Harry Potter y el prisionero de Azkaban (14 page)

BOOK: Harry Potter y el prisionero de Azkaban
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A Harry le encantó salir del castillo después del almuerzo. La lluvia del día anterior había terminado; el cielo era de un gris pálido, y la hierba estaba mullida y húmeda bajo sus pies cuando se pusieron en camino hacia su primera clase de Cuidado de Criaturas Mágicas.

Ron y Hermione no se dirigían la palabra. Harry caminaba a su lado, en silencio, mientras descendían por el césped hacia la cabaña de Hagrid, en el límite del bosque prohibido. Sólo cuando vio delante tres espaldas que le resultaban muy familiares, se dio cuenta de que debían de compartir aquellas clases con los de Slytherin. Malfoy decía algo animadamente a Crabbe y Goyle, que se reían a carcajadas. Harry creía saber de qué hablaban.

Hagrid aguardaba a sus alumnos en la puerta de la cabaña. Estaba impaciente por empezar, cubierto con su abrigo de ratina, y con
Fang
, el perro jabalinero, a sus pies.

—¡Vamos, daos prisa! —gritó a medida que se aproximaban sus alumnos—. ¡Hoy tengo algo especial para vosotros! ¡Una gran lección! ¿Ya está todo el mundo? ¡Bien, seguidme!

Durante un desagradable instante, Harry temió que Hagrid los condujera al bosque; Harry había vivido en aquel lugar experiencias tan desagradables que nunca podría olvidarlas. Sin embargo, Hagrid anduvo por el límite de los árboles y cinco minutos después se hallaron ante un prado donde no había nada.

—¡Acercaos todos a la cerca! —gritó—. Aseguraos de que tenéis buena visión. Lo primero que tenéis que hacer es abrir los libros...

—¿De qué modo? —dijo la voz fría y arrastrada de Draco Malfoy.

—¿Qué? —dijo Hagrid.

—¿De qué modo abrimos los libros? —repitió Malfoy. Sacó su ejemplar de
El monstruoso libro de los monstruos
, que había atado con una cuerda. Otros lo imitaron. Unos, como Harry, habían atado el libro con un cinturón; otros lo habían metido muy apretado en la mochila o lo habían sujetado con pinzas.

—¿Nadie ha sido capaz de abrir el libro? —preguntó Hagrid decepcionado.

La clase entera negó con la cabeza.

—Tenéis que acariciarlo —dijo Hagrid, como si fuera lo más obvio del mundo—. Mirad...

Cogió el ejemplar de Hermione y desprendió el celo mágico que lo sujetaba. El libro intentó morderle, pero Hagrid le pasó por el lomo su enorme dedo índice, y el libro se estremeció, se abrió y quedó tranquilo en su mano.

—¡Qué tontos hemos sido todos! —dijo Malfoy despectivamente—. ¡Teníamos que acariciarlo! ¿Cómo no se nos ocurrió?

—Yo... yo pensé que os haría gracia —le dijo Hagrid a Hermione, dubitativo.

—¡Ah, qué gracia nos hace...! —dijo Malfoy—. ¡Realmente ingenioso, hacernos comprar libros que quieren comernos las manos!

—Cierra la boca, Malfoy —le dijo Harry en voz baja. Hagrid se había quedado algo triste y Harry quería que su primera clase fuera un éxito.

—Bien, pues —dijo Hagrid, que parecía haber perdido el hilo—. Así que... ya tenéis los libros y... y... ahora os hacen falta las criaturas mágicas. Sí, así que iré a por ellas. Esperad un momento...

Se alejó de ellos, penetró en el bosque y se perdió de vista.

—Dios mío, este lugar está en decadencia —dijo Malfoy en voz alta—. Estas clases idiotas... A mi padre le dará un patatús cuando se lo cuente.

—Cierra la boca, Malfoy —repitió Harry.

—Cuidado, Potter, hay un
dementor
detrás de ti.

—¡Uuuuuh! —gritó Lavender Brown, señalando hacia la otra parte del prado.

