Read Harry Potter y el Misterio del Príncipe Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
—¡Serás hipócrita! ¿Y qué me dices de Lavender y tú, que os pasabais el día revoleándoos por todas partes como un par de anguilas? —protestó Ginny.
Pero llegó el mes de junio y empezaron a escasear las ocasiones de poner a prueba la tolerancia de Ron, porque Harry y Ginny cada vez tenían menos tiempo para estar juntos. Ella pronto tendría que examinarse de los
TIMOS
, y por lo tanto no le quedaba otro remedio que estudiar horas y horas, a veces hasta muy tarde. Una de esas noches, aprovechando que Ginny se había marchado a la biblioteca y mientras Harry estaba sentado junto a una ventana en la sala común (se suponía que terminando sus deberes de Herbología, pero en realidad rememorando un rato particularmente feliz que había pasado con Ginny en el lago a la hora de comer), Hermione se sentó entre él y Ron con una expresión de determinación que no auguraba nada bueno.
—Tenemos que hablar, Harry.
—¿De qué? —preguntó él con recelo. El día anterior ella lo había regañado por distraer a Ginny aun sabiendo que tenía que prepararse para los exámenes.
—Del presunto Príncipe Mestizo.
—¿Otra vez? —gruñó—. ¿Quieres hacer el favor de olvidarte de ese tema?
Harry no se había atrevido a volver a la Sala de los Menesteres para recuperar el libro, y por ese motivo ya no obtenía tan buenos resultados en Pociones (aunque Slughorn, que sentía simpatía por Ginny, lo atribuía a su enamoramiento). Pero el muchacho estaba convencido de que Snape todavía no había renunciado a echarle el guante al libro del príncipe, y por eso prefería dejarlo escondido mientras el profesor siguiera alerta.
—No pienso callarme hasta que me hayas escuchado —dijo Hermione sin amilanarse—. Mira, he estado investigando un poco sobre quién podría tener como hobby inventar hechizos oscuros…
—Él no tenía como hobby…
—¡Él, siempre él! ¿Cómo sabes que no era una mujer?
—Eso ya lo hablamos un día. ¡Príncipe, Hermione! ¡Se hacía llamar príncipe!
—¡Exacto! —exclamó ella con las mejillas encendidas, mientras sacaba de su bolsillo un trozo viejísimo de periódico y se lo ponía delante dando un porrazo en la mesa—. ¡Mira esto! ¡Mira la fotografía!
Harry cogió el papel, que se estaba desmenuzando, y contempló la amarillenta fotografía animada; Ron se inclinó también para echarle un vistazo. Se veía una muchacha muy delgada de unos quince años. Era más bien feúcha y su expresión denotaba enfado y tristeza; tenía cejas muy pobladas y una cara pálida y alargada. El pie de foto rezaba: «Eileen Prince, capitana del equipo de
gobstones
de Hogwarts.»
—¿Y qué? —dijo Harry leyendo por encima el breve artículo que explicaba una historia muy aburrida acerca de las competiciones interescolares.
—Se llamaba Eileen Prince. «Prince», Harry.
Se miraron y él comprendió lo que Hermione trataba de decirle. Soltó una carcajada.
—¡Anda ya!
—¿Qué?
—¿Crees que ésta era el Príncipe Mestizo? Por favor, Hermione…
—¿Por qué no? ¡En el mundo mágico no hay príncipes auténticos, Harry! O es un apodo, un título inventado que alguien adoptó, o es una forma de disfrazar su verdadero apellido, ¿no? ¡Escúchame! Supongamos que su padre era un mago apellidado Prince y que su madre era
muggle
. ¡Eso la convertiría en una «Prince mestiza» o, dicho de otro modo, para despistar, en un Príncipe Mestizo!
—Sí, Hermione, es una teoría muy original…
—¡Piénsalo un poco! ¡A lo mejor se enorgullecía de llevar el apellido Prince!
—Mira, Hermione, te digo que no era una chica. No sé por qué, pero lo sé.
