Harry Potter y el prisionero de Azkaban (8 page)

BOOK: Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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Scabbers
estaba más delgada de lo normal y tenía mustios los bigotes.

—Ahí hay una tienda de animales mágicos —dijo Harry, que por entonces conocía ya bastante bien el callejón Diagon—. Puedes mirar a ver si tienen algo para
Scabbers
. Y Hermione se puede comprar una lechuza.

Así que pagaron los helados, cruzaron la calle para ir a la tienda de animales.

No había mucho espacio dentro. Hasta el último centímetro de la pared estaba cubierto por jaulas. Olía fuerte y había mucho ruido, porque los ocupantes de las jaulas chillaban, graznaban, silbaban o parloteaban. La bruja que había detrás del mostrador estaba aconsejando a un cliente sobre el cuidado de los tritones de doble cola, así que Harry, Ron y Hermione esperaron, observando las jaulas.

Un par de sapos rojos y muy grandes estaban dándose un banquete con moscardas muertas; cerca del escaparate brillaba una tortuga gigante con joyas incrustadas en el caparazón; serpientes venenosas de color naranja trepaban por las paredes de su urna de cristal; un conejo gordo y blanco se transformaba sin parar en una chistera de seda y volvía a su forma de conejo haciendo «¡plop!». Había gatos de todos los colores, una escandalosa jaula de cuervos, un cesto con pelotitas de piel del color de las natillas que zumbaban ruidosamente y, encima del mostrador, una enorme jaula de ratas negras de pelo lacio y brillante que jugaban a dar saltos sirviéndose de la cola larga y pelada.

El cliente de los tritones de doble cola salió de la tienda y Ron se aproximó al mostrador.

—Se trata de mi rata —le explicó a la bruja—. Desde que hemos vuelto de Egipto está descolorida.

—Ponla en el mostrador —le dijo la bruja, sacando unas gruesas gafas negras del bolsillo.

Ron sacó a
Scabbers
y la puso junto a la jaula de las ratas, que dejaron sus juegos y corrieron a la tela metálica para ver mejor. Como casi todo lo que Ron tenía,
Scabbers
era de segunda mano (antes había pertenecido a su hermano Percy) y estaba un poco estropeada. Comparada con las flamantes ratas de la jaula, tenía un aspecto muy desmejorado.

—Hum —dijo la bruja, cogiendo y levantando a Scabbers—, ¿cuántos años tiene?

—No lo sé —respondió Ron—. Es muy vieja. Era de mi hermano.

—¿Qué poderes tiene? —preguntó la bruja examinando a
Scabbers
de cerca.

—Bueenoooo... —dijo Ron.

La verdad era que
Scabbers
nunca había dado el menor indicio de poseer ningún poder que mereciera la pena. Los ojos de la bruja se desplazaron desde la partida oreja izquierda de la rata a su pata delantera, a la que le faltaba un dedo, y chascó la lengua en señal de reprobación.

—Ha pasado lo suyo —comentó la bruja.

—Ya estaba así cuando me la pasó Percy —se defendió Ron.

—No se puede esperar que una rata ordinaria, común o de jardín como ésta viva mucho más de tres años —dijo la bruja—. Ahora bien, si buscas algo un poco más resistente, quizá te guste una de éstas...

Señaló las ratas negras, que volvieron a dar saltitos. Ron murmuró:

—Presumidas.

—Bueno, si no quieres reemplazarla, puedes probar a darle este tónico para ratas —dijo la bruja, sacando una pequeña botella roja de debajo del mostrador.

—Vale —dijo Ron—. ¿Cuánto...? ¡Ay!

Ron se agachó cuando algo grande de color canela saltó desde la jaula más alta, se le posó en la cabeza y se lanzó contra
Scabbers
, bufando sin parar.

—¡No,
Crookshanks
, no! —gritó la bruja, pero
Scabbers
salió disparada de sus manos como una pastilla de jabón, aterrizó despatarrada en el suelo y huyó hacia la puerta.


