Harry Potter y el prisionero de Azkaban (17 page)

BOOK: Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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—¡Excelente! ¡Ron, te toca!

Ron se dirigió hacia delante.

¡Crac!

Algunos gritaron. Una araña gigante, de dos metros de altura y cubierta de pelo, se dirigía hacia Ron chascando las pinzas amenazadoramente. Por un momento, Harry pensó que Ron se había quedado petrificado. Pero entonces...


¡Riddíkulo!
—gritó Ron.

Las patas de la araña desaparecieron y el cuerpo empezó a rodar. Lavender Brown dio un grito y se apartó de su camino a toda prisa. El cuerpo de la araña fue a detenerse a los pies de Harry. Alzó la varita, pero...

—¡Aquí! —gritó el profesor Lupin de pronto, avanzando rápido hacia la araña.

¡Crac!

La araña sin patas había desaparecido. Durante un segundo todos miraron a su alrededor con los ojos bien abiertos, buscándola. Entonces vieron una esfera de un blanco plateado que flotaba en el aire, delante de Lupin, que dijo
¡Riddíkulo!
casi con desgana.

¡Crac!

—¡Adelante, Neville, y termina con él! —dijo Lupin cuando el
boggart
cayó al suelo en forma de cucaracha. ¡Crac! Allí estaba de nuevo Snape. Esta vez, Neville avanzó con decisión.


¡Riddíkulo!
—gritó, y durante una fracción de segundo vislumbraron a Snape vestido de abuela, antes de que Neville emitiera una sonora carcajada y el
boggart
estallara en mil volutas de humo y desapareciera.

—¡Muy bien! —gritó el profesor Lupin mientras la clase prorrumpía en aplausos— . Muy bien, Neville. Todos lo habéis hecho muy bien. Veamos... cinco puntos para Gryffindor por cada uno de los que se han enfrentado al
boggart
... Diez por Neville, porque lo hizo dos veces. Y cinco por Hermione y otros cinco por Harry.

—Pero yo no he intervenido —dijo Harry.

—Tú y Hermione contestasteis correctamente a mis preguntas al comienzo de la clase —dijo Lupin sin darle importancia—. Muy bien todo el mundo. Ha sido una clase estupenda. Como deberes, vais a tener que leer la lección sobre los
boggart
y hacerme un resumen. Me lo entregaréis el lunes. Eso es todo.

Los alumnos abandonaron entusiasmados la sala de profesores. Harry, sin embargo, no estaba contento. El profesor Lupin le había impedido deliberadamente que se enfrentara al
boggart
. ¿Por qué? ¿Era porque había visto a Harry desmayarse en el tren y pensó que no sería capaz? ¿Había pensado que Harry se volvería a desmayar?

Pero nadie más se había dado cuenta.

—¿Habéis visto cómo he podido con la
banshee
? —decía Seamus.

—¿Y la mano? —dijo Dean, imitándola con la suya.

—¿Y Snape con el sombrero?

—¿Y mi momia?

—Me pregunto por qué al profesor Lupin le dan miedo las bolas de cristal —preguntó Lavender.

—Ha sido la mejor clase de Defensa Contra las Artes Oscuras que hemos tenido. ¿No es verdad? —dijo Ron, emocionado, mientras regresaban al aula para coger las mochilas.

—Parece un profesor muy bueno —dijo Hermione—. Pero me habría gustado haberme enfrentado al
boggart
yo también.

—¿En qué se habría convertido el
boggart
? —le preguntó Ron, burlándose—, ¿en un trabajo de clase en el que sólo te pusieran un nueve?

CAPÍTULO 8

La huida de la señora gorda

E
N
muy poco tiempo, la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras se convirtió en la favorita de la mayoría. Sólo Draco Malfoy y su banda de Slytherin criticaban al profesor Lupin:

—Mira cómo lleva la túnica —solía decir Malfoy murmurando alto cuando pasaba el profesor—. Viste como nuestro antiguo elfo doméstico.

Pero a nadie más le interesaba que la túnica del profesor Lupin estuviera remendada y raída. Sus siguientes clases fueron tan interesantes como la primera. Después de los
boggarts
estudiaron a los
gorros rojos
, unas criaturas pequeñas y desagradables, parecidas a los duendes, que se escondían en cualquier sitio en el que hubiera habido derramamiento de sangre, en las mazmorras de los castillos, en los agujeros de las bombas de los campos de batalla, para dar una paliza a los que se extraviaban. De los gorros rojos pasaron a los
kappas
, unos repugnantes moradores del agua que parecían monos con escamas y con dedos palmeados, y que disfrutaban estrangulando a los que ignorantes que cruzaban sus estanques.

