Graceling (19 page)

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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

BOOK: Graceling
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—Tío, permíteme que te explique lo que ocurrirá en el instante en que uno de tus hombres intente atacarme; pongamos, por ejemplo, que uno de tus arqueros dispare una flecha. No has asistido a muchas sesiones de prácticas, tío; no me has visto esquivar flechas, pero los arqueros, sí. Si uno de ellos dispara, me echaré al suelo, y la flecha se clavará en uno de tus guardias, con toda seguridad. La espada y la daga de ese guardia estarán en mis manos antes de que ninguno de los presentes tenga tiempo de darse cuenta de lo que ha pasado. Se producirá una refriega con tus guardias, pero sólo siete u ocho de ellos podrán rodearme al mismo tiempo, tío, y siete u ocho no significan nada para mí. A medida que vaya matándolos, me haré con sus dagas y las lanzaré al corazón de los arqueros, quienes, naturalmente, no me tendrán a tiro una vez que la lucha con los guardias se haya desatado. Saldré viva de la sala, tío, pero la mayoría de tus hombres habrán muerto. Por supuesto, eso es lo único que sucederá si espero a que uno de tus hombres tome la iniciativa. Aunque también podría hacerlo yo primero; podría atacar a un guardia, quitarle la daga y arrojártela al pecho en este mismo momento.

Randa fruncía la boca en un rictus burlón, pero no era más que apariencia, ya que los labios le temblaban. Una amenaza de muerte, lanzada y recibida; y Katsa la percibía en las yemas de los dedos como un zumbido. Y se percató de que lo lograría en ese mismo instante, que podría matarlo si se apoderaba de una daga.

Y luego, ¿qué?
, le susurró una vocecilla interior; y Katsa sufrió un sobresalto. En efecto, y luego, ¿qué? Un baño de sangre, y tendría mucha suerte si salía con vida de él. Raffin subiría al trono y su primera tarea como heredero sería ordenar la muerte de la asesina de su padre. Un deber que su primo no podría eludir si estaba dispuesto a gobernar con justicia, como rey de Terramedia; un deber que a él le partiría el corazón y la convertiría en su enemiga y en una extraña.

Po se enteraría de lo sucedido cuando estuviera a punto de partir; sabría que había perdido el control y asesinado a su tío, acción que le ocasionaría el exilio y causaría el quebranto moral a Raffin. Regresaría a Lenidia, y al contemplar la puesta de sol en el mar desde el balcón de su castillo, daría rienda suelta a su pesadumbre a la luz anaranjada del crepúsculo y se preguntaría por qué ella habría permitido semejante desenlace cuando estaba en su poder evitarlo.

¿Dónde está la fe en tu poder?
—susurró la vocecilia de nuevo—.
No debes provocar un derramamiento de sangre.

Entonces fue consciente de qué estaba haciendo allí. Observó a Randa: pálido, aferrado a los brazos del trono con tanta fuerza que parecía a punto de romperlos. En un instante daría la señal de atacar a los arqueros, empujado por el miedo, por el terror de esperar a que ella hiciera el primer movimiento.

Los ojos se le anegaron de lágrimas. Actuar con misericordia era más amedrentador que matar a alguien, porque era más duro llevarlo a cabo, aparte de que Randa no se lo merecía. Y aunque deseaba lo mismo que esa voz interior, no se creía capaz de tener suficiente valor para actuar de ese modo.

Po cree que sí lo tienes
—arguyo la voz con pasión—.
Finge creer que tiene razón. Créele, aunque sólo sea un instante.

Fingir. Los dedos le pedían acción a gritos, pero quizá podía disimular el tiempo suficiente para salir del salón del trono.

Katsa alzó los ojos ardientes hacia el rey, y cuando le habló, lo hizo con voz temblorosa:

—Me marcho de la corte —anunció—. No trates de detenerme, porque juro que lo lamentarás si lo intentas. Olvídate de mí cuando me haya ido, porque no aceptaré vivir como un animal salvaje al que se sigue el rastro. Ya no estoy a tu servicio.

Randa la miraba boquiabierto, con los ojos desorbitados. Katsa se dio la vuelta y retrocedió por la larga alfombra, atenta al silencio de la sala y preparada para girar sobre sus talones si se producía el más mínimo sonido de un arco o una espada. Al cruzar las grandes puertas del salón del trono sintió el peso de centenares de ojos atónitos fijos en su espalda, aunque ninguno de los presentes sabía que había faltado muy poco, poquísimo, para que cambiara de opinión.

SEGUNDA PARTE

El Rey Malévolo

Capítulo 16

P
artieron bastante antes de que amaneciera. Raffin y Bann fueron a despedirlos; los dos apotecarios tenían cara de sueño y Bann no paraba de bostezar. En cambio, en aquella fría mañana, Katsa estaba completamente despierta pero silenciosa, porque su compañero de viaje la azoraba y Raffin le causaba inquietud, tanta que habría preferido que no estuviera presente. Si su primo no hubiera ido a despedirse de ella, a lo mejor habría sido capaz de actuar como si no lo estuviera abandonando. Pero estando él allí, no había disimulo posible, y ella no se veía capaz de poner remedio al doloroso lagrimeo que la acosaba ni al nudo que se le formaba en la garganta cada vez que lo miraba.

