Read Harry Potter y el prisionero de Azkaban Online
Authors: J.K. Rowling
Harry estaba demasiado absorto apiadándose de Neville para darse cuenta de que también él tenía carta.
Hedwig
llamó su atención dándole un picotazo en la muñeca.
—¡Ay! Ah,
Hedwig
, gracias.
Harry rasgó el sobre mientras
Hedwig
picoteaba entre los copos de maíz de Neville. La nota que había dentro decía:
Queridos Harry y Ron:
¿Os apetece tornar el té conmigo esta tarde, a eso de las seis? Iré a recogeros al castillo.
ESPERADME EN EL VESTÍBULO. NO TENÉIS PERMISO PARA SALIR SOLOS
.
Un saludo,
Hagrid
—Probablemente quiere saber los detalles de lo de Black —dijo Ron.
Así que aquella tarde, a las seis, Harry y Ron salieron de la torre de Gryffindor, pasaron corriendo por entre los troles de seguridad y se dirigieron al vestíbulo. Hagrid los aguardaba ya.
—Bien, Hagrid —dijo Ron—. Me imagino que quieres que te cuente lo de la noche del sábado, ¿no?
—Ya me lo han contado —dijo Hagrid, abriendo la puerta principal y saliendo con ellos.
—Vaya —dijo Ron, un poco ofendido.
Lo primero que vieron al entrar en la cabaña de Hagrid fue a
Buckbeak
, que estaba estirado sobre el edredón de retales de Hagrid, con las enormes alas plegadas y comiéndose un abundante plato de hurones muertos. Al apartar los ojos de la desagradable visión, Harry vio un traje gigantesco de una tela marrón peluda y una espantosa corbata amarilla y naranja, colgados de la puerta del armario.
—¿Para qué son, Hagrid? —preguntó Harry.
—
Buckbeak
tiene que presentarse ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas —dijo Hagrid—. Será este viernes. Iremos juntos a Londres. He reservado dos camas en el
autobús noctámbulo
...
Harry se avergonzó. Se había olvidado por completo de que el juicio de
Buckbeak
estaba próximo, y a juzgar por la incomodidad evidente de Ron, él también lo había olvidado. Habían olvidado igualmente que habían prometido que lo ayudarían a preparar la defensa de
Buckbeak
. La llegada de la Saeta de Fuego lo había borrado de la cabeza de ambos.
Hagrid les sirvió té y les ofreció un plato de bollos de Bath. Pero los conocían demasiado bien para aceptarlos. Ya tenían experiencia con la cocina de Hagrid.
—Tengo algo que comentaros —dijo Hagrid, sentándose entre ellos, con una seriedad que resultaba rara en él.
—¿Qué? —preguntó Harry.
—Hermione —dijo Hagrid.
—¿Qué le pasa? —preguntó Ron.
—Está muy mal, eso es lo que le pasa. Me ha venido a visitar con mucha frecuencia desde las Navidades. Se encuentra sola. Primero no le hablabais por lo de la Saeta de Fuego. Ahora no le habláis por culpa del gato.
—¡Se comió a
Scabbers
! —exclamó Ron de malhumor.
—¡Porque su gato hizo lo que todos los gatos! —prosiguió Hagrid—. Ha llorado, ¿sabéis? Está pasando momentos muy difíciles. Creo que trata de abarcar más de lo que puede. Demasiado trabajo. Aún encontró tiempo para ayudarme con el caso
Buckbeak
. Por supuesto, me ha encontrado algo muy útil... Creo que ahora va a tener bastantes posibilidades...
—Nosotros también tendríamos que haberte ayudado. Hagrid, lo siento —balbuceó Harry
—¡No os culpo! —dijo Hagrid con un movimiento de la mano—. Ya sé que habéis estado muy ocupados. Os he visto entrenar día y noche. Pero tengo que deciros que creía que valorabais más a vuestra amiga que a las escobas o las ratas. Nada más. —Harry y Ron se miraron azorados—. Sufrió mucho cuando se enteró de que Black había estado a punto de matarte, Ron. Hermione tiene buen corazón. Y vosotros dos sin dirigirle la palabra...
