Harry Potter y el Misterio del Príncipe (27 page)

Read Harry Potter y el Misterio del Príncipe Online

Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
2.22Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Qué es eso, Hagrid? —preguntó Harry intentando parecer interesado en lugar de asqueado, pero dejó su pastelito en el plato.

—Larvas gigantes.

—¿Y en qué se convierten? —preguntó Ron con aprensión.

—No se convierten en nada. Son para alimentar a
Aragog
. —Y sin previo aviso, rompió a llorar.

—¡Oh, Hagrid! —exclamó Hermione, y, bordeando la mesa por el lado más largo para evitar el barril de gusanos, le rodeó los temblorosos hombros—. ¿Qué te pasa?

—Es… él… —dijo entre sollozos; sus ojos, negros como el azabache, derramaban gruesas lágrimas mientras se enjugaba con el delantal—. Es…
Aragog
… Creo que se está muriendo. El verano pasado enfermó y no mejora. No sé qué voy a hacer si… si… Llevamos tanto tiempo juntos…

Hermione le dio unas palmaditas en la espalda, pero no encontraba palabras para consolarlo; Harry supuso que los sentimientos de su amiga debían de ser confusos. El sabía que Hagrid le había regalado un osito de peluche a una cría de dragón, y también lo había visto canturrearle a escorpiones gigantes provistos de ventosas y aguijones, e intentar razonar con su hermanastro, un gigante brutal. Pero la gigantesca araña parlante,
Aragog
, que vivía en la espesura del Bosque Prohibido y de la que Ron había escapado de milagro cuatro años atrás, era quizá el más incomprensible de los monstruosos caprichos del guardabosques.

—¿Podemos hacer algo para ayudarte? —ofreció Hermione.

—Me temo que no, Hermione —gimoteó Hagrid, intentando detener el caudal de lágrimas—. Verás, el resto de la tribu… la familia de
Aragog
… se están poniendo muy raros ahora que él está enfermo… un poco nerviosos…

—Sí, creo recordar que ya vimos esa faceta suya —comentó Ron en voz baja.

—Tal como están las cosas, no me parece oportuno que se acerque a la colonia nadie que no sea yo —concluyó Hagrid. Se sonó con el delantal, levantó la cabeza y agregó—: Pero gracias por el ofrecimiento, Hermione, eres muy amable.

Al final el ambiente se suavizó bastante. Aunque ni Harry ni Ron mostraron el menor entusiasmo por llevarle gusanos gigantes a una araña asesina y glotona, Hagrid parecía dar por descontado que les habría encantado hacerlo y volvió a ser el de siempre.

—Sí, ya sabía yo que os costaría mucho incluir mi asignatura en vuestros horarios —dijo mientras les servía más té—. Aunque si hubierais pedido giratiempos…

—No podíamos pedirlos —explicó Hermione—. El verano pasado destrozamos todos los que se guardaban en el ministerio. Se publicó en
El Profeta
.

—Ah, vaya… —se resignó Hagrid—. No podíais hacerlo… Perdonad que haya estado… Bueno, es que estoy preocupado por
Aragog
, y creí que como la profesora Grubbly-Plank os había dado clases…

Entonces los tres amigos mintieron y afirmaron categóricamente que la profesora Grubbly-Plank, que había sustituido a Hagrid varias veces, era una pésima educadora. El resultado fue que al anochecer, cuando se despidieron de Hagrid, se lo veía bastante animado.

—Me muero de hambre —dijo Harry cuando enfilaron a buen paso el oscuro y desierto camino de regreso; había dejado definitivamente el pastelito en el plato después de notar cómo una muela le crujía de forma sospechosa—. Y esta noche debo cumplir el castigo con Snape, así que no tendré mucho tiempo para cenar.

Al llegar al castillo vieron que Cormac McLaggen iba a entrar en el Gran Comedor, pero tuvo que intentarlo dos veces para pasar por la puerta, pues la primera vez rebotó contra el marco. Ron soltó una risotada, regodeándose, y entró con pasos exagerados detrás de McLaggen. Sin embargo, Harry retuvo a Hermione.

