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Authors: Care Santos

Tags: #det_crime

Habitaciones Cerradas (13 page)

BOOK: Habitaciones Cerradas
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En la pared queda una diluida huella del paso de Teresa. Parte de los pigmentos naturales penetró más allá de los dos centímetros, y, allá donde el yeso permanece, lo hace teñido de sombras oscuras, de modo que alguien que conozca bien la obra recién retirada puede aún imaginarla viendo esas improntas: son la sombra irreal que sigue a lo tangible.

Excepto en el lado izquierdo, donde la película retirada ha dejado a la vista un material de otra naturaleza.

—¿Qué es eso? —pregunta el funcionario, señalando un punto que queda a un metro del suelo, más o menos.

El restaurador lo examina, elimina pequeños fragmentos de yeso, rasca con la uña.

Los acompañantes se incomodan.

—Vaya —dice, arqueando las cejas— aquí tenemos una sorpresa.

Arcadio se acerca a la zona que centra la atención de los tres. Bajo el yeso se perfila una placa de hierro.

—Parece una cerradura —confirma el profesional.

Falta la manecilla, aunque el mecanismo está a la vista. Tiene algunas manchas de óxido.

—¿Una puerta? —pregunta Arcadio, entornando los ojos—. ¿Puede haber una puerta en un muro maestro?

—No, no. El muro maestro acaba aquí. —El restaurador señala la frontera exacta—. De aquí para allá tenemos otra estructura. Habría que ver los planos originales de la casa, pero si esto fue un patio, lo más probable es que aquí hubiera un trastero o algo así. Reformado, tal vez. Estas casas solían tener una escalera que unía el patio con las cocinas o con las habitaciones del servicio. Lo intrigante es que lo hayan escondido.

Arcadio duda. Mira la puerta sin saber qué hacer. El funcionario se impacienta:

—Abrámosla.

—Tal vez habría que llamar a Violeta —dice Arcadio.

—¿A Violeta? ¿Para qué? No creo que debamos molestarla por esto.

—Al fin y al cabo, la casa era de su familia. Es de su interés.

—Sinceramente, señor Pérez, no creo que debamos molestar a la señora Lax por este motivo. La casa es propiedad del gobierno autonómico desde hace muchos años, y usted y yo somos los únicos responsables de lo que ocurra aquí. No se inquiete: yo asumiré todas las responsabilidades. Vamos a abrir la puerta. Las obras comenzarán dentro de tres días y conviene evitar sorpresas de última hora.

Arcadio se reserva su opinión acerca de las obras. Su talante moderado es otra de las razones por las que ha llegado hasta aquí: es de ese tipo de personas cuya prudencia toman por estupidez los fanfarrones. Aunque hace años que se resigna también a eso. Suspira, paciente. El restaurador tercia en la conversación y la cambia de rumbo.

—Técnicamente, abrirla no es posible —asegura, señalando la placa de hierro—. No hay manecilla. Además —la empuja—, está cerrada. Habría que derribarla.

—Entonces, vamos allá —prosigue el técnico, con orgullosa seguridad—. No creo que nos resulte muy difícil. Está hecha un asco.

Arcadio frunce los labios. Observa la puerta, que el restaurador sigue limpiando de fragmentos de yeso. La madera está reseca y astillada. Incluso un niño podría romperla sin esfuerzo.

El funcionario de la Generalitat se comporta con la diligencia de quien está acostumbrado a tomar decisiones, a seguir el plan establecido, sin perder el tiempo en hipótesis. Un hombre de su tiempo, que pronuncia muchas veces al día la palabra «operatividad» y que no vacila en sus juicios de valor. Nunca.

Aparta al restaurador, toma impulso y le propina una contundente patada al pedazo de madera despintada que antaño fue una puerta. La quiebra con un crujido seco, entre una explosión de astillas.

—Tantos años de taekwondo tienen que servir para algo —dice, triunfal, el funcionario, tirándose de los faldones de la americana.

La tarima oscura está ahora sembrada de esquirlas resecas. Un olor acre escapa de la oquedad recién abierta.

