Harry Potter y el prisionero de Azkaban (7 page)

BOOK: Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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Desayunaba por las mañanas en el Caldero Chorreante, donde disfrutaba viendo a los demás huéspedes: brujas pequeñas y graciosas que habían llegado del campo para pasar un día de compras; magos de aspecto venerable que discutían sobre el último artículo aparecido en la revista
La transformación moderna
; brujos de aspecto primitivo; enanitos escandalosos; y, en cierta ocasión, una bruja malvada con un pasamontañas de gruesa lana, que pidió un plato de hígado crudo.

Después del desayuno, Harry salía al patio de atrás, sacaba la varita mágica, golpeaba el tercer ladrillo de la izquierda por encima del cubo de la basura, y se quedaba esperando hasta que se abría en la pared el arco que daba al callejón Diagon.

Harry pasaba aquellos largos y soleados días explorando las tiendas y comiendo bajo sombrillas de brillantes colores en las terrazas de los cafés, donde los ocupantes de las otras mesas se enseñaban las compras que habían hecho («es un
lunascopio
, amigo mío, se acabó el andar con los mapas lunares, ¿te das cuenta?») o discutían sobre el caso de Sirius Black («yo no pienso dejar a ninguno de mis chicos que salga solo hasta que Sirius vuelva a Azkaban»). Harry ya no tenía que hacer los deberes bajo las mantas y a la luz de una vela; ahora podía sentarse, a plena luz del día, en la terraza de la Heladería Florean Fortescue, y terminar todos los trabajos con la ocasional ayuda del mismo Florean Fortescue, quien, además de saber mucho sobre la quema de brujas en los tiempos medievales, daba gratis a Harry, cada media hora, un helado de crema y caramelo.

Después de llenar el monedero con galeones de oro,
sickles
de plata y
knuts
de bronce de su cámara acorazada en Gringotts, necesitó mucho dominio para no gastárselo todo enseguida. Tenía que recordarse que aún le quedaban cinco años en Hogwarts, e imaginarse pidiéndoles dinero a los Dursley para libros de hechizos. Para no caer en la tentación de comprarse un juego de
gobstones
de oro macizo (un juego mágico muy parecido a las canicas, en el que las bolas lanzan un líquido de olor repugnante a la cara del jugador que pierde un punto). También le tentaba una gran bola de cristal con una galaxia en miniatura dentro, que habría venido a significar que no tendría que volver a recibir otra clase de astronomía. Pero lo que más a prueba puso su decisión apareció en su tienda favorita (Artículos de Calidad para el Juego del
Quidditch
) a la semana de llegar al Caldero Chorreante.

Deseoso de enterarse de qué era lo que observaba la multitud en la tienda, Harry se abrió paso para entrar, apretujándose entre brujos y brujas emocionados, hasta que vio, en un expositor; la escoba más impresionante que había visto en su vida.

—Acaba de salir... prototipo... —le decía un brujo de mandíbula cuadrada a su acompañante.

—Es la escoba más rápida del mundo, ¿a que sí, papá? —gritó un muchacho más pequeño que Harry, que iba colgado del brazo de su padre.

El propietario de la tienda decía a la gente:

—¡La selección de Irlanda acaba de hacer un pedido de siete de estas maravillas! ¡Es la escoba favorita de los Mundiales!

Al apartar a una bruja de gran tamaño, Harry pudo leer el letrero que había al lado de la escoba:

SAETA DE FUEGO

Este ultimísimo modelo de escoba de carreras dispone de un palo de fresno ultra fino y aerodinámico, tratado con una cera durísima, y está numerado a mano con su propia matrícula. Cada una de las ramitas de abedul de la cola ha sido especialmente seleccionada y afilada hasta conseguir la perfección aerodinámica. Todo ello otorga a la Saeta de Fuego un equilibrio insuperable y una precisión milimétrica. La Saeta de Fuego tiene una aceleración de 0 a 240 km/hora en diez segundos, e incorpora un sistema indestructible de frenado por encantamiento. Preguntar precio en el interior

Preguntar el precio... Harry no quería ni imaginar cuanto costaría la Saeta de Fuego. Nunca le había apetecido nada tanto como aquello... Pero nunca había perdido un partido de
quidditch
en su Nimbus 2.000, ¿y de qué le servía dejar vacía su cámara de seguridad de Gringotts para comprarse la Saeta de Fuego teniendo ya una escoba muy buena? Harry no preguntó el precio, pero regresó a la tienda casi todos los días sólo para contemplar la Saeta de Fuego. Sin embargo, había cosas que Harry tenía que comprar. Fue a la botica para aprovisionarse de ingredientes para pociones, y como la túnica del colegio le quedaba ya demasiado corta tanto por las piernas como por los brazos, visitó la tienda de Túnicas para Cualquier Ocasión de la señora Malkin y compró otra nueva. Y lo más importante de todo: tenía que comprar los libros de texto para sus dos nuevas asignaturas: Cuidado de Criaturas Mágicas y Adivinación.