—¿Qué pasa? —preguntó ella.

—Lo he estado pensando —contestó él en voz baja—, y yo diría que a McLaggen le han hecho un encantamiento
confundus
. Y estaba justo delante de donde tú te habías sentado.

—De acuerdo, fui yo —confesó ella ruborizándose—. ¡Pero tendrías que haber oído cómo hablaba de Ron y Ginny! Además, tiene muy mal genio, ya viste cómo reaccionó cuando no lo elegiste. No te interesa tener a alguien así en el equipo.

—No —admitió Harry—. No, supongo que tienes razón. Pero ¿no crees que ha sido un proceder deshonesto, Hermione? Recuerda que eres prefecta.

—¡Va, cállate! —le espetó ella mientras él sonreía.

—¿Qué hacéis? —preguntó Ron, que había regresado sobre sus pasos y los miraba con desconfianza.

—Nada —contestaron ellos al unísono, y lo acompañaron dentro.

El olor a rosbif hizo que a Harry le rugiera el estómago, pero tan sólo habían dado tres pasos en dirección a la mesa de Gryffindor cuando el profesor Slughorn se plantó delante de ellos.

—¡Harry! ¡Me alegro de encontrarte! —dijo con voz tronante y tono cordial, retorciéndose las puntas del bigote de morsa e hinchando la enorme barriga—. ¡Necesitaba pillarte antes de la cena! ¿Qué me dices de venir a picar algo a mis aposentos? Vamos a celebrar una pequeña fiesta; sólo seremos unas cuantas jóvenes promesas y yo. Vendrán McLaggen, Zabini, la encantadora Melinda Bobbin… ¿La conoces? Su familia tiene una gran cadena de boticas. Y por supuesto, espero que la señorita Granger me honre también con su presencia. —Y le dedicó una leve reverencia a Hermione. Era como si Ron fuera invisible; ni siquiera lo miró.

—No puedo ir, profesor —se excusó Harry—. Tengo un castigo con el profesor Snape.

—¡No me digas! —exclamó Slughorn componiendo una cómica mueca de disgusto—. ¡Vaya, pues yo contaba contigo, Harry! ¿Sabes qué? Voy a hablar con Severus y le expondré la situación. Estoy seguro de que lograré que aplace el castigo. ¡Descuida, nos vemos luego!

Y salió precipitadamente del Gran Comedor.

—No lo logrará —dijo Harry en cuanto Slughorn se hubo alejado—. Este castigo ya se ha aplazado una vez; Snape lo hizo por Dumbledore, pero no lo hará por nadie más.

—Ostras, ojalá puedas venir. ¡No me apetece nada ir sola! —se quejó Hermione con aprensión, y Harry comprendió que estaba pensando en McLaggen.

—No creo que estés sola, supongo que también habrá invitado a Ginny —apuntó Ron, a quien no le había sentado nada bien que Slughorn lo ignorara.

Después de la cena regresaron a la torre de Gryffindor. La sala común estaba abarrotada, pues la mayoría de la gente había terminado de cenar, pero los tres amigos encontraron una mesa libre. Ron, que estaba de mal humor desde el encuentro con Slughorn, se cruzó de brazos y se quedó contemplando el techo con ceño, y Hermione cogió un ejemplar de
El Profeta Vespertino
que alguien había dejado encima de una silla y se puso a hojearlo.

—¿Alguna novedad? —preguntó Harry.

—Pues no… Mira, Ron, aquí está tu padre… ¡No, no le ha pasado nada! —se apresuró a añadir, pues el chico la miró con cara de susto—. Sólo dice que ha ido a investigar la casa de los Malfoy: «Este segundo registro de la residencia del
mortífago
no parece haber dado ningún resultado. Arthur Weasley, de la Oficina para la Detección y Confiscación de Hechizos Defensivos y Objetos Protectores Falsos, declaró que su equipo había actuado tras recibir el soplo de un confidente.»

