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Authors: Kristin Cashore

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y juvenil

Graceling (49 page)

BOOK: Graceling
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—No me iré durante mucho tiempo. No me marcharé hasta que desees que lo haga, o hasta que estés en disposición de marcharte tú.

Po tenía verdadero talento para interpretar un papel, y Katsa se percató de ello al presenciar cómo se transformaba cada vez que estaban solos y él dejaba de fingir. Delante de su hermano y de su prima aparentaba vitalidad, fortaleza, seguridad, y caminaba con paso firme y regular, muy erguido; cuando no lograba disimular su desdicha, representaba el papel de malhumorado, y si no conseguía enfocar la vista hacia sus compañeros, aunque fingía verlos, interpretaba el papel de despistado; era un hombre joven, vigoroso, alegre, tal vez un tanto distraído, pero se recuperaba bien de una grave herida. Resultaba una actuación impresionante y, por lo general, parecía satisfacer a todo el mundo. Al menos lo suficiente para que en ningún momento despertara sospechas sobre su verdadera gracia que, a fin de cuentas, era lo que en realidad intentaba ocultar.

Cuando Katsa y él salían de caza, a recoger agua, o se sentaban a solas en la cabaña, el disfraz desaparecía poco a poco, sin brusquedad. Entonces la fatiga le hacía mella en el rostro, en el cuerpo, en la voz; de vez en cuando apoyaba la mano en un árbol o en una piedra para mantener el equilibrio, y enfocaba la vista —o lo fingía— en nada. Y Katsa comprendió que, si bien parte de su lamentable estado era atribuible por completo a la infelicidad, fundamentalmente provenía de su propia gracia. Y era así porque aún estaba aprendiendo a utilizarla y, como ya no contaba con el sentido de la vista para afirmar su percepción del mundo, se encontraba desbordado por una sensación de agobio constante.

Un día junto al estanque, en una de las raras treguas que tenían lugar entre ventisca y ventisca, Katsa lo vio encajar una flecha en la cuerda del arco, sin apresurarse, y apuntar hacia algo que ella no veía. ¿Un saliente rocoso? ¿El tronco de un árbol? Po ladeó un poco la cabeza, como si aguzara el oído; disparó, y la flecha hendió el aire gélido para ir a clavarse con un golpe seco en un montón de nieve.

—¿Qué...? —Katsa interrumpió la pregunta al ver cómo la nieve de alrededor del astil se teñía de rojo.

—Un conejo —contestó Po—. Y grande.

Echó a andar hacia la presa enterrada, pero no había dado más que un paso cuando una bandada de ánsares planeó sobre ellos para posarse. Po se llevó la mano a la sien y cayó sobre una rodilla. Katsa utilizó dos flechas para derribar a dos ánsares y después ayudó a Po a levantarse.

—¿Qué te ha...? —Los ánsares me han pillado desprevenido.

—Antes ya eras capaz de percibir a los animales, pero esa percepción nunca te había tirado al suelo.

Po resopló con sorna, pero la risa se disipó en un suspiro.

—Katsa, trata de imaginar cómo son las cosas para mí ahora. Verás, mi gracia me muestra hasta el último detalle de las montañas que se alzan ante mí y el declive de los bosques que se extienden allá abajo; percibo el movimiento de cada pez del estanque y de cada pájaro que se posa en los árboles; noto que el hielo está endureciendo de nuevo el agujero que abrimos en el agua, y la nieve se está formando con rapidez en las nubes, de modo que dentro de un momento confío en que nieve otra vez. —Se volvió hacia ella con apremio—. Celaje y Gramilla se encuentran en la cabaña, y mi prima está preocupada por mí porque cree que como poco, y tú estás aquí, claro, y cada movimiento que haces, tu cuerpo, tus ropas, tu preocupación, todo eso pasa a través de mi mente. Los que ven enfocan la vista, pero yo soy incapaz de enfocar mi gracia. No puedo desconectar esa percepción. Si soy consciente de todo lo que hay arriba, abajo, delante, detrás y más allá de mí, ¿cómo, exactamente, se espera que esté pendiente de lo que hay a mis pies?