—Lo que pasa es que no quieres admitir que una chica sea tan inteligente —replicó Hermione.
—¿Cómo iba a ser amigo tuyo durante cinco años y pensar que las chicas no son inteligentes? —argumentó Harry, dolido por el comentario—. Lo digo por su manera de escribir. Sé que el príncipe era un hombre, no me cabe duda. Esa chica no tiene nada que ver. ¿De dónde has sacado el recorte?
—De la biblioteca. Hay una colección completísima de viejos números de
El Profeta
. Bueno, de cualquier manera pienso averiguar todo lo que pueda sobre Eileen Prince.
—Que te diviertas —dijo Harry con fastidio.
—Gracias. ¡Y el primer sitio donde voy a buscar —añadió al llegar al hueco del retrato— es en los archivos de los premios de Pociones!
Harry la miró con ceño y luego siguió contemplando el cielo, cada vez más oscuro.
—Lo que le pasa es que todavía no ha digerido que la superases en Pociones —comentó Ron, y volvió a concentrarse en su
Mil hierbas y hongos mágicos
.
—Tú entiendes que yo quiera recuperar mi libro, ¿verdad? ¿O también me tomas por chiflado?
—Claro que lo entiendo —repuso Ron—. Ese príncipe era un genio. Además, si no te hubiese chivado lo del bezoar… —se rebanó el cuello con el dedo índice— yo no estaría aquí hablando contigo, ¿no? Hombre, no digo que hacerle ese hechizo a Malfoy fuera una maravilla…
—Yo tampoco.
—Pero se ha curado, ¿verdad? Ya corre tan campante por ahí, como si no hubiera pasado nada.
—Sí —convino Harry; era verdad, aunque de todos modos le remordía un poco la conciencia—. Gracias a Snape…
—¿Vuelves a tener castigo con él este sábado?
—Sí, y el sábado siguiente y el otro —resopló Harry—. Y ahora ha empezado a insinuarme que si no arreglo todas las fichas antes de que acabe el curso, seguiremos el año que viene.
Esos castigos le estaban resultando particularmente fastidiosos porque reducían los escasos ratos que podía pasar con Ginny. De hecho, desde hacía algún tiempo se preguntaba si Snape estaría al corriente de su relación con la hermana de Ron, pues se las ingeniaba para que Harry se quedara cada vez hasta más tarde en el despacho, y no cesaba de hacer comentarios mordaces sobre la lástima que le daba que no pudiera disfrutar del buen tiempo que hacía ni de las diversas oportunidades que éste ofrecía.
Harry salió de su amargo ensimismamiento cuando apareció a su lado Jimmy Peakes, que le entregó un rollo de pergamino.
—Gracias, Jimmy… ¡Eh, es de Dumbledore! —exclamó emocionado, y desenrolló la hoja—. ¡Quiere que vaya a su despacho cuanto antes!
Los dos amigos se miraron.
—¡Atiza! —susurró Ron—. ¿Crees que…? ¿Habrá encontrado…?
—Será mejor que vaya y me entere —dijo Harry poniéndose en pie de un brinco.
Salió en el acto de la sala común y recorrió los pasillos del séptimo piso tan deprisa como pudo; por el camino sólo se cruzó con Peeves, que iba a toda velocidad; el
poltergeist
, como por inercia, le lanzó unos trozos de tiza y rió a carcajadas al esquivar el embrujo defensivo de Harry. Cuando Peeves se hubo esfumado, los pasillos quedaron en silencio; sólo faltaban quince minutos para el toque de queda y casi todos los estudiantes habían regresado ya a sus salas comunes.
Entonces Harry oyó un grito y un estrépito. Se paró en seco y aguzó el oído.
—¡Cómo te atreves! ¡Aaay!
El ruido procedía de un pasillo cercano. Corrió hacia allí con la varita en ristre, dobló una esquina y vio a la profesora Trelawney tumbada en el suelo, con uno de sus chales cubriéndole la cabeza, los relucientes collares de cuentas enredados en las gafas y varias botellas de jerez esparcidas alrededor, una de ellas rota.
