Harry Potter y el prisionero de Azkaban (9 page)

BOOK: Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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—Bien, Arthur. Debes hacer lo que te parezca mejor. Pero te olvidas de Albus Dumbledore. Creo que nada le podría hacer daño en Hogwarts mientras él sea el director. Supongo que estará al corriente de todo esto.

—Por supuesto que sí. Tuvimos que pedirle permiso para que los guardias de Azkaban se apostaran en los accesos al colegio. No le hizo mucha gracia, pero accedió.

—¿No le hizo gracia? ¿Por qué no, si están ahí para atrapar a Black?

—Dumbledore no les tiene mucha simpatía a los guardias de Azkaban —respondió el señor Weasley con disgusto—. Tampoco yo se la tengo, si nos ponemos así... Pero cuando se trata con alguien como Black, hay que unir fuerzas con los que uno preferiría evitar.

—Si salvan a Harry...

—En ese caso, no volveré a decir nada contra ellos —dijo el señor Weasley con cansancio—. Es tarde, Molly. Será mejor que subamos...

Harry oyó mover las sillas. Tan sigilosamente como pudo, se alejó para no ser visto por el pasadizo que conducía al bar.

La puerta del comedor se abrió y segundos después el rumor de pasos le indicó que los padres de Ron subían las escaleras.

La botella de tónico para las ratas estaba bajo la mesa a la que se habían sentado. Harry esperó hasta oír cerrarse la puerta del dormitorio de los padres de Ron y volvió a subir por las escaleras, con la botella.

Fred y George estaban agazapados en la sombra del rellano de la escalera, partiéndose de risa al oír a Percy poniendo patas arriba la habitación que compartía con Ron, en busca de la insignia.

—La tenemos nosotros —le susurró Fred al oído—. La hemos mejorado.

En la insignia se leía ahora: Premio Asnal.

Harry lanzó una risa forzada. Le llevó a Ron el tónico para ratas, se encerró en la habitación y se echó en la cama.

Así que Sirius Black iba tras él. Eso lo explicaba todo. Fudge había sido indulgente con él porque estaba muy contento de haberlo encontrado con vida. Le había hecho prometer a Harry que no saldría del callejón Diagon, donde había un montón de magos para vigilarle. Y había mandado dos coches del Ministerio para que fueran todos a la estación al día siguiente, para que los Weasley pudieran proteger a Harry hasta que hubiera subido al tren.

Harry estaba tumbado, escuchando los gritos amortiguados que provenían de la habitación de al lado, y se preguntó por qué no estaría más asustado. Sirius Black había matado a trece personas con un hechizo; los padres de Ron, obviamente, pensaban que Harry se aterrorizaría al enterarse de la verdad. Pero Harry estaba completamente de acuerdo con la señora Weasley en que el lugar más seguro de la Tierra era aquel en que estuviera Albus Dumbledore. ¿No decía siempre la gente que Dumbledore era la única persona que había inspirado miedo a lord Voldemort? ¿No le daría a Black, siendo la mano derecha de Voldemort, tanto miedo como a éste?

Y además estaban los guardias de Azkaban, de los que hablaba todo el mundo. La mayoría de las personas les tenían un miedo irracional, y si estaban apostados alrededor del colegio, las posibilidades de que Black pudiera entrar parecían muy escasas. No, en realidad, lo que más preocupaba a Harry era que ya no tenía ninguna posibilidad de que le permitieran visitar Hogsmeade. Nadie querría dejarle abandonar la seguridad del castillo hasta que hubieran atrapado a Black; de hecho, Harry sospechaba que vigilarían cada uno de sus movimientos hasta que hubiera pasado el peligro.

Arrugó el ceño mirando al oscuro techo. ¿Creían que no era capaz de cuidar de sí mismo? Había escapado tres veces de lord Voldemort. No era un completo inútil...

Sin querer, le vino a la mente la silueta animal que había visto entre las sombras en la calle Magnolia.
Qué hacer cuando sabes que se acerca lo peor...

—No me van a matar —dijo Harry en voz alta.

—Así me gusta, amigo —contestó el espejo con voz soñolienta.

CAPÍTULO 5

El dementor

A
la mañana siguiente, Tom despertó a Harry, sonriendo como de costumbre con su boca desdentada y llevándole una taza de té. Harry se vistió, y trataba de convencer a
Hedwig
de que volviera a la jaula cuando Ron abrió de golpe la puerta y entró enfadado, poniéndose la camisa.

—Cuanto antes subamos al tren, mejor —dijo—. Por lo menos en Hogwarts puedo alejarme de Percy. Ahora me acusa de haber manchado de té su foto de Penelope Clearwater. —Ron hizo una mueca—. Ya sabes, su novia. Ha ocultado la cara bajo el marco porque su nariz ha quedado manchada...

