Read Gusanos de arena de Dune Online
Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert
Tags: #Ciencia Ficción
Sin duda los cautivos verían que su única salida era rendirse. ¿Qué otra conclusión podían extraer? Por desgracia, en su vida anterior, el barón había tenido que vérselas con bastantes fanáticos, sobre todo las bandas de fremen chalados de Arrakis. Cabía la posibilidad de que aquellos pobres desgraciados intentaran montar una última y desesperada defensa hasta que los liquidaran a todos, incluido su supuesto kwisatz haderach.
Y entonces Paolo sería el único aspirante, y no habría más que hablar.
En el interior de la no-nave, las primeras personas que encontraron fueron Duncan Idaho y una Bene Gesserit de expresión desafiante que se identificó como Sheeana, Los dos esperaban al equipo de abordaje en medio de un amplio corredor. Al hombre el barón lo recordaba vagamente de los archivos de la Casa Atreides; maestro de espadas de Ginaz, uno de los guerreros de confianza del duque Leto, muerto en Arrakis cuando protegía a Paul y Jessica en su huida. Por la mueca de desprecio de su rostro, el barón supo que aquel ghola también había recuperado sus recuerdos.
—Ajá, veo que me conoces.
Idaho no se acobardó.
—Barón, escapé de Giedi Prime de niño. Derroté a Rabban en una de sus cacerías. Desde entonces he vivido muchas vidas. Esta vez espero verte morir con mis propios ojos.
—Hablas con arrojo, como uno de esos perros rastreros que el emperador Shaddam tenía siempre a su lado: siempre gruñendo y ladrando, y sin embargo era facilísimo pisarlos. —Protegido por el Danzarín Rostro Sardaukar, miró más allá, al corredor.
—¿Cuántos sois a bordo? —espetó—. Traedlos a todos para inspección.
—Ya estamos todos reunidos —dijo Sheeana—. Estamos esperando.
El barón suspiró.
—Y sin duda tenéis comandos repartidos por los pasillos o francotiradores. Vuestros registros de personal habrán sido manipulados. Una resistencia infantil que a nosotros nos causará solo algún quebradero de cabeza pero a vosotros no os reportará nada. Tenemos tropas suficientes para mataros a todos.
—Sería absurdo que nos resistiéramos —dijo Sheeana—, al menos de una forma tan obvia.
El barón frunció el ceño y oyó la voz de la pequeña en su cabeza.
Está jugando contigo, abuelo.
—¡Igual que tú! —musitó por lo bajo, y sus palabras los sobresaltaron a todos.
—Quinientos de nuestros hombres van a subir a bordo —dijo el falso comandante Sardaukar—. Sensores mecánicos móviles revisarán cada cámara de cada cubierta, y encontraremos todo lo que haya que encontrar. Localizaremos al kwisatz haderach.
—¿Un kwisatz haderach? —preguntó Idaho—. ¿Es eso lo que han estado buscando el anciano y la anciana? ¿En esta nave? Dejaremos que perdáis vuestro tiempo.
—Si tuviéramos un superhombre a bordo —añadió Sheeana con brusquedad—, no habríais podido capturarnos.
El comentario turbó al barón. En el fondo de su mente oyó la voz insidiosa de Alia riéndose de su bochorno. Su rostro enrojeció, pero se obligó a controlar la voz. ¡Qué ridículo, hablando con la voz muda de una torturadora invisible! Nuevos grupos de personas llegaron por los corredores de la no-nave y se reunieron ante ellos como tropas para la inspección.
Un ghola adolescente de baja estatura fue quien más le inquietó. El joven era delgado y de piel macilenta, y su rostro mostraba enfado. Sus ojos ardían de odio por el barón, pero a él no le resultaba familiar. ¿Y a este qué le había hecho?
Mira con atención, abuelo. ¿No le reconoces? ¡Estuvo a punto de matarte!
Con una expresión neutra, el barón volvió a mirar a aquel ghola severo y de pronto recordó el diamante negro tatuado en su frente.
