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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (71 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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—No puedo contárselo, profesora —respondió Harry. Como suponía que se lo preguntaría, tenía la respuesta preparada. Dumbledore le había pedido en ese mismo despacho que no le revelara el contenido de sus clases particulares a nadie, salvo a Ron y Hermione.

—Podría ser importante, Harry —insistió ella.

—Lo es —convino el muchacho—. Es muy importante, pero él me pidió que no se lo contara a nadie.

La profesora lo fulminó con la mirada.

—Potter —a Harry no se le escapó que volvía a llamarlo por su apellido—, en vista de la muerte del profesor Dumbledore, creo que te darás cuenta de que la situación ha cambiado un poco…

—A mí me parece que no —replicó Harry, y se encogió de hombros—. El profesor Dumbledore no me dijo que dejara de obedecer sus órdenes si él moría.

—Pero…

—Aunque hay una cosa que usted sí debería saber antes de que lleguen los del ministerio: la señora Rosmerta está bajo la maldición
imperius
. Ella ayudaba a Malfoy y los
mortífagos
; así fue como el collar y el hidromiel envenenado…

—¿Rosmerta? —se extrañó McGonagall, incrédula, pero, antes de que pudiera continuar, llamaron a la puerta y los profesores Sprout, Flitwick y Slughorn entraron en el despacho, seguidos de Hagrid, que todavía lloraba a lágrima viva y temblaba de aflicción.

—¡Snape! —exclamó Slughorn, que parecía el más afectado, pálido y sudoroso—. ¡Snape! ¡Fue alumno mío! ¡Y yo que creía conocerlo!

En ese momento un mago de cutis cetrino y flequillo corto y negro que acababa de llegar a su lienzo, hasta entonces vacío, habló desde lo alto de la pared con voz aguda:

—Minerva, el ministro llegará dentro de unos segundos, acaba de desaparecerse del ministerio.

—Gracias, Everard —respondió McGonagall, y se volvió con rapidez hacia los profesores—. Quiero hablar con vosotros del futuro de Hogwarts antes de que él llegue aquí —dijo—. Personalmente, no estoy segura de que el colegio deba abrir sus puertas el curso próximo. La muerte del director a manos de uno de nuestros colegas es una deshonra para Hogwarts. Es algo horroroso.

—Yo estoy convencida de que Dumbledore habría deseado que el colegio siguiera abierto —opinó la profesora Sprout—. Creo que mientras un solo alumno quiera venir, Hogwarts debe permanecer disponible para él.

—Pero ¿tendremos algún alumno después de lo ocurrido? —se preguntó Slughorn mientras se secaba el sudor de la frente con un pañuelo de seda—. Los padres preferirán que sus hijos se queden en casa, y no me extraña. En mi opinión, no creo que corramos más peligro en Hogwarts que en cualquier otro sitio, pero es lógico que las madres no piensen lo mismo, y, como es natural, querrán que las familias se mantengan unidas.

—Estoy de acuerdo —concedió la profesora McGonagall—. Pero, de cualquier modo, no es cierto que Dumbledore nunca concibiera una situación por la que Hogwarts tuviera que cerrar, pues se lo planteó cuando volvió a abrirse la Cámara de los Secretos. Y, a mi entender, su asesinato es más inquietante que la posibilidad de que el monstruo de Slytherin viviera escondido en las entrañas del castillo.

—Hay que consultar a los miembros del consejo escolar —apuntó el profesor Flitwick con su aguda vocecilla; tenía un gran cardenal en la frente, pero por lo demás parecía haber salido ileso de su desmayo en el despacho de Snape—. Debemos seguir el procedimiento establecido. No hay que tomar decisiones precipitadas.

—Tú todavía no has dicho nada, Hagrid —dijo McGonagall—. ¿Qué opinas? ¿Debería continuar Hogwarts abierto?