Eran imposibles esos dos hombres, porque cuando uno no le provocaba el llanto, lo hacía el otro. No quería ni imaginarse lo que pensaría Helda de todo este asunto. No le habría gustado nada tener que despedirse del ama, ni de Oll. No, no había muchos motivos por los que estar contenta esa mañana, con la excepción de que, al menos, no se separaba de Po. Probablemente él, de pie junto a su caballo, estaría percibiendo todo cuanto ella sentía en ese momento. Le lanzó una mirada fulminante, por añadidura, y el puso cara de circunstancias, sonrió y bostezó. Muy bien. Más le valía no cabalgar dormitando, o lo dejaría tirado en el camino; no estaba de humor para andar perdiendo el tiempo.

Raffin no cesaba de ir de un caballo al otro para comprobar las alforjas o las sujeciones de los estribos. Y al fin dijo:

—Supongo que no tengo que preocuparme por vuestra seguridad viajando juntos vosotros dos, ¿verdad?

—No pasará nada.

Katsa dio un tirón de la correa que sujetaba una bolsa sobre la silla, y se la lanzó a Po por encima del lomo de su montura.

—¿Lleváis la lista de los contactos del Consejo en Meridia? —se interesó Raffin—. ¿Y los mapas? ¿Tenéis comida para hoy? ¿Y dinero?

Katsa le sonrió porque hablaba como suponía que lo haría una madre con un hijo que se marchara para siempre.

—Po es un príncipe en Lenidia —contestó—. ¿Por qué crees que monta un caballo tan grande sino para cargar con las bolsas de oro?

Raffin la miró con aire risueño y le replicó:

—Toma esto. —Le puso entre las manos un pequeño morral—. Es una bolsa de medicinas, por si alguno de los dos las necesita. Las he etiquetado de manera que sepáis para qué sirve cada una.

Po se les aproximó en ese momento, y, tendiéndole la mano a Bann, le dijo:

—Gracias por todo lo que has hecho. —Estrechó a continuación la de Raffin diciéndole—: ¿Cuidarás de mi abuelo en mi ausencia?

—Estará a salvo con nosotros.

Po montó en su caballo y Katsa asió las manos de Bann y se las apretó con fuerza. Después se plantó delante de su primo y lo miró cara a cara.

—Nos informarás de cómo te van las cosas cuando sea posible, ¿verdad? —dijo Raffin.

—Por supuesto.

Raffin bajó la vista al suelo y se aclaró la garganta, tras lo cual se frotó la nuca y suspiró. Katsa deseó una vez más que su primo no hubiera ido a despedirla, porque si las lágrimas la amenazaban con desbordársele, no podría contenerlas.

—Bueno, volveremos a vernos algún día, cariño —susurró Raffin. Katsa lo abrazó y él la alzó en vilo y la estrechó contra sí. La muchacha le apoyó la cara en el cuello de la camisa y se quedó así unos segundos. Pero de nuevo se encontró con los pies plantados en el suelo; entonces se dio la vuelta y montó.

—Nos vamos —le dijo a Po.

No miró atrás cuando los caballos salieron al trote del establo y cruzaron el patio de las caballerizas.

* * *

La ruta que seguían era accidentada y desigual, pero el único plan seguro de que disponían era investigar la pista que tuviera más probabilidades de acercarlos al verdadero motivo del secuestro. El primer punto de destino era una posada al sur de Burgo de Murgon, a tres días de viaje de Burgo de Randa, una posada situada en la ruta que suponían tomaron los secuestradores. Los espías de Murgon la frecuentaban, al igual que los mercaderes y viajeros procedentes de las ciudades portuarias de Meridia y, a menudo, incluso de Monmar. Po creía que era un sitio tan bueno como cualquier otro para empezar; además, no los desviaba del camino si, finalmente, decidían dirigirse a Monmar.

No viajaban de incógnito, pues los ojos de Katsa bastaban para que la identificara todo habitante de los siete reinos que tuviera oídos para escuchar lo que se contaba de ella. En cuanto a Po, saltaba a la vista que era lenita; esa certeza, más el hecho de identificarlo también por los ojos e ir en compañía de otra graceling, eran suficientes datos para ser tema de conversaciones ociosas. Por otra parte, como la noticia de la marcha precipitada de Katsa de la corte de Randa con el príncipe lenita se extendería con rapidez, cualquier intento de disfrazarse habría sido inútil. Así pues, Katsa ni siquiera se tomó la molestia de quitarse la túnica ni los pantalones azules que la identificaban como miembro de la casa real. Y la gente imaginaría el propósito de su viaje, ya que era de todos sabido que el graceling lenita buscaba a su abuelo desaparecido, y se supondría que la dama graceling lo acompañaba para ayudarlo. Las preguntas que hicieran, la ruta que tomaran, hasta los alimentos que comieran se convertirían en motivo de comadreos.