—¡Toma, el mío! —saltó Harry—. En King's Cross le hablé de Draco y de su interés en que Borgin le arreglara una cosa. Bueno, si esa cosa no está en casa de los Malfoy, Draco debe de haberla traído a Hogwarts…

—¿Te refieres a que la trajo de contrabando? —repuso Hermione bajando el periódico—. Imposible. Nos registraron a todos cuando llegamos, ¿recuerdas?

—¿Sí? —se extrañó Harry—. Pues a mí no me registró nadie.

—No, claro, a ti no porque llegaste tarde. Filch nos repasó uno por uno con sensores de ocultamiento cuando llegamos al vestíbulo. Habría detectado cualquier objeto tenebroso; me consta que a Crabbe le confiscaron una cabeza reducida. Es imposible que Malfoy entrara en el colegio con algo peligroso.

Harry, frustrado, se quedó contemplando cómo Ginny Weasley jugaba con
Arnold
, su
micropuff
, mientras buscaba la forma de rebatir la objeción.

—Entonces se lo habrá enviado alguien con una lechuza —dijo al cabo—. Su madre, por ejemplo.

—También revisan a las lechuzas —replicó Hermione—. Filch nos lo dijo mientras nos pasaba esos sensores de ocultamiento por todas partes.

Esta vez Harry se quedó sin réplica. No parecía posible que Malfoy hubiera introducido en el colegio ningún objeto peligroso ni tenebroso. Miró a Ron, que estaba con los brazos cruzados observando a Lavender Brown.

—¿Se te ocurre alguna manera de que Malfoy…?

—Déjalo ya, Harry —le cortó su amigo con malos modos.

—Oye, que yo no tengo la culpa de que Slughorn nos haya invitado a Hermione y a mí a esa estúpida fiesta. Ninguno de los dos quería ir, ¿vale?

—Vale, pero como a mí no me han invitado a ninguna fiesta, creo que voy a acostarme.

Y se marchó con paso decidido, dejándolos plantados. En ese momento Demelza Robins, la nueva cazadora, se acercó a la mesa.

—¡Hola, Harry! —saludó—. Tengo un mensaje para ti.

—¿Del profesor Slughorn? —preguntó él, enderezándose.

—No, del profesor Snape —dijo Demelza. Harry se llevó un chasco—. Dice que te espera en su despacho a las ocho y media y que le tiene sin cuidado las fiestas a que te hayan invitado. También quiere que sepas que tendrás que separar los
gusarajos
podridos de los buenos para utilizarlos en la clase de Pociones, y… que no hace falta que lleves guantes protectores.

—Muy bien —se resignó Harry—. Gracias, Demelza.

12
Plata y ópalos

¿Dónde estaba Dumbledore y qué hacía? Durante las semanas siguientes, Harry sólo vio al director de Hogwarts en dos ocasiones. Ya casi nunca se presentaba a las horas de las comidas, y el muchacho creía que Hermione tenía razón al pensar que cada vez se ausentaba del colegio varios días seguidos. ¿Habría olvidado Dumbledore que tenía que darle clases particulares? El anciano profesor le había dicho que esas clases estaban relacionadas con la profecía, lo que había animado y reconfortado a Harry; sin embargo, ahora la sensación era de ligero abandono.

A mediados de octubre tuvo lugar la primera excursión del curso a Hogsmeade. Harry había puesto en duda que esas excursiones continuaran realizándose, dado que las medidas de seguridad se habían endurecido mucho, pero le alegró saber que no se habían suspendido; siempre sentaba bien salir del castillo unas horas.