—¡Vaya, pero si es Yueh! Mi querido doctor Yueh, me alegro de verte. No tuve ocasión de decirte lo mucho que ayudaste a la causa Harkonnen hace tanto tiempo, Me alegra ver que tengo un aliado inesperado en esta nave.
Yueh parecía huesudo e incapaz, y sin embargo, el brillo de sus ojos era auténticamente asesino.
—No soy tu aliado.
—Eres un gusano insignificante. Fue muy fácil manipularte en su día… Y lo volveré a hacer. —Al barón le sorprendió que aquel escuchimizado no reculara. Esta versión de Yueh parecía más fuerte. Quizá las lecciones de su ignominioso pasado le habían cambiado.
—Ya no tienes nada con lo que manipularme, barón. No tienes a Wanna. E incluso si la tuvieras, no repetiría mis errores. —Cruzó los brazos sobre su pecho estrecho y alzó el mentón.
El barón se volvió dando la espalda bruscamente al doctor Suk, porque seguían llegando cautivos. Una joven con cabellos de bronce de unos dieciocho años, igualita que la adorable Jessica. Por la mirada de asco que le dedicó supo que aquel ghola también había recuperado sus recuerdos. ¿Sabía Jessica que en realidad era hija suya? ¡Qué conversaciones tan interesantes iban a tener!
En pie junto a Jessica, con gesto protector, había una joven vestida a la manera de los fremen, y un joven de cabellos oscuros… la viva imagen de Paolo, solo que algo mayor.
—Vaya, ¿no es ese Paul? ¿Otro Paul Atreides?
Un rápido golpe, un simple toque con la daga envenenada y el kwisatz haderach rival desaparecería, Pero no quería ni pensar cómo reaccionaría Omnius cuando se enterara. El barón quería que Paolo ocupara un puesto de poder, desde luego, pero no pensaba sacrificar su vida para ayudarle. Aunque él había criado y entrenado a Paolo, la cuestión es que seguía siendo un Atreides.
—Hola, abuelo —dijo Paul—. Te recuerdo mucho más viejo y más gordo. —Al barón sus maneras y su tono le resultaron de lo más irritante. Y lo que es peor, tuvo una extraña sensación de vértigo… como si estuviera predestinado que Paul dijera aquellas palabras, como si lo hubiera visto en una docena de visiones.
Aun así, el barón batió palmas en una burla de aplauso.
—¿No es maravillosa la tecnología ghola? Esto es como un bis en alguna de las tediosas interpretaciones juglarescas del Emperador. Todos juntitos otra vez para una segunda representación, ¿eh?
Paul se puso rígido.
—La Casa Atreides aplastó a los Harkonnen hace mucho tiempo. Anticipo un resultado similar.
—¡Jo, jo, jo! —Aunque parecía divertido, el barón ghola no se acercó. Hizo una señal a su guardia Sardaukar—. Que un médico y un dentista los revise bien a todos antes de que se me acerquen. Y que se fijen especialmente en los dientes. Que busquen cápsulas venenosas.
Después de cumplir con su misión, el barón estaba a punto de dar media vuelta cuando entre los refugiados vio a una pequeña que lo observaba todo en silencio junto a un muchacho delgado de unos doce años. Los dos tenían un aire a Atreides. Al barón se le heló la sangre, era Alia.
Aquella niña sanguinaria no solo le había clavado el veneno del gom jabbar y le atormentaba en su pensamiento, sino que ¡ahora encima la tenía físicamente delante!
Mira, abuelo… ¡ahora podremos atormentarte por dentro y por fuera!
Su voz era como agujas de hielo en su cabeza.
El barón reaccionó, sin pensar en las consecuencias. Sacando la daga ceremonial del costado, agarró a la pequeña del cuello de su ropa y levantó la hoja.
—¡Te llamaban Abominación!
