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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (68 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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Volvió a resbalar en la siguiente esquina y una maldición pasó rozándolo. Se escondió detrás de una armadura que al punto explotó, pero igual alcanzó a ver a los dos hermanos
mortífagos
bajando a toda prisa por la escalinata de mármol. Les lanzó varios hechizos, pero sólo les dio a unas brujas con peluca de un retrato del rellano, que, chillando, corrieron a refugiarse en los cuadros cercanos. Harry saltó por encima de los restos de la armadura y oyó más gritos; al parecer se habían despertado otros habitantes del castillo…

Se metió a todo correr por un atajo, con la esperanza de adelantar a los hermanos y reducir la distancia que lo separaba de Snape y Malfoy, que ya debían de haber llegado a los jardines. Sin olvidarse de saltar el peldaño evanescente que había hacia la mitad de la escalera camuflada, se coló por el tapiz que había al pie y fue a parar a otro pasillo, donde encontró a algunos alumnos de Hufflepuff en pijama y con cara de desconcierto.

—¡Harry! Hemos oído ruidos y alguien ha dicho algo sobre la Marca Tenebrosa… —empezó Ernie Macmillan.

—¡Apartaos! —gritó Harry empujando a dos chicos mientras se dirigía como una flecha hacia el rellano y bajaba el resto de la escalinata de mármol.

Las puertas de roble de la entrada estaban abiertas y destrozadas y en las losas del suelo había manchas de sangre. Varios alumnos aterrados se apiñaban pegados a las paredes; un par de ellos todavía se tapaba la cara con los brazos. El gigantesco reloj de arena de Gryffindor había recibido una maldición y los rubíes que contenía se derramaban sobre el suelo con un fuerte tamborileo.

Harry cruzó el vestíbulo a toda velocidad, salió a los oscuros jardines y distinguió tres figuras que atravesaban la extensión de césped en dirección a las verjas, detrás de las cuales podrían desaparecerse. Le pareció distinguir al
mortífago
rubio y corpulento y, un poco más adelante, a Snape y Malfoy.

El frío aire nocturno le asaeteó los pulmones, pero siguió tras ellos todo lo deprisa que pudo. A lo lejos vio un destello de luz que dibujó brevemente la silueta de Snape; no supo de dónde provenía aquella luz pero continuó corriendo, pues todavía no estaba lo bastante cerca para lanzar una maldición.

Otro destello, gritos, rayos luminosos que contraatacaban, y entonces lo comprendió: Hagrid había salido de su cabaña e intentaba detener a los
mortífagos
que huían. Pese a que cada vez que respiraba los pulmones parecían a punto de estallarle y a que notaba una fuerte punzada en el pecho, Harry aceleró mientras una vocecilla interna le repetía: «A Hagrid no… A Hagrid no…»

Recibió un impacto en la parte baja de la espalda y cayó de bruces contra el suelo, sangrando profusamente por la nariz. Se dio la vuelta, preparó la varita y se dio cuenta, aun antes de verlos, de que los dos hermanos a los que había adelantado por el atajo estaban alcanzándolo.


¡Impedimenta!
—gritó, y rodó pegado al suelo.

Milagrosamente su embrujo le dio a un
mortífago
, que se tambaleó y cayó haciendo tropezar al otro. Harry se puso en pie de un brinco y echó a correr de nuevo tras Snape.

Entonces vio la enorme silueta de Hagrid, iluminada por la luna creciente que de pronto asomó por detrás de una nube. El
mortífago
rubio le lanzaba una maldición tras otra al guardabosques, pero su inmensa fuerza y la curtida piel heredada de su madre giganta parecían protegerlo; sin embargo, Snape y Malfoy seguían alejándose: pronto traspondrían las verjas y podrían desaparecerse.

Harry pasó a toda velocidad por delante de Hagrid y su oponente, apuntó a la espalda de Snape y gritó:


¡Desmaius!

