Seldon dejó escapar un gruñido.
–Mis chicos se encuentran bien. Yugo resulta más difícil de manejar a cada día que pasa. Como psicohistoriador es mucho mejor que yo, y tiene la sensación de que le impido avanzar. En cuanto a Raych, es un pilluelo adorable…, como siempre. Me conquistó cuando era un aborrecible callejero, y lo más sorprendente es que también conquistó a Dors. Daneel, estoy convencido de que si Dors se hartara de mí y quisiera abandonarme se quedaría sólo con Raych.
Demerzel asintió.
–Si Rashelle de Wye no le hubiera encontrado adorable yo no estaría aquí -siguió diciendo Seldon en un tono de voz más sombrío-. Habría sido ejecutado… -Seldon se removió nerviosamente en su asiento-. No me gusta pensar en eso, Daneel. Fue un acontecimiento tan absolutamente accidental e impredecible… ¿En qué me habría ayudado la psicohistoria entonces?
–¿No has dicho que en el mejor de los casos la psicohistoria puede ocuparse de las probabilidades a escala social, pero no de los individuos?
–Pero si da la casualidad de que la importancia del individuo es crucial…
–Sospecho que descubrirás que ningún individuo es tan importante. Ni siquiera yo…, o tú.
–Quizá tengas razón. Me he dado cuenta de que por mucho que intente grabar esas ideas en mi mente sigo considerándome importantísimo, y de que me guío por una especie de egoísmo exacerbado que trasciende todos los dictados del sentido común. Tú también eres igual de importante, y he venido aquí para hablar lo más francamente posible del asunto, entre otras cosas. Tengo que saberlo…
–¿Saber qué?
Un criado se había encargado de quitar los restos de la cena y la iluminación de la estancia se debilitó un poco. Las paredes parecieron aproximarse creando mayor sensación de intimidad.
–Joranum… -dijo Seldon. La palabra fue un murmullo ahogado, como si Seldon creyera que bastaría con pronunciar ese nombre para darse a entender.
–Ah, sí.
–¿Sabes quién es?
–Por supuesto. ¿Cómo podría no saberlo?
–Bueno, también quiero saber unas cuantas cosas más sobre él.
–¿Qué quieres saber?
–Vamos, Daneel, no juegues conmigo… ¿Es peligroso?
–Pues claro que lo es. ¿Acaso lo dudas?
–Me refiero a si es peligroso para ti, para tu posición como Primer Ministro…
–Es exactamente lo que quería decir. Su peligrosidad consiste precisamente en eso.
–¿Y aun así permites que…?
Demerzel se inclinó hacia delante y apoyó su codo izquierdo sobre la mesa.
–Algunos acontecimientos ocurren sin pedir permiso, Hari. Pongámonos un poquito filosóficos… Su Majestad Imperial Cleon, primero de ese nombre, lleva dieciocho años en el trono y durante todo ese tiempo yo he sido jefe de su Casa Real, Primer Ministro, además de ocupar puestos de importancia semejante durante los últimos años del reinado de su padre: Eso es mucho tiempo, y es raro que los primeros ministros permanezcan tantos años en el poder.
–Tú no eres un Primer Ministro corriente, Daneel, y lo sabes. Debes permanecer en el poder mientras la psicohistoria esté siendo desarrollada. No, no te sonrías… Es verdad. Cuando nos conocimos hace ocho años, me dijiste que el Imperio se encontraba en una situación de declive y degeneración. ¿Has cambiado de opinión en cuanto a ello?
–No, por supuesto que no.
–De hecho la degeneración es más evidente que nunca, ¿no?
–Sí, lo es, aunque hago cuanto puedo para evitarlo.
–Y sin ti, ¿qué ocurriría? Joranum está incitando al Imperio en tu contra.
–A Trantor, Hari, a Trantor… Hasta el momento los mundos exteriores están razonablemente satisfechos conmigo a pesar del declive económico y la continua disminución de los intercambios comerciales.
–Pero Trantor es el centro de todo el sistema. Trantor, el mundo imperial en el que vivimos, la capital del Imperio, el núcleo, la sede administrativa… Trantor puede acabar contigo. Si Trantor dice «no» te resultará imposible seguir en el puesto.
–Estoy de acuerdo.
–Y si te vas, ¿quién se ocupará de los mundos exteriores impidiendo la degeneración y el declive del Imperio hasta caer en la anarquía?
–Es una posibilidad, desde luego.
–Por lo tanto tienes que hacer algo al respecto. Yugo está convencido de que corres un peligro terrible y de que no podrás seguir en el poder. Está seguro de su intuición, ¿entiendes? Dors dice lo mismo y lo justifica en términos de las tres o cuatro leyes de la… de la…
–Robótica -murmuró Demerzel.
