Hacia la Fundación (7 page)

Read Hacia la Fundación Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Hacia la Fundación
5.19Mb size Format: txt, pdf, ePub

–¿Que debería…? – Dors entrecerró los ojos. De pronto lo entendió todo. – ¿Quieres decir que…?

–Sí, eso es lo que quiero decir. Joranum procede de Mycogen, ese sector de Trantor mitológico y anclado en el pasado. Eso es lo que se ha esforzado por ocultar.

10

Dors Venabili pensó fríamente en el asunto. Era su única forma de pensar: con frialdad. Las emociones y el apasionamiento no cumplían función alguna en su cerebro. Cerró los ojos para concentrarse. Habían pasado ocho años desde que ella y Hari visitaron Mycogen, y no estuvieron mucho tiempo. Aparte de la comida, en Mycogen había muy poco que admirar. Las imágenes llegaron poco a poco. La sociedad dura y puritana que giraba alrededor de los hombres; la pasión por el pasado; la eliminación del vello corporal, un proceso doloroso deliberadamente autoimpuesto para distinguirse de los demás y permitir que los habitantes de Mycogen supiesen «quiénes eran»; sus leyendas; sus recuerdos (o fantasías) del tiempo en el que gobernaron la galaxia cuando sus vidas eran prolongadas, cuando existían los robots…

Dors abrió los ojos.

–¿Por qué, Hari? – preguntó.

–¿Por qué qué, cariño?

–¿Por qué fingir que no es de Mycogen?

No creía que Hari recordase Mycogen con mayor detalle que ella, pero la mente de Hari Seldon era sin duda distinta, era superiormente lúcida. La mente de Dors se limitaba a recordar y extraer las inferencias obvias como si tratara de una deducción matemática. Hari Seldon poseía una mente capaz de moverse a gran velocidad en direcciones inesperadas. Le gustaba fingir que la intuición era un dominio reservado a Yugo Amaryl, su ayudante, pero Dors no se dejaba engañar por ello. Seldon disfrutaba usando el disfraz del matemático solitario y distraído que contemplaba el mundo con ojos perpetuamente asombrados, pero ella tampoco se dejaba engañar por esa treta.

–¿Por qué quiere fingir que no es de Mycogen? – repitió mientras él seguía sentado en silencio con los ojos absortos en una especie de mirada introspectiva que Dors asociaba con un intento de exprimir una nueva gotita de utilidad y validez a los conceptos de la psicohistoria.

–La sociedad de Mycogen es dura y restrictiva -dijo Seldon por fin-. Hay personas que no soportan su obsesión por regular cada acto y cada pensamiento. Algunos descubren que no pueden adaptarse a la presión de las bridas, que quieren disfrutar de las mismas libertades disponibles en el mundo secular fuera del planeta. Es comprensible.

–¿Y hacen que les crezca una cabellera artificial?

–No, normalmente no. El Desviado promedio, es como llaman despectivamente a los desertores en Mycogen, lleva una peluca. Es más sencillo, pero menos efectivo. Me han dicho que los desviados que se toman realmente en serio la ruptura con su sociedad natal optan por la cabellera artificial. El proceso resulta difícil y caro, pero una vez terminado resulta prácticamente imposible distinguir entre esa cabellera y una natural. Nunca me había encontrado con un caso, aunque había oído hablar del proceso. He pasado años estudiando los ochocientos sectores de Trantor, intentando descubrir las leyes básicas y matemáticas de la psicohistoria. Por desgracia no tengo mucho que enseñar como resultado de ese esfuerzo, pero he averiguado unas cuantas cosas.

–Pero esos desviados… ¿Por qué ocultan el hecho de que han nacido en Mycogen? Que yo sepa no se les persigue.