Pero no acertó: el rayo de luz roja pasó rozando la cabeza de Snape, que gritó «¡Corre, Draco!» y se dio la vuelta. Harry y el profesor, separados por unos veinte metros, se miraron y levantaron las varitas a un tiempo.


¡Cruc…!

Pero Snape rechazó la maldición y lanzó a Harry de espaldas antes de que éste hubiera pronunciado el conjuro. El muchacho volvió a levantarse rápidamente mientras el enorme
mortífago
que tenía detrás gritaba: «
¡Incendio!
»; A continuación se oyó una explosión y una trémula luz anaranjada lo iluminó todo. ¡La cabaña de Hagrid estaba en llamas!

—¡
Fang
está ahí dentro, asqueroso…! —bramó Hagrid.


¡Cruc…!
—gritó Harry por segunda vez apuntando a la figura que tenía delante, iluminada por las parpadeantes llamas, pero Snape volvió a interceptar el hechizo y lo miró con desdén.

—¿Pretendes echarme una maldición imperdonable, Potter? —gritó elevando la voz por encima del fragor de las llamas, los gritos de Hagrid y los desesperados ladridos de
Fang
, atrapado en la cabaña—. No tienes ni el valor ni la habilidad…


¡Incárc…!
—rugió Harry, pero Snape desvió el hechizo con una sacudida casi perezosa del brazo—. ¡Defiéndase! —le gritó Harry—. ¡Defiéndase, cobarde de…!

—¿Me has llamado cobarde, Potter? —chilló Snape—. Tu padre nunca me atacaba si no eran cuatro contra uno. ¿Cómo lo llamarías a él?


¡Desm…!

—¡Interceptado otra vez, y otra, y otra, hasta que aprendas a tener la boca cerrada y la mente abierta, Potter! —exclamó Snape con sorna, y volvió a desviar la maldición—. ¡Vamos! —le gritó al enorme
mortífago
que estaba a espaldas de Harry—. Hay que salir de aquí antes de que lleguen los del ministerio…


¡Impedi…!

Pero antes de que Harry pudiera terminar el embrujo sintió un dolor atroz que lo hizo caer de rodillas en la hierba. Oyó gritos y creyó que aquel dolor lo mataría. Snape iba a torturarlo hasta la muerte o la locura…

—¡No! —bramó Snape, y el dolor desapareció con la misma rapidez con que había empezado; Harry se quedó hecho un ovillo sobre la hierba, aferrando la varita y jadeando, mientras Snape tronaba—: ¿Has olvidado las órdenes que te dieron? ¡Potter es del Señor Tenebroso! ¡Tenemos que dejarlo! ¡Vete! ¡Largo de aquí!

Y Harry notó que el suelo se estremecía bajo su mejilla mientras los dos hermanos y el otro
mortífago
, más corpulento, obedecían y corrían hacia las verjas. El muchacho lanzó un inarticulado grito de rabia —en ese instante no le importaba morir—, se puso en pie una vez más, y, tambaleándose y a ciegas, se dirigió hacia Snape, al que odiaba tanto como al propio Voldemort.


¡Sectum…!

Snape agitó la varita y volvió a repeler la maldición, pero Harry estaba a escasos metros de él y por fin pudo ver con claridad el rostro del profesor: ya no sonreía con desdén ni se burlaba de él, sino que las abrasadoras llamas mostraban unas facciones encolerizadas. Harry intentó concentrarse al máximo y pensó: «
¡Levi…!
»

—¡No, Potter! —gritó Snape.

Se oyó un fuerte estruendo y Harry salió despedido de nuevo hacia atrás; volvió a desplomarse y esta vez se le cayó la varita de la mano. Oía gritar a Hagrid y aullar a
Fang
y veía cómo Snape se le acercaba y lo contemplaba tumbado en el suelo, sin varita, indefenso, igual que unos momentos antes había estado Dumbledore. En el pálido semblante de Snape, iluminado por la cabaña en llamas, se reflejaba el odio de la misma forma que antes de echarle la maldición al anciano profesor.