Harry se sorprendió al mirar el escaparate de la librería. En lugar de la acostumbrada exhibición de libros de hechizos, repujados en oro y del tamaño de losas de pavimentar había una gran jaula de hierro que contenía cien ejemplares de
El monstruoso libro de los monstruos
. Por todas partes caían páginas de los ejemplares que se peleaban entre sí, mordiéndose violentamente, enzarzados en furiosos combates de lucha libre.

Harry sacó del bolsillo la lista de libros y la consultó por primera vez.
El monstruoso libro de los monstruos
aparecía mencionado como uno de los textos programados para la asignatura de Cuidado de Criaturas Mágicas. En ese momento Harry comprendió por qué Hagrid le había dicho que podía serle útil. Sintió alivio. Se había preguntado si Hagrid tendría problemas con algún nuevo y terrorífico animal de compañía.

Cuando Harry entró en Flourish y Blotts, el dependiente se acercó a él.

—¿Hogwarts? —preguntó de golpe—. ¿Vienes por los nuevos libros?

—Sí —respondió Harry—. Necesito...

—Quítate de en medio —dijo el dependiente con impaciencia, haciendo a Harry a un lado. Se puso un par de guantes muy gruesos, cogió un bastón grande, con nudos, y se dirigió a la jaula de los libros monstruosos.

—Espere —dijo Harry con prontitud—, ése ya lo tengo.

—¿Sí? —El rostro del dependiente brilló de alivio—. ¡Cuánto me alegro! Ya me han mordido cinco veces en lo que va de día.

Desgarró el aire un estruendoso rasguido. Dos libros monstruosos acababan de atrapar a un tercero y lo estaban desgarrando.

—¡Basta ya! ¡Basta ya! —gritó el dependiente, metiendo el bastón entre los barrotes para separarlos—. ¡No pienso volver a pedirlos, nunca más! ¡Ha sido una locura! Pensé que no podía haber nada peor que cuando trajeron los doscientos ejemplares del
Libro invisible de la invisibilidad
. Costaron una fortuna y nunca los encontramos... Bueno, ¿en qué puedo servirte?

—Necesito
Disipar las nieblas del futuro
, de Cassandra Vablatsky —dijo Harry, consultando la lista de libros.

—Ah, vas a comenzar Adivinación, ¿verdad? —dijo el dependiente quitándose los guantes y conduciendo a Harry a la parte trasera de la tienda, donde había una sección dedicada a la predicción del futuro. Había una pequeña mesa rebosante de volúmenes con títulos como
Predecir lo impredecible
,
Protégete de los fallos y accidentes
,
Cuando el destino es adverso
.

—Aquí tienes —le dijo el dependiente, que había subido unos peldaños para bajar un grueso libro de pasta negra—:
Disipar las nieblas del futuro, una guía excelente de métodos básicos de adivinación: quiromancia, bolas de cristal, entrañas de animales...

Pero Harry no escuchaba. Su mirada había ido a posarse en otro libro que estaba entre los que había expuestos en una pequeña mesa:
Augurios de muerte: qué hacer cuando sabes que se acerca lo peor
.

—Yo en tu lugar no leería eso —dijo suavemente el dependiente, al ver lo que Harry estaba mirando—. Comenzarás a ver augurios de muerte por todos lados. Ese libro consigue asustar al lector hasta matarlo de miedo.

Pero Harry siguió examinando la portada del libro. Mostraba un perro negro, grande como un oso, con ojos brillantes. Le resultaba extrañamente familiar...

El dependiente puso en las manos de Harry el ejemplar de
Disipar las nieblas del futuro
.

—¿Algo más? —preguntó.

—Sí —dijo Harry, algo aturdido, apartando los ojos de los del perro y consultando la lista de libros—: Necesito...
Transformación, nivel intermedio
y
Libro reglamentario de hechizos, curso 3º
.

Diez minutos después, Harry salió de Flourish y Blotts con sus nuevos libros bajo el brazo, y volvió al Caldero Chorreante sin apenas darse cuenta de por dónde iba, y chocando con varias personas.

Subió las escaleras que llevaban a su habitación, entró en ella y arrojó los libros sobre la cama. Alguien la había hecho. Las ventanas estaban abiertas y el sol entraba a raudales. Harry oía los autobuses que pasaban por la calle
muggle
que quedaba detrás de él, fuera de la vista; y el alboroto de la multitud invisible, abajo, en el callejón Diagon. Se vio reflejado en el espejo que había en el lavabo.

—No puede haber sido un presagio de muerte —le dijo a su reflejo con actitud desafiante—. Estaba muerto de terror cuando vi aquello en la calle Magnolia. Probablemente no fue más que un perro callejero.

Alzó la mano de forma automática, e intentó alisarse el pelo.

—Es una batalla perdida —le respondió el espejo con voz silbante.