El guardabosques, que había estado llorando en silencio y tapándose la cara con su gran pañuelo de lunares, alzó sus enrojecidos e hinchados ojos y dijo con voz ronca:

—No lo sé, profesora… Eso tienen que decidirlo usted y los jefes de las casas…

—El profesor Dumbledore siempre tuvo en cuenta tus opiniones —le recordó ella con amabilidad—, y yo también.

—Bueno, yo me quedo aquí —aseguró Hagrid mientras unas gruesas lágrimas volvían a resbalarle hacia la enmarañada barba—. Éste es mi hogar, vivo aquí desde que tenía trece años. Y si hay niños que quieren que les enseñe, lo haré. Pero… no sé… Hogwarts sin Dumbledore… —Tragó saliva y volvió a ocultarse detrás de su pañuelo.

Se quedaron en silencio.

—Muy bien —concluyó la profesora McGonagall mirando por la ventana para ver si llegaba el ministro—, entonces coincido con Filius en que lo más adecuado es consultar al consejo escolar, que será quien tome la decisión final.

»Y respecto a cómo enviar a los alumnos a sus casas… hay razones para hacerlo cuanto antes. Podríamos hacer venir el expreso de Hogwarts mañana mismo si fuera necesario…

—¿Y el funeral de Dumbledore? —preguntó Harry, que llevaba rato callado.

—Pues… —titubeó McGonagall, y añadió con voz levemente temblorosa—: Me consta que su deseo era reposar aquí, en Hogwarts…

—Entonces así se hará, ¿no? —saltó Harry.

—Si el ministerio lo considera apropiado —repuso ella—. A ningún otro director ni directora lo han…

—Ningún otro director ni directora hizo tanto por este colegio como él —gruñó Hagrid.

—Dumbledore debería descansar en Hogwarts —afirmó el profesor Flitwick.

—Sin duda alguna —coincidió la profesora Sprout.

—Y en ese caso —continuó Harry—, no deberían enviar a los estudiantes a sus casas antes del funeral. Todos querrán decirle…

La última palabra se le quedó atascada en la garganta, pero la profesora Sprout terminó la frase por él:

—… adiós.

—Bien dicho —dijo el profesor Flitwick con voz chillona—. ¡Muy bien dicho, sí, señor! Nuestros estudiantes deberían rendirle homenaje, es lo que corresponde. Podemos organizar el traslado a sus casas después de la ceremonia.

—Apoyo la propuesta —bramó la profesora Sprout.

—Supongo que… sí… —dudó Slughorn con voz nerviosa, mientras Hagrid soltaba un estrangulado sollozo de asentimiento.

—Ya viene —dijo de pronto la profesora McGonagall, que observaba los jardines—. El ministro… Y, por lo que parece, trae una delegación…

—¿Puedo marcharme? —preguntó Harry. No tenía ningunas ganas de ver a Rufus Scrimgeour esa noche, ni de ser interrogado por él.

—Sí, vete —repuso McGonagall—, y deprisa.

La profesora fue hacia la puerta y la mantuvo abierta para que saliera Harry, que bajó la escalera de caracol a toda prisa y echó a correr por el desierto pasillo; se había dejado la capa invisible en la torre de Astronomía, pero no le importaba; en los pasillos no había nadie que pudiera verlo, ni siquiera Filch, la
Señora Norris
ni Peeves. Tampoco se cruzó con nadie hasta que entró en el pasadizo que conducía a la sala común de Gryffindor.

—¿Es cierto? —susurró la Señora Gorda cuando Harry llegó ante el retrato—. ¿Es verdad que Dumbledore… ha muerto?

—Sí.

La Señora Gorda emitió un gemido y, sin esperar a que Harry pronunciara la contraseña, se apartó para dejarlo pasar.

Ya se imaginaba que la sala común estaría abarrotada de estudiantes y cuando entró por el hueco del retrato se produjo un silencio. Vio a Dean y Seamus sentados con otros compañeros; eso significaba que el dormitorio debía de estar vacío, o casi. Sin decir una palabra ni mirar a nadie, cruzó la sala y se metió por la puerta que conducía a los dormitorios de los chicos.