Trotando en dirección a ellos se acercaba una docena de criaturas, las más extrañas que Harry había visto en su vida. Tenían el cuerpo, las patas traseras y la cola de caballo, pero las patas delanteras, las alas y la cabeza de águila gigante. El pico era del color del acero y los ojos de un naranja brillante. Las garras de las patas delanteras eran de quince centímetros cada una y parecían armas mortales. Cada bestia llevaba un collar de cuero grueso alrededor del cuello, atado a una larga cadena. Hagrid sostenía en sus grandes manos el extremo de todas las cadenas. Se acercaba corriendo por el prado, detrás de las criaturas.

—¡Id para allá! —les gritaba, sacudiendo las cadenas y forzando a las bestias a ir hacia la cerca, donde estaban los alumnos. Todos se echaron un poco hacia atrás cuando Hagrid llegó donde estaban ellos y ató los animales a la cerca.


¡
Hipogrifos! —gritó Hagrid alegremente, haciendo a sus alumnos una señal con la mano—. ¿A que son hermosos?

Harry pudo comprender que Hagrid los llamara hermosos. En cuanto uno se recuperaba del susto que producía ver algo que era mitad pájaro y mitad caballo, podía empezar a apreciar el brillo externo del animal, que cambiaba paulatinamente de la pluma al pelo. Todos tenían colores diferentes: gris fuerte, bronce, ruano rosáceo, castaño brillante y negro tinta.

—Venga —dijo Hagrid frotándose las manos y sonriéndoles—, si queréis acercaros un poco...

Nadie parecía querer acercarse. Harry, Ron y Hermione, sin embargo, se aproximaron con cautela a la cerca.

—Lo primero que tenéis que saber de los
hipogrifos
es que son orgullosos —dijo Hagrid—. Se molestan con mucha facilidad. Nunca ofendáis a ninguno, porque podría ser lo último que hicierais.

Malfoy, Crabbe y Goyle no escuchaban; hablaban en voz baja y Harry tuvo la desagradable sensación de que estaban tramando la mejor manera de incordiar.

—Tenéis que esperar siempre a que el
hipogrifo
haga el primer movimiento —continuó Hagrid—. Es educado, ¿os dais cuenta? Vais hacia él, os inclináis y esperáis. Si él responde con una inclinación, querrá decir que os permite tocarlo. Si no hace la inclinación, entonces es mejor que os alejéis de él enseguida, porque puede hacer mucho daño con sus garras. Bien, ¿quién quiere ser el primero?

Como respuesta, la mayoría de la clase se alejó aún más. Incluso Harry, Ron y Hermione recelaban. Los
hipogrifos
sacudían sus feroces cabezas y desplegaban sus poderosas alas; parecía que no les gustaba estar atados.

—¿Nadie? —preguntó Hagrid con voz suplicante.

—Yo —se ofreció Harry.

Detrás de él se oyó un jadeo, y Lavender y Parvati susurraron:

—¡No, Harry, acuérdate de las hojas de té!

Harry no hizo caso y saltó la cerca.

—¡Buen chico, Harry! —gritó Hagrid—. Veamos cómo te llevas con
Buckbeak
.

Soltó la cadena, separó al
hipogrifo
gris de sus compañeros y le desprendió el collar de cuero. Los alumnos, al otro lado de la cerca, contenían la respiración. Malfoy entornaba los ojos con malicia.

—Tranquilo ahora, Harry —dijo Hagrid en voz baja—. Primero mírale a los ojos. Procura no parpadear. Los
hipogrifos
no confían en ti si parpadeas demasiado...

A Harry empezaron a irritársele los ojos, pero no los cerró.
Buckbeak
había vuelto la cabeza grande y afilada, y miraba a Harry fijamente con un ojo terrible de color naranja.

—Eso es —dijo Hagrid—. Eso es, Harry. Ahora inclina la cabeza...

A Harry no le hacía gracia presentarle la nuca a
Buckbeak
, pero hizo lo que Hagrid le decía. Se inclinó brevemente y levantó la mirada.

