Read Harry Potter y el prisionero de Azkaban Online
Authors: J.K. Rowling
—¿Has venido a darte el gusto? —le preguntó Ron cuando se detuvo la muchacha—. ¿O acabas de delatarnos?
—No —respondió Hermione. Tenía en las manos una carta y el labio le temblaba—. Sólo creí que debíais saberlo. Hagrid ha perdido el caso. Van a ejecutar a
Buckbeak
.
La final de quidditch
—M
E
ha enviado esto —dijo Hermione, tendiéndoles la carta.
Harry la cogió. El pergamino estaba húmedo; las gruesas lágrimas habían emborronado tanto la tinta que la lectura se hacía difícil en muchos lugares.
Querida Hermione:
Hemos perdido. Me permitirán traerlo a Hogwarts, pero van a fijar la fecha del sacrificio.
A
Buckbeak
le ha gustado Londres.
Nunca olvidaré toda la ayuda que nos has proporcionado.
Hagrid
—No pueden hacerlo —dijo Harry—. No pueden.
Buckbeak
no es peligroso.
—El padre de Malfoy consiguió atemorizar a la Comisión para que tomaran esta determinación —dijo Hermione secándose los ojos—. Ya sabéis cómo es. Son unos viejos imbéciles y los asustó. Pero podremos recurrir. Siempre se puede. Aunque no veo ninguna esperanza... Nada cambiará.
—Sí, algo cambiará —dijo Ron, decidido—. En esta ocasión no tendrás que hacer tú sola todo el trabajo. Yo te ayudaré.
—¡Ron!
Hermione le echó los brazos al cuello y rompió a llorar. Ron, totalmente aterrado, le dio unas palmadas torpes en la cabeza. Hermione se apartó por fin.
—Ron, de verdad, siento muchísimo lo de
Scabbers
—sollozó.
—Bueno, ya era muy viejo —dijo Ron, aliviado de que ella se hubiera soltado—. Y era algo inútil. Quién sabe, a lo mejor ahora mis padres me compran una lechuza.
Las medidas de seguridad impuestas a los alumnos después de la segunda intrusión de Black impedían que Harry, Ron y Hermione visitaran a Hagrid por las tardes. La única posibilidad que tenían de hablar con él eran las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas.
Hagrid parecía conmocionado por el veredicto.
—Todo fue culpa mía. Me quedé petrificado. Estaban todos allí con sus togas negras, y a mí se me caían continuamente las notas y se me olvidaron todas las fechas que me habías buscado, Hermione. Y entonces se levantó Lucius Malfoy, soltó su discurso y la Comisión hizo exactamente lo que él dijo...
—¡Todavía podemos apelar! —dijo Ron con entusiasmo—. ¡No tires la toalla! ¡Estamos trabajando en ello!
Volvían al castillo con el resto de la clase. Delante podían ver a Malfoy, que iba con Crabbe y Goyle, y miraba hacia atrás de vez en cuando, riéndose.
—No servirá de mucho, Ron —le dijo Hagrid con tristeza, al llegar a las escaleras del castillo—. Lucius Malfoy tiene a la Comisión en el bolsillo. Sólo me aseguraré de que el tiempo que le queda a
Buckbeak
sea el más feliz de su vida. Se lo debo...
Hagrid dio media vuelta y volvió a la cabaña, cubriéndose el rostro con el pañuelo.
—¡Miradlo cómo llora!
Malfoy, Crabbe y Goyle habían estado escuchando en la puerta.
—¿Habíais visto alguna vez algo tan patético? —dijo Malfoy—. ¡Y pensar que es profesor nuestro!
Harry y Ron fueron hacia ellos, pero Hermione llegó antes:
¡PLAF!
Dio a Malfoy una bofetada con todas sus fuerzas. Malfoy se tambaleó. Harry, Ron, Crabbe y Goyle se quedaron atónitos en el momento en que Hermione volvió a levantar la mano.
—¡No te atrevas a llamar «patético» a Hagrid, so puerco... so malvado...!
—¡Hermione! —dijo Ron con voz débil, intentando sujetarle la mano.
—Suéltame, Ron.
Hermione sacó la varita. Malfoy se echó hacia atrás. Crabbe y Goyle lo miraron atónitos, sin saber qué hacer.
—Vámonos —musitó Malfoy. Y en un instante, los tres desaparecieron por el pasadizo que conducía a las mazmorras.
—¡Hermione! —dijo Ron de nuevo, atónito por la sorpresa.
—¡Harry, espero que le ganes en la final de
quidditch
! —dijo Hermione chillando—. ¡Espero que ganes, porque si gana Slytherin no podré soportarlo!
—Hay que ir a Encantamientos —dijo Ron, mirando todavía a Hermione con los ojos como platos.
Subieron aprisa hacia la clase del profesor Flitwick.