—Si se deshiciera de ese gato, le volvería a hablar —dijo Ron enfadado—. Pero todavía lo defiende. Está loco, y ella no admite una palabra en su contra.
—Ah, bueno, la gente suele ponerse un poco tonta con sus animales de compañía —dijo Hagrid prudentemente.
Buckbeak
escupió unos huesos de hurón sobre la almohada de Hagrid.
Pasaron el resto del tiempo hablando de las crecientes posibilidades de Gryffindor de ganar la copa de
quidditch
. A las nueve en punto, Hagrid los acompañó al castillo.
Cuando volvieron a la sala común, un grupo numeroso de gente se amontonaba delante del tablón de anuncios.
—¡Hogsmeade el próximo fin de semana! —dijo Ron, estirando el cuello para leer la nueva nota por encima de las cabezas ajenas—. ¿Qué vas a hacer? —preguntó a Harry en voz baja, al sentarse.
—Bueno, Filch no ha tapado la entrada del pasadizo que lleva a Honeydukes —dijo Harry aún más bajo.
—Harry —dijo una voz en su oído derecho. Harry se sobresaltó. Se volvió y vio a Hermione, sentada a la mesa que tenían detrás, por un hueco que había en el muro de libros que la ocultaba—, Harry, si vuelves otra vez a Hogsmeade... le contaré a la profesora McGonagall lo del mapa.
—¿Oyes a alguien, Harry? —masculló Ron, sin mirar a Hermione.
—Ron, ¿cómo puedes dejarle que vaya? ¡Después de lo que estuvo a punto de hacerte Sirius Black! Hablo en serio. Le contaré...
—¡Así que ahora quieres que expulsen a Harry! —dijo Ron, furioso—. ¿Es que no has hecho ya bastante daño este curso?
Hermione abrió la boca para responder, pero
Crookshanks
saltó sobre su regazo con un leve bufido. Hermione se asustó de la expresión de Ron, cogió a
Crookshanks
y se fue corriendo hacia los dormitorios de las chicas.
—Entonces ¿qué te parece? —preguntó Ron a Harry, como si no hubiera habido ninguna interrupción—. Venga, la última vez no viste nada. ¡Ni siquiera has estado todavía en Zonko!
Harry miró a su alrededor para asegurarse de que Hermione no podía oír sus palabras:
—De acuerdo —dijo—. Pero esta vez cogeré la capa invisible.
El sábado por la mañana, Harry metió en la mochila la capa invisible, guardó en el bolsillo el mapa del merodeador y bajó a desayunar con los otros. Hermione no dejaba de mirarlo con suspicacia, pero él evitaba su mirada y se aseguró de que ella lo viera subir la escalera de mármol del vestíbulo mientras todos los demás se dirigían a las puertas principales.
—¡Adiós, Harry! —le dijo en voz alta—. ¡Hasta la vuelta!
Ron se sonrió y guiñó un ojo.
Harry subió al tercer piso a toda prisa, sacando el mapa del merodeador mientras corría. Se puso en cuclillas detrás de la bruja tuerta y extendió el mapa. Un puntito diminuto se movía hacia él. Harry lo examinó entornando los ojos. La minúscula inscripción que acompañaba al puntito decía:
«NEVILLE LONGBOTTOM.»
Harry sacó la varita rápidamente, musitó
«Dissendio» y
metió la mochila en la estatua, pero antes de que pudiera entrar por ella Neville apareció por la esquina:
—¡Harry! Había olvidado que tú tampoco ibas a Hogsmeade.
—Hola, Neville —dijo Harry, separándose rápidamente de la estatua y volviendo a meterse el mapa en el bolsillo—. ¿Qué haces?
—Nada —dijo Neville, encogiéndose de hombros—. ¿Te apetece una partida de
snap explosivo
?