—Tengo algo que contarte —comenzó Harry, pero lo interrumpieron Fred y George, que se asomaron a la habitación para felicitar a Ron por haber vuelto a enfadar a Percy.

Bajaron a desayunar y encontraron al señor Weasley, que leía la primera página de
El Profeta
con el entrecejo fruncido, y a la señora Weasley, que hablaba a Ginny y a Hermione de un filtro amoroso que había hecho de joven. Las tres se reían con risa floja.

—¿Qué me ibas a contar? —preguntó Ron a Harry cuando se sentaron.

—Más tarde —murmuró Harry, al mismo tiempo que Percy irrumpía en el comedor.

Con el ajetreo de la partida, Harry tampoco tuvo tiempo de hablar con Ron. Todos estaban muy ocupados bajando los baúles por la estrecha escalera del Caldero Chorreante y apilándolos en la puerta, con
Hedwig
y
Hermes
, la lechuza de Percy, encaramadas en sus jaulas. Al lado de los baúles había un pequeño cesto de mimbre que bufaba ruidosamente.

—Vale,
Crookshanks
—susurró Hermione a través del mimbre—, te dejaré salir en el tren.

—No lo harás —dijo Ron terminantemente—. ¿Y la pobre
Scabbers
?

Se señaló el bolsillo del pecho, donde un bulto revelaba que
Scabbers
estaba allí acurrucada.

El señor Weasley, que había aguardado fuera a los coches del Ministerio, se asomó al interior.

—Aquí están —anunció—. Vamos, Harry.

El señor Weasley condujo a Harry a través del corto trecho de acera hasta el primero de los dos coches antiguos de color verde oscuro, los dos conducidos por brujos de mirada furtiva con uniforme de terciopelo verde esmeralda.

—Sube, Harry —dijo el señor Weasley, mirando a ambos lados de la calle llena de gente. Harry subió a la parte trasera del coche, y enseguida se reunieron con él Hermione y Ron, y para disgusto de Ron, también Percy

El viaje hasta King's Cross fue muy tranquilo, comparado con el que Harry había hecho en el
autobús noctámbulo
. Los coches del Ministerio de Magia parecían bastante normales, aunque Harry vio que podían deslizarse por huecos que no podría haber traspasado el coche nuevo de la empresa de tío Vernon. Llegaron a King's Cross con veinte minutos de adelanto; los conductores del Ministerio les consiguieron carritos, descargaron los baúles, saludaron al señor Weasley y se alejaron, poniéndose, sin que se supiera cómo, en cabeza de una hilera de coches parados en el semáforo.

El señor Weasley se mantuvo muy pegado a Harry durante todo el camino de la estación.

—Bien, pues —propuso mirándolos a todos—. Como somos muchos, vamos a entrar de dos en dos. Yo pasaré primero con Harry.

El señor Weasley fue hacia la barrera que había entre los andenes nueve y diez, empujando el carrito de Harry y, según parecía, muy interesado por el Intercity 125 que acababa de entrar por la vía 9. Dirigiéndole a Harry una elocuente mirada, se apoyó contra la barrera como sin querer. Harry lo imitó.

Un instante después, cayeron de lado a través del metal sólido y se encontraron en el andén nueve y tres cuartos. Levantaron la mirada y vieron el expreso de Hogwarts, un tren de vapor de color rojo que echaba humo sobre un andén repleto de magos y brujas que acompañaban al tren a sus hijos. De repente, detrás de Harry aparecieron Percy y Ginny. Jadeaban y parecía que habían atravesado la barrera corriendo.

—¡Ah, ahí está Penelope! —dijo Percy, alisándose el pelo y sonrojándose.

Ginny miró a Harry, y ambos se volvieron para ocultar la risa en el momento en que Percy se acercó sacando pecho (para que ella no pudiera dejar de notar la insignia reluciente) a una chica de pelo largo y rizado.

Después de que Hermione y el resto de los Weasley se reunieran con ellos, Harry y el señor Weasley se abrieron paso hasta el final del tren, pasaron ante compartimentos repletos de gente y llegaron finalmente a un vagón que estaba casi vacío. Subieron los baúles, pusieron a
Hedwig
y a
Crookshanks
en la rejilla portaequipajes, y volvieron a salir para despedirse de los padres de Ron.

La señora Weasley besó a todos sus hijos, luego a Hermione y por último a Harry. Éste se sintió embarazado pero muy agradecido cuando ella le dio un abrazo de más.

—Cuídate, Harry ¿Lo harás? —dijo separándose de él, con los ojos especialmente brillantes. Luego abrió su enorme bolso y dijo—: He preparado bocadillos para todos. Aquí los tenéis, Ron... no, no son de conserva de buey.. Fred... ¿dónde está Fred? ¡Ah, estás ahí, cariño...!

—Harry —le dijo en voz baja el señor Weasley—, ven aquí un momento.