Los tres hombres retiran los restos de la puerta. No es una labor tan fácil como parecía. Es como si la madera quisiera remarcar que, al cabo, todas las cosas se aferran al lugar al que pertenecen. Cuando dan por terminada la operación, dejando en un rincón los restos del desastre, su atención se centra en el interior, apenas un zulo, más estrecho en su embocadura y flanqueado por dos muros que no discurren paralelos. No tiene salida visible. Al fondo, se amontonan media docena de cepillos y escobas, aunque los tres extraños ni siquiera reparan en ellos. Sobre el suelo mugriento, ocupando gran parte de la superficie útil, hay algo que llama mucho más su atención: la momia consumida de un ser humano.

El cuerpo está desecado por completo. Por fortuna, no pueden verle la expresión del rostro, aunque sí la mata de pelo estropajoso que conserva sobre el cráneo, los jirones de la ropa que aún lleva puesta y un par de chinelas de tacón que en otras circunstancias bailarían en tan flacos pies.

—¡Joder! —exclama el funcionario, amagando un gesto de rechazo ante la visión.

—Tal vez deberíamos avisar a Violeta Lax —añade Arcadio, con el mismo tono neutro que ha utilizado hasta ahora, aunque con íntima satisfacción.

El restaurador concluye:

—Y también a la policía.

Patrulla número 19 (Acció Ciutadana / Mossos d'esquadra)

Atestado número 19.854

El día 10/3/2010 la patrulla recibe la llamada de un hombre que dice llamarse Arcadio Pérez Iranzo e informa de que, debido a las maniobras efectuadas sobre una pared, ha aparecido tras la misma un cadáver momificado. La patrulla se persona en la dirección indicada, sita en el pasaje Domingo número 7, que corresponde a un edificio, declarado Patrimonio Histórico-Artístico, del cual es titular el gobierno de la Generalitat. En él se encuentran don Arcadio Pérez Iranzo (encargado de la instalación por delegación); doña Violeta Lax Rahal (experta en arte, relacionada con la familia que construyó la casa); don Antonio Moya Soler; funcionario autonómico adscrito a la Conselleria de Cultura; y don Sergio Uix Massagué (restaurador).

Mediante inspección ocular, se confirma la presencia de un cadáver en una cavidad del muro situado en un antiguo patio cubierto del primer piso del inmueble. Los testigos dicen no haber tocado en ningún momento el habitáculo donde se encuentra el cuerpo, aunque han derruido la puerta por métodos mecánicos (a patadas). El cadáver está en posición de decúbito supino. Es una momia cubierta con los restos de un vestido (color inapreciable), con los pies enfundados en un par de zapatillas o zapatos (muy estropeados). También conserva abundante pelo sobre la cabeza y alrededor del cuello lleva una cadena de metal (muy sucio, indistinguible) del que pende una alianza también de metal. A simple vista, parece una mujer.

Dentro de la cavidad se encuentra también lo siguiente: dos escobones, un recogedor (de pala), un plumero y el cadáver de un gato (también momificado).

De los tres testigos, sólo los dos primeros guardan relación con el inmueble. Don Sergio Uix se encontraba en él con la finalidad de realizar los trabajos de restauración de un mural de grandes dimensiones (la retirada del cual ha dejado la puerta al descubierto). Por su parte, don Antonio Moya manifiesta haber roto él solo la puerta, llevado por la necesidad de saber de qué modo la presencia de una estancia inesperada alteraría el curso de las obras que van a realizarse en el lugar a partir de la semana que viene. Don Arcadio Pérez, el mayor conocedor del lugar, afirma que no conocía la existencia de ese pequeño cuarto tras el muro. Lo mismo afirma doña Violeta Lax, quien añade que, además de hoy, sólo estuvo en la casa dos veces más: una hace cuatro días y la otra hace treinta y seis años. Asegura, además, ser la nieta del último propietario del inmueble, de nombre Amadeo Lax Golorons, de profesión pintor (artista).

Preguntados los tres acerca de la identidad del cadáver, todos manifiestan desconocer quién pudo ser. Violeta Lax, además, afirma que de ningún modo podía imaginar que iba a encontrar una sorpresa tan desagradable en la que fue la casa de su familia.