–No, no se les persigue. De hecho, no existe el menor indicio de que los nacidos en Mycogen sean inferiores. Es algo mucho peor. No se les toma en serio. Todo el mundo admite que son muy inteligentes y que han gozado de una educación impecable, que son gente cultivada y de trato irreprochable, auténticos magos de la alimentación, y de todo lo referente a la comida, y la capacidad de hacer prosperar a su sector resulta casi aterradora…, pero nadie les toma en serio. Los que viven fuera de Mycogen opinan que sus creencias son ridículas, risibles e increíblemente estúpidas, y esa opinión incluye a los nativos que han optado por convertirse en desviados. Un intento mycogenita de tomar el poder gubernamental sería aplastado por las carcajadas. Ser temido no es nada, e incluso ser despreciado puede acabar siendo soportable. Pero que se rían de ti… Eso es fatal. Joranum aspira a Primer Ministro, por lo que necesita tener cabellera, y la única forma de actuar sin problemas es presentarse a sí mismo como alguien que ha nacido y crecido en un oscuro planeta alejado de Mycogen lo más posible.

–Estoy segura de que existen casos de calvicie natural.

–Sí, claro. Pero nunca tan completamente depilados como se obligan a sí mismos los nacidos en Mycogen. En los Mundos Exteriores eso no tendría importancia, pero para ellos Mycogen no es más que un susurro distante. Los mycogenitas se mantienen tan aislados de los demás que muy raramente se atreven a salir de Trantor. Pero aquí en Trantor, la situación es distinta. Se puede ser calvo, por supuesto, pero normalmente los calvos tienen una franja de cabello que deja bien claro que no han nacido en Mycogen…, o se dejan crecer el vello facial. Los escasísimos casos de carencia de vello absoluta, lo que suele estar relacionado con un estado patológico…, bueno, no son más que mala suerte. Supongo que tendrán que llevar encima un certificado médico para demostrar que no han nacido en Mycogen.

–¿Y eso nos ayuda en algo? – preguntó Dors frunciendo ligeramente el ceño.

–No estoy seguro.

–¿No podrías filtrar la noticia de que nació en Mycogen?

–No estoy seguro de que sea tan fácil como parece. Debe de haber ocultado muy bien su pasado, y aun suponiendo que pudiera hacerse…

–¿Sí?

Seldon se encogió de hombros.

–No quiero crear la excusa que dé rienda suelta al fanatismo y los prejuicios. La situación social de Trantor ya es lo bastante mala sin necesidad de liberar pasiones que ni yo ni nadie podríamos controlar. Si tengo que utilizar el hecho de que haya nacido en Mycogen será como último recurso.

–Entonces tú también quieres emplear el minimalismo.

–Por supuesto.

–Bien, ¿y qué harás?

–He conseguido que Demerzel me conceda una entrevista. Puede que él sepa qué debemos hacer.

Dors le miró fijamente.

–Hari, ¿estás cayendo en la trampa de esperar que Demerzel resuelva tus problemas?

–No, pero quizá sea capaz de resolver este problema en concreto.

–¿Y si no puede hacerlo?

–Entonces tendré que pensar en alguna otra solución, ¿no crees?

–¿Como cuál?

Seldon torció el gesto.

–No lo sé, Dors. Tú tampoco debes esperar que yo sea capaz de resolver todos los problemas.

11

Eto Demerzel no era fácil de ver, salvo por el Emperador Cleon. Su política habitual era permanecer en segundo plano por varias razones; una de ellas consistía en que su apariencia cambiaba muy poco con el transcurso del tiempo.

Hari Seldon llevaba años sin verle, y no había mantenido una conversación realmente privada con él desde los primeros tiempos de su estancia en Trantor. La reciente y nada tranquilizadora entrevista que Seldon había mantenido con Laskin Joranum, había hecho que tanto Seldon como Demerzel opinaran que lo mejor era mantener su relación lo más discretamente posible. Que Hari Seldon visitara al Primer Ministro en el Palacio Imperial no pasaría inadvertido, y decidieron que, por razones de seguridad, sería más conveniente utilizar una pequeña pero lujosa suite del Hotel Límite de la Cúpula, situado junto al recinto del palacio.