¡Scabbers!
—gritó Ron, saliendo de la tienda a toda velocidad, detrás de la rata; Harry lo siguió.

Tardaron casi diez minutos en encontrar a
Scabbers
, que se había refugiado bajo una papelera, en la puerta de la tienda de Artículos de Calidad para el Juego del
Quidditch
. Ron volvió a guardarse la rata, que estaba temblando. Se estiró y se rascó la cabeza.

—¿Qué ha sido?

—O un gato muy grande o un tigre muy pequeño —respondió Harry.

—¿Dónde está Hermione?

—Supongo que comprando la lechuza.

Volvieron por la calle abarrotada de gente hasta la tienda de animales mágicos. Llegaron cuando salía Hermione, pero no llevaba ninguna lechuza: llevaba firmemente sujeto el enorme gato de color canela.

—¿Has comprado ese monstruo? —preguntó Ron pasmado.

—Es precioso, ¿verdad? —preguntó Hermione, rebosante de alegría.

«Sobre gustos no hay nada escrito», pensó Harry. El pelaje canela del gato era espeso, suave y esponjoso, pero el animal tenía las piernas combadas y una cara de mal genio extrañamente aplastada, como si hubiera chocado de cara contra un tabique. Sin embargo, en aquel momento en que
Scabbers
no estaba a la vista, el gato ronroneaba suavemente, feliz en los brazos de Hermione.

—¡Hermione, ese ser casi me deja sin pelo!

—No lo hizo a propósito, ¿verdad,
Crookshanks
? —dijo Hermione.

—¿Y qué pasa con
Scabbers
? —preguntó Ron, señalando el bolsillo que tenía a la altura del pecho—. ¡Necesita descanso y tranquilidad! ¿Cómo va a tenerlos con ese ser cerca?

—Eso me recuerda que te olvidaste el tónico para ratas —dijo Hermione, entregándole a Ron la botellita roja—. Y deja de preocuparte.
Crookshanks
dormirá en mi dormitorio y
Scabbers
en el tuyo, ¿qué problema hay? El pobre
Crookshanks
... La bruja me dijo que llevaba una eternidad en la tienda. Nadie lo quería.

—Me pregunto por qué —dijo Ron sarcásticamente, mientras emprendían el camino del Caldero Chorreante. Encontraron al señor Weasley sentado en el bar leyendo
El Profeta
.

—¡Harry! —dijo levantando la vista y sonriendo—, ¿cómo estás?

—Bien, gracias —dijo Harry en el momento en que él, Ron y Hermione llegaban con todas sus compras.

El señor Weasley dejó el periódico, y Harry vio la fotografía ya familiar de Sirius Black, mirándole.

—¿Todavía no lo han cogido? —preguntó.

—No —dijo el señor Weasley con el semblante preocupado—. En el Ministerio nos han puesto a todos a trabajar en su busca, pero hasta ahora no se ha conseguido nada.

—¿Tendríamos una recompensa si lo atrapáramos? —preguntó Ron—. Estaría bien conseguir algo más de dinero...

—No seas absurdo, Ron —dijo el señor Weasley, que, visto más de cerca, parecía muy tenso—. Un brujo de trece años no va a atrapar a Black. Lo cogerán los guardianes de Azkaban. Ya lo verás.

En ese momento entró en el bar la señora Weasley cargada con compras y seguida por los gemelos Fred y George, que iban a empezar quinto curso en Hogwarts, Percy, último Premio Anual, y Ginny, la menor de los Weasley.

Ginny, que siempre se había sentido un poco cohibida en presencia de Harry, parecía aún más tímida de lo normal. Tal vez porque él le había salvado la vida en Hogwarts durante el último curso. Se puso colorada y murmuró «hola» sin mirarlo. Percy, sin embargo, le tendió la mano de manera solemne, como si él y Harry no se hubieran visto nunca, y le dijo:

—Es un placer verte, Harry.

