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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (56 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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—No lo dirá en serio, ¿verdad? ¿A santo de qué ha cambiado la contraseña a medianoche?

—Esto es lo que hay —repuso la Señora Gorda—. Si no te gusta, ve y cuéntaselo al director. El es quien ha endurecido las medidas de seguridad.

—Fantástico —dijo Harry mirando el duro suelo del pasillo—. Genial, de verdad. Y por supuesto que iría a contárselo a Dumbledore si estuviera en su despacho, porque él fue quien quiso que yo…

—Está aquí —confirmó una voz a su espalda—. El profesor Dumbledore regresó al colegio hace una hora.

Nick Casi Decapitado se deslizaba hacia Harry mientras la cabeza le bamboleaba sobre la gorguera, como de costumbre.

—Lo sé por el Barón Sanguinario, que lo vio llegar —añadió—. Según me dijo, parecía de buen humor aunque un poco cansado.

—¿Dónde está? —preguntó Harry con el corazón acelerado.

—Pues gimiendo y haciendo ruido de cadenas en la torre de Astronomía. Es su pasatiempo favorito.

—¡Dónde está Dumbledore, no el Barón Sanguinario!

—Ah… En su despacho. Por lo que dijo el Barón, creo que tenía unos asuntos que atender antes de acostarse.

—Sí, ya lo creo —dijo Harry, emocionado ante la perspectiva de contarle al director que había conseguido el bendito recuerdo. Se dio la vuelta y salió a todo correr ignorando a la Señora Gorda, que le gritó:

—¡Vuelve! ¡Está bien, era mentira! ¡Me ha fastidiado que me despertaras! ¡La contraseña sigue siendo «Lombriz intestinal»!

Pero Harry ya corría por el pasillo y pocos minutos más tarde decía «¡Bombas de tofee!» ante la gárgola de Dumbledore, que se apartó y dejó que se montara en la escalera de caracol.

—Adelante —dijo el director cuando Harry llamó a la puerta. Su voz denotaba agotamiento.

Harry entró en el despacho, que estaba igual que siempre, aunque con un cielo negro y salpicado de estrellas detrás de las ventanas.

—Caramba, Harry —se sorprendió Dumbledore—. ¿A qué debo el honor de esta tardía visita?

—¡Lo tengo, señor! Tengo el recuerdo de Slughorn.

Sacó la botellita de cristal y se la mostró al anciano profesor, que por un instante se quedó atónito, pero enseguida esbozó una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Qué gran noticia, Harry! ¡Te felicito, muchacho! ¡Sabía que lo lograrías!

Y, olvidándose de la hora que era, el director de Hogwarts bordeó su escritorio, cogió la botellita con la mano ilesa y fue derecho hacia el armario donde guardaba el
pensadero
.

—Por fin podremos verlo —se regocijó mientras colocaba la vasija de piedra encima de su mesa y vaciaba en ella el contenido de la botella—. Rápido, Harry…

El muchacho, obediente, se inclinó sobre el
pensadero
y notó cómo los pies se le separaban del suelo… Una vez más, se precipitó en la oscuridad y aterrizó en el despacho de Horace Slughorn muchos años atrás.

Allí estaba Slughorn, mucho más joven, con su tupido y brillante cabello rubio oscuro y bigote rojizo, sentado en el cómodo sillón de orejas, con los pies apoyados en un puf de terciopelo y una copita de vino en una mano mientras con la otra rebuscaba en una caja de piña confitada. Lo rodeaban media docena de adolescentes, también sentados, entre los cuales se hallaba Tom Ryddle, en uno de cuyos dedos relucía el anillo de oro con la piedra negra de Sorvolo.

Dumbledore aterrizó junto a Harry en el preciso instante en que Ryddle preguntaba:

—¿Es cierto que la profesora Merrythought se retira, señor?