–El joven Raych parece sentirse bastante atraído hacia las doctrinas de Joranum…, recuerda que es de origen dahlita. Y yo… Yo no sé qué hacer. Supongo que he venido a verte porque quiero que me tranquilices asegurándome que todo irá bien. Para que me digas que tienes controlada la situación…
–Si pudiera lo haría, pero no tengo consuelo alguno que ofrecerte. Estoy en peligro.
–¿No estás haciendo nada?
–No. Estoy haciendo muchas cosas para contener el descontento e impedir la difusión del mensaje de Joranum. De lo contrario es muy posible que ya hubiese perdido el poder, pero todo ello resulta insuficiente.
Seldon vaciló.
–Creo que Joranum nació en Mycogen -dijo por fin.
–¿De veras?
–Así lo creo. Había pensado que quizá lo podríamos utilizar en su contra, pero me asusta dejar en libertad las fuerzas del fanatismo y los prejuicios.
–Tus dudas demuestran que eres inteligente. Muchas de las cosas que podríamos hacer tendrían efectos colaterales que no deseamos. Verás, Hari, abandonar mi puesto no me da miedo…, siempre que encontrara un sucesor que se guiara por los principios que he estado utilizando para que el declive fuese lo más lento posible. Por otra parte, si Joranum me sucediera creo que los resultados serían catastróficos.
–Entonces cualquier método que utilicemos para detenerle es justificable.
–No del todo. El Imperio puede caer en la anarquía incluso si eliminamos la amenaza que representa Joranum y yo sigo en el puesto. Así pues, si lo que haga para acabar con Joranum y seguir en el poder ayuda a que se produzca la caída del Imperio, no debo recurrir a esa solución. No se me ha ocurrido ningún curso de acción que acabe con Joranum y, al mismo tiempo, evite la anarquía.
–Minimalismo -murmuró Seldon.
–Disculpa, ¿qué has dicho?
–Dors me explicó que estabas sometido al minimalismo.
–Y así es.
–Entonces mi visita no ha servido de nada, Daneel.
–Quieres decir que viniste a verme buscando que te tranquilizara y no lo he hecho.
–Me temo que sí.
–Pero yo quería verte porque necesito ayuda.
–¿De mí?
–De la psicohistoria, la cual debería encontrar la solución al problema actual.-Seldon suspiró.
–Daneel, la psicohistoria aún no ha sido desarrollada hasta ese extremo.
El Primer Ministro le miró muy seriamente.
–Has dispuesto de ocho años, Hari.
–Aunque hubieran sido ochocientos quizá no estuviera desarrollada hasta ese punto. Es un problema que parece insoluble.
–No esperaba que la técnica estuviera perfeccionada -dijo Demerzel-, pero creía que quizá dispusieras de algún esbozo, un esqueleto o un principio que usar como guía. Algo imperfecto, quizá, pero siempre mejor que las simples conjeturas…
–Sigo estando tan lejos como lo estaba hace ocho años -dijo Seldon con una voz apagada-. Bien, la situación no puede ser más obvia… Debes seguir en tu cargo y Joranum debe ser destruido para garantizar la estabilidad imperial durante el mayor tiempo posible, de manera que yo disponga de una posibilidad razonable de desarrollar la psicohistoria, lo cual es estrictamente imposible a menos que antes haya desarrollado la psicohistoria. ¿No es así?
–Eso parece, Hari.
–Entonces la discusión seguirá moviéndose en círculos inútiles y el Imperio será destruido.
–A menos que ocurra algo imprevisto. Es decir, a menos que hagas que ocurra algo imprevisto…
–¿Yo? Daneel, ¿cómo puedo hacer eso sin la psicohistoria?
–No lo sé, Hari.
Seldon se puso en pie para marcharse…, sumido en la más profunda desesperación.
Durante los días siguientes Hari Seldon descuidó sus deberes como jefe del departamento y dedicó su ordenador a la acumulación de noticias.
No existían muchos ordenadores capaces de enfrentarse a la compleja tarea de recopilar las noticias cotidianas procedentes de veinticinco millones de mundos. Los cuarteles generales del Imperio contaban con unos cuantos dotados de esa capacidad, ya que eran imprescindibles para las funciones gubernamentales. Algunas capitales de los mundos exteriores más poblados poseían ordenadores semejantes, aunque la mayoría se contentaba con establecer una hiperconexión con la Central de Noticias de Trantor. Si el ordenador de un departamento de matemáticas importante estaba suficientemente avanzado, podía ser modificado para que operase como fuente de noticias independiente, y eso era lo que Seldon había hecho con el suyo. Después de todo, era necesario para el desarrollo de la psicohistoria, aunque las sorprendentes capacidades del ordenador habían sido justificadas mediante otras razones abrumadoramente plausibles.
El ordenador informaría de cualquier acontecimiento que se saliese de lo corriente producido en cualquier mundo del Imperio. Una luz de alerta codificada y discreta se activaría, y Seldon podría averiguar la causa de su conexión. La luz raramente se encendía, pues la definición de «salirse de lo corriente» era muy estricta y se limitaba a los trastornos a gran escala.