El
hipogrifo
seguía mirándolo fijamente y con altivez. No se movió.

—Ah —dijo Hagrid, preocupado—. Bien, vete hacia atrás, tranquilo, despacio...

Pero entonces, ante la sorpresa de Harry, el
hipogrifo
dobló las arrugadas rodillas delanteras y se inclinó profundamente.

—¡Bien hecho, Harry! —dijo Hagrid, eufórico—. ¡Bien, puedes tocarlo! Dale unas palmadas en el pico, vamos.

Pensando que habría preferido como premio poder irse, Harry se acercó al
hipogrifo
lentamente y alargó el brazo. Le dio unas palmadas en el pico y el
hipogrifo
cerró los ojos para dar a entender que le gustaba.

La clase rompió en aplausos. Todos excepto Malfoy, Crabbe y Goyle, que parecían muy decepcionados.

—Bien, Harry —dijo Hagrid—. ¡Creo que el
hipogrifo
dejaría que lo montaras!

Aquello era más de lo que Harry había esperado. Estaba acostumbrado a la escoba; pero no estaba seguro de que un
hipogrifo
se le pareciera.

—Súbete ahí, detrás del nacimiento del ala —dijo Hagrid—. Y procura no arrancarle ninguna pluma, porque no le gustaría...

Harry puso el pie sobre el ala de
Buckbeak
y se subió en el lomo.
Buckbeak
se levantó. Harry no sabía dónde debía agarrarse: delante de él todo estaba cubierto de plumas.

—¡Vamos! —gritó Hagrid, dándole una palmada al
hipogrifo
en los cuartos traseros.

A cada lado de Harry, sin previo aviso, se abrieron unas alas de más de tres metros de longitud. Apenas le dio tiempo a agarrarse del cuello del
hipogrifo
antes de remontar el vuelo. No tenía ningún parecido con una escoba y Harry tuvo muy claro cuál prefería. Muy incómodamente para él, las alas del
hipogrifo
batían debajo de sus piernas. Sus dedos resbalaban en las brillantes plumas y no se atrevía a asirse con más fuerza. En vez del movimiento suave de su Nimbus 2.000, sentía el zarandeo hacia atrás y hacia delante, porque los cuartos traseros del
hipogrifo
se movían con las alas.

Buckbeak
sobrevoló el prado y descendió. Era lo que Harry había temido. Se echó hacia atrás conforme el
hipogrifo
se inclinaba hacia abajo. Le dio la impresión de que iba a resbalar por el pico. Luego sintió un fuerte golpe al aterrizar el animal con sus cuatro patas revueltas, y se las arregló para sujetarse y volver a incorporarse.

—¡Muy bien, Harry! —gritó Hagrid, mientras lo vitoreaban todos menos Malfoy, Crabbe y Goyle—. ¡Bueno!, ¿quién más quiere probar?

Envalentonados por el éxito de Harry, los demás saltaron al prado con cautela. Hagrid desató uno por uno los
hipogrifos
y, al cabo de poco rato, los alumnos hacían timoratas reverencias por todo el prado. Neville retrocedió corriendo en varias ocasiones porque su
hipogrifo
no parecía querer doblar las rodillas. Ron y Hermione practicaban con el de color castaño, mientras Harry observaba.

Malfoy, Crabbe y Goyle habían escogido a
Buckbeak
. Había inclinado la cabeza ante Malfoy, que le daba palmaditas en el pico con expresión desdeñosa.

—Esto es muy fácil —dijo Malfoy, arrastrando las sílabas y con voz lo bastante alta para que Harry lo oyera—. Tenía que ser fácil, si Potter fue capaz... ¿A que no eres peligroso? —le dijo al
hipogrifo
—. ¿Lo eres, bestia asquerosa?

Sucedió en un destello de garras de acero. Malfoy emitió un grito agudísimo y un instante después Hagrid se esforzaba por volver a ponerle el collar a
Buckbeak
, que quería alcanzar a un Malfoy que yacía encogido en la hierba y con sangre en la ropa.