—¡Ay, Tom! Aunque lo supiera no podría decírtelo —contestó Slughorn, e hizo un gesto reprobatorio con el dedo índice, aunque al mismo tiempo le guiñó un ojo—. Desde luego, me gustaría saber de dónde obtienes la información, chico; estás más enterado que la mitad del profesorado, te lo aseguro. —Ryddle sonrió y los otros muchachos rieron y le lanzaron miradas de admiración—. Claro, con tu asombrosa habilidad para saber cosas que no deberías saber y con tus meticulosos halagos a la gente importante… Por cierto, gracias por la piña; has acertado, es mi golosina favorita. —Varios alumnos rieron disimuladamente—. No me extrañaría nada que dentro de veinte años fueras ministro de Magia. O más bien quince, si sigues enviándome piña. Tengo excelentes contactos en el ministerio.

Tom Ryddle se limitó a sonreír de nuevo mientras sus compañeros reían otra vez. Pese a que Ryddle no era el mayor del grupo, Harry se fijó en que los demás lo miraban como si fuera el líder.

—No creo que sirva para la política, señor —dijo cuando las risitas cesaron—. Para empezar, no tengo los orígenes adecuados.

Un par de muchachos se lanzaron miradas de complicidad; al parecer daban por sentado, o al menos creían, que el cabecilla de su grupo tenía un antepasado famoso, y por eso interpretaban las palabras de Ryddle como un chiste.

—No digas bobadas —dijo Slughorn con brío—, está más claro que el agua que procedes de una estirpe de magos decente; de lo contrario, no tendrías esas habilidades. No, Tom, tú llegarás lejos. ¡Y nunca me he equivocado con ningún alumno!

El pequeño reloj dorado que había encima de la mesa dio las once, y el profesor se volvió para mirarlo.

—Madre mía, ¿ya es tan tarde? Será mejor que os marchéis, chicos, o tendremos problemas. Lestrange, si no me entregas tu redacción mañana, no me quedará más remedio que castigarte. Y lo mismo te digo a ti, Avery.

Los muchachos salieron uno a uno de la habitación. Slughorn se levantó con dificultad del sillón y llevó su copa, ya vacía, a la mesa. Entonces notó que algo se movía detrás de él y se giró: Ryddle seguía allí plantado.

—Date prisa, Tom. No conviene que te sorprendan levantado a estas horas porque, además, eres prefecto…

—Quería preguntarle una cosa, señor.

—Pregunta lo que quieras, muchacho, pregunta…

—¿Sabe usted algo acerca de los
Horrocruxes
, señor?

Slughorn lo miró con fijeza mientras, distraídamente, acariciaba con sus gruesos dedos el pie de la copa de vino.

—Es para un trabajo de Defensa Contra las Artes Oscuras, ¿no?

Pero Harry advirtió que Slughorn sabía muy bien que aquella cuestión no tenía nada que ver con un trabajo escolar.

—No exactamente, señor —respondió Ryddle—. Encontré ese término mientras leía y no lo entendí del todo.

—Ya, claro… Es que no creo que sea fácil hallar en Hogwarts ningún libro que ofrezca detalles sobre los
Horrocruxes
, Tom. Eso es magia muy, pero que muy oscura —explicó Slughorn.

—Pero estoy seguro de que usted sabe todo lo que hay que saber de ellos, ¿verdad, señor? Sin duda alguna, un mago como usted… Disculpe, si no puede contarme nada es evidente que… En fin, estaba convencido de que si alguien podía hablarme de ellos, ése era usted, y por eso se me ocurrió preguntárselo.

Harry se admiró de la habilidad de Ryddle: el titubeo, el tono despreocupado, el prudente halago, todo en la dosis adecuada. Harry tenía la suficiente experiencia en sonsacar información a sujetos reacios para reconocer a un maestro en acción. Además, Ryddle daba mucha importancia a la información que pretendía obtener; quizá llevara semanas preparando ese momento.

—Bueno —murmuró Slughorn sin dirigirle la mirada y jugueteando con el lazo de la caja de piña confitada—, no va a pasar nada si te doy una idea general, desde luego. Sólo para que entiendas el significado de esa palabra.
Horrocrux
es la palabra que designa un objeto en el que una persona ha escondido parte de su alma.

