—Esperar que nuestros ojos se adapten a la oscuridad. La nave se halla ahora sobre la isla. Observa bien. ¿Ves algo?
—No… tal vez unos puntos de luz, no estoy seguro.
—Yo también los veo, pondré las lentes telescópicas.
¡Y había luz! Claramente visible. Destellos irregulares de luz.
—Esta habitada —dijo Trevize —puede ser la única parte habitada del planeta.
—¿Qué haremos?
—Esperar a que sea de día. Así podremos descansar unas pocas horas.
—¿No nos atracaran?
—¿Con que? Casi no detecto radiación, salvo la de la luz visible y la infrarroja. La isla esta habitada y sus moradores son sin duda inteligentes. Tienen una tecnología, pero es evidentemente preelectrónica; por consiguiente creo que no tenemos nada que temer. Y si estuviese equivocado, el ordenador me avisaría con tiempo de sobra.
—¿Y cuando se haga de día?
—Aterrizaremos, por supuesto.
Descendieron cuando los primeros rayos del sol mañanero se filtraron a través de un hueco entre las nubes y revelaron parte de la isla, de un verde fresco, con su interior marcado por una hilera de bajas y onduladas colinas que se extendían hacia el enrojecido horizonte.
Al acercarse más, pudieron ver bosquecillos aislados y huertos ocasionales, pero casi todo eran campos bien cultivados. Inmediatamente debajo de ellos, en la costa sudeste de la isla, había una playa plateada resguardada por una línea quebrada de rocas, y más allá, veíanse unos prados. Percibieron algunas casas desperdigadas, pero ninguna agrupación que pareciese una ciudad.
Después, distinguieron una red de caminos, flanqueados a trechos por viviendas, y entonces, en el aire fresco de la mañana, vieron un vehículo aéreo en la lejanía. Sólo podían decir que se trataba de un vehículo aéreo, y no un pájaro, por la forma en que se movía. Era el primer signo indudable de vida inteligente en acción que percibían en el planeta.
—Podría ser un vehículo automático si fuese dirigido sin medios electrónicos —comento Trevize.
—Quizá —dijo Bliss—. Me parece que, de estar manejado por un ser humano, vendría hacia nosotros. Debemos ser un espectáculo muy singular, un vehículo que desciende sin emplear cohetes de frenado.
—Una visión extraña en cualquier planeta —dijo reflexivamente Trevize—. No puede haber muchos mundos que hayan presenciado el descenso de una nave espacial gravítica. La playa sería un buen lugar de aterrizaje, pero no quiero que, si sopla el viento, se inunde la nave. Me dirigiré al prado que hay al otro lado de las rocas.
—Al menos, una nave gravítica no chamuscará terrenos de propiedad privada al descender —dijo Pelorat.
Aterrizaron con suavidad sobre los cuatro anchos soportes que habían salido lentamente del casco de la nave durante la última fase. El peso del vehículo espacial hizo que se hundiesen un poco en el suelo.
—Pero me temo que dejaremos huellas —dijo Pelorat.
—Al menos —intervino Bliss, en un tono indicativo de que no se hallaba satisfecha del todo—, el clima es evidentemente normal, yo diría que cálido incluso.
Un ser humano se encontraba en el prado, observando el descenso de la nave y sin dar la menor muestra de miedo o de sorpresa. La expresión de su semblante reflejaba un concentrado interés.
Era una mujer y llevaba muy poca ropa, lo cual confirmaba la presunción de Bliss en lo tocante al clima. Sus sandalias parecían ser de lona, y una falda corta y floreada ceñía sus caderas. Llevaba las piernas al descubierto y estaba desnuda de cintura para arriba.
Sus cabellos eran negros, largos y brillantes, y le llegaban casi hasta la cintura. Tenía la piel de un moreno pálido, y los ojos, sesgados.
Trevize observó los alrededores y vio que no había ningún otro ser humano por allí. Se encogió de hombros.
—Bueno —dijo—, es muy temprano y la mayoría de los moradores deben de estar en casa o durmiendo todavía. Sin embargo, me parece que no es ésta una zona muy poblada. —Después se volvió a los otros—. Saldré y hablaré con ella, si es que se expresa en alguna lengua comprensible. Los demás…
—Creo —le interrumpió Bliss, con firmeza —que también podemos salir. Esa mujer parece inofensiva por completo y, en todo caso, deseo estirar las piernas y respirar aire planetario, y tal vez conseguir comida planetaria. También quiero que Fallom se sienta de nuevo en un mundo, y creo que a Pel le gustaría examinar a la mujer más de cerca.
—¿Quién? ¿Yo? —preguntó Pelorat, ruborizándose un poco—. En absoluto, Bliss; pero soy el lingüista de nuestro pequeño grupo.
Trevize se encogió de hombros.
—Bueno, venid todos. Sin embargo, aunque esa mujer parezca inofensiva, llevaré mis armas.
—Dudo mucho de que te sientas tentado a emplearlas contra esa joven —dijo Bliss.
Trevize hizo un guiño.
—Es atractiva, ¿eh?