—¡Profesora! —Harry se acercó presuroso y la ayudó a incorporarse. Ella soltó un fuerte hipido, se arregló el pelo y se levantó agarrándose del brazo que le tendía Harry—. ¿Qué ha pasado, profesora?
—¡Buena pregunta! —repuso con voz estridente—. Iba caminando tan tranquila, pensando en ciertos presagios oscuros que vislumbré hace poco…
Pero Harry no le prestaba atención: acababa de darse cuenta de dónde se hallaban. A su derecha estaba el tapiz de los trols bailarines, y a la izquierda el tramo de pared de piedra liso e impenetrable donde estaba camuflada…
—¿Intentaba entrar en la Sala de los Menesteres, profesora?
—… en unos augurios que me han sido confiados… ¿Cómo dices? —De pronto adoptó una actitud de disimulo.
—La Sala de los Menesteres, profesora. ¿Intentaba entrar en ella?
—Vaya, no sabía que los alumnos conocieran su existencia…
—No todos la conocen. ¿Qué ha pasado? La oí gritar. Pensé que se había hecho daño.
—Bueno… —masculló ella, ciñéndose los chales con actitud defensiva, y lo miró a través de sus lentes de aumento—. Es que quería depositar ciertos… hum… objetos personales en la sala. —Y murmuró algo acerca de unas «impertinentes acusaciones».
—Ya —dijo Harry mientras echaba un vistazo a las botellas de jerez—. ¿Y no ha podido entrar a esconderlos? —Se extrañó porque la sala se había abierto para él cuando quiso esconder el libro del Príncipe Mestizo.
—Sí, he entrado —contestó la profesora mirando con odio la pared—. Pero resulta que ya había alguien dentro.
—¿Había… alguien? ¿Quién? ¿Quién estaba dentro?
—No lo sé —respondió Trelawney un tanto sorprendida por el tono de alarma de Harry—. Entré y oí una voz, lo cual nunca me había pasado en todos los años que llevo escondiendo… utilizando la sala, quiero decir.
—¿Una voz? ¿Y qué dijo?
—Pues… no lo entendí. Más bien era… como si alguien gritara de alegría.
—¿Como si alguien gritara de alegría?
—Sí, con gran regocijo —recalcó ella asintiendo con la cabeza.
—¿Hombre o mujer?
—Yo diría que hombre.
—¿Y parecía contento?
—Muy contento —confirmó la profesora con desdén.
—¿Como si celebrara algo?
—Exacto.
—¿Y qué pasó después?
—Después grité: «¿Quién hay ahí?»
—¿No lo supo sin preguntarlo? —repuso Harry, un tanto frustrado.
—El Ojo Interior estaba ocupado en asuntos más trascendentales y no podía prestar atención a algo tan trivial como unos gritos de júbilo —respondió ella con dignidad mientras se arreglaba los chales y las numerosas vueltas de relucientes collares de cuentas.
—Claro —se apresuró a coincidir Harry, que ya sabía cómo las gastaba el Ojo Interior de la profesora Trelawney—. ¿Y dijo esa voz quién había ahí dentro?
—No, no lo dijo. ¡Se puso todo muy negro y de pronto salté por los aires y salí disparada de la sala!
—¿Y no pudo prever que iban a atacarla? —preguntó el muchacho sin poder contenerse.
—No, no pude prever nada porque, como te digo, estaba todo muy negro… —Se interrumpió y lo miró con desconfianza.
—Creo que debería contárselo al profesor Dumbledore. El director debería saber que Malfoy está celebrando… quiero decir, que alguien la ha echado de la sala.
Harry se sorprendió al ver que Trelawney se enderezaba con gesto altanero.