Ver a Demerzel hizo que los viejos tiempos volvieran con una claridad casi dolorosa. El hecho de que Demerzel siguiera mostrando el mismo aspecto agudizó el dolor. Los rasgos de su rostro no habían perdido su regularidad y seguían tan marcados como siempre. Seguía siendo alto y de apariencia robusta, y tenía la misma cabellera oscura con algún matiz rubio casi imperceptible. No era apuesto, pero poseía una impresionante distinción. Parecía encarnar el ideal de un Primer Ministro imperial, y ninguno de los anteriores primeros ministros había poseído ese aspecto en grado tan elevado. Seldon pensó que sólo su apariencia ya le proporcionaba la mitad del poder que ejercía sobre el Emperador, y consecuentemente sobre la corte imperial y, por tanto, sobre el Imperio.

Demerzel fue hacia él. Sus labios esbozaron una afable sonrisa sin alterar la grave dignidad de su porte.

–Hari, es un gran placer verte -dijo-. Temía que cambiaras de opinión y cancelaras la entrevista.

–A mí me horrorizó la posibilidad de que fuerais vos quien la cancelara, Primer Ministro.

–Eto…, por si temes utilizar mi nombre auténtico.

–No podría hacerlo aunque quisiera. Ya sabes que se negaría a salir de mis labios.

–Conmigo no. Dilo. Me gustaría escucharlo.

Seldon dudó como si no creyera que sus labios podrían articular aquellas palabras, o que sus cuerdas vocales podrían crear los sonidos adecuados.

–Daneel -dijo por fin.

–R. Daneel Olivaw -dijo Demerzel- Sí. Cenarás conmigo, Hari. Si ceno contigo no tendré que comer, lo cual será un alivio.

–Me encantará, aunque ser el único que coma no es lo que yo entiendo por una cena relajada. Supongo que un par de bocados…

–Sólo para complacerte…

–De todas formas, no puedo evitar preguntarme si es prudente que pasemos demasiado tiempo juntos -dijo Seldon.

–Lo es. Órdenes imperiales. Su Majestad Imperial así lo desea.

–¿Por qué, Daneel?

–La Convención Decenal volverá a reunirse dentro de dos años… Pareces sorprendido. ¿Lo habías olvidado?

–No, la verdad es que no, pero no había pensado en ello.

–¿Ibas a dejar de asistir?. En la última causaste sensación.

–Sí. Con mi psicohistoria… Menuda sensación.

Atrajiste la atención del Emperador. Ningún otro matemático lo consiguió.

–Fuiste tú quien se interesó por la psicohistoria, no el Emperador. Después tuve que huir y mantenerme lo bastante lejos del Emperador para evitar su atención hasta el momento en el que pude asegurar que mi investigación psicohistórica empezaba a progresar, tras lo cual me permitiste llevar una existencia oscura, pero tranquila.

–Estar al frente de un departamento de matemáticas muy prestigioso no me parece que sea una posición oscura.

–Lo es, ya que me permite ocultar mi psicohistoria.

–Ah, ahí está la comida… Hablemos de otras cosas durante un rato, tal y como hacen los amigos. ¿Qué tal está Dors?

–Maravillosa. Es una auténtica esposa. Me hace la vida imposible preocupándose por mi seguridad.

–Es su trabajo, no lo olvides.

–Así me lo recuerda…, con mucha frecuencia. En serio, Daneel, nunca podré agradecerte lo suficiente el que nos hayas reunido.

–Gracias, Hari, pero francamente no esperaba ninguna clase de felicidad conyugal para ninguno de los dos, especialmente para Dors…

–Aun así, gracias por el detalle por muy alejadas que estuvieran tus expectativas de las consecuencias finales.

–Eso me complace mucho, pero descubrirás que ese detalle quizás acabe teniendo otras consecuencias no demasiado agradables…, al igual que mi amistad.