Trevize salió el primero de la nave; después lo hizo Bliss, asiendo de una mano a Fallom, la cual bajó cuidadosamente la rampa detrás de aquélla. Pelorat fue el último.
La joven de negros cabellos siguió observándoles con interés. No retrocedió ni un paso.
—Bueno, hagamos la prueba —murmuró Trevize, apartando las manos de las armas y dirigiéndose a la joven—. Te saludo.
—Os saludo, a ti y a tus compañeros —respondió ella tras pensarlo un momento.
—¡Maravilloso! —exclamó Pelorat gozoso—. Habla galáctico clásico, y con muy buen acento.
—Yo también la comprendo —dijo Trevize, pero hizo un movimiento oscilatorio con la mano indicativo de que su comprensión no era perfecta—. Espero que ella me entienda a mí.
Después sonrió y adoptó una expresión amistosa.
—Hemos viajado a través del espacio. Venimos de otro mundo.
—Está bien —repuso la joven, con clara voz de soprano—. ¿Viene tu nave del Imperio?
—Se llama
Far Star
y viene de un astro muy lejano.
La joven miró la inscripción de la nave.
—¿Es esto lo que pone? Si es así, y si la primera letra es una efe, está escrita al revés.
Trevize iba a contradecirla, pero Pelorat dijo, entusiasmado:
—Tiene razón. La letra efe cambió de forma hace dos mil años. ¡Qué maravillosa ocasión de estudiar con detalle el galáctico clásico como lengua viva!
Trevize observó a la joven con atención. No mediría más de un metro y medio de estatura, y sus senos, aunque bien formados, eran pequeños. Sin embargo, parecía madura. Los pezones se veían grandes y con una oscura areola, aunque esto podía ser por el color de la piel.
—Me llamo Golan Trevize —dijo—. Mi amigo es Janov Pelorat; la mujer es Bliss, y la niña, Fallom.
—¿Es costumbre, en el astro lejano del que venís, poner dos nombres a los varones? Yo soy Hiroko, hija de Hiroko.
—¿Y tu padre? —preguntó Pelorat de súbito.
A lo cual respondió Hiroko, encogiendo los hombros con indiferencia:
—Mi madre dice que su nombre es Smool, pero eso no tiene importancia. Yo no lo conozco.
—¿Y dónde están los demás? —preguntó Trevize—. Parece que sólo tú has venido a recibirnos.
—Muchos hombres se encuentran en las barcas de pesca —explicó Hiroko—, y muchas mujeres están en los campos. Yo tengo dos días de asueto y he tenido la suerte de ver este gran acontecimiento. Sin embargo, la gente es curiosa y habrá observado desde lejos el descenso de la nave. Algunos no tardarán en llegar.
—¿Hay muchos otros en esta isla?
—Más de cinco mil —respondió Hiroko, con orgullo evidente.
—¿Y hay otras islas en el océano?
—¿Otras islas, buen señor?
Parecía no comprender. Y esto le bastó a Trevize para saber que ése era el único lugar habitado por seres humanos en todo el planeta.
—¿Cómo llamáis a vuestro mundo? —preguntó.
—Es Alfa, buen señor. Nos enseñaron que el nombre completo es Alfa de Centauro, si esto significa algo para ti; pero nosotros lo llamamos Alfa nada más, y es un mundo de bello rostro.
—Un mundo, ¿qué? —preguntó Trevize, volviéndose a Pelorat.
—Quiere decir un mundo hermoso —aclaró Pelorat.
—Desde luego —dijo Trevize—, al menos aquí y en este momento.
—Miró el pálido cielo azul de la mañana, surcado de nubes ocasionales—. Tenéis un día hermoso y soleado, Hiroko, pero me imagino que no habrá muchos como éste en Alfa.
Hiroko se puso tiesa.
—Todos los que queremos, señor. Pueden venir nubes cuando necesitamos que llueva, pero la mayoría de los días preferimos tener el cielo despejado. Y cuando las barcas de pesca se hacen a la mar, conviene que el cielo esté claro y que sople un viento suave.
—Entonces, ¿controláis el tiempo, Hiroko?
—Si no lo hiciésemos, señor Golan Trevize, estaríamos siempre empapados por la lluvia.
—Pero, ¿cómo lo conseguís?
—Como no soy ingeniero, me resulta imposible decírtelo, señor.
—¿Y cuál es el nombre de la isla donde vivís tú y tu gente? —preguntó Trevize, viéndose atrapado en la sonoridad del galáctico clásico y preguntándose desesperadamente si habría conjugado bien el verbo.
—Llamamos Nueva Tierra a nuestra isla celestial situada en medio de las vastas aguas del mar —respondió Hiroko.
Oyendo lo cual, Trevize y Pelorat se miraron, sorprendidos y entusiasmados.
No hubo tiempo de continuar con el tema. Otras personas iban llegando. A docenas. Debían ser, pensó Trevize, los que no estaban pescando o en los campos, ni se hallaban demasiado lejos. Iban a pie en su mayoría, aunque había dos vehículos terrestres…, bastante viejos y en mal estado.