—Ya, pero no acabo de entender el proceso, señor —insistió Ryddle; a pesar de que controlaba rigurosamente su voz, Harry se dio cuenta de que estaba emocionado.

—Pues mira, divides tu alma y escondes una parte de ella en un objeto externo a tu cuerpo. De ese modo, aunque tu cuerpo sea atacado o destruido, no puedes morir porque parte de tu alma sigue en este mundo, ilesa. Pero, como es lógico, una existencia así…

El rostro de Slughorn se contrajo y Harry recordó unas palabras que había oído casi dos años atrás: «Fui arrancado del cuerpo, quedé convertido en algo que era menos que espíritu, menos que el más sutil de los fantasmas… y, sin embargo, seguía vivo.»

—… pocos la desearían, Tom, muy pocos. Sería preferible la muerte.

Pero Ryddle no quedó satisfecho: su expresión era de avidez, ya no podía seguir ocultando sus vehementes ansias.

—¿Qué hay que hacer para dividir el alma?

—Verás —dijo Slughorn, incómodo—, has de tener en cuenta que el alma debe permanecer intacta y entera. Dividirla es una violación, es algo antinatural.

—Sí, pero ¿cómo se hace?

—Mediante un acto maligno. El acto maligno por excelencia: matar. Cuando uno mata, el alma se desgarra. El mago que pretende crear un
Horrocrux
aprovecha esa rotura y encierra la parte desgarrada…

—¿La encierra? Pero ¿cómo?

—Hay un hechizo… ¡Pero no me preguntes cuál es porque no lo sé! —Slughorn negó con la cabeza; parecía un elefante viejo acosado por una nube de mosquitos—. ¿Acaso tengo aspecto de haberlo intentado? ¿Tengo aspecto de asesino?

—No, señor, por supuesto que no —se apresuró a decir Ryddle—. Lo siento, no era mi intención ofenderlo…

—Descuida, no me has ofendido —repuso Slughorn con brusquedad—. Es natural sentir curiosidad acerca de estas cosas. Los magos de cierta categoría siempre se han sentido atraídos por ese aspecto de la magia…

—Sí, señor. Pero lo que no entiendo… Se lo pregunto sólo por curiosidad… No veo demasiada utilidad en utilizar un
Horrocrux
. ¿Sólo se puede dividir el alma una vez? ¿No sería mejor, no fortalecería más, dividir el alma en más partes? Por ejemplo, si el siete es el número mágico más poderoso, ¿no convendría…?

—¡Por las barbas de Merlín, Tom! ¡Siete! ¿No es bastante grave matar a una persona? Además… Dividir el alma una vez ya resulta pernicioso, pero fragmentarla en siete partes… —Slughorn parecía muy preocupado y contemplaba a Ryddle como si nunca se hubiera fijado bien en él. Harry comprendió que el profesor lamentaba haber entablado aquella conversación—. Claro que todo esto —masculló— es puramente hipotético, ¿no? Puramente teórico…

—Sí, señor, por supuesto —dijo Ryddle con presteza.

—Pero de cualquier modo, Tom, no le digas a nadie lo que te he contado, o mejor dicho, lo que hemos hablado. A nadie le gustaría saber que hemos estado charlando sobre
Horrocruxes
. Mira, es un tema prohibido en Hogwarts. Dumbledore es muy estricto con este punto…

—No diré ni una palabra, señor —le aseguró Ryddle, y se marchó.

Harry alcanzó a verle el rostro, donde se reflejaba la misma exaltada felicidad que el día que se enteró de que era un mago, la clase de felicidad que no realzaba sus hermosas facciones, sino que, en cierto modo, las volvía menos humanas…

—Gracias, Harry —dijo Dumbledore con voz queda—. Vámonos…

Cuando Harry pisó de nuevo el suelo del despacho, el director ya estaba sentado a su escritorio. Harry se sentó también y esperó a que Dumbledore hablara.