Procedemos a explicar a los testigos las medidas que deben tomar para no contaminar el entorno donde ha aparecido el cuerpo. A continuación, se comunica el hallazgo al ¡efe de turno y se activa el protocolo de homicidios. Se informa a los testigos de que muy pronto llegará el sargento Paredes. Se desaloja el viejo patio y se acordona la zona.

* Se adjunta croquis sobre el terreno de la situación del cuarto de escobas en la planta primera del inmueble.

De:
Drina Walden
Fecha:
11 de marzo de 2010
Para:
Violeta Lax
Asunto:
¡A sus órdenes!

Querida Violeta:

Empezaba a estar preocupada. Me gusta saber de ti, aunque sea de un modo tan breve. Aquí tienes el teléfono de tu padre, como me pides. Según tu madre, ella misma te lo dio hace más de un año, remarcándote que había cambiado de número y que lo sustituyeras por el anterior. También según tu madre, nunca la escuchas y nunca le cuentas nada. Me pide que te recuerde también su correo electrónico, por si tienes la tentación de escribirle (esto último me lo ha dicho enfatizando las palabras). Tranquila, que ya he conseguido que se calme. Parecía muy sorprendida de que necesites el teléfono de Modesto. Creo que, como todas las madres, imagina en seguida que ocurre algo terrible.

He sabido por las noticias que ha caído una nevada de impresión en Barcelona. ¿Estás bien? ¿Ha sido tan grave como dicen?

¿Finalmente piensas viajar al lago helado para conocer a la italiana misteriosa?

¿No te interesa la crónica de la inauguración de los retratistas o es que ya la has leído en la prensa?

Anda, no seas tan tú y escribe más de tres líneas.

Drina

De:
Violeta Lax
Fecha:
13 de marzo de 2010
Para:
Valérie Rahal
Asunto:
Señales de vida

Hola, mamá:

Adivino que estás un poco molesta conmigo por no haberte dicho nada desde no sé cuándo pero, por favor, reserva los reproches para mi vuelta, porque ha ocurrido algo realmente fuerte. Es por eso que ayer te pedí el teléfono de papá. Ya he hablado con él. Creo que los dos nos quedamos igual de petrificados al escuchar la voz del otro. Le llamé a petición de la policía. No te asustes. Tu ex es un desastre, pero no ha matado a nadie: necesitan tomarle muestras de ADN. Y también a mí.

Voy por partes, aunque no tengo mucho tiempo. Le estoy usurpando el ordenador a Arcadio (te manda saludos), que tiene la bandeja de entrada atestada de correos por contestar. No te lo vas a creer, pero la nevada que cayó hace dos días cortó el suministro eléctrico en un montón de zonas y dejó la ciudad incomunicada. Es por eso que Arcadio me ha dado asilo político: mi piso parece la Antártida. El suyo también, pero por lo menos está limpio. Todo esto es increíble, lo sé, en algún momento te lo contaré con todo detalle. No hago más que pensar en las carcajadas que soltarán mis amigos de Chicago cuando sepan que una sola nevada colapsa de este modo Barcelona, acostumbrados como estamos allí a salir de casa a treinta grados bajo cero para retirar la nieve de la puerta a paletadas. En fin.

Voy con la noticia que aún me tiene en estado de choque. Hace un par de días se retiró el fresco de Teresa del muro del patio. En teoría, las obras de restauración de la casa comenzaban mañana. Digo en teoría, porque ha habido un súbito cambio de planes. Cuando el restaurador retiró el retrato de Teresa —con una profesionalidad increíble, por cierto— descubrió una puerta en un lateral de la pared. Resultó ser un viejo cuarto de trastos, un escobero, o algo así. Y dentro encontraron una muerta. Completamente momificada, pero vestida, calzada y con el pelo en su sitio. Yo no estaba en ese momento, pero sí cuando llegó la policía, poco después. Hubo interrogatorios, se acordonó el patio, llegó la científica, el forense, el juez y una verdadera invasión de extraños. Hicieron preguntas para las que nadie teníamos respuesta: quién era la momia o cuándo fue la última vez que alguien entró en el patio. Ya les dije: por mucho que sea de la familia y lleve toda mi vida oyendo hablar de algunas de las personas que vivieron en la casa, no tengo ninguna información de primera mano; para mí la historia familiar es como una novela de fantasmas.

Aunque no fui del todo sincera, mamá.