—¡Llegáis tarde, muchachos! —dijo en tono de censura el profesor Flitwick, cuando Harry abrió la puerta del aula—. ¡Vamos, rápido, sacad las varitas! Vamos a trabajar con encantamientos estimulantes. Ya se han colocado todos por parejas.
Harry y Ron fueron aprisa hasta un pupitre que había al fondo y abrieron las mochilas. Ron miró a su alrededor.
—¿Dónde se ha puesto Hermione?
Harry también echó un vistazo. Hermione no había entrado en el aula, pero Harry sabía que estaba a su lado cuando había abierto la puerta.
—Es extraño —dijo Harry mirando a Ron—. Quizás... quizás haya ido a los lavabos...
Pero Hermione no apareció durante la clase.
—Pues tampoco le habría venido mal a ella un encantamiento estimulante —comentó Ron, cuando salían del aula para ir a comer, todos con una dilatada sonrisa. La clase de encantamientos estimulantes los había dejado muy contentos.
Hermione tampoco apareció por el Gran Comedor durante el almuerzo. Cuando terminaron el pastel de manzana, el efecto de los encantamientos estimulantes se estaba perdiendo, y Harry y Ron empezaban a preocuparse.
—¿No le habrá hecho nada Malfoy? —comentó Ron mientras subían aprisa las escaleras hacia la torre de Gryffindor.
Pasaron entre los troles de seguridad, le dieron la contraseña («Pitapatafrita») a la señora gorda y entraron por el agujero del retrato para acceder a la sala común.
Hermione estaba sentada a una mesa, profundamente dormida, con la cabeza apoyada en un libro abierto de Aritmancia. Fueron a sentarse uno a cada lado de ella. Harry le dio con el codo para que despertara.
—¿Qué... qué? —preguntó Hermione, despertando sobresaltada y mirando alrededor con los ojos muy abiertos—. ¿Es hora de marcharse? ¿Qué clase tenemos ahora?
—Adivinación, pero no es hasta dentro de veinte minutos —dijo Harry—. Hermione, ¿por qué no has estado en Encantamientos?
—¿Qué? ¡Oh, no! —chilló Hermione—. ¡Se me olvidó!
—Pero ¿cómo se te pudo olvidar? —le preguntó Harry—. ¡Llegaste con nosotros a la puerta del aula!
—¡Imposible! —aulló Hermione—. ¿Se enfadó el profesor Flitwick? Fue Malfoy. Estaba pensando en él y perdí la noción de las cosas.
—¿Sabes una cosa, Hermione? —le dijo Ron, mirando el libro de Aritmancia que Hermione había empleado como almohada—. Creo que estás a punto de estallar. Tratas de abarcar demasiado.
—No, no es verdad —dijo Hermione, apartándose el pelo de los ojos y mirando alrededor, buscando la mochila infructuosamente—. Me he despistado, eso es todo. Lo mejor será que vaya a ver al profesor Flitwick y me disculpe. ¡Os veré en Adivinación!
Se reunió con ellos veinte minutos más tarde, todavía confusa, a los pies de la escalera que llevaba a la clase de la profesora Trelawney.
—¡Aún no me puedo creer que me perdiera la clase de encantamientos estimulantes! ¡Y apuesto a que nos sale en el examen! ¡El profesor Flitwick me ha insinuado que puede salir!
Subieron juntos y entraron en la oscura y sofocante sala de la torre. En cada mesa había una brillante bola de cristal llena de neblina nacarada. Harry, Ron y Hermione se sentaron juntos a la misma mesa destartalada.
—Creía que no veríamos las bolas de cristal hasta el próximo trimestre —susurró Ron, echando a su alrededor una mirada, por si la profesora Trelawney estaba cerca.
—No te quejes, esto quiere decir que ya hemos terminado con la quiromancia. Me ponía enfermo verla dar respingos cada vez que me miraba la mano.
—¡Buenos días a todos! —dijo una voz conocida y a la vez indistinta, y la profesora Trelawney hizo su habitual entrada teatral, surgiendo de las sombras. Parvati y Lavender temblaban de emoción, con el rostro encendido por el resplandor lechoso de su bola de cristal—. He decidido que empecemos con la bola de cristal algo antes de lo planeado —dijo la profesora Trelawney, sentándose de espaldas al fuego y mirando alrededor—. Los hados me han informado de que en vuestro examen de junio saldrá la bola, y quiero que recibáis suficientes clases prácticas.
Hermione dio un bufido.
—Bueno, de verdad... los hados le han informado... ¿Quién pone el examen? ¡Ella! ¡Qué predicción tan asombrosa! —dijo, sin preocuparse de bajar la voz.
Era difícil saber si la profesora Trelawney los había oído, ya que su rostro estaba oculto en las sombras. Sin embargo, prosiguió como si no se hubiera enterado de nada.