—¡Me muero! —gritó Malfoy, mientras cundía el pánico—. ¡Me muero, mirad! ¡Me ha matado!

—No te estás muriendo —le dijo Hagrid, que se había puesto muy pálido—. Que alguien me ayude, tengo que sacarlo de aquí...

Hermione se apresuró a abrir la puerta de la cerca mientras Hagrid levantaba con facilidad a Malfoy. Mientras desfilaban, Harry vio que en el brazo de Malfoy había una herida larga y profunda; la sangre salpicaba la hierba y Hagrid corría con él por la pendiente, hacia el castillo.

Los demás alumnos los seguían temblorosos y más despacio. Todos los de Slytherin echaban la culpa a Hagrid.

—¡Deberían despedirlo inmediatamente! —exclamó Pansy Parkinson, con lágrimas en los ojos.

—¡La culpa fue de Malfoy! —lo defendió Dean Thomas.

Crabbe y Goyle flexionaron los músculos amenazadoramente.

Subieron los escalones de piedra hasta el desierto vestíbulo.

—¡Voy a ver si se encuentra bien! —dijo Pansy.

Y la vieron subir corriendo por la escalera de mármol. Los de Slytherin se alejaron hacia su sala común subterránea, sin dejar de murmurar contra Hagrid; Harry, Ron y Hermione continuaron subiendo escaleras hasta la torre de Gryffindor.

—¿Creéis que se pondrá bien? —dijo Hermione asustada.

—Por supuesto que sí. La señora Pomfrey puede curar heridas en menos de un segundo —dijo Harry, que había sufrido heridas mucho peores y la enfermera se las había curado con magia.

—Es lamentable que esto haya pasado en la primera clase de Hagrid, ¿no os parece? —comentó Ron preocupado—. Es muy típico de Malfoy eso de complicar las cosas...

Fueron de los primeros en llegar al Gran Comedor para la cena. Esperaban encontrar allí a Hagrid, pero no estaba.

—No lo habrán despedido, ¿verdad? —preguntó Hermione con preocupación, sin probar su pastel de filete y riñones.

—Más vale que no —le respondió Ron, que tampoco probaba bocado.

Harry observaba la mesa de Slytherin. Un grupo prieto y numeroso, en el que figuraban Crabbe y Goyle, estaba sumido en una conversación secreta. Harry estaba seguro de que preparaban su propia versión del percance sufrido por Malfoy.

—Bueno, no puedes decir que el primer día de clase no haya sido interesante —dijo Ron con tristeza.

Tras la cena subieron a la sala común de Gryffindor, que estaba llena de gente, y trataron de hacer los deberes que les había mandado la profesora McGonagall, pero se interrumpían cada tanto para mirar por la ventana de la torre.

—Hay luz en la ventana de Hagrid —dijo Harry de repente.

Ron miró el reloj.

—Si nos diéramos prisa, podríamos bajar a verlo. Todavía es temprano...

—No sé —respondió Hermione despacio, y Harry vio que lo miraba a él.

—Tengo permiso para pasear por los terrenos del colegio —aclaró—. Sirius Black no habrá podido burlar a los
dementores
, ¿verdad?

Recogieron sus cosas y salieron por el agujero del cuadro, contentos de no encontrar a nadie en el camino hacia la puerta principal, porque no estaban muy seguros de que pudieran salir.

La hierba estaba todavía húmeda y parecía casi negra en aquellos momentos en que el sol se ponía. Al llegar a la cabaña de Hagrid llamaron a la puerta y una voz les contestó:

—Adelante, entrad.

Hagrid estaba sentado en mangas de camisa, ante la mesa de madera limpia;
Fang
, su perro jabalinero, tenía la cabeza en el regazo de Hagrid. Les bastó echar un vistazo para darse cuenta de que Hagrid había estado bebiendo. Delante de él tenía una jarra de peltre casi tan grande como un caldero y parecía que le costaba trabajo enfocar bien las cosas.

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