Estaba claro que se encontraban ante una sociedad de baja tecnología, pero que, sin embargo, controlaba el tiempo atmosférico.
Él sabía bien que la tecnología no era necesariamente toda de una pieza; que la falta de avance en ciertas direcciones no excluía importantes progresos en otras; pero, ciertamente, ese ejemplo de desarrollo desigual resultaba bastante extraño.
La mitad al menos de los que estaban observando la nave eran viejos y mujeres; también había tres o cuatro niños. Aparte de éstos, el número de mujeres era superior al de los hombres. Nadie mostraba temor o incertidumbre.
—¿Los estás manipulando? —preguntó Trevize a Bliss en voz baja—. Parecen… tranquilos.
—En absoluto —respondió ella—. Nunca toco las mentes, a menos que sea necesario. La que me preocupa es Fallom.
Aunque los recién llegados eran pocos para quienes estuviesen acostumbrados a las multitudes de mirones de cualquier mundo normal de la Galaxia, representaban una muchedumbre para Fallom, que, en cierto modo, se había habituado a los tres adultos de la
Far Star
. Fallom tenía una respiración acelerada, y los ojos medio cerrados. Parecía a punto de desmayarse.
Bliss le daba suaves y rítmicas palmaditas, y murmuraba para apaciguarla. Trevize estaba seguro de que acompañaba todo esto con una delicadísima influencia sobre las fibras mentales.
De pronto, Fallom lanzó un hondo suspiro, casi como un jadeo, y se sacudió, en lo que tal vez era un estremecimiento involuntario. Levantó la cabeza, miró a los presentes casi con normalidad y, después, enterró la cabeza en el hueco entre el brazo y el cuerpo de Bliss.
Ésta dejó que permaneciese así, rodeando los hombros de Fallom con el brazo, estrechándola de vez en cuando contra ella, como para indicarle, una y otra vez, su presencia protectora.
Pelorat parecía atónito, mientras sus ojos iban de uno a otro de los alfanos.
—Golan —dijo mirándoles con atención—, son muy diferentes entre ellos.
Trevize también lo había advertido. Había pieles de tonos diferentes y cabellos de colores distintos, incluido un pelirrojo de ojos azules y tez pecosa. Al menos tres adultos eran más bajos que Hiroko, y uno o dos más altos que Trevize. Bastantes personas de ambos sexos tenían los ojos parecidos a los de Hiroko, y Trevize recordó que en los populosos planetas comerciales del sector Fili tales ojos eran característicos de la población, pero nunca había visitado aquel sector.
Todos los alfanos iban desnudos de cintura para arriba y todas las mujeres parecían tener los senos pequeños. Ésa era la característica más común de todas las que podían observar.
—Miss Hiroko —dijo Bliss de pronto—, mi pequeña no está acostumbrada a viajar por el espacio y le cuesta asimilar tantas cosas nuevas. ¿Podría sentarse, y podríais ofrecerle algo de comer y de beber?
Hiroko pareció confusa y Pelorat repitió lo que Bliss había dicho en el galáctico más florido del período imperial medio.
Hiroko se llevó una mano a la boca y se hincó graciosamente de rodillas.
—Te pido perdón, respetable señora —dijo—. No había pensado en las necesidades de la niña, ni en las tuyas. La extrañeza de este acontecimiento me ha abrumado sobremanera. ¿Querrías…, querríais todos, como visitantes e invitados, pasar al refectorio para el yantar de la mañana? ¿Podríamos unirnos a vosotros y serviros como anfitriones?
—Es muy amable de tu parte —agradeció Bliss la invitación, hablando despacio y pronunciando las palabras con sumo cuidado para hacerlas más fáciles de comprender—. Sin embargo, sería mejor que fueses tú sola la anfitriona; la niña no está acostumbrada a encontrarse con tanta gente a la vez.
Hiroko se puso en pie.
—Se hará como tú dices.
Les condujo, con naturalidad, a través del prado. Otros alfanos se acercaron más. Parecían particularmente interesados en los trajes de los recién llegados. Trevize se quitó la ligera chaqueta y la tendió a un hombre que se había aproximado a él y la había señalado con el dedo.
—Tom a —dijo—, mírala, pero devuélvemela. —Después, se dirigió a Hiroko—. Cuida de que me la devuelva, Miss Hiroko.
—Desde luego que te la devolverá, respetable señor —dijo ella, asintiendo gravemente con la cabeza.
Trevize sonrió y siguió andando. Se sentía más cómodo sin la chaqueta, bajo la ligera y suave brisa.
No había observado armas visibles en ninguna de las personas que lo rodeaban, y encontraba interesante que nadie pareciese mostrar miedo o preocupación por las que él llevaba. Ni siquiera daban muestras de curiosidad. Tal vez, incluso no sabían que eran armas. Por lo que había visto hasta ese momento, Alfa podía ser un mundo totalmente desconocedor de la violencia.
Una mujer que había avanzado, adelantándose un poco a Bliss, se volvió para examinar atentamente su blusa con atención..