—El director me ha dado a entender que preferiría que no le hiciera tantas visitas —respondió con frialdad—. Y no me gusta imponer mi compañía a los que no saben apreciarla. Si Dumbledore decide ignorar las advertencias de las cartas… —De pronto sujetó a Harry por la muñeca con una huesuda mano—. No importa cómo las eche: siempre, una y otra vez… —con gran dramatismo, sacó una carta de entre sus chales— una y otra vez aparece la torre alcanzada por el rayo —susurró—. Calamidad. Desastre. Y cada vez está más cerca…
—Ya. Bueno… Sigo pensando que debería contarle a Dumbledore lo de esa voz, que todo se ha quedado a oscuras y que la han echado de la sala.
—¿Eso crees? —repuso Trelawney con fingida indiferencia, pero Harry se dio cuenta de que le agradaba la idea de volver a contar su pequeña aventura.
—Precisamente me dirigía a su despacho —comentó—. Tengo una cita con él. Podríamos ir juntos.
—¡Ah! En ese caso… —Esbozó una sonrisa. A continuación se agachó, recogió sus botellas de jerez y las metió sin miramientos en un gran jarrón azul y blanco que había en una hornacina cercana—. Te echo de menos en mis clases, Harry —dijo con tono cariñoso cuando se pusieron en marcha—. Nunca fuiste un gran vidente, pero, en cambio, eras un maravilloso motivo de investigación…
Harry no contestó; para él había sido un suplicio ser objeto de las continuas predicciones de fatalidad de la profesora Trelawney.
—Me temo que ese jamelgo… —prosiguió ella—. Perdona, quise decir ese centauro… no tiene ni idea de cartomancia. Una vez le pregunté, de vidente a vidente, si no había notado él también las remotas vibraciones de una inminente catástrofe. Pero mi comentario le resultó casi cómico. ¡Imagínate, cómico! —Elevó el tono hasta rozar el paroxismo y Harry percibió un tufillo a jerez, aunque ella ya no llevaba consigo las botellas—. Quizá ese rocín haya oído decir por ahí que no he heredado el don de mi tatarabuela. Los que me tienen envidia se dedican desde hace años a extender esos rumores. ¿Y sabes qué le digo yo a esa gente, Harry? Les pregunto si Dumbledore me habría permitido enseñar en este gran colegio y habría confiado en mí tantos años si no hubiera demostrado mi valía ante él.
Harry murmuró unas palabras poco claras.
—Recuerdo muy bien mi primera cita con Dumbledore —continuó la profesora Trelawney con voz ronca—. El quedó muy impresionado, por supuesto, muy impresionado. Yo me alojaba en Cabeza de Puerco; lo cual, por cierto, no se lo recomiendo a nadie porque la cama estaba llena de chinches, querido. Pero ¿qué podía hacer yo, con el poco presupuesto de que disponía? Dumbledore tuvo la gentileza de ir a visitarme a mi habitación de la posada y me formuló una serie de preguntas. He de confesar que al principio me pareció predispuesto en contra de la Adivinación. Y recuerdo que empecé a sentirme un poco mal porque no había comido mucho ese día, pero entonces…
Harry, por primera vez, le prestaba la atención debida, pues sabía qué había pasado entonces: la profesora Trelawney había pronunciado la profecía que alteraría el curso de su vida, la profecía acerca de Voldemort y él.
—… ¡entonces nos interrumpió Severus Snape!
—¿Ah, sí?
—Sí, oímos un gran alboroto al otro lado de la puerta, y de pronto ésta se abrió de par en par: allí estaban un burdo camarero y Snape, quien aseguró que había subido por error la escalera, aunque reconozco que pensé que lo habían sorprendido escuchando a hurtadillas mi entrevista con Dumbledore. Resulta que él también buscaba empleo en esa época, y sin duda creyó que podría pescar alguna información útil. En fin, lo que pasó después ya lo sabes: Dumbledore se mostró mucho más dispuesto a darme el empleo, y yo deduje, Harry, que lo hizo porque apreció un marcado contraste entre mis sencillos y modestos modales y mi sosegado talento, y la actitud de aquel prepotente y ambicioso joven que no tenía reparos en escuchar detrás de las puertas. ¡Harry, querido! —Volvió la cabeza al darse cuenta de que Harry ya no iba a su lado.