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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (73 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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Oyó un débil chapoteo a su izquierda y vio que la gente del agua también había salido a la superficie para escuchar. Y recordó que hacía dos años Dumbledore se había agachado junto al borde del agua, muy cerca de donde él estaba sentado en ese momento, para conversar en sirenio con la jefa sirena. Harry se preguntó entonces dónde habría aprendido a hablar esa lengua. Había tantas cosas que nunca le había preguntado, tantas cosas que debería haberle dicho…

Y sin previo aviso la cruda realidad cayó sobre él, de una forma mucho más rotunda e innegable que hasta ese instante: Dumbledore estaba muerto, se había ido para siempre. El muchacho apretó con todas sus fuerzas el frío guardapelo hasta que se hizo daño, pero no pudo impedir que unas abrasadoras lágrimas le brotaran de los ojos; volvió la cabeza en dirección opuesta a la que se hallaban Ginny y los demás, y contempló el Bosque Prohibido, al otro lado del lago, mientras el hombrecillo de negro seguía hablando. Percibió que algo se movía entre los árboles: los centauros también se habían acercado a presentar sus respetos. No salieron de los límites del bosque, pero Harry los distinguió medio escondidos entre las sombras, observando a los magos, con los arcos a punto. Y recordó también la pesadilla de su incursión inicial en el Bosque Prohibido, la primera vez que vio aquel engendro que entonces era Voldemort, y cómo se había enfrentado a él, y que poco después había hablado con Dumbledore de la importancia de seguir luchando a pesar de que la batalla estuviera perdida. En aquella ocasión el anciano profesor había dicho que era crucial pelear y volver a pelear, y seguir peleando porque sólo de ese modo podría mantenerse a raya el mal, aunque nunca se llegara a erradicarlo.

Y mientras estaba allí sentado, al intenso calor del sol, Harry se percató de que todas las personas que lo querían se habían alzado ante él una tras otra, decididas a protegerlo: su madre, su padre, su padrino y, por último, Dumbledore; pero eso había terminado. Ya no podía permitir que nadie se interpusiera entre él y Voldemort, y debía olvidar para siempre que los padres ofrecían un refugio que protegía de todo mal, esa ilusión que tendría que haber perdido cuando tan sólo contaba un año de edad. No había forma de despertar de esa pesadilla, no había susurro reconfortante en la oscuridad que le asegurara que estaba a salvo, que todo era producto de su imaginación; el último y el más excelso de sus protectores había muerto y él se encontraba más solo que nunca.

El hombrecillo de negro terminó su discurso y volvió a sentarse. Harry supuso que se levantaría alguien más, pues imaginaba que el ministro pronunciaría otro discurso, pero nadie se movió.

Entonces varias personas chillaron. Unas llamas relucientes y blancas habían prendido alrededor del cadáver de Dumbledore y de la mesa sobre la que reposaba, y se alzaron cada vez más, hasta ocultar por completo el cadáver. Un humo blanco ascendió en espiral y moldeó extrañas formas: en un sobrecogedor instante, a Harry le pareció ver cómo un fénix volaba hacia el cielo, dichoso, pero un segundo más tarde el fuego había desaparecido. En su lugar había un sepulcro de mármol blanco que contenía el cuerpo de Dumbledore y la mesa sobre la que lo habían tendido.

Volvieron a oírse gritos de asombro cuando cayó del cielo una lluvia de flechas que fueron a parar lejos de la gente. Y Harry comprendió que era el homenaje de los centauros; a continuación vio cómo éstos daban media vuelta y desaparecían de nuevo en el umbrío bosque. La gente del agua también se hundió despacio en las verdes aguas y se perdió de vista.

Harry miró a sus amigos: Ron mantenía los ojos entornados, como si lo deslumbrara el sol; las lágrimas surcaban el rostro de Hermione, pero Ginny ya no lloraba. Ella lo miró con la misma expresión firme y decidida que cuando lo había abrazado después de ganar sin él la Copa de
Quidditch
, y Harry se dio cuenta de que ambos se entendían a la perfección, y cuando le dijera lo que pensaba hacer, ella no le replicaría: «Ten cuidado» o «No lo hagas», sino que aceptaría su decisión porque no esperaba menos de él. Así que se armó de valor para decir lo que sabía que debía decir desde la muerte de Dumbledore.

—Oye, Ginny… —musitó, mientras alrededor la gente reanudaba las conversaciones interrumpidas poco antes y se levantaba—. No podemos seguir saliendo juntos. Tenemos que dejar de vernos.

Ella esbozó una enigmática sonrisa y replicó:

—Es por alguna razón noble y absurda, ¿verdad?

—Estas últimas semanas contigo han sido… como un sueño —prosiguió Harry—. Pero no puedo… no podemos… Ahora tengo cosas que hacer y debo hacerlas solo.

Ginny no se puso a llorar, sino que se limitó a mirarlo a los ojos.