Es cierto que no tengo ni la menor idea de quién es esa pobre mujer del cuarto de escobas, pero lo es también que desde el primer vistazo tuve una sospecha terrible, una especie de corazonada imposible de explicar, casi una certeza. No hago más que darle vueltas desde entonces, formularme preguntas sobre lo poco que sé de la vida de los abuelos y regañarme a mí misma por ser tan truculenta. Aunque, ¿qué ocurriría si estuviera en lo cierto? ¿Qué crees tú? ¿Tienes alguna sospecha de quién puede ser? ¿Quién es la primera persona que se te viene a la cabeza?

Durante el interrogatorio, el restaurador aportó detalles técnicos muy interesantes. Dijo que, según su opinión, el mural jamás fue retirado de su ubicación original, aquélla en que fue pintado. Cree que primero se extendió una capa de yeso sobre la pared, bloqueando la entrada al cuarto de escobas, y acto seguido se pintó el fresco. Nos explicó toda la técnica paso a paso: la pintura al fresco siempre suele ejecutarse sobre cal sin fraguar, con pigmentos naturales, compuestos básicamente por óxidos de hierro, que penetran en la pared hasta, por así decirlo, fundirse con ella. La policía preguntó si la capa de yeso suele aplicarla el propio artista. El restaurador contestó que no lo veía probable en el caso de Amadeo Lax, que era un pintor de prestigio y no habría perdido el tiempo en algo que podía hacer cualquier otra persona. Eso en circunstancias normales, claro. Pero de las circunstancias en las que pintó a su Teresa ausente nadie sabe nada, en realidad. Y así quedó la cosa.

Bueno, no. Arcadio defendió a Lax, claro. No sería él si no siguiera fiel a la memoria del abuelo. Les contó de la huida de Teresa, del gran sacrificio y entereza que demostró el abuelo haciéndose cargo de papá sin la ayuda de nadie —al servicio o a la prima Alexia no se refirió— y tuve que intervenir para que se callara, amablemente, porque me estaba dando un poco de vergüenza escucharle. ¿Cómo puede la admiración llevar a tanto, y tantos años después? Terminó pidiendo un poco de respeto hacia un hombre cabal y justo, o algo así. Nada nuevo, en definitiva.

El sargento me preguntó qué sabía de la abuela Teresa, cuál era «mi versión» (son sus palabras). Le dije que mi versión poco va a ayudar, porque por fuerza será incompleta. Le conté que por ti llegué a saber que el abuelo había establecido sobre el recuerdo de su mujer un pacto de silencio, que él cumplió al pie de la letra, lo mismo que papá. Le dije que si no fuera por los famosos treinta y siete retratos ni siquiera sabríamos lo mucho que esa mujer significó para él.

—Así que los cuadros son la única prueba que tenemos, ¿no es eso? —dijo el sargento.

—Me temo que sí —repuse—, el arte siempre es la prueba de algo. Del dominio de los muertos sobre los vivos, al menos. Esa es su finalidad. Nos permite retener lo que el tiempo destruye.

Paredes terminó por pedirme que llamara a papá. Necesita que entre todos reconstruyamos este suceso, dijo. No le dije que papá no es, precisamente, la persona más apropiada para ese propósito. A pesar de todo, me temo que no puede elegir. La juez que instruye el caso también quiere conocer «su versión».

Así las cosas, he querido escribirte para que sepas en qué ocupo mi tiempo. Con tanto ajetreo, he perdido mi vuelo a Bérgamo, pero igualmente creo que la nevada de ayer dejó incomunicado el aeropuerto, de modo que cuando sea capaz de tomar de nuevo las riendas de mi vida, intentaré averiguarlo y continuar con mis planes. Aunque me da que esta ola de frío polar que asola Europa no es lo mejor para viajar a un lago que está en medio de los Alpes.

Ay, mamá, yo siempre tan oportuna.

Tu ingrata hija, que te quiere con disimulo.

Vio

P.S.: No intentes llamarme. Resulta que en cuestión de tarifas, la aldea global no lo es tanto. Dejé el móvil en casa.

P.S.2: ¿Te suena alguien llamado Francesc —o Francisco— Canals Ambrós? Piensa un poco. Es importante.

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