Se encaminó a continuación hacia el montón de nieve teñido de rojo, tiró de la flecha con aire cansino y la alzó con un ensangrentado conejo blanco, atravesado en el astil. Volvió junto a Katsa, con el animal muerto en la mano, y se quedaron cara a cara, el uno parando frente al otro.

Entonces empezaron a caer copos, y Katsa, sin poderlo remediar, sonrió al ver cómo se cumplía la predicción hecha por Po. Al momento él sonreía también, a regañadientes, y cuando se dieron la vuelta para subir por las rocas, la cogió del brazo y comentó:

—La nieve desorienta.

Echaron a andar por la ladera, y él se apoyó en la joven para mantener el equilibrio mientras ascendían. Katsa se iba acostumbrando a la nueva forma que tenía Po de observarla, ahora que no la veía. No la miraba, por supuesto. Ella suponía que nunca volvería a sentir la intensidad de la mirada del lenita ni quedaría atrapada de nuevo en la fuerza que irradiaban sus ojos. Era un tema en el que intentaba no pensar porque le provocaba una tristeza absurda y estúpida.

Sin embargo, esa nueva forma de observarla también era intensa, pues se le notaba una gran atención plasmada en el semblante y concentración en todo el cuerpo. Cuando esa situación tenía lugar, Katsa detectaba la quietud del rostro y del cuerpo de Po en armonía con ella, y le pareció que tal circunstancia se daba con mayor frecuencia a medida que transcurrían los días. Era como si estuviera conectando con ella otra vez, despacio, integrándola de nuevo en sus pensamientos. También la acariciaba con más naturalidad, como hacía antes del accidente; le besaba las manos si la tenía cerca, o le acariciaba el rostro cuando estaba frente a él. Y Katsa se preguntó si serían imaginaciones suyas, o en realidad Po prestaba más atención —verdadera atención— a los demás, a todos ellos, como si se sintiera menos abrumado por su don. O tal vez menos embebido en sí mismo.

—Mírame —le pidió Po en una de las contadas ocasiones en las que disponían de la choza sólo para ellos—. Katsa, ¿da la impresión de que te estoy mirando?

Se hallaban frente al hogar pelando con los cuchillos las finas ramas de un árbol para hacer flechas con ellas. Ante la pregunta, la joven lo miró de pleno a los ojos, a los relucientes iris clavados en ella. Contuvo la respiración y soltó el cuchillo mientras notaba que le ardía la cara; se preguntó, fugazmente, cuánto tardarían los demás en volver a la cabaña. Y entonces, el intento fallido de Po de contener la sonrisa la sacó de su encandilamiento con brusquedad.

—Mi querida gata montesa. Ésa ha sido una respuesta mucho mejor de la que esperaba.

Katsa resopló con sorna y le espetó:

—Veo que tu autoestima ha salido del trance sin menoscabo alguno. ¿Y qué te propones conseguir con eso?

Él sonrió y reanudó el trabajo, con la mirada de nuevo vacía.

—Necesito saber cómo puedo conseguir que la gente crea de forma convincente que la estoy mirando. Necesito saber cómo mirar a Gramilla para que deje de pensar que me pasa algo raro en los ojos.

—¡Oh, por supuesto! Bien, eso te servirá. ¿Cómo lo haces?

—Bueno, sé dónde están tus ojos. Es cuestión de enfocar la vista en la dirección correcta, principalmente, y después, percibir tu reacción.

—Hazlo otra vez.

Esta vez Katsa quiso realizar la prueba de forma crítica. Po volvió a mirarla y ella hizo caso omiso de la oleada de calor que la embargaba. Sí, daba la impresión de que la miraba... Aunque estudiándole con atención los ojos, notaba que había una mínima indicación de lo contrario.

—A ver, dime —pidió él.