—Ahora no... Iba a la biblioteca a hacer el trabajo sobre los vampiros, para Lupin.
—¡Voy contigo! —dijo Neville con entusiasmo—. ¡Yo tampoco lo he hecho!
—Eh... ¡Pero si lo terminé anoche! ¡Se me había olvidado!
—¡Estupendo, entonces podrás ayudarme! —dijo Neville—. No me entra todo eso del ajo. ¿Se lo tienen que comer o...?
Neville se detuvo con un estremecimiento, mirando por encima del hombro de Harry.
Era Snape. Neville se puso rápidamente detrás de Harry.
—¿Qué hacéis aquí los dos? —dijo Snape, deteniéndose y mirando primero a uno y después al otro—. Un extraño lugar para reunirse...
Ante el desasosiego de Harry, los ojos negros de Snape miraron hacia las puertas que había a cada lado y luego a la bruja tuerta.
—No nos hemos reunido aquí —explicó Harry—. Sólo nos hemos encontrado por casualidad.
—¿De veras? —dijo Snape—. Tienes la costumbre de aparecer en lugares inesperados, Potter, y raramente te encuentras en ellos sin motivo. Os sugiero que volváis a la torre de Gryffindor, que es donde debéis estar.
Harry y Neville se pusieron en camino sin decir nada. Al doblar la esquina, Harry miró atrás. Snape pasaba una mano por la cabeza de la bruja tuerta, examinándola detenidamente. Harry se las arregló para deshacerse de Neville en el retrato de la señora gorda, diciendo la contraseña y simulando que se había dejado el trabajo sobre los vampiros en la biblioteca y que volvía por él. Después de perder de vista a los troles de seguridad, volvió a sacar el mapa.
El corredor del tercer piso parecía desierto. Harry examinó el mapa con detenimiento y vio con alivio que la minúscula mota con la inscripción «SEVERUS SNAPE» estaba otra vez en el despacho.
Echó una carrera hasta la estatua de la bruja, abrió la entrada de la joroba y se deslizó hasta encontrar la mochila al final de aquella especie de tobogán de piedra. Borró el mapa del merodeador y echó a correr.
Completamente oculto por la capa invisible, Harry salió a la luz del sol por la puerta de Honeydukes y dio un codazo a Ron en la espalda.
—Soy yo —susurro.
—¿Por qué has tardado tanto? —dijo Ron entre dientes.
—Snape rondaba por allí.
Echaron a andar por High Street.
—¿Dónde estás? —le preguntaba Ron de vez en cuando, por la comisura de la boca—. ¿Sigues ahí? Qué raro resulta esto...
Fueron a la oficina de correos. Ron hizo como que miraba el precio de una lechuza que iba hasta Egipto, donde estaba Bill, y de esa manera Harry pudo hartarse de curiosear. Por lo menos trescientas lechuzas ululaban suavemente, desde las grises grandes hasta las pequeñísimas
scops
(«Sólo entregas locales»), que cabían en la palma de la mano de Harry.
Luego visitaron la tienda de Zonko, que estaba tan llena de estudiantes de Hogwarts que Harry tuvo que tener mucho cuidado para no pisar a nadie y no provocar el pánico. Había artículos de broma para satisfacer hasta los sueños más descabellados de Fred y George. Harry susurró a Ron lo que quería que le comprara y le pasó un poco de oro por debajo de la capa. Salieron de Zonko con los monederos bastante más vacíos que cuando entraron, pero con los bolsillos abarrotados de bombas fétidas, dulces de hipotós, jabón de huevos de rana y una taza que mordía la nariz.
El día era agradable, con un poco de brisa, y a ninguno de los dos le apetecía meterse dentro de ningún sitio, así que siguieron caminando, dejaron atrás Las Tres Escobas y subieron una cuesta para ir a visitar la Casa de los Gritos, el edificio más embrujado de Gran Bretaña. Estaba un poco separada y más elevada que el resto del pueblo, e incluso a la luz del día resultaba escalofriante con sus ventanas cegadas y su jardín húmedo, sombrío y cuajado de maleza.