El día de la excursión se despertó temprano por la mañana, que amaneció tormentosa, y mató el tiempo hasta la hora del desayuno leyendo su ejemplar de
Elaboración de pociones avanzadas
. No solía quedarse en la cama leyendo libros de texto porque ese tipo de comportamiento, como decía Ron, resultaba indecoroso para cualquiera que no fuera Hermione, que era así de rara. Sin embargo, Harry opinaba que el ejemplar del Príncipe Mestizo no era propiamente un libro de texto. A medida que lo examinaba iba descubriendo la abundante información que contenía: no sólo los útiles consejos y las fórmulas fáciles y rápidas sobre pociones con que se ganaba los elogios de Slughorn, sino también imaginativos embrujos y maleficios anotados en los márgenes que, a juzgar por las tachaduras y correcciones, el príncipe había inventado él mismo.

Harry ya había probado algunos de los hechizos concebidos por aquel misterioso personaje; por ejemplo, un maleficio que hacía crecer las uñas de los pies con alarmante rapidez (lo había probado con Crabbe en el pasillo, con resultados muy divertidos); un embrujo que pegaba la lengua al paladar (lo había utilizado dos veces con Argus Filch, sin que éste sospechara nada, y le había valido los aplausos de sus compañeros); y quizá el más útil de todos, el hechizo
muffliato
, que producía un zumbido inidentificable en los oídos de cualquiera que estuviera cerca de quien lo lanzaba, de modo que podías sostener largas conversaciones en clase sin que te oyeran. La única persona que no encontró divertidos esos encantamientos fue Hermione, y cada vez que Harry utilizaba el
muffliato
ella adoptaba una rígida expresión de desaprobación y se negaba a hablar.

Sentado en la cama, inclinó el libro para examinar de cerca las instrucciones de un hechizo que al parecer le había causado problemas al príncipe. Había muchas tachaduras y cambios, pero al final, apretujado en una esquina de la página, ponía: «
Levicorpus (n-vrbl).
»

Mientras el viento y la aguanieve azotaban las ventanas sin cesar y Neville roncaba como un elefante, Harry observó las letras entre paréntesis: «n-vrbl»… Tenía que significar «no verbal». Dudó mucho que fuera capaz de realizarlo porque todavía le costaba que le saliera bien esa clase de hechizos, fallo que Snape no olvidaba mencionar en ninguna clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. Sin embargo, hasta ese momento el príncipe había demostrado ser un maestro mucho más eficaz que Snape.

Sacudió la varita hacia arriba, sin apuntar a nada en particular, y pensó «
¡Levicorpus!
» sin articular sonido alguno.

—¡Aaaaahhhhh!

Hubo un destello y la habitación se llenó de voces: todos se habían despertado y Ron había soltado un grito. Harry, presa del pánico, dejó caer el libro. Ron colgaba cabeza abajo, como si una cuerda invisible lo sostuviese por el tobillo.

—¡Lo siento! —exclamó Harry mientras Dean y Seamus reían a carcajadas y Neville se levantaba del suelo, pues se había caído de la cama—. Espera, ahora mismo te bajo…

Buscó a tientas el libro y lo hojeó a toda prisa, muy asustado, buscando la página; al final la encontró y descifró una palabra escrita con letra muy pequeña debajo del hechizo. Rezando para que fuera el contrahechizo, Harry pensó «
¡Liberacorpus!
» con todas sus fuerzas.

Hubo otro destello y Ron se desplomó sobre el colchón.

—Lo siento mucho, de verdad —musitó Harry mientras Dean y Seamus seguían desternillándose.

—Si no te importa, preferiría que mañana pusieras el despertador —repuso Ron con un hilo de voz.

No obstante, cuando al día siguiente se hubieron vestido, abrigándose con jerséis tejidos a mano por la señora Weasley y con capas, bufandas y guantes, Ron se había recuperado de la conmoción y pensaba que el nuevo hechizo de Harry era graciosísimo; de hecho, lo encontraba tan divertido que en cuanto se sentaron a desayunar se lo contó a Hermione.

Other books

The Clean Slate Accord by Sofia Diana Gabel
El secreto de los flamencos by Federico Andahazi
Drone Threat by Mike Maden
Reflection by Diane Chamberlain
The Soul Mate by Madeline Sheehan
Sunrise Point by Robyn Carr