Si la luz permanecía apagada había que examinar mundos al azar…, no los veinticinco millones, naturalmente, sino unas cuantas decenas. Era una tarea deprimente e incluso agotadora, pues no había ningún mundo exento de su cuota cotidiana de catástrofes relativamente menores. Una erupción volcánica aquí, una inundación o un colapso económico allá y, por supuesto, disturbios. Durante los últimos mil años, ni un solo día había estado libre de disturbios por una causa u otra en cien o más mundos distintos.
Naturalmente esos acontecimientos tenían que ser pasados por alto. Preocuparse por los disturbios habría sido tan inútil como preocuparse por las erupciones volcánicas, porque ambos fenómenos eran constantes de los mundos habitados. Al contrario, si llegara un día en el que no hubiera informes de ningún disturbio en ningún mundo del Imperio, eso supondría que algo fuera de lo corriente, digno de la más grave preocupación, se estaría gestando.
Pero Seldon no sentía esa emoción. A pesar de todos sus desórdenes e infortunios, los Mundos Exteriores eran como un inmenso océano en un día apacible, una colosal extensión de agua mecida por un suave oleaje con alguna que otra agitación ocasional, nada más. No encontró indicio alguno de una clara situación general de declive en los últimos ocho años, y ni siquiera en los últimos ochenta; pero Demerzel (en su ausencia Seldon no podía pensar en él como Daneel) afirmaba que el declive avanzaba y su dedo seguía el pulso cotidiano del Imperio hasta lugares inalcanzables para Seldon…, por lo menos hasta que dispusiera del poder de la psicohistoria.
Posiblemente el declive sería tan minúsculo y lento que resultaría imperceptible hasta que se llegara a cierto punto crucial, como ocurre en una casa que se deteriora lentamente sin mostrar síntomas evidentes hasta la noche misma en que el tejado se derrumba.
¿Cuándo se derrumbaría el tejado? Ése era el problema, y Seldon ignoraba la respuesta.
De vez en cuando Seldon inspeccionaba la situación en Trantor. Allí las noticias eran considerablemente más abundantes y sustanciosas. En primer lugar, Trantor albergaba cuarenta mil millones de personas y eso lo convertía en el más poblado de todos los mundos. En segundo lugar, sus ochocientos sectores formaban una especie de mini-imperio y, en tercer lugar, el complejo mecanismo de las funciones gubernamentales y las actividades de la familia imperial eran tan tediosas como difíciles de seguir.
Pero el acontecimiento que atrajo la atención de Seldon se produjo en el sector de Dahl. Las elecciones para el Consejo del sector de Dahl habían colocado a cinco joranumitas en cargos públicos, y según todos los indicios, era la primera ocasión en que unos joranumitas accedían a cargos públicos en un sector.
En realidad, no tenía nada de sorprendente. Si había algún sector considerado como una auténtica fortaleza joranumita era Dahl, pero Seldon lo interpretó como una inquietante señal de los progresos realizados por el demagogo.
Pidió un
microchip
de la noticia y se lo llevó para estudiarlo.
Raych apartó la vista de su ordenador cuando Seldon entró en casa, y pareció sentir la necesidad de explicar lo que estaba haciendo.
–Estoy ayudando a mamá a localizar unos materiales de referencia que necesita -dijo.
–¿Y tu trabajo?
–Ya está, papá. Ya lo he hecho todo.
–Bien… Mira esto.
Alargó la mano hacia Raych y le enseñó el
microchip
antes de introducirlo en el proyector.
Raych contempló la noticia que flotaba en el aire delante de sus ojos.
–Sí, ya lo sabía -dijo por fin.
–Ah, ¿sí?
–Claro. Suelo mantenerme al corriente de lo que ocurre en Dahl. Ya sabes…, tu sector natal y todo eso.
–¿Y qué opinas?
–No me sorprende en absoluto. ¿A ti sí? El resto de Trantor considera que Dahl no es más que un estercolero. ¿Por qué no iban a estar de acuerdo con las ideas de Joranum?
–¿Tú también estás de acuerdo con ellas?
–Bueno… -Los rasgos de Raych adoptaron una expresión pensativa-. Debo admitir que algunas de las cosas que dice me gustan. Reclama la igualdad para todos. ¿Qué tiene eso de malo?
–Nada en absoluto…, si habla en serio, si es sincero y siempre que no lo utilice como un truco electoral.
–Claro, papá, pero supongo que la mayoría de dahlitas piensan que no tienen nada que perder. La ley dice que son iguales, pero no disfrutan de esa igualdad.
–La igualdad es algo muy difícil de conseguir mediante leyes.
–De acuerdo, pero no supone un consuelo para el desesperado.
Seldon pensaba a toda prisa. No había dejado de hacerlo desde que encontró la información en el servicio de noticias.
–Raych, no has estado en Dahl desde que tu madre y yo te sacamos del sector, ¿verdad? – preguntó.