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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (53 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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Cuando ya no podían verlo desde el vestíbulo, sacó de su mochila el mapa del merodeador y la capa invisible. Se la echó por encima, dio unos golpecitos en el mapa con la varita y murmuró: «¡Juro solemnemente que mis intenciones no son buenas!» Luego lo examinó con detenimiento.

Como era domingo por la mañana, casi todos los estudiantes se hallaban en sus respectivas salas comunes: los de Gryffindor en una torre, los de Ravenclaw en otra, los de Slytherin en las mazmorras, y los de Hufflepuff en el sótano, cerca de las cocinas. Alguno que otro deambulaba por la biblioteca o los pasillos; unos pocos habían salido a los jardines. Gregory Goyle estaba solo en el pasillo del séptimo piso. No había ningún indicio de la Sala de los Menesteres, pero a Harry eso no le preocupaba: si Goyle estaba de guardia fuera, la sala debía de estar abierta, tanto si ese hecho se reflejaba en el mapa como si no. Así que subió la escalera a toda prisa y no aminoró hasta llegar a la esquina donde se iniciaba el pasillo. Una vez allí, empezó a andar con sigilo, muy despacio, hacia aquella niña; sostenía la misma balanza de bronce que Hermione le había reparado dos semanas atrás. Cuando estuvo justo detrás de ella, se inclinó y le susurró:

—Hola, encanto… Eres muy guapa, ¿sabes?

Goyle soltó un grito de espanto, lanzó la balanza a un lado y echó a correr a toda pastilla. Se perdió de vista antes de que el estrépito de la balanza se apagase. Riendo, Harry se volvió y observó la pared detrás de la cual Draco Malfoy debía de estar inmóvil, consciente de que fuera había alguien inoportuno y sin atreverse a salir. Eso le provocó una agradable sensación de poder que saboreó mientras intentaba recordar qué fórmula no había probado todavía.

Sin embargo, el optimismo no le duró mucho. Media hora más tarde había ensayado numerosas variaciones de su petición de ver qué estaba haciendo Malfoy, pero la pared seguía tan imperturbable como de costumbre. La frustración lo invadió: Malfoy quizá estaba a sólo unos palmos de él, y, sin embargo, a él le resultaba imposible averiguar qué tramaba allí dentro. Perdiendo la paciencia, avanzó hacia la pared y le dio una patada.

—¡Ay!

Se agarró el pie dolorido y saltó a la pata coja, y la capa invisible le resbaló de los hombros.

—¡Harry!

El muchacho se dio la vuelta sobre una pierna, tropezó y se cayó. Se quedó estupefacto al ver a Tonks, que caminaba hacia él como si se paseara todos los días por aquel pasillo.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Harry mientras se ponía en pie. ¿Por qué Tonks siempre tenía que encontrarlo tirado en el suelo?

—He venido a ver a Dumbledore —contestó la bruja.

El muchacho se fijó en que presentaba muy mal aspecto: estaba más delgada que antes y seguía teniendo el cabello descolorido, lacio y sin brillo.

—Su despacho no está aquí —aclaró—. Está en el otro lado del castillo, detrás de la gárgola…

—Ya lo sé. Pero no se encuentra allí. Por lo visto ha vuelto a marcharse.

—¿Ah, sí? —se extrañó Harry, y con cuidado apoyó el magullado pie en el suelo—. Oye, tú no sabrás adónde va, ¿verdad?

—No.

—¿Para qué quieres verlo?

—Para nada en particular —repuso Tonks tocándose, al parecer de manera inconsciente, la manga de la túnica—. Pensé que quizá él podría explicarme qué está pasando. He oído rumores… Ha habido heridos…

—Sí, lo sé. Sale en los periódicos. Y lo de ese niño que intentó matar a sus abue…

—Muchas veces
El Profeta
publica las noticias con retraso —lo interrumpió Tonks con expresión abstraída—. ¿No has recibido carta de ningún miembro de la Orden últimamente?