Pese a ello, el equívoco era una garantía para estar a salvo porque nadie sabría que Katsa y Po no buscaban al abuelo, sino la razón de su secuestro. Nadie sabría tampoco que los dos jóvenes estaban al tanto de la implicación de Murgon y sospechaban de Leck de Monmar, ni nadie imaginaría siquiera lo mucho que Po era capaz de descubrir mediante las preguntas más simples y convencionales.

El príncipe lenita cabalgaba bien y casi tan deprisa como habría querido Katsa, de tal manera que los árboles de las frondas meridionales se convertían en manchas borrosas al pasar a toda velocidad por su lado. Por ende, la trápala de los cascos confortaba a la joven y le embotaba la sensación de distancia, que crecía más y más, entre ella y las personas que había dejado atrás.

Se alegraba de tener la compañía de Po. Viajar a caballo juntos resultaba agradable, pero cuando se detenían para estirar las piernas y comer algo, volvía a sentirse azorada y no sabía cómo comportarse ni qué decir.

—Siéntate conmigo, Katsa. —Po se había acomodado en el tronco caído de un árbol enorme, y ella lo miró de soslayo desde detrás del caballo—. Katsa —la llamó Po de nuevo—. Querida Katsa, no voy a morderte. En estos momentos no percibo tus pensamientos, salvo para darme cuenta de que te incomodo. Ven y háblame.

Ella se acercó y se sentó a su lado, pero no le dirigió la palabra ni lo miró porque le daba miedo que su mirada la atrapara.

—Katsa —musitó Po, después de haber pasado un rato sentados comiendo en silencio—, creo que con el tiempo acabarás acostumbrándote a mí. Hallaremos la forma de relacionarnos. Pero ¿cómo puedo ayudarte para lograrlo? ¿Quieres que cada vez que perciba algo con mi gracia te lo comunique para que intentes comprenderla?

A la joven no le atraía mucho la idea; prefería fingir que Po no percibía nada, pero él tenía razón. Ahora estaban juntos, y cuanto antes afrontara la realidad, mejor sería. Así que contestó escuetamente:

—Sí.

—De acuerdo; entonces, lo haré. ¿Hay alguna cosa concreta que desees saber? No tienes más que preguntármelo.

—Creo que si siempre sabes lo que siento hacia ti, sería justo que también me dijeras siempre qué sientes tú hacia mí en cualquier momento y cada vez que suceda.

—Mmmm... —Po la miró de reojo—. No es una idea que me entusiasme.

—A mí tampoco me entusiasma que sepas lo que siento, pero no puedo evitarlo.

—Mmmm... —Po repitió la expresión y se rascó la cabeza—. Supongo que, en teoría, sería justo.

—Lo sería.

—Está bien, veamos: te compadezco por haber tenido que alejarte de Raffin, pero creo que has sido muy valiente al desafiar a Randa y no obedecerlo en el asunto de ese noble, Ellis (no sé si yo habría sido capaz de actuar del mismo modo); creo que posees más energía que cualquier otra persona que conozco, aunque me pregunto si no eres un tanto dura con tu caballo; me he sorprendido pensando por qué no has querido casarte con Giddon y si se debía a que querías unirte a Raffin y, de ser así, si estarías mucho más triste por separarte de tu primo de lo que yo había percibido; me complace mucho que hayas decidido venir conmigo; me gustaría ver cómo te defiendes de verdad, luchando a muerte con alguien, porque sería digno de presenciar; creo que a mi madre le caerías bien y, por supuesto, mis hermanos te adorarían; también creo que eres la persona más guerrera que conozco, y me preocupa realmente tu caballo.

Guardó silencio, partió un trozo de pan y se lo comió. Ella lo miraba atónita.

—De momento, eso es todo —dijo Po.

—Es imposible que hayas pensado todas esas cosas en un momento.

Entonces él rompió a reír y aquel sonido la reconfortó, aunque luchó contra los destellos dorados y plateados de los ojos del lenita. Y perdió.

—Ahora me estoy preguntando —dijo él en voz baja—, cómo no te has dado cuenta de que tus ojos me atrapan igual que te ocurre a ti con los míos. No sé explicarlo, Katsa, pero no tendrías que sentirte azorada por esa circunstancia, porque a los dos nos aqueja la misma... bobada.

Katsa notó que enrojecía y se sintió más abochornada todavía, no sólo por los ojos de Po, sino también por sus palabras. Pero sintió alivio a la vez, porque si él asimismo era tonto, su propia estupidez le molestaba menos.

—Tenía la impresión de que a lo mejor lo hacías a propósito... —dijo ella—. Mirarme así, me refiero. Pensé que quizás era parte de tu gracia atraparme con la mirada para leerme la mente.

—No lo es. Es absoluto.

—La mayoría de la gente no me mira a los ojos. A casi todo el mundo le dan miedo.

—Sí, es cierto. La gente tampoco aguanta mucho rato mirándome a la cara; aparta la vista enseguida. Tengo los ojos demasiado raros.

Entonces Katsa se los observó con detenimiento, como no había tenido valor de hacerlo hasta ese momento, y comentó:

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