—¿Cómo te atreves a utilizar mis propios hechizos contra mí, Potter? ¡Yo los inventé! ¡Yo soy el Príncipe Mestizo! Y tú pretendes atacarme con mis inventos, como tu asqueroso padre, ¿eh? ¡No lo permitiré! ¡No!

Harry se lanzó para recuperar la varita, pero Snape le arrojó un maleficio y la varita salió volando y se perdió en la oscuridad.

—Pues máteme —dijo Harry resoplando; no sentía miedo, sólo rabia y desprecio—. Máteme como lo mató a él, cobarde de…

—¡¡No me llames cobarde!! —bramó Snape, y su cara adoptó una expresión enloquecida, inhumana, como si estuviera sufriendo tanto como el perro que ladraba y aullaba sin cesar en la cabaña incendiada.

A continuación describió un amplio movimiento con el brazo, como si acuchillara el aire. Harry notó un fuerte latigazo en el rostro y una vez más cayó de espaldas y se golpeó contra el suelo. Unos puntos luminosos aparecieron ante sus ojos y por un instante se quedó sin respiración. Entonces oyó un aleteo por encima de él y un cuerpo enorme tapó las estrellas:
Buckbeak
volaba hacia Snape, que retrocedió trastabillando cuando el
hipogrifo
lo golpeó con sus afiladísimas garras. Harry se sentó en el suelo. La cabeza todavía le daba vueltas a causa del golpe que se había dado al caer, pero distinguió a Snape corriendo tan aprisa como podía y a la enorme bestia agitando las alas tras él y chillando como jamás lo había oído chillar…

Se levantó con dificultad y miró alrededor en busca de su varita, aturdido pero decidido a reemprender la persecución. Sin embargo, mientras palpaba a tientas entre la hierba comprendió que era demasiado tarde, y en efecto lo era, pues cuando por fin hubo localizado su varita a unos metros de distancia, el
hipogrifo
ya describía círculos sobre las verjas, lo que significaba que Snape había logrado desaparecerse fuera de los límites del colegio.

—Hagrid —masculló Harry mirando en torno, todavía ofuscado—. ¡Hagrid!

Fue dando tumbos hacia la cabaña en el mismo instante en que una enorme figura salía del fuego con
Fang
sobre los hombros. El muchacho soltó un grito de gratitud y cayó de rodillas; temblaba de la cabeza a los pies, le dolía todo el cuerpo y respiraba con dificultad.

—¿Estás bien, Harry? ¿Estás bien? Di algo, Harry…

La peluda cara del guardabosques oscilaba sobre la del chico y tapaba las estrellas. Harry olió a madera y a pelo de perro chamuscados; estiró un brazo y se tranquilizó al tocar el tibio cuerpo de
Fang
, que temblaba a su lado.

—Estoy bien —dijo entrecortadamente—. ¿Y tú?

—Claro que estoy bien… Soy duro de pelar.

Hagrid cogió a Harry por debajo de los brazos y lo levantó con tanto ímpetu que lo dejó un momento suspendido en el aire antes de bajarlo al suelo. El muchacho percibió que por la mejilla del guardabosques resbalaba sangre; el guardabosques tenía un profundo corte debajo de un ojo, que se le estaba hinchando por momentos.

—Tenemos que apagar el fuego —dijo Harry—. Usa el encantamiento
Aguamenti

—Ya sabía yo que era algo así —murmuró Hagrid, y levantó un humeante paraguas rosa con estampado de flores—.
¡Aguamenti!
—exclamó.

Del extremo del paraguas salió un chorro de agua. Harry levantó su varita, que le pesó como el plomo, y lo imitó: «
¡Aguamenti!
» Y ambos lanzaron agua sobre la cabaña hasta extinguir por completo las llamas.

—No es tan grave —comentó con optimismo Hagrid unos minutos más tarde, mientras contemplaba las humeantes ruinas de la cabaña—. Nada que Dumbledore no pueda arreglar.

Al oír ese nombre, Harry sintió una punzada en el estómago. En medio del silencio y la quietud, el horror surgió en su interior.