Harry habría querido que sus otras clases fueran igual de entretenidas. La peor de todas era Pociones. Snape estaba aquellos días especialmente propenso a la revancha y todos sabían por qué. La historia del
boggart
que había adoptado la forma de Snape y el modo en que lo había dejado Neville, con el atuendo de su abuela, se había extendido por todo el colegio. Snape no lo encontraba divertido. A la primera mención del profesor Lupin, aparecía en sus ojos una expresión amenazadora. A Neville lo acosaba más que nunca.

Harry también aborrecía las horas que pasaba en la agobiante sala de la torre norte de la profesora Trelawney, descifrando símbolos y formas confusas, procurando olvidar que los ojos de la profesora Trelawney se llenaban de lágrimas cada vez que lo miraba. No le podía gustar la profesora Trelawney, por más que unos cuantos de la clase la trataran con un respeto que rayaba en la reverencia. Parvati Patil y Lavender Brown habían adoptado la costumbre de rondar la sala de la torre de la profesora Trelawney a la hora de la comida, y siempre regresaban con un aire de superioridad que resultaba enojoso, como si supieran cosas que los demás ignoraban. Habían comenzado a hablarle a Harry en susurros, como si se encontrara en su lecho de muerte.

A nadie le gustaba realmente la asignatura sobre Cuidado de Criaturas Mágicas, que después de la primera clase tan movida se había convertido en algo extremadamente aburrido. Hagrid había perdido la confianza. Ahora pasaban lección tras lección aprendiendo a cuidar a los gusarajos, que tenían que contarse entre las más aburridas criaturas del universo.

—¿Por qué alguien se preocuparía de cuidarlos? —preguntó Ron tras pasar otra hora embutiendo las viscosas gargantas de los gusarajos con lechuga cortada en tiras.

A comienzos de octubre, sin embargo, hubo otra cosa que mantuvo ocupado a Harry, algo tan divertido que compensaba la insatisfacción de algunas clases. Se aproximaba la temporada de
quidditch
y Oliver Wood, capitán del equipo de Gryffindor, convocó una reunión un jueves por la tarde para discutir las tácticas de la nueva temporada.

En un equipo de
quidditch
había siete personas: tres cazadores, cuya función era marcar goles metiendo la
quaffle
(una pelota como la de fútbol, roja) por uno de los aros que había en cada lado del campo, a una altura de quince metros; dos golpeadores equipados con fuertes bates para repeler las
bludgers
(dos pesadas pelotas negras que circulaban muy aprisa, zumbando de un lado para otro, intentando derribar a los jugadores); un guardián que defendía los postes sobre los que estaban los aros; y el buscador, que tenía el trabajo más difícil de todos, atrapar la dorada
snitch
, una pelota pequeña con alas, del tamaño de una nuez, cuya captura daba por finalizado el juego y otorgaba ciento cincuenta puntos al equipo del buscador que la hubiera atrapado.

Oliver Wood era un fornido muchacho de diecisiete años que cursaba su séptimo y último curso. Había cierto tono de desesperación en su voz mientras se dirigía a sus compañeros de equipo en los fríos vestuarios del campo de
quidditch
que se iba quedando a oscuras.

—Es nuestra última oportunidad..., mi última oportunidad... de ganar la copa de
quidditch
—les dijo, paseándose con paso firme delante de ellos—. Me marcharé al final de este curso, no volveré a tener otra oportunidad. Gryffindor no ha ganado ni una vez en los últimos siete años. De acuerdo, hemos tenido una suerte horrible: heridos..., cancelación del torneo el curso pasado... —Wood tragó saliva, como si el recuerdo aún le pusiera un nudo en la garganta—. Pero también sabemos que contamos con el mejor... equipo... de este... colegio —añadió, golpeándose la palma de una mano con el puño de la otra y con el conocido brillo frenético en los ojos—. Contamos con tres cazadoras estupendas. —Wood señaló a Alicia Spinnet, Angelina Johnson y Katie Bell—. Tenemos dos golpeadores invencibles.

—Déjalo ya, Oliver, nos estás sacando los colores —dijeron Fred y George a la vez, haciendo como que se sonrojaban.

—¡Y tenemos un buscador que nos ha hecho ganar todos los partidos! —dijo Wood, con voz retumbante y mirando a Harry con orgullo incontenible—. Y estoy yo —añadió.

—Nosotros creemos que tú también eres muy bueno —dijo George.

—Un guardián muy chachi —confirmó Fred.

—La cuestión es —continuó Wood, reanudando los paseos— que la copa de
quidditch
debiera de haber llevado nuestro nombre estos dos últimos años. Desde que Harry se unió al equipo, he pensado que la cosa estaba chupada. Pero no lo hemos conseguido y este curso es la última oportunidad que tendremos para ver nuestro nombre grabado en ella...