···

Al pasar los días, Harry empezó a buscar con más ahínco a Ron y a Hermione. Por aquellos días llegaban al callejón Diagon muchos alumnos de Hogwarts, ya que faltaba poco para el comienzo del curso. Harry se encontró a Seamus Finnigan y a Dean Thomas, compañeros de Gryffindor, en la tienda Artículos de Calidad para el Juego del
Quidditch
, donde también ellos se comían con los ojos la Saeta de Fuego; se tropezó también, en la puerta de Flourish y Blotts, con el verdadero Neville Longbottom, un muchacho despistado de cara redonda. Harry no se detuvo para charlar; Neville parecía haber perdido la lista de los libros, y su abuela, que tenía un aspecto temible, le estaba riñendo. Harry deseó que ella nunca se enterara de que él se había hecho pasar por su nieto cuando intentaba escapar del Ministerio de Magia.

Harry despertó el último día de vacaciones pensando en que vería a Ron y a Hermione al día siguiente, en el expreso de Hogwarts. Se levantó, se vistió, fue a contemplar por última vez la Saeta de Fuego, y se estaba preguntando dónde comería cuando alguien gritó su nombre. Se volvió.

—¡Harry!
¡HARRY!

Allí estaban los dos, sentados en la terraza de la heladería Florean Fortescue. Ron, más pecoso que nunca; Hermione, muy morena; y los dos le llamaban la atención con la mano.

—¡Por fin! —dijo Ron, sonriendo a Harry de oreja a oreja cuando éste se sentó—. Hemos estado en el Caldero Chorreante, pero nos dijeron que habías salido, y luego hemos ido a Flourish y Blotts, y al establecimiento de la señora Malkin, y...

—Compré la semana pasada todo el material escolar. ¿Y cómo os enterasteis de que me alojo en el Caldero Chorreante?

—Mi padre —contestó Ron escuetamente.

Seguro que el señor Weasley, que trabajaba en el Ministerio de Magia, había oído toda la historia de lo que le había ocurrido a tía Marge.

—¿Es verdad que inflaste a tu tía, Harry? —preguntó Hermione muy seria.

—Fue sin querer —respondió Harry, mientras Ron se partía de risa—. Perdí el control.

—No tiene ninguna gracia, Ron —dijo Hermione con severidad—. Verdaderamente, me sorprende que no te hayan expulsado.

—A mí también —admitió Harry—. No sólo expulsado: lo que más temía era ser arrestado. —Miró a Ron—: ¿No sabrá tu padre por qué me ha perdonado Fudge el castigo?

—Probablemente, porque eres tú. ¿No puede ser ése el motivo? —Encogió los hombros, sin dejar de reírse—. El famoso Harry Potter. No me gustaría enterarme de lo que me haría a mí el Ministerio si se me ocurriera inflar a mi tía. Pero primero me tendrían que desenterrar, porque mi madre me habría matado. De cualquier manera, tú mismo le puedes preguntar a mi padre esta tarde. ¡Esta noche nos alojamos también en el Caldero Chorreante! Mañana podrás venir con nosotros a King's Cross. ¡Ah, y Hermione también se aloja allí!

La muchacha asintió con la cabeza, sonriendo.

—Mis padres me han traído esta mañana, con todas mis cosas del colegio.

—¡Estupendo! —dijo Harry, muy contento—. ¿Habéis comprado ya todos los libros y el material para el próximo curso?

—Mira esto —dijo Ron, sacando de una mochila una caja delgada y alargada, y abriéndola—: una varita mágica nueva. Treinta y cinco centímetros, madera de sauce, con un pelo de cola de unicornio. Y tenemos todos los libros. —Señaló una mochila grande que había debajo de su silla—. ¿Y qué te parecen los libros monstruosos? El librero casi se echó a llorar cuando le dijimos que queríamos dos.

—¿Y qué es todo eso, Hermione? —preguntó Harry, señalando no una sino tres mochilas repletas que había a su lado, en una silla.

—Bueno, me he matriculado en más asignaturas que tú, ¿no te acuerdas? —dijo Hermione—. Son mis libros de Aritmancia, Cuidado de Criaturas Mágicas, Adivinación, Estudio de las Runas Antiguas, Estudios
Muggles
...

—¿Para qué quieres hacer Estudios
Muggles
? —preguntó Ron volviéndose a Harry y poniendo los ojos en blanco—. ¡Tú eres de sangre
muggle
! ¡Tus padres son
muggles
! ¡Ya lo sabes todo sobre los
muggles
!

—Pero será fascinante estudiarlos desde el punto de vista de los magos —repuso Hermione con seriedad.

—¿Tienes pensado comer o dormir este curso en algún momento, Hermione? —preguntó Harry mientras Ron se reía.

Hermione no les hizo caso:

—Todavía me quedan diez galeones —dijo comprobando su monedero—. En septiembre es mi cumpleaños, y mis padres me han dado dinero para comprarme el regalo de cumpleaños por adelantado.

—¿Por qué no te compras un libro? —dijo Ron poniendo voz cándida.

—No, creo que no —respondió Hermione sin enfadarse—. Lo que más me apetece es una lechuza. Harry tiene a
Hedwig
y tú tienes a
Errol
...

—No, no es mío.
Errol
es de la familia. Lo único que poseo es a
Scabbers
. —Se sacó la rata del bolsillo—. Quiero que le hagan un chequeo —añadió, poniendo a
Scabbers
en la mesa, ante ellos—. Me parece que Egipto no le ha sentado bien.

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