—Hagrid…

—Les estaba vendando las patas a unos
bowtruckles
cuando los oí llegar —explicó el guardabosques, que seguía contemplando los restos de su casa, apesadumbrado—. Pobrecitos, se habrán quemado las ramitas…

—Hagrid…

—¿Qué ha pasado, Harry? He visto a unos
mortífagos
que salían corriendo del castillo, pero ¿qué demonios hacía Snape con ellos? ¿Adónde ha ido? ¿Los estaba persiguiendo?

—Snape… —Carraspeó; tenía la garganta seca a causa del pánico y el humo—. Hagrid, Snape ha matado a…

—¿Que ha matado? —se extrañó el guardabosques mirando fijamente a Harry—. ¿Que Snape ha matado? ¿Qué estás diciendo?

—…a Dumbledore —concluyó Harry—. Snape… ha matado… a Dumbledore.

Hagrid se quedó atónito, con una expresión de absoluto desconcierto.

—¿Qué dices, Harry? ¿Que Dumbledore qué?

—Está muerto. Snape lo ha matado.

—No digas eso —repuso Hagrid con brusquedad—. ¿Cómo quieres que Snape haya matado a Dumbledore? No seas estúpido, Harry. ¿Por qué dices eso?

—Lo he visto con mis propios ojos.

—Es imposible.

—Lo he visto, Hagrid.

El guardabosques sacudió la cabeza y lo miró con una mezcla de incredulidad y compasión; al parecer, creía que Harry había recibido un golpe en la cabeza, o estaba aturdido, o sufría las secuelas de algún embrujo…

—Dumbledore debe de haberle ordenado a Snape que se vaya con los
mortífagos
—dijo—. Supongo que tiene que conservar su tapadera. Mira, volvamos al colegio. Vamos, Harry…

El muchacho no intentó discutir ni darle explicaciones. Todavía no podía controlar los temblores. Al fin y al cabo, Hagrid no tardaría en descubrir la verdad. Mientras dirigían sus pasos hacia el castillo, Harry observó que se habían iluminado muchas ventanas y no le costó imaginar las escenas que estarían desarrollándose dentro del edificio: la gente yendo y viniendo de una habitación a otra, contándose unos a otros que habían entrado
mortífagos
en el colegio, que la Marca brillaba sobre Hogwarts, que debían de haber matado a alguien…

Las puertas de roble de la entrada estaban abiertas y la luz del interior iluminaba el sendero y la extensión de césped. Poco a poco, con vacilación, empezaron a salir profesores y alumnos en pijama; bajaron los escalones y miraron alrededor, nerviosos, en busca de alguna señal de los
mortífagos
que habían huido en plena noche. Sin embargo, los ojos de Harry estaban fijos en el pie de la torre más alta. Le pareció distinguir un bulto negro acurrucado sobre la hierba, aunque en realidad estaba demasiado lejos para ver nada. Pero mientras contemplaba el sitio donde calculaba que debía yacer el cadáver de Dumbledore, reparó en que la gente empezaba a dirigirse hacia allí.

—¿Qué miran? —preguntó Hagrid mientras se acercaban a la fachada principal con
Fang
pegado a sus talones—. ¿Qué es eso que hay en la hierba? —añadió de repente, y viró hacia el pie de la torre de Astronomía, donde se estaba formando un pequeño corro—. ¿Lo ves, Harry? Allí, al pie de la torre. Debajo de la Marca… Cáspita, espero que no se haya caído nadie.

Hagrid guardó silencio, porque acababa de pensar algo demasiado espantoso para expresarlo en voz alta. Harry avanzaba junto a él. Notaba diversas contusiones en la cara y las piernas, producto de los maleficios que había recibido en la última media hora, aunque percibía el dolor de un modo extraño, con cierta indiferencia, como si no lo padeciera él sino alguien que estuviera junto a él. Lo que sí era real e ineludible era la espantosa presión que notaba en el pecho…

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