Seldon no supo qué contestar. Demerzel le hizo un gesto y Seldon se concentró en la comida. Pasado un rato, contempló un trocito de pescado en su tenedor y asintió con la cabeza.

–No tengo idea de qué organismo pueda ser -dijo-, pero está cocinado al estilo de Mycogen.

–Cierto. Sé que te encanta su cocina.

–Es lo único que justifica la existencia de Mycogen, pero los habitantes de ese sector significan algo especial para ti. No debo olvidarlo.

–El significado especial ya no existe. Hace mucho, mucho tiempo sus antepasados habitaron en el planeta Aurora. Vivieron allí durante más de trescientos años, y eran los señores de los cincuenta mundos de la galaxia. Fui diseñado y construido por un aurorano. No he olvidado. Lo recuerdo con mayor precisión -y muchas menos distorsiones que sus descendientes mycogenianos; pero les abandoné hace ya mucho, mucho tiempo. Elegí lo que debía considerarse el bien de la Humanidad y así he seguido lo mejor posible hasta este momento.

–¿Pueden oírnos? – preguntó Seldon sintiéndose repentinamente alarmado.

Su reacción pareció divertir a Demerzel.

–Si acabas de pensar en esa posibilidad ya es demasiado tarde para evitarlo, ¿no te parece? No temas, he tomado las precauciones oportunas; cuando llegaste no te vio demasiada gente…, y ocurrirá lo mismo cuando te marches, y quienes te vean no se sorprenderán. Todo el mundo sabe que soy un matemático aficionado con grandes pretensiones y escasas dotes, lo cual supone una fuente de diversión para los miembros de la corte que no me aprecian demasiado, pero mi interés por los preparativos iniciales de la próxima Convención Decenal no extrañará a nadie. Deseo hacerte algunas consultas sobre la convención, ¿comprendes?

–No sé si podré ayudarte. Sólo puedo hablar de una cosa durante la convención…, y no me está permitido. Si asisto será única y exclusivamente como espectador. No tengo intención de presentar ningún trabajo.

–Lo comprendo. Pero si quieres saber algo curioso… Bueno, Su Majestad Imperial se acuerda de ti.

–Supongo que porque tú te has encargado de que me recuerde.

–No, no he hecho nada en ese sentido, pero Su Majestad Imperial me sorprende de vez en cuando. Sabe que ya no falta mucho para que se celebre la convención, y al parecer se acuerda de tu ponencia en la convención anterior. Sigue bastante interesado en la psicohistoria y debo advertirte de que ese interés puede tener algunas consecuencias inesperadas. Existe la posibilidad de que quiera verte. Estoy seguro de que la corte consideraría un gran honor recibir la llamada imperial dos veces en la vida.

–Estás bromeando. ¿De qué serviría que le viera?

–En cualquier caso, si te convocan para una audiencia con el Emperador no puedes negarte, ¿verdad? ¿Qué tal están Yugo y Raych, tus jóvenes protegidos?

–Ya debes saberlo. Supongo que te mantienes al corriente de todo cuanto hago.

–Sí, desde luego. Me entero de todo lo concerniente a tu seguridad, pero no sigo todos los aspectos de tu existencia. Me temo que mis deberes ocupan gran parte de mi tiempo y no soy omnisapiente.

–Pero Dors te va informando, ¿no?

–Lo haría en una crisis, pero sólo en tal caso. No le gusta desempeñar el papel de espía en asuntos que no sean estrictamente esenciales. Los labios de Demerzel volvieron a esbozar una leve sonrisa.

Other books

Boys from Brazil by Ira Levin
Boy Erased by Garrard Conley
Encore Provence by Peter Mayle
Our Andromeda by Brenda Shaughnessy
Toad Away by Morris Gleitzman
Because You're Mine by K. Langston
The Hospital by Keith C. Blackmore
The Last Keeper by Michelle Birbeck