—Voldemort utiliza a los seres queridos de sus enemigos. A ti ya te utilizó una vez como cebo, y únicamente porque eras la hermana de mi mejor amigo. Imagínate el peligro que correrías si siguiéramos juntos. El se enterará, lo averiguará. Intentará llegar hasta mí a través de ti.

—¿Y si no me importara? —replicó Ginny.

—A mí sí me importa —repuso Harry—. ¿Cómo crees que me sentiría si éste fuera tu funeral… y si yo tuviera la culpa?

Ginny desvió la mirada y se quedó contemplando el lago.

—En realidad nunca renuncié a ti —dijo—. Aunque no lo parezca. Siempre albergué esperanzas… Hermione me aconsejó que me olvidara de ti, que saliera con otros chicos, que me relajara un poco cuando tú estuvieras delante, porque antes me quedaba muda en cuanto aparecías, ¿te acuerdas? Y ella creía que quizá te fijarías más en mí si yo me distanciaba un poco.

—Es que es muy lista —repuso Harry, y sonrió—. ¡Ojalá te hubiera pedido antes que salieras conmigo! Habríamos podido pasar mucho tiempo juntos… meses… años quizá…

—Pero estabas demasiado ocupado salvando el mundo mágico —sentenció Ginny con una risita—. Bueno, la verdad es que no me sorprende. Ya sabía que al final ocurriría esto. Estaba convencida de que no estarías contento si no perseguías a Voldemort. Quizá por eso me gustas tanto.

Harry creyó que no podría mantenerse firme en su propósito si seguía sentado al lado de Ginny. Observó que Ron abrazaba a Hermione y le acariciaba el cabello mientras ella lloraba con la cabeza apoyada en su hombro, y que a Ron también le resbalaban las lágrimas por su larga nariz. Con aire compungido, Harry se puso en pie, les dio la espalda a Ginny y al sepulcro de Dumbledore y echó a andar por la orilla del lago. Se sentía mucho mejor caminando que sentado, y cuando empezara a buscar los
Horrocruxes
y matara a Voldemort, también se sentiría mejor que sólo pensando en ello…

—¡Harry!

Se dio la vuelta. Rufus Scrimgeour cojeaba hacia él por la orilla, apoyándose en su bastón.

—Confiaba en poder hablar un momento contigo… ¿Te importa si caminamos juntos?

—No —respondió Harry con indiferencia, y se puso en marcha.

—Qué tragedia —dijo el ministro en voz baja—, no te imaginas cómo me afectó la noticia. Dumbledore era un gran mago. Teníamos nuestras diferencias, como bien sabes, pero nadie conoce mejor que yo…

—¿Qué quiere? —preguntó Harry con voz cansina.

A Scrimgeour no le gustó su tono, pero, como había hecho en otra ocasión, se controló y adoptó un gesto de tristeza y comprensión.

—Comprendo que estés destrozado —aseguró—. Sé que querías mucho a Dumbledore. Hasta es posible que hayas sido su alumno favorito. El lazo que os unía…

—¿Qué quiere? —repitió Harry, y esta vez se detuvo.

Scrimgeour también se detuvo, se apoyó en su bastón y miró fijamente a Harry con expresión perspicaz.

—Dicen que fuiste con él cuando se marchó del colegio la noche que lo mataron.

—¿Quién dice eso?

—Alguien le hizo un encantamiento aturdidor a un
mortífago
en lo alto de la torre cuando Dumbledore ya había muerto. Y allí arriba también había dos escobas. En el ministerio sabemos sumar, Harry.

—Me alegro. Pero mire, adónde fui con él y qué hicimos allí es asunto mío. El no quería que lo supiera nadie.

—Haces gala de una lealtad admirable, desde luego —comentó Scrimgeour, que hacía visibles esfuerzos por contener su irritación—, pero Dumbledore ha muerto, Harry. Muerto.

—Dumbledore sólo abandonará el colegio cuando no quede aquí nadie que le sea fiel —dijo Harry sonriendo a su pesar.

—Mira, muchacho, ni siquiera él puede volver de…

—Yo no digo que pueda regresar. Usted no lo entendería. Pero no tengo nada que explicarle.

Scrimgeour vaciló un momento y, con un tono que pretendía ser delicado, dijo:

—El ministerio puede brindarte toda clase de protección, ya lo sabes, Harry. Para mí sería un placer poner a un par de mis
aurores
a tu servicio…

Harry rió.

—Voldemort quiere matarme él en persona y los
aurores
no van a impedírselo. Así que gracias por el ofrecimiento, pero no, gracias.

—Entonces —continuó Scrimgeour con tono más frío—, lo que te pedí en Navidad…

—¿Qué me pidió? ¡Ah, sí! Que le contara a todo el mundo el espléndido trabajo que están haciendo a cambio de…

—¡A cambio de levantarle la moral a la gente! —le espetó Scrimgeour.

Harry lo miró un momento y preguntó:

—¿Ha soltado ya a Stan Shunpike?

