos. Estos cincuenta, tomados en su conjunto, debieron hallarse en simetría casi esférica alrededor del mundo de origen.