—Hacía mucho tiempo que esperaba conseguir ese testimonio —dijo el anciano profesor al fin—. Y me confirma la teoría en que he estado trabajando; me demuestra que tengo razón y que todavía queda un largo camino por recorrer.

De pronto, Harry se fijó en que todos los antiguos directores y directoras cuyos retratos colgaban de las paredes estaban despiertos y escuchaban con interés su conversación; incluso un mago corpulento de nariz colorada había sacado una trompetilla.

—Bien, Harry —prosiguió Dumbledore—. Estoy convencido de que comprendes la importancia de lo que acabamos de oír. Cuando Tom Ryddle tenía aproximadamente la misma edad que tú ahora, intentó por todos los medios averiguar cómo podía alcanzar la inmortalidad.

—¿Y usted cree que lo consiguió, señor? ¿Hizo un
Horrocrux
y por eso no murió cuando me atacó a mí? Quizá tenía un
Horrocrux
escondido en algún sitio o una parte de su alma estaba a salvo.

—Una parte… o más. Ya has oído a Voldemort: lo que en realidad quería de Horace era su opinión acerca de qué podría pasarle al mago que creara más de un
Horrocrux
. O qué podría pasarle a un mago tan decidido a evitar la muerte que no le importara matar muchas veces y desgarrar repetidamente su alma para almacenarla en varios
Horrocruxes
que luego escondería. Era evidente que esa información no la encontraría en los libros. Que yo sepa (y que Voldemort supiera, estoy seguro), hasta ese momento lo máximo que un mago había logrado era dividir su propia alma en dos. —Dumbledore hizo una breve pausa, puso en orden sus pensamientos y añadió—: Hace cuatro años recibí lo que consideré una prueba definitiva de que Voldemort había dividido su alma.

—¿Dónde? ¿Cómo?

—Me la diste tú, Harry —contestó el anciano—. El diario era la prueba, el diario de Ryddle, el que daba instrucciones sobre cómo volver a abrir la Cámara de los Secretos.

—No lo entiendo, señor.

—Verás, aunque no vi al Ryddle que salió del diario, lo que tú me describiste era un fenómeno que yo jamás había presenciado. ¿Un simple recuerdo que actuaba y pensaba de forma autónoma? ¿Un simple recuerdo que ponía en peligro la vida de la niña en cuyas manos había caído? No, yo estaba casi seguro de que dentro de ese libro vivía algo mucho más siniestro: un fragmento de alma. El diario era un
Horrocrux
. Y esa certeza resolvía muchas cuestiones, pero planteaba otras. Lo que más me intrigaba y alarmaba era que ese diario había sido pensado como arma, y no sólo como salvaguarda.

—Sigo sin entenderlo —repitió Harry.

—Mira, el diario funcionaba como se supone que debe hacerlo un
Horrocrux
, es decir, el fragmento de alma encerrado en su interior estaba a salvo y había contribuido a evitar la muerte de su propietario. Pero Ryddle quería que ese diario se leyera y deseaba que la parte de su alma encerrada en él se trasladara al cuerpo de otra persona, que la poseyera, con el fin de poner en libertad, una vez más, al monstruo de Slytherin.

—Quizá no quería que se desperdiciaran los esfuerzos que había hecho —opinó Harry—. Y deseaba que la gente supiera que era el heredero de Slytherin, porque en ese momento él no podía demostrarlo.

—Sí, tienes parte de razón —admitió Dumbledore—. Pero ¿no te das cuenta, Harry, de que si pretendía que el diario llegara a manos de algún futuro alumno de Hogwarts por el medio que fuera, estaba siendo muy descuidado con el valioso fragmento de su alma escondido dentro? El propósito de un
Horrocrux
, como explicó el profesor Slughorn, es mantener una parte del ser oculta y a salvo, no dejarla tirada por ahí para que la encuentre cualquiera y arriesgarse a que la destruyan, como de hecho ocurrió: ese fragmento de alma en particular ya no existe. Tú te encargaste de ello.

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