Tal como había supuesto, Ron lo estaba esperando, vestido y sentado en su cama. Harry se sentó en la suya y los dos se limitaron a mirarse a los ojos un instante.

—Están hablando de cerrar el colegio —apuntó Harry.

—Lupin ya dijo que seguramente lo harían. —Hubo una pausa—. ¿Y bien? —añadió Ron en voz muy baja, como si temiera que los muebles escucharan—. ¿Encontrasteis uno? ¿Encontrasteis un
Horrocrux
?

Harry negó con la cabeza. Todo lo que había sucedido alrededor del lago negro parecía una remota pesadilla. ¿De verdad había ocurrido, y tan sólo unas horas atrás?

—¿No lo encontrasteis? —preguntó Ron—. ¿No estaba allí?

—No. Alguien se lo llevó y dejó uno falso en su lugar.

—¿Se lo llevaron?

Harry sacó el guardapelo falso de su bolsillo, lo abrió y se lo tendió a Ron. El relato completo podía esperar; esa noche nada importaba salvo el final, el final de su inútil aventura, el final de la vida de Dumbledore…

—R.A.B. —susurró Ron—. Pero ¿quién era?

—No lo sé. —Harry se tumbó en la cama, completamente vestido, y se quedó mirando el techo. No sentía ninguna curiosidad por averiguar quién era R.A.B.; más bien dudaba que algún día volviera a sentir curiosidad por algo. Sin embargo, advirtió que los jardines estaban en silencio.
Fawkes
había dejado de cantar.

Y aunque no fuera capaz de explicar cómo, supo que el fénix se había ido, se había marchado de Hogwarts para siempre, igual que Dumbledore, que se había marchado del colegio, del mundo… y había abandonado a Harry.

30
El sepulcro blanco

Se suspendieron las clases y se aplazaron los exámenes. En los dos días siguientes, algunos padres se llevaron a sus hijos de Hogwarts; las gemelas Patil se marcharon la mañana después de la muerte de Dumbledore, antes del desayuno, y a Zacharias Smith fue a recogerlo su altanero padre. Seamus Finnigan, en cambio, se negó rotundamente a acompañar a su madre a casa; discutieron a gritos en el vestíbulo, y al final ella permitió que su hijo se quedara hasta después del funeral. Seamus les contó a Harry y Ron que a su madre le había costado mucho encontrar una cama libre en Hogsmeade porque no cesaban de llegar al pueblo magos y brujas que querían presentarle sus últimos respetos a Dumbledore.

Los estudiantes más jóvenes se emocionaron mucho cuando vieron por primera vez un carruaje azul pálido, del tamaño de una casa y tirado por una docena de enormes caballos alados de crin y cola blancas, que llegó volando a última hora de la tarde —el día antes del funeral— y aterrizó en el borde del Bosque Prohibido. Harry, desde una ventana, vio a una gigantesca y atractiva mujer de pelo negro y piel aceitunada que bajaba los escalones del carruaje y se lanzaba a los brazos del sollozante Hagrid.

Entretanto, iban acomodando en el castillo a una delegación de funcionarios del ministerio, entre ellos el ministro de Magia en persona. Harry evitaba con diligencia cualquier contacto con ellos, aunque estaba seguro de que, tarde o temprano, volverían a pedirle que relatara la última excursión de Dumbledore.

Harry, Ron, Hermione y Ginny siempre estaban juntos. Hacía un tiempo espléndido que parecía burlarse de ellos, y Harry se imaginaba cómo habrían sido las cosas si Dumbledore no hubiera muerto y si dispusieran de esos días a final de curso para estar juntos, una vez Ginny hubiera terminado sus exámenes y ya no sufrieran la presión de los deberes… Y, una y otra vez, retrasaba el momento de decir lo que debía decir, y de hacer lo que debía hacer, porque le costaba demasiado renunciar a su mayor fuente de consuelo.