—Hola, Percy —contestó Harry, tratando de contener la risa.

—Espero que estés bien —dijo Percy ceremoniosamente, estrechándole la mano. Era como ser presentado al alcalde.

—Muy bien, gracias...

—¡Harry! —dijo Fred, quitando a Percy de en medio de un codazo, y haciendo ante él una profunda reverencia—. Es estupendo verte, chico...

—Maravilloso —dijo George, haciendo a un lado a Fred y cogiéndole la mano a Harry—. Sencillamente increíble.

Percy frunció el entrecejo.

—Ya vale —dijo la señora Weasley.

—¡Mamá! —dijo Fred, como si acabara de verla, y también le estrechó la mano—. Esto es fabuloso...

—He dicho que ya vale —dijo la señora Weasley, depositando sus compras sobre una silla vacía—. Hola, Harry, cariño. Supongo que has oído ya todas nuestras emocionantes noticias. —Señaló la insignia de plata recién estrenada que brillaba en el pecho de Percy—. El segundo Premio Anual de la familia —dijo rebosante de orgullo.

—Y último —dijo Fred en un susurro.

—De eso no me cabe ninguna duda —dijo la señora Weasley, frunciendo de repente el entrecejo—. Ya me he dado cuenta de que no os han hecho prefectos.

—¿Para qué queremos ser prefectos? —dijo George, a quien la sola idea parecía repugnarle—. Le quitaría a la vida su lado divertido.

Ginny se rió.

—¿Quieres hacer el favor de darle a tu hermana mejor ejemplo? —dijo cortante la señora Weasley.

—Ginny tiene otros hermanos para que le den buen ejemplo —respondió Percy con altivez—. Voy a cambiarme para la cena...

Se fue y George dio un suspiro.

—Intentamos encerrarlo en una pirámide —le dijo a Harry—, pero mi madre nos descubrió.

Aquella noche la cena resulto muy agradable. Tom, el tabernero, juntó tres mesas del comedor, y los siete Weasley, Harry y Hermione tomaron los cinco deliciosos platos de la cena.

—¿Cómo iremos a King's Cross mañana, papá? —preguntó Fred en el momento en que probaban un suculento pudín de chocolate.

—El Ministerio pone a nuestra disposición un par de coches —respondió el señor Weasley.

Todos lo miraron.

—¿Por qué? —preguntó Percy con curiosidad.

—Por ti, Percy —dijo George muy serio—. Y pondrán banderitas en el capó, con las iniciales «P. A.» en ellas...

—Por «Presumido del Año» —dijo Fred.

Todos, salvo Percy y la señora Weasley, soltaron una carcajada.

—¿Por qué nos proporciona coches el Ministerio, padre? —preguntó Percy con voz de circunstancias.

—Bueno, como ya no tenemos coche, me hacen ese favor, dado que soy funcionario.

Lo dijo sin darle importancia, pero Harry notó que las orejas se le habían puesto coloradas, como las de Ron cuando se azoraba.

—Menos mal —dijo la señora Weasley con voz firme—. ¿Os dais cuenta de la cantidad de equipaje que lleváis entre unos y otros? Qué buena estampa haríais en el metro
muggle
... Lo tenéis ya todo listo, ¿verdad?

—Ron no ha metido aún las cosas nuevas en el baúl —dijo Percy con tono de resignación—. Las ha dejado todas encima de mi cama.

—Lo mejor es que vayas a preparar el equipaje, Ron, porque mañana por la mañana no tendremos mucho tiempo —le reprendió la señora Weasley.

Ron miró a Percy con cara de pocos amigos.

Después de la cena todos se sentían algo pesados y adormilados. Uno por uno fueron subiendo las escaleras hacia las habitaciones, para ultimar el equipaje del día siguiente. La habitación de Ron y Percy era contigua a la de Harry. Acababa de cerrar su baúl con llave cuando oyó voces de enfado a través de la pared, y fue a ver qué ocurría.