—Hasta los fantasmas de Hogwarts la evitan —explicó Ron, apoyado como Harry en la valla, levantando la vista hacia ella—. Le he preguntado a Nick Casi Decapitado... Dice que ha oído que aquí residen unos fantasmas muy bestias. Nadie puede entrar. Fred y George lo intentaron, claro, pero todas las entradas están tapadas.
Harry, agotado por la subida, estaba pensando en quitarse la capa durante unos minutos cuando oyó voces cercanas. Alguien subía hacia la casa por el otro lado de la colina. Un momento después apareció Malfoy, seguido de cerca por Crabbe y Goyle. Malfoy decía:
—... en cualquier momento recibiré una lechuza de mi padre. Tengo que ir al juicio para declarar por lo de mi brazo. Tengo que explicar que lo tuve inutilizado durante tres meses...
Crabbe y Goyle se rieron.
—Ojalá pudiera oír a ese gigante imbécil y peludo defendiéndose: «Es inofensivo, de verdad. Ese
hipogrifo
es tan bueno como un...» —Malfoy vio a Ron de repente. Hizo una mueca malévola—. ¿Qué haces, Weasley? —Levantó la vista hacia la casa en ruinas que había detrás de Ron—: Supongo que te encantaría vivir ahí, ¿verdad, Ron? ¿Sueñas con tener un dormitorio para ti solo? He oído decir que en tu casa dormís todos en una habitación, ¿es cierto?
Harry sujetó a Ron por la túnica para impedirle que saltara sobre Malfoy.
—Déjamelo a mí— le susurró al oído.
La oportunidad era demasiado buena para no aprovecharla. Harry se acercó sigilosamente a Malfoy, Crabbe y Goyle, por detrás; se agachó y cogió un puñado de barro del camino.
—Ahora mismo estábamos hablando de tu amigo Hagrid —dijo Malfoy a Ron—. Estábamos imaginando lo que dirá ante la Comisión para las Criaturas Peligrosas. ¿Crees que llorará cuando al
hipogrifo
le corten...?
¡PLAF!
Al golpearle la bola de barro en la cabeza, Malfoy se inclinó hacia delante. Su pelo rubio platino chorreaba barro de repente.
—¿Qué demo...?
Ron se sujetó a la valla para no revolcarse en el suelo de la risa. Malfoy, Crabbe y Goyle se dieron la vuelta, mirando a todas partes. Malfoy se limpiaba el pelo.
—¿Qué ha sido? ¿Quién lo ha hecho?
—Esto está lleno de fantasmas, ¿verdad? —observó Ron, como quien comenta el tiempo que hace.
Crabbe y Goyle parecían asustados. Sus abultados músculos no les servían de mucho contra los fantasmas. Malfoy daba vueltas y miraba como loco el desierto paraje.
Harry se acercó a hurtadillas a un charco especialmente sucio sobre el que había una capa de fango verdoso de olor nauseabundo.
¡PATAPLAF!
Crabbe y Goyle recibieron algo esta vez. Goyle saltaba sin moverse del sitio, intentando quitarse el barro de sus ojos pequeños y apagados.
—¡Ha venido de allá! —dijo Malfoy, limpiándose la cara y señalando un punto que estaba unos dos metros a la izquierda de Harry
Crabbe fue hacia delante dando traspiés, estirando como un zombi sus largos brazos. Harry lo esquivó, cogió un palo y se lo tiró a Crabbe. Le acertó en la espalda. Harry retrocedió riendo en silencio mientras Crabbe ejecutaba en el aire una especie de pirueta para ver quién lo había arrojado. Como Ron era la única persona a la que Crabbe podía ver, fue a él a quien se dirigió. Pero Harry estiró la pierna. Crabbe tropezó, trastabilló y su pie grande y plano pisó la capa de Harry, que sintió un tirón y notó que la capa le resbalaba por la cara.
Durante una fracción de segundo, Malfoy lo miró fijamente.