Katsa siguió observándolo y le dijo:

—El brillo de tus ojos siempre ha sido bastante peculiar, tanto que logra distraerte, y me hace dudar de que alguien lo note, pero... No da del todo la sensación de que los enfoques. ¿Lo entiendes?

—Gramilla lo capta —contestó Po al tiempo que asentía con la cabeza.

—Manten los ojos un poco entrecerrados —le aconsejó Katsa—. Frunce las cejas un poco, como si cavilaras. Sí, eso resulta bastante convincente, Po. Ninguna persona a la que dirijas esa mirada sospechará nada.

—Gracias, Katsa. ¿Puedo practicar contigo de vez en cuando, sin correr el peligro de que te abalances sobre mí y me obligues a quitarme la ropa?

Katsa barbotó algo entre dientes y le arrojó el astil de flecha que tenía en las manos. Po lo atrapó con pulcritud en el aire, y se echó a reír; durante un fugaz instante, a la joven le pareció que se sentía realmente feliz. Luego, por supuesto, él captó lo que pensaba y fue como si una nube le ensombreciera el rostro, pero reanudó el trabajo. Katsa le miró las manos, en especial el dedo en el que seguía faltándole el anillo; respiró muy hondo y cogió otra rama.

—¿Qué sabe de esto Gramilla? —le preguntó.

—Que le oculto algo. Sabe que mi gracia es algo más de lo que he dicho; lo sabe desde el principio.

—¿Y respecto a lo de la vista?

—No creo que se le haya ocurrido siquiera. —Po rebajó un reborde del astil y echó un puñado de virutas al fuego—. La miraré a los ojos con más frecuencia —añadió antes de sumirse de nuevo en el silencio.

Po y Celaje no cesaban de tomarle el pelo a Gramilla a costa de su séquito, que no tenía que ver sólo con los guardias de escolta, sino que Ror se estaba tomando muy en serio el rango de reina de su sobrina, de tal manera que, a partir de la disminución de las tormentas invernales, hubo un continuo ir y venir de soldados que transportaban suministros a caballo: verdura, pan, fruta, mantas, ropas y vestidos para la reina. Dichos suministros llegaban siempre con una carta de Ror en la que le pedía opinión en uno u otro asunto, la ponía al corriente de sus planes para la coronación y se interesaba por la salud de los distintos miembros de su séquito, y de Po en especial.

—Voy a pedirle a Ror que me envíe una espada —anunció un día Gramilla durante el desayuno—. Katsa, ¿querrás enseñarme a manejarla?

—Oh, sí, Katsa —exclamó Celaje, entusiasmado—. Todavía no te he visto luchar y tenía la impresión de que nunca lo lograría.

—¿Crees acaso que seré una fabulosa adversaria para ella? —le preguntó la niña.

—No, claro que no. Pero tendrá que organizar un combate a espada con algunos soldados para demostrar cómo se hace, ¿no es así? Entre todos ellos tiene que haber uno o dos que sean diestros con esa arma.

—No libraré un combate a espada con soldados sin armadura —contestó Katsa.

—¿Y una lucha con pies y manos? —Celaje se recostó en la pared, cruzado de brazos y una expresión jactanciosa que la joven pensó que tenía que ser un rasgo típico de la familia—. Yo mismo no soy mal luchador.

—¡Oh, lucha con él, Katsa! —exclamó Po estallando en carcajadas—. Hazlo, por favor. No se me ocurre una diversión mejor.

—Vaya, de modo que te parece divertido, ¿eh?

—Katsa te machacaría antes de que hubieras movido un dedo.

—Sí, justo... Eso es lo que quiero comprobar —replicó Celaje sin inmutarse—. Quiero verte machacar a alguien, Katsa. ¿Querrás hacerme el favor de hacerlo con Po?

—No es tan fácil derrotar a tu hermano —sonrió la joven.

Po enganchó los pies en las patas de la mesa, meció la silla hacia atrás y comentó:

—Supongo que ahora sí lo sería.

—Volviendo al asunto que nos ocupa —intervino Gramilla, muy seria—. Me gustaría aprender a manejar una espada.