—No; nadie de la Orden me escribe desde que Sirius… —Vio que los ojos de Tonks se humedecían—. Lo siento —murmuró con torpeza—. Oye, yo… también lo añoro…

—¿Que? —dijo Tonks, como si ya no lo escuchase—. Bueno, ya nos veremos, Harry.

Se dio la vuelta con brusquedad y echó a andar por el pasillo, dejándolo plantado. Un minuto después, Harry se puso otra vez la capa invisible y volvió a intentar entrar en la Sala de los Menesteres, pero cada vez con menos convicción. Al final, una sensación de vacío en el estómago y el hecho de que Ron y Hermione pronto volverían para comer le hicieron abandonar su intento, y le dejó el pasillo libre a Malfoy, quien, con un poco de suerte, estaría demasiado asustado y no saldría hasta unas horas después.

Se reunió con sus amigos en el Gran Comedor; ellos ya iban por el segundo plato.

—¡Lo he conseguido! —se apresuró a contarle Ron apenas lo vio—. Bueno, más o menos. Tenía que aparecerme fuera del salón de té de Madame Pudipié, y como me desvié un poco, acabé cerca de La Casa de las Plumas, ¡pero al menos me desplacé!

—Qué bien —comentó Harry—. ¿Y a ti, Hermione, cómo te ha ido?

—¡Uy, ella lo ha hecho a la perfección, claro! —se adelantó Ron—. Con perfecta discusión, difusión y desesperación, o como se diga. Después de la clase fuimos todos a tomar algo a Las Tres Escobas, y tendrías que haber oído cómo hablaba Twycross de ella. Sólo faltó que le propusiera matrimonio…

—¿Y tú? —lo interrumpió Hermione—. ¿Has estado toda la mañana en el pasillo de la Sala de los Menesteres?

—Sí. ¿Y a que no sabéis a quién me he encontrado allí? ¡A Tonks!

—¿Tonks? —se extrañaron Ron y Hermione.

—Sí, me dijo que venía a ver a Dumbledore…

—Pues yo creo que no está bien de los nervios —dijo Ron cuando Harry hubo terminado de explicar su encuentro con la bruja—. Supongo que lo ocurrido en el ministerio la ha afectado.

—Me parece un poco raro —opinó Hermione, que parecía preocupada, aunque no dijo por qué—. Si se supone que ha de vigilar el colegio, ¿por qué de repente abandona su puesto para ir a ver a Dumbledore cuando él ni siquiera está en el castillo?

—Tal vez… —apuntó Harry, vacilante. Le incomodaba expresarse en voz alta en presencia de Hermione, porque ella estaba más acostumbrada y lo hacía mucho mejor que él—. ¿Y si…? ¿Y si se había enamorado… de Sirius?

—¿De dónde has sacado eso? —le preguntó Hermione.

—No sé… cuando mencioné el nombre de mi padrino se puso a lagrimear… Y ahora su
patronus
es un animal enorme de cuatro patas. Pensé que quizá su
patronus
había adoptado la forma… de Sirius.

—Tienes razón, podría ser —concedió Hermione—. Pero sigo sin entender por qué entró de sopetón en el castillo para ver a Dumbledore. Si es que de verdad estaba allí por ese motivo…

—Es lo que he dicho —intervino Ron mientras engullía puré de patatas—. No está bien de los nervios. Está un poco trastornada. ¡Mujeres! —añadió mirando a Harry con gesto de complicidad—. Se disgustan por cualquier cosa.

—Y sin embargo —repuso Hermione saliendo de su ensimismamiento—, dudo que encuentres a una mujer que se pase media hora enfurruñada porque la señora Rosmerta no se ha reído de su chiste sobre la bruja, el sanador y la
Mimbulus mimbletonia
.

Ron la miró con ceño.

22
Después del entierro

Por encima de las torrecillas del castillo empezaban a verse fragmentos de un cielo azul intenso, pero esos indicios de la proximidad del verano no le levantaron el ánimo a Harry. Se sentía fracasado tanto en sus intentos de averiguar qué tramaba Malfoy como en sus esfuerzos por trabar una conversación con Slughorn que, de alguna manera, diera pie a que el profesor le revelara ese recuerdo que al parecer había ocultado durante décadas.