Dos veces al día iban a la enfermería. A Neville ya le habían dado el alta, pero Bill seguía bajo los cuidados de la señora Pomfrey. Tenía unas cicatrices horribles; de hecho, se parecía mucho a
Ojoloco
Moody, aunque por fortuna conservaba tanto los ojos como las piernas; pero su carácter no había cambiado. La principal diferencia es que enseguida desarrolló una gran afición a los filetes de carne poco hechos.

«Es una
suegte
que se case conmigo —había dicho Fleur alegremente mientras le arreglaba las almohadas a Bill—,
pogque
los
bguitánicos
cocinan demasiado la
cagne
,
siempgue
lo he
afigmado

—Supongo que tendré que aceptar que es verdad que se va a casar con ella —suspiró Ginny esa noche. Los cuatro estaban sentados junto a la ventana abierta de la sala común de Gryffindor, contemplando los jardines en penumbra.

—No está tan mal —dijo Harry—. Aunque es muy fea —se apresuró a añadir al ver que Ginny arqueaba las cejas, y ella soltó una risita de resignación.

—En fin, si mi madre la soporta, yo también puedo hacerlo.

—¿Ha muerto alguien más que conozcamos? —preguntó Ron a Hermione, que leía detenidamente
El Profeta Vespertino
.

Hermione hizo una mueca ante la forzada dureza en el tono de Ron.

—No —contestó, y dobló el periódico—. Todavía están buscando a Snape, pero no hay ni rastro de él.

—Claro que no —intervino Harry, que se encendía siempre que salía ese tema—. No lo hallarán hasta que encuentren a Voldemort, y dado el poco éxito que han tenido hasta ahora…

—Voy a acostarme —anunció Ginny dando un bostezo—. No duermo muy bien desde que… bueno, estoy cansada y necesito dormir.

Besó a Harry (Ron miró adrede hacia otro lado), se despidió con la mano de los otros dos y se encaminó hacia los dormitorios de las chicas. En cuanto la puerta se hubo cerrado detrás de ella, Hermione se inclinó hacia delante con esa expresión suya tan característica.

—Harry, esta mañana he encontrado una cosa en la biblioteca…

—¿Tiene relación con R.A.B.? —preguntó él al tiempo que se enderezaba.

A diferencia de tantas otras veces, no se sentía emocionado, ni intrigado ni ansioso por llegar al fondo de un misterio; pero sabía que tenía que descubrir la verdad acerca del auténtico
Horrocrux
si pretendía seguir avanzando por el oscuro y sinuoso camino que se abría ante él, el camino que había emprendido con Dumbledore y que de ahora en adelante tendría que recorrer solo. Todavía podía haber hasta cuatro
Horrocruxes
escondidos en algún sitio, y si se le presentaba cualquier remota posibilidad de enfrentarse a Voldemort, suponía que debía encontrarlos y eliminarlos todos antes de acabar con él. Harry seguía recitando los nombres de tales objetos para sus adentros, como si de esa forma se acercara un poco a ellos: «El guardapelo, la copa, la serpiente, algo de Gryffindor o de Ravenclaw… El guardapelo, la copa, la serpiente, algo de Gryffindor o de Ravenclaw…»

Por la noche, mientras dormía, ese mantra debía de latirle en la mente, y en sus sueños siempre aparecían copas, guardapelos y misteriosos objetos que el muchacho no conseguía asir, aunque Dumbledore le ofrecía una escalerilla de cuerdas que se convertían en serpientes en cuanto empezaba a trepar por ellas…

La mañana después de la muerte de Dumbledore, le había enseñado a Hermione la nota encontrada dentro del guardapelo, y a pesar de que ella no había reconocido las iniciales ni las había relacionado con ningún mago, misterioso sobre el que hubiera leído, desde entonces fue a la biblioteca más a menudo de lo estrictamente necesario, considerando que ya no tenía que hacer deberes.

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