Wood hablaba con tal desaliento que incluso a Fred y a George les dio pena.

—Oliver, éste será nuestro año —aseguró Fred.

—Lo conseguiremos, Oliver —dijo Angelina.

—Por supuesto —corroboró Harry.

Con la moral alta, el equipo comenzó las sesiones de entrenamiento, tres tardes a la semana. El tiempo se enfriaba y se hacía más húmedo, las noches más oscuras, pero no había barro, viento ni lluvia que pudieran empañar la ilusión de ganar por fin la enorme copa de plata.

Una tarde, después del entrenamiento, Harry regresó a la sala común de Gryffindor con frío y entumecido, pero contento por la manera en que se había desarrollado el entrenamiento, y encontró la sala muy animada.

—¿Qué ha pasado? —preguntó a Ron y Hermione, que estaban sentados al lado del fuego, en dos de las mejores sillas, terminando unos mapas del cielo para la clase de Astronomía.

—Primer fin de semana en Hogsmeade —le dijo Ron, señalando una nota que había aparecido en el viejo tablón de anuncios—. Finales de octubre. Halloween.

—Estupendo —dijo Fred, que había seguido a Harry por el agujero del retrato—. Tengo que ir a la tienda de Zonko: casi no me quedan bombas fétidas.

Harry se dejó caer en una silla, al lado de Ron, y la alegría lo abandonó. Hermione comprendió lo que le pasaba.

—Harry, estoy segura de que podrás ir la próxima vez —le consoló—. Van a atrapar a Black enseguida. Ya lo han visto una vez.

—Black no está tan loco como para intentar nada en Hogsmeade. Pregúntale a McGonagall si puedes ir ahora, Harry. Pueden pasar años hasta la próxima ocasión.

—¡Ron! —dijo Hermione—. Harry tiene que permanecer en el colegio...

—No puede ser el único de tercero que no vaya. Vamos, Harry, pregúntale a McGonagall...

—Sí, lo haré —dijo Harry, decidiéndose.

Hermione abrió la boca para sostener la opinión contraria, pero en ese momento
Crookshanks
saltó con presteza a su regazo.

Una araña muerta y grande le colgaba de la boca.

—¿Tiene que comerse eso aquí delante? —preguntó Ron frunciendo el entrecejo.

—Bravo,
Crookshanks
, ¿la has atrapado tú solito? —dijo Hermione.

Crookshanks
masticó y tragó despacio la araña, con los ojos insolentemente fijos en Ron.

—No lo sueltes —pidió Ron irritado, volviendo a su mapa del cielo—.
Scabbers
está durmiendo en mi mochila.

Harry bostezó. Le apetecía acostarse, pero antes tenía que terminar su mapa. Cogió la mochila, sacó pergamino, pluma y tinta, y empezó a trabajar.

—Si quieres, puedes copiar el mío —le dijo Ron, poniendo nombre a su última estrella con un ringorrango y acercándole el mapa a Harry.

Hermione, que no veía con buenos ojos que se copiara, apretó los labios, pero no dijo nada.
Crookshanks
seguía mirando a Ron sin pestañear, sacudiendo el extremo de su peluda cola. Luego, sin previo aviso, dio un salto.

—¡EH! —gritó Ron, apoderándose de la mochila, al mismo tiempo que
Crookshanks
clavaba profundamente en ella sus garras y comenzaba a rasgarla con fiereza—.
¡SUELTA, ESTÚPIDO ANIMAL!

Ron intentó arrebatar la mochila a
Crookshanks
, pero el gato siguió aferrándola con sus garras, bufando y rasgándola.

—¡No le hagas daño, Ron! —gritó Hermione. Todos los miraban. Ron dio vueltas a la mochila, con
Crookshanks
agarrado todavía a ella, y
Scabbers
salió dando un salto...


¡SUJETAD A ESE GATO!
—gritó Ron en el momento en que
Crookshanks
soltaba los restos de la mochila, saltaba sobre la mesa y perseguía a la aterrorizada
Scabbers.

George Weasley se lanzó sobre
Crookshanks
, pero no lo atrapó;
Scabbers
pasó como un rayo entre veinte pares de piernas y se fue a ocultar bajo una vieja cómoda.
Crookshanks
patinó y frenó, se agachó y se puso a dar zarpazos con una pata delantera.

Ron y Hermione se apresuraron a echarse sobre él. Hermione cogió a
Crookshanks
por el lomo y lo levantó. Ron se tendió en el suelo y sacó a
Scabbers
con alguna dificultad, tirando de la cola.

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