La puerta de la habitación 12 estaba entreabierta, y Percy gritaba.

—Estaba aquí, en la mesita. Me la quité para sacarle brillo.

—No la he tocado, ¿te enteras? —gritaba Ron a su vez.

—¿Qué ocurre? —preguntó Harry.

—Mi insignia de Premio Anual ha desaparecido —dijo Percy volviéndose a Harry.

—Lo mismo ha ocurrido con el tónico para ratas de
Scabbers
—añadió Ron, sacando las cosas de su baúl para comprobarlas—. Puede que me lo haya olvidado en el bar...

—¡Tú no te mueves de aquí hasta que aparezca mi insignia! —gritó Percy.

—Yo iré por lo de
Scabbers
, ya he terminado de preparar el equipaje —dijo Harry a Ron.

Harry se hallaba en mitad de las escaleras, que estaban muy oscuras, cuando oyó dos voces airadas que procedían del comedor. Tardó un segundo en reconocer que eran las de los padres de Ron. Se quedó dudando, porque no quería que ellos se dieran cuenta de que los había oído discutiendo, y el sonido de su propio nombre le hizo detenerse y luego acercarse a la puerta del comedor.

—No tiene ningún sentido ocultárselo —decía acaloradamente el señor Weasley—. Harry tiene derecho a saberlo. He intentado decírselo a Fudge, pero se empeña en tratar a Harry como a un niño. Tiene trece años y...

—¡Arthur, la verdad le aterrorizaría! —dijo la señora Weasley en voz muy alta—. ¿Quieres de verdad enviar a Harry al colegio con esa espada de Damocles? ¡Por Dios, está muy tranquilo sin saber nada!

—No quiero asustarlo, ¡quiero prevenirlo! —contestó el señor Weasley—. Ya sabes cómo son Harry y Ron, que se escapan por ahí. Se han internado en el bosque prohibido dos veces. ¡Pero Harry no debe hacer lo mismo en este curso! ¡Cada vez que pienso lo que podía haberle sucedido la otra noche, cuando se escapó de casa...! Si el
autobús noctámbulo
no lo hubiera recogido, me juego lo que sea a que el Ministerio lo hubiera encontrado muerto.

—Pero no está muerto, está bien, así que ¿de qué sirve...?

—Molly: dicen que Sirius Black está loco, y quizá lo esté, pero fue lo bastante inteligente para escapar de Azkaban, y se supone que eso es imposible. Han pasado tres semanas y no le han visto el pelo. Y me da igual todo lo que declara Fudge a
El Profeta
: no estamos más cerca de pillarlo que de inventar varitas mágicas que hagan los hechizos solas. Lo único que sabemos con seguridad es que Black va detrás...

—Pero Harry estará a salvo en Hogwarts.

—Pensábamos que Azkaban era una prisión completamente segura. Si Black es capaz de escapar de Azkaban, será capaz de entrar en Hogwarts.

—Pero nadie está realmente seguro de que Black vaya en pos de Harry...

Se oyó un golpe y Harry supuso que el señor Weasley había dado un puñetazo en la mesa.

—Molly, ¿cuántas veces te tengo que decir que... que no lo han dicho en la prensa porque Fudge quería mantenerlo en secreto? Pero Fudge fue a Azkaban la noche que Black se escapó. Los guardias le dijeron a Fudge que hacía tiempo que Black hablaba en sueños. Siempre decía las mismas palabras: «Está en Hogwarts, está en Hogwarts.» Black está loco, Molly, y quiere matar a Harry. Si me preguntas por qué, creo que Black piensa que con su muerte Quien-tú-sabes volvería al poder. Black lo perdió todo la noche en que Harry detuvo a Quien-tú-sabes. Y se ha pasado diez años solo en Azkaban, rumiando todo eso...

Se hizo el silencio. Harry pegó aún más el oído a la puerta.

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