Señaló una columna con la cabeza y Harry lo siguió hasta ella. Se pusieron detrás, dejando a los otros con la señora Weasley.

—Tengo que decirte una cosa antes de que te vayas —dijo el señor Weasley con voz tensa.

—No es necesario, señor Weasley. Ya lo sé.

—¿Que lo sabes? ¿Cómo has podido saberlo?

—Yo... eh... les oí anoche a usted y a su mujer. No pude evitarlo. Lo siento...

—No quería que te enteraras de esa forma —dijo el señor Weasley, nervioso.

—No... Ha sido la mejor manera. Así me he podido enterar y usted no ha faltado a la palabra que le dio a Fudge.

—Harry, debes de estar muy asustado...

—No lo estoy —contestó Harry con sinceridad—. De verdad —añadió, porque el señor Weasley lo miraba incrédulo—. No trato de parecer un héroe, pero Sirius Black no puede ser peor que Voldemort, ¿verdad?

El señor Weasley se estremeció al oír aquel nombre, pero no comentó nada.

—Harry, sabía que estabas hecho..., bueno, de una pasta más dura de lo que Fudge cree. Me alegra que no tengas miedo, pero...

—¡Arthur! —gritó la señora Weasley, que ya hacía subir a los demás al tren—. ¡Arthur!, ¿qué haces? ¡Está a punto de irse!

—Ya vamos, Molly —dijo el señor Weasley Pero se volvió a Harry y siguió hablando, más bajo y más aprisa—. Escucha, quiero que me des tu palabra...

—¿De que seré un buen chico y me quedaré en el castillo? —preguntó Harry con tristeza.

—No exactamente —respondió el señor Weasley, más serio que nunca—. Harry, prométeme que no irás en busca de Black.

Harry lo miró fijamente.

—¿Qué?

Se oyó un potente silbido y pasaron unos guardias cerrando todas las puertas del tren.

—Prométeme, Harry —dijo el señor Weasley hablando aún más aprisa—, que ocurra lo que ocurra...

—¿Por qué iba a ir yo detrás de alguien que sé que quiere matarme? —preguntó Harry, sin comprender.

—Prométeme que, oigas lo que oigas...

—¡Arthur, aprisa! —gritó la señora Weasley.

Salía vapor del tren. Éste había comenzado a moverse. Harry corrió hacia la puerta del vagón, y Ron la abrió y se echó atrás para dejarle paso. Se asomaron por la ventanilla y dijeron adiós con la mano a los padres de los Weasley hasta que el tren dobló una curva y se perdieron de vista.

—Tengo que hablaros a solas —dijo entre dientes a Ron y Hermione en cuanto el tren cogió velocidad.

—Vete, Ginny —dijo Ron.

—¡Qué agradable eres! —respondió Ginny de mal humor; y se marchó muy ofendida.

Harry, Ron y Hermione fueron por el pasillo en busca de un compartimento vacío, pero todos estaban llenos salvo uno que se encontraba justo al final.

En éste sólo había un ocupante: un hombre que estaba sentado al lado de la ventana y profundamente dormido. Harry, Ron y Hermione se detuvieron ante la puerta. El expreso de Hogwarts estaba reservado para estudiantes y nunca habían visto a un adulto en él, salvo la bruja que llevaba el carrito de la comida.

El extraño llevaba una túnica de mago muy raída y remendada. Parecía enfermo y exhausto. Aunque joven, su pelo castaño claro estaba veteado de gris.

—¿Quién será? —susurró Ron en el momento en que se sentaban y cerraban la puerta, eligiendo los asientos más alejados de la ventana.

—Es el profesor R. J. Lupin —susurró Hermione de inmediato.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo pone en su maleta —respondió Hermione señalando el portaequipajes que había encima del hombre dormido, donde había una maleta pequeña y vieja atada con una gran cantidad de nudos. El nombre, «Profesor R. J. Lupin», aparecía en una de las esquinas, en letras medio desprendidas.

—Me pregunto qué enseñará —dijo Ron frunciendo el entrecejo y mirando el pálido perfil del profesor Lupin.

—Está claro —susurró Hermione—. Sólo hay una vacante, ¿no es así? Defensa Contra las Artes Oscuras.

Harry, Ron y Hermione ya habían tenido dos profesores de Defensa Contra las Artes Oscuras, que habían durado sólo un año cada uno. Se decía que el puesto estaba gafado.

—Bueno, espero que no sea como los anteriores —dijo Ron no muy convencido—. No parece capaz de sobrevivir a un maleficio hecho como Dios manda. Pero bueno, ¿qué nos ibas a contar?

Harry explicó la conversación entre los padres de Ron y las advertencias que el señor Weasley acababa de hacerle. Cuando terminó, Ron parecía atónito y Hermione se tapaba la boca con las manos. Las apartó para decir:

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