Alia se debatió como un animal rabioso, pero no gritó. Sus diminutos pies se clavaron con una fuerza sorprendente en el estómago del barón, dejándolo sin aliento. Él se tambaleó, y sin dudar ni un instante, le clavó la hoja envenenada en el costado. Luego sacó el cuchillo y volvió a golpear, pero esta vez directo al corazón.
Jessica chilló. Paul corrió hacia ellos, pero era tarde. Duncan aulló de ira y se arrojó sobre el Sardaukar más cercano, y de un golpe le partió la garganta. Golpeó a un segundo guarda, al que también partió el cuello, y cargó contra el barón como una criatura salvaje. El barón ni siquiera tuvo tiempo de sentir miedo, porque sus guardias lo rodearon, y otros cuatro sujetaron a Duncan. El resto de falsos Sardaukar levantaron sus armas para mantener a raya a los cautivos.
Mientras recuperaba la compostura, el barón miró con desprecio a la niña, que se moría en sus manos.
—Esto por matarme. Y, riéndose de la sangre que tenía en las manos, la arrojó al suelo como una muñeca. Por dentro, ni una palabra de su torturadora. ¿Se habría ido ella también?
En los rostros de los cautivos el barón veía una desesperación asesina que le inquietó. Rodeado por sus Danzarines Rostro Sardaukar, retrocedió, sonriendo. Los dos soldados muertos habían recuperado su forma de Danzarines Rostro, aunque ninguno de los cautivos parecía sorprendido. La gentuza Atreides rodeó a la pequeña, mientras los Sardaukar recogían a sus compañeros.
Sheeana impidió que Duncan se lanzara en otro ataque suicida.
—Con una muerte basta, Duncan.
—No, no es así. Esto solo es el principio. —Tuvo que hacer un visible esfuerzo por controlarse—. Aunque por el momento tendrá que bastar.
El barón rio y los Danzarines Rostro se lo llevaron de allí enseguida. Cuando miró a su escolta, vio que los cambiadores no aprobaban lo que había hecho.
—¿Qué? No tengo por qué justificar mis actos ante vosotros. Al menos la Abominación ya no está.
¿Que no está, dices? El parloteo juguetón de una niña, como si rompieran cristales en su cabeza. ¿Que no está? ¡No puedes deshacerte de mí tan fácilmente! Yo estaba enganchada a tu cabeza incluso antes de que ese ghola naciera. La voz subió de tono. Ahora te torturaré más que nunca. No me dejas más salida que la de actuar como tu conciencia, abuelo.
El barón se alejó con paso más rápido, tratando de bloquear la presencia burlona de la niña.
En una guerra la apuesta es a todo o nada… conquistar es salvarlo todo, sucumbir es perderlo todo.
Guerrero de la vieja Tierra
Mientras las máquinas pensantes mantenían un estrecho cordón en torno a la no-nave, Sheeana vio cómo Jessica se llevaba el cadáver de la pequeña Alia. Qué doloroso debía de resultarle aquello. Ahora que había recuperado sus recuerdos, Jessica sabía muy bien quién era Alia y el potencial que tenía. Qué cruel ironía. Santa Alia del Cuchillo muerta por obra de un cuchillo.
Jessica acunó a la niña en sus brazos, temblando mientras trataba de contener los sollozos. Cuando levantó la vista para mirarla, en sus ojos Sheeana vio una expresión fría y mortífera. Duncan estaba a su lado, y su rostro era como una máscara sombría de ira.
—Tendremos nuestra venganza, mi Señora. Entre nosotros somos tantos los que despreciamos al barón que no podrá sobrevivir mucho tiempo. —Incluso Yueh estaba acuclillado con aire asesino, como un arma cargada.
Paul y Chani se cogieron de las manos, sacando fuerza el uno del otro. Leto II observaba en silencio, conteniendo sin duda una avalancha de pensamientos enfrentados en su mente. Aquel niño siempre parecía más de lo que se veía a simple vista, como un iceberg gigante, cuya masa se oculta bajo la superficie. Sheeana hacía tiempo que sospechaba que él podía ser el más poderoso de los gholas que había creado.