—Mirar la bola de cristal es un arte muy sutil —explicó en tono soñador—. No espero que ninguno vea nada en la bola la primera vez que mire en sus infinitas profundidades. Comenzaremos practicando la relajación de la conciencia y de los ojos externos —Ron empezó a reírse de forma incontrolada y tuvo que meterse el puño en la boca para ahogar el ruido—, con el fin de liberar el ojo interior y la superconciencia. Tal vez, si tenéis suerte, algunos lleguéis a ver algo antes de que acabe la clase.
Y entonces comenzaron. Harry, por lo menos, se sentía muy tonto mirando la bola de cristal sin comprender, intentando vaciar la mente de pensamientos que continuamente pasaban por ella, por ejemplo «qué idiotez». No facilitaba las cosas el que Ron prorrumpiera continuamente en risitas mudas ni que Hermione chascara la lengua sin parar, en señal de censura.
—¿Habéis visto ya algo? —les preguntó Harry después de mirar la bola en silencio durante un cuarto de hora.
—Sí, aquí hay una quemadura —dijo Ron, señalando la mesa con el dedo—. A alguien se le ha caído la cera de la vela.
—Esto es una horrible pérdida de tiempo —dijo Hermione entre dientes—. En estos momentos podría estar practicando algo útil. Podría ponerme al día en encantamientos estimulantes.
Acompañada por el susurro de la falda, la profesora Trelawney pasó por su lado.
—¿Alguien quiere que le ayude a interpretar los oscuros augurios de la bola mágica? —susurró con una voz que se elevaba por encima del tintineo de sus pulseras.
—Yo no necesito ayuda —susurró Ron—. Es obvio lo que esto quiere decir: que esta noche habrá mucha niebla.
Harry y Hermione estallaron en una carcajada.
—¡Venga! —les llamó la atención la profesora Trelawney, al mismo tiempo que todo el mundo se volvía hacia ellos. Parvati y Lavender los miraban escandalizadas—. Estáis perjudicando nuestras vibraciones clarividentes. —Se aproximó a la mesa de los tres amigos y observó su bola de cristal. A Harry se le vino el mundo encima. Imaginaba lo que pasaría a continuación—: ¡Aquí hay algo! —susurró la profesora Trelawney, acercando el rostro a la bola, que quedó doblemente reflejada en sus grandes gafas—. Algo que se mueve... pero ¿qué es?
Harry habría apostado todo cuanto poseía a que, fuera lo que fuese, no serían buenas noticias. En efecto:
—Muchacho... —La profesora Trelawney suspiró mirando a Harry—. Está aquí, más claro que el agua. Sí, querido muchacho... está aquí acechándote, aproximándose... el
Gr
...
—¡Por Dios santo! —exclamó Hermione—. ¿Otra vez ese ridículo
Grim
?
La profesora Trelawney levantó sus grandes ojos hasta la cara de Hermione. Parvati susurró algo a Lavender y ambas miraron a la muchacha. La profesora Trelawney se incorporó y la contempló con ira.
—Siento decirte que desde el momento en que llegaste a esta clase ha resultado evidente que careces de lo que requiere el noble arte de la adivinación. En realidad, no recuerdo haber tenido nunca un alumno cuya mente fuera tan incorregiblemente vulgar.
Hubo un momento de silencio.
—Bien —dijo de repente Hermione, levantándose y metiendo en la mochila su ejemplar de
Disipar las nieblas del futuro
—. Bien —repitió, echándose la mochila al hombro y casi derribando a Ron de la silla—, abandono. ¡Me voy!
Y ante el asombro de toda la clase, Hermione se dirigió con paso firme hacia la trampilla, la abrió de un golpe y se perdió escaleras abajo.
La clase tardó unos minutos en volver a apaciguarse. Parecía que la profesora Trelawney se había olvidado por completo del
Grim
. Se volvió de repente desde la mesa de Harry y Ron, respirando hondo a la vez que se subía el chal transparente.
—¡Aaaaah! —exclamó de repente Lavender, sobresaltando a todo el mundo—. ¡Aaaah, profesora Trelawney, acabo de acordarme! Usted la ha visto salir, ¿no es así, profesora? «En torno a Semana Santa, uno de vosotros nos dejará para siempre.» Lo dijo usted hace milenios, profesora.
La profesora Trelawney le dirigió una amable sonrisa.
—Sí, querida. Ya sabía que nos dejaría la señorita Granger. Una siempre tiene la esperanza, sin embargo, de haber confundido los signos... El ojo interior puede ser una cruz, ¿sabéis?
Lavender y Parvati parecían muy impresionadas y se apartaron para que la profesora Trelawney pudiera ponerse en su mesa.
—Hermione se la está buscando, ¿verdad? —susurró Ron a Harry, con expresión sobrecogida.
—Sí...
Harry miró en la bola de cristal, pero no vio nada salvo niebla blanca formando remolinos. ¿De verdad había vuelto a ver al
Grim
la profesora Trelawney? ¿Lo vería él? Lo que menos falta le hacía era otro accidente casi mortal con la final de
quidditch
cada vez más cerca.