—Te lo digo por última vez: olvídate de Malfoy —insistió Hermione con severidad.

Los tres amigos estaban sentados en un rincón soleado del patio, después de comer. Hermione y Ron leían juntos un folleto del Ministerio de Magia:
Errores comunes de Aparición y cómo evitarlos
, porque esa misma tarde iban a examinarse, pero en general los folletos no conseguían calmarles los nervios. Ron dio un respingo e intentó ocultarse detrás de Hermione al ver que se acercaba una chica.

—No es Lavender —dijo Hermione con fastidio.

—¡Uf, menos mal! —resopló él, y se relajó.

—¿Harry Potter? —preguntó la chica—. Me han pedido que te entregue esto.

—Gracias…

Harry se puso nervioso al coger el pequeño rollo de pergamino.

En cuanto la muchacha se hubo alejado, susurró:

—¡Dumbledore me advirtió que no habría más clases particulares hasta que hubiera conseguido el recuerdo!

—A lo mejor sólo quiere saber si has hecho progresos —observó Hermione mientras él desenrollaba el pergamino.

Pero en lugar de encontrar la pulcra y estilizada caligrafía de Dumbledore, vio una letra de trazos grandes y desgarbados, muy difícil de descifrar debido a las manchas de tinta que emborronaban el pergamino.

Queridos Harry, Ron y Hermione
:

Aragog
murió anoche. Harry y Ron, vosotros lo conocisteis y sabéis que era extraordinario. Hermione, sé que te habría caído bien. Me gustaría mucho que esta noche asistieseis al entierro. He pensado oficiarlo hacia el anochecer porque ésa era su hora preferida del día. Como sé que no os dejan salir del castillo a esas horas, tendréis que utilizar la capa. No debería pedíroslo, pero no tengo ánimos para hacerlo solo.

Hagrid

—Mirad esto —dijo Harry, y le pasó la nota a Hermione.

—Qué barbaridad —comentó ella tras leerla rápidamente; se la tendió a Ron, quien la leyó con cara de incredulidad.

—¡Está como una cabra! —exclamó—. ¡Ese bicho animó a sus congéneres a devorarnos a Harry y a mí! ¡Les dio permiso para que se nos zamparan! ¡Y ahora Hagrid pretende que bajemos allí esta noche para llorar sobre su repugnante y peludo cadáver!

—No es sólo eso —añadió Hermione—. Nos está pidiendo que salgamos del castillo por la noche, y sabe que han endurecido las medidas de seguridad y que si nos pillan se nos caerá el pelo.

—Pero no sería la primera vez que vamos a ver a Hagrid por la noche —alegó Harry.

—Ya, pero nunca por una cosa así. Nos hemos arriesgado mucho para ayudarlo, pero… en fin,
Aragog
ha muerto. Si se tratara de salvarlo…

—Si se tratara de salvarlo, te aseguro que yo no iría —dijo Ron—. Tú no lo conociste, Hermione. Créeme, lo mejor que podía hacer ese monstruo era morirse.

Harry cogió la nota y se quedó mirando las manchas de tinta. Era evidente que unas gruesas lágrimas habían caído encima del pergamino.

—No estarás pensando en ir, ¿verdad, Harry? —dijo Hermione—. No vale la pena que nos castiguen por una cosa así.

—Sí, ya lo sé —dijo él soltando un suspiro—. Supongo que Hagrid tendrá que enterrar a
Aragog
sin nosotros.

—Eso es —coincidió Hermione con alivio—. Mira, esta tarde la clase de Pociones estará casi vacía porque muchos iremos a examinarnos. ¡Es tu oportunidad para convencer a Slughorn!

—Sí, a la cincuenta y siete va la vencida, ¿no? ¿Por qué iba a tener suerte esta vez?