Jessica levantó la cabeza bien alto, buscando fuerza en su interior.
—La llevaremos a mis habitaciones. Duncan, ¿puedes ayudarme? EI doctor Yueh, desesperado por tener su perdón, no se separó de ellos.
Sheeana contemplaba el retablo, llena de ansiedad, frustración, ira. Habían perdido al Bashar, Alia había muerto, y tres de sus gholas —Paul, Chani y Leto II— aún no tenían sus recuerdos. Stilgar y Liet-Kynes se habían quedado en Qelso y Thufir Hawat había resultado ser un Danzarín Rostro. Ahora que por fin se enfrentaban al Enemigo y necesitaban que los gholas cumplieran con sus destinos, ¡no tenía disponible a casi ninguna de aquellas «armas»! Solo estaban Yueh y Jessica… y Scytale, si es que podían contar con el tleilaxu.
El agotamiento amenazaba con colapsarla. Llevaban tanto tiempo huyendo, llevando a cuestas sus planes y esperanzas sin encontrar nunca el final… Y sin embargo esto no era lo que todos esperaban.
La voz tranquila y distante de Serena Butler despertó de nuevo en su interior, enfurecida ante la revelación de la identidad del Enemigo. Hablaba con un conocimiento de primera mano.
Las perversas máquinas siempre han querido exterminar a la humanidad. Ellos no saben olvidar.
—Pero fueron destruidas —dijo Sheeana en voz alta.
Parece que no. Trillones de personas murieron durante la Yihad Butleriana, pero ni siquiera eso fue suficiente, Al final no fue suficiente.
—Me complace poder conoceros por fin —dijo una voz rasposa de mujer. Una anciana llegó sola por el corredor de la no-nave, con una amplia sonrisa en su rostro arrugado. A pesar de su edad, se movía con ligereza, y tenía un aspecto mortífero.
Sheeana enseguida dedujo que aquella debía de ser la misteriosa anciana que les perseguía implacablemente.
—Duncan nos ha hablado de ti.
La mujer sonrió de una forma inquietante, como si pudiera leer los pensamientos más íntimos y las intenciones de Sheeana.
—Habéis sido una presa muy problemática. Tantos años desperdiciados… ¿Ya habéis adivinado cuál es mi identidad?
—Eres el Enemigo.
De pronto, el rostro de la anciana, su cuerpo y sus ropas ondearon como metal líquido. Al principio Sheeana pensó que sería otro Danzarín Rostro, pero la cabeza y el cuerpo adquirieron el brillo del platino pulimentado, y las ropas de matrona se convirtieron en una túnica extravagante. El rostro era liso, con la misma sonrisa, pero en unas facciones radicalmente distintas. Un robot.
En lo más recóndito de su conciencia, Sheeana notó un tumulto en las Otras Memorias. Y entre el clamor de voces, la voz de Serena Butler se elevó a un grito:
¡Erasmo! ¡Destrúyelo!
Con gran esfuerzo, Sheeana aplacó las voces de las Otras Memorias y dijo:
—Eres Erasmo. El que mató al hijo de Serena Butler y provocó una yihad que duró cientos de años contra las máquinas pensantes.
—Veo que aún se me recuerda, después de tanto tiempo… —El robot parecía complacido.
—Serena te recuerda. Ella está dentro de mí, y te odia.
Una expresión de auténtico placer iluminó el rostro del robot.
—¿Serena Butler en persona está ahí? Ah, sí, sé de vuestras Otras Memorias. Los Danzarines Rostro nos han traído a muchas de vuestras Bene Gesserit.
En su interior, de nuevo el clamor de voces.
—Yo soy Serena Butler y ella es yo. Aunque han pasado miles de años, el dolor es tan agudo como el primer día. No podemos olvidar lo que destruiste y lo que iniciaste.