—Sí, claro. Manda recado a Ror, pues —contestó Katsa.

—¿No acaban de partir dos soldados? —preguntó Po—. Los alcanzaré.

Dejó de mecerse, y las patas de la silla resonaron con estruendo al apoyarse de nuevo en el suelo; entonces la retiró hacia atrás y salió de la cabaña. Tres pares de ojos se quedaron prendidos en la puerta que se cerró a su espalda.

—Como el tiempo ya no es tan invernal —comentó Gramilla—, estoy deseosa de volver a mi corte para entrar en acción. Pero no me gustaría marcharme hasta estar convencida de que se encuentra bien y, francamente, no lo estoy.

Katsa no contestó y siguió comiendo un trozo de pan con aire ausente. Luego observó a Celaje y se fijó en sus hombros, fuertes y rectos como los de su hermano, y en las manos, firmes y seguras. Celaje era ágil y de edad aproximada a la de Po. Seguramente, ambos habían luchado infinidad de veces mientras crecían. Se quedó mirando los restos de comida con los ojos entrecerrados preguntándose cómo se lucharía sin ver, distrayéndose con el entorno y con los desplazamientos de animales cercanos.

—Por lo menos ha empezado a comer —comentó Gramilla.

—¿En serio? —inquirió Katsa dando un brinco y mirando a la niña con atención.

—Sí, sí; lo hizo ayer y también esta mañana. De hecho, parece tener bastante hambre. ¿No te habías fijado?

Katsa soltó un resoplido, retiró hacia atrás la silla y se marchó. Lo encontró de pie junto al estanque, mirando sin ver la helada superficie. Tiritaba. Se quedó contemplándolo un instante, sin saber bien qué hacer o qué decir.

—Po, ¿dónde está tu chaqueta?

—¿Y la tuya?

Katsa se le acercó y respondió:

—No tengo frío.

—Pues si no tienes frío y yo no llevo chaqueta, no te queda más remedio que hacer lo que exige la cortesía.

—¿Es decir, volver a la cabaña y traerte algo de abrigo?

Él sonrió al tiempo que alargaba la mano hacia la joven para atraerla hacia sí. Katsa lo rodeó con los brazos, sorprendida, e intentó que entrara en calor frotándole los hombros y la espalda.

—Eso es justo a lo que me refería —aclaró Po—. Tienes que hacerme entrar en calor. —Ella rió y lo abrazó con más fuerza—. Voy a contarte algo que ha pasado.

La joven se separó un poco para mirarlo a la cara, porque advirtió un timbre distinto en su voz.

—Ya sabes que he luchado contra mi gracia estos meses intentando rechazarla, y he procurado hacer caso omiso de casi todo lo que me mostraba para concentrarme en lo poco que necesitaba saber.

—Sí, lo sé.

—Bueno, pues, hace algunos días, en un arrebato de... lástima de mí mismo, dejé de hacerlo.

—¿Qué dejaste de hacer?

—Resistirme a mi gracia, quiero decir. Me rendí y permití que me llegara todo. ¿Y sabes qué ocurrió? —No esperó a que Katsa hiciera una conjetura—. Cuando dejé de luchar contra todas las cosas que me rodeaban, comenzaron a configurar un todo: la actividad, el paisaje, el suelo y el cielo, incluso los pensamientos de la gente. Todas esas cosas tratan de formar un cuadro. Y yo percibo mi posición en él como no me era posible percibirlo antes. Quiero decir que, aunque todavía me siento abrumado, ya nada es como antes.

—Po... —Katsa se mordió los labios—. No lo entiendo.

—Es fácil, Katsa. Es como si al abrirme a toda percepción, las cosas crearan su propio punto de enfoque. A ver, piensa en nosotros ahora, aquí de pie; detrás de mí hay un pájaro en ese árbol, ¿lo ves? Katsa miró por encima del hombro del hombre y vio que, en efecto, en una rama había un pájaro que se arreglaba el plumaje debajo del ala.

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