El rostro del ministro se congestionó y el muchacho se acordó de su tío Vernon.

—Ya veo que sigues…

—Fiel a Dumbledore, cueste lo que cueste —sentenció Harry—. Pues sí.

Scrimgeour le lanzó una mirada penetrante; luego giró sobre los talones y se marchó cojeando sin decir nada más. Harry comprobó que Percy y el resto de la delegación del ministerio lo esperaban. Lanzaban nerviosas ojeadas al sollozante Hagrid y a Grawp, que todavía no se habían levantado de sus asientos. Ron y Hermione corrían hacia Harry y se cruzaron con Scrimgeour. Harry se dio la vuelta y siguió andando despacio, dándoles tiempo para que lo alcanzaran. Los tres se reunieron por fin bajo la sombra de un haya donde se habían sentado a veces en tiempos más felices.

—¿Qué quería Scrimgeour? —susurró Hermione.

—Lo mismo que quería en Navidad —contestó Harry con desgana—. Pretendía que le pasara información confidencial sobre Dumbledore y que prestara mi cara y mi nombre para hacer propaganda del ministerio.

Ron pareció debatir un momento consigo mismo y luego le dijo a Hermione:

—¡Déjame volver y pegarle un puñetazo a Percy!

—No —repuso él con firmeza al tiempo que lo agarraba por el brazo.

—¡Me quedaré muy descansado!

Harry rompió a reír. Hasta Hermione sonrió un poco, aunque la sonrisa se le borró de los labios cuando miró hacia el castillo.

—No soporto pensar que quizá no volvamos a Hogwarts —dijo con un hilo de voz—. ¿Cómo pueden cerrar el colegio?

—A lo mejor no lo hacen —especuló Ron—. Aquí no corremos más peligro que en nuestras casas, ¿no? Ahora no estamos seguros en ningún sitio. Incluso diría que en Hogwarts estamos más protegidos, porque en ningún otro sitio hay tantos magos para defenderlo. ¿Tú qué opinas, Harry?

—Yo no pienso volver aunque el colegio siga abierto.

Ron se quedó mirándolo boquiabierto, pero Hermione dijo con voz triste:

—Ya me imaginaba que dirías eso. Pero entonces ¿qué harás?

—Volveré una vez más a casa de los Dursley porque Dumbledore así lo deseaba. Pero será una breve visita y después me iré para siempre.

—¿Y adónde irás si no piensas volver al colegio?

—He pensado que podría regresar al valle de Godric —murmuró Harry. Tenía esa idea en la cabeza desde la noche que murió Dumbledore—. Para mí, todo empezó allí. Tengo la sensación de que necesito ir a ese lugar. Así podré visitar la tumba de mis padres.

—Y luego ¿qué? —preguntó Ron.

—Luego tendré que buscar los otros
Horrocruxes
, ¿no? —contestó el muchacho mientras contemplaba el blanco sepulcro del director, que se reflejaba en el agua, al otro lado del lago—. Eso es lo que Dumbledore quería que hiciera, por eso me lo contó todo sobre ellos. Si él tenía razón, y estoy seguro de que así es, todavía quedan cuatro. Debo encontrarlos y destruirlos, y luego he de ir en busca de la séptima parte del alma de Voldemort, la parte que todavía está en su cuerpo, y matarlo. Y si por el camino me encuentro con Severus Snape —añadió—, mejor para mí y peor para él.

Hubo un largo silencio. La muchedumbre casi se había dispersado ya, mientras que los rezagados rehuían la monumental figura de Grawp, que seguía abrazando a Hagrid, cuyos aullidos de dolor todavía resonaban sobre las aguas del lago.

—Nos encontraremos allí, Harry —dijo Ron.

—¿Dónde?

—En casa de tus tíos. Y luego iremos contigo allá donde tú vayas.

—Ni hablar —replicó Harry; no había previsto eso, creía que sus amigos entenderían que quería hacer solo aquel peligrosísimo viaje.

—Una vez nos dijiste —intervino Hermione— que teníamos tiempo para echarnos atrás. Y ya lo ves, no lo hemos hecho.

—Estaremos a tu lado pase lo que pase —afirmó Ron—. Pero, ¡eh!, antes que nada, incluso antes de ir al valle de Godric, tendrás que pasar por casa de mis padres.

—¿Por qué?

—La boda de Bill y Fleur, ¿recuerdas?

Harry lo miró con asombro; la idea de que todavía pudiera existir algo tan normal como una boda parecía tan increíble como maravillosa.

—Sí, eso no podemos perdérnoslo —dijo al fin.

Sin pensarlo, Harry cerró la mano con fuerza alrededor del
Horrocrux
falso, pero pese a todo, pese al oscuro y sinuoso camino que veía extenderse ante él, pese al encuentro final con Voldemort que tarde o temprano se produciría —¿quién sabía si pasaría un mes, o un año, o diez?—, se animó al pensar que todavía quedaba un espléndido día de paz y que podría disfrutarlo con Ron y Hermione.

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