—¿Suerte? —dijo de pronto Ron—. ¡Ya lo tengo, Harry! ¡Suerte!

—¿Qué quieres decir?

—¡Utiliza tu poción de la suerte!

—¡Ostras, Ron! —se asombró Hermione—. ¡Claro! ¿Cómo no se me ha ocurrido?

—¿El
Felix Felicis
? —dudó Harry mientras miraba a sus amigos—. No sé… Pensaba guardármelo para…

—¿Para qué? —preguntó Ron.

—¿Qué hay más importante que ese recuerdo, Harry? —preguntó Hermione.

El no contestó. Desde hacía algún tiempo, la imagen de aquella botellita dorada se paseaba por los límites de su conciencia, de tal modo que vagos e imprecisos planes en los que aparecían Ginny, que cortaba con Dean, y Ron, que se alegraba de que su hermana tuviese otro novio, proliferaban por su mente, aunque sólo los admitía en sueños o en ese mundo nebuloso de la duermevela.

—¡Harry! ¿En qué piensas? —preguntó Hermione.

—¿Qué? ¡Ah, sí! Bueno, vale. Si no consigo hacer hablar a Slughorn esta tarde, tomaré un poco de
Felix
y volveré a intentarlo por la noche.

—Muy bien. Entonces no se hable más. —Hermione se puso en pie e hizo una ágil pirueta—. Destino… decisión… desenvoltura…

—Basta, por favor —suplicó Ron—. Estoy harto de… ¡Rápido, tapadme!

—¡No es Lavender! —dijo Hermione con impaciencia. Otras dos niñas habían aparecido en el patio y Ron se había escondido detrás de su amiga.

—¡Qué susto! —dijo él asomando la cabeza por encima del hombro de su amiga—. Ostras, no parecen muy contentas, ¿no?

—Son las hermanas Montgomery, y claro que no están contentas. ¿No te has enterado de lo que le pasó a su hermano pequeño? —dijo Hermione.

—Ya no llevo la cuenta de lo que les pasa a los familiares de la gente —repuso él.

—A su hermano lo atacó un hombre lobo. Dicen que su madre se negó a ayudar a los
mortífagos
. El niño sólo tenía cinco años y murió en San Mungo. No pudieron hacer nada para salvarlo.

—¿Murió? —repitió Harry con asombro—. Pero si los hombres lobo no matan, sólo te convierten en uno de ellos.

—A veces sí matan —dijo Ron con repentina seriedad—. Me han dicho que en alguna ocasión se les va la mano.

—¿Cómo se llama el hombre lobo que lo atacó? —preguntó Harry.

—Dicen que fue ese Fenrir Greyback —contestó Hermione.

—Lo sabía. Es ese maníaco que ataca a los niños. Lupin me habló de él —dijo Harry con rabia.

Ella lo miró con gesto de leve súplica.

—Tienes que conseguir ese recuerdo como sea, Harry —insistió por enésima vez—. Hay que pararle los pies a Voldemort. Todas estas cosas horribles que están pasando tienen que ver con él…

El timbre sonó en el castillo, y Hermione y Ron se incorporaron de un brinco con cara de susto.

—Ánimo, lo haréis muy bien —les dijo Harry cuando se dirigían hacia el vestíbulo para reunirse con el resto de los estudiantes que iban a examinarse de Aparición—. ¡Buena suerte!

—¡Y tú también! —dijo Hermione con una mirada cómplice, pues Harry se dirigía hacia las mazmorras.

Esa tarde sólo había tres alumnos en la clase de Pociones: Harry, Ernie y Draco.

—¿Los tres sois demasiado jóvenes para apareceros? —sonrió Slughorn—. ¿Todavía no habéis cumplido los diecisiete? —Los chicos negaron con la cabeza—. Bueno, como hoy somos muy pocos, haremos algo divertido. ¡Cada uno de vosotros preparará algo gracioso!

—¡Excelente idea, señor! —lo aduló Ernie, frotándose las palmas.

Malfoy, en cambio, ni siquiera esbozó una sonrisa.

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