Harry Potter y el prisionero de Azkaban (37 page)

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Después de una comida apresurada, la clase volvió a subir para el examen de Encantamientos. Hermione había tenido razón: el profesor Flitwick puso en el examen los encantamientos estimulantes. Harry, por los nervios, exageró un poco el suyo, y Ron, que era su pareja en el ejercicio, se echó a reír como un histérico. Tuvieron que llevárselo a un aula vacía y dejarlo allí una hora, hasta que estuvo en condiciones de llevar a cabo el encantamiento. Después de cenar, los alumnos se fueron inmediatamente a sus respectivas salas comunes, pero no a relajarse, sino a repasar Cuidado de Criaturas Mágicas, Pociones y Astronomía.

Hagrid presidió el examen de Cuidado de Criaturas Mágicas, que se celebró la mañana siguiente, con un aire ciertamente preocupado. Parecía tener la cabeza en otra parte. Había llevado un gran cubo de gusarajos al aula, y les dijo que para aprobar tenían que conservar el gusarajo vivo durante una hora. Como los gusarajos vivían mejor si se los dejaba en paz, resultó el examen más sencillo que habían tenido nunca, y además concedió a Harry, a Ron y a Hermione muchas oportunidades de hablar con Hagrid.


Buckbeak
está algo deprimido —les dijo Hagrid inclinándose un poco, haciendo como que comprobaba que el gusarajo de Harry seguía vivo—. Ha estado encerrado demasiado tiempo. Pero... en cualquier caso, pasado mañana lo sabremos.

Aquella tarde tuvieron el examen de Pociones: un absoluto desastre. Por más que lo intentó, Harry no consiguió que espesara su «receta para confundir», y Snape, vigilándolo con aire de vengativo placer, garabateó en el espacio de la nota, antes de alejarse, algo que parecía un cero.

A media noche, arriba, en la torre más alta, tuvieron el de Astronomía; el miércoles por la mañana el de Historia de la Magia, en el que Harry escribió todo lo que Florean Fortescue le había contado acerca de la persecución de las brujas en la Edad Media, y hubiera dado cualquier cosa por poderse tomar además en aquella aula sofocante uno de sus helados de nueces y chocolate. El miércoles por la tarde tenían el examen de Herbología, en los invernaderos, bajo un sol abrasador. Luego volvieron a la sala común, con la nuca quemada por el sol y deseosos de encontrarse al día siguiente a aquella misma hora, cuando todo hubiera finalizado.

El penúltimo examen, la mañana del jueves, fue el de Defensa Contra las Artes Oscuras. El profesor Lupin había preparado el examen más raro que habían tenido hasta la fecha. Una especie de carrera de obstáculos fuera, al sol, en la que tenían que vadear un profundo estanque de juegos que contenía un
grindylow
; atravesar una serie de agujeros llenos de gorros rojos; chapotear por entre ciénagas sin prestar oídos a las engañosas indicaciones de un
hinkypunk
; y meterse dentro del tronco de un árbol para enfrentarse con otro
boggart
.

—Estupendo, Harry —susurró Lupin, cuando el joven bajó sonriente del tronco—. Nota máxima.

Sonrojado por el éxito, Harry se quedó para ver a Ron y a Hermione. Ron lo hizo muy bien hasta llegar al
hinkypunk
, que logró confundirlo y que se hundiese en la ciénaga hasta la cintura. Hermione lo hizo perfectamente hasta llegar al árbol del
boggart
. Después de pasar un minuto dentro del tronco, salió gritando.

—¡Hermione! —dijo Lupin sobresaltado—. ¿Qué ocurre?

—La pro... profesora McGonagall —dijo Hermione con voz entrecortada, señalando al interior del tronco—. Me... ¡me ha dicho que me han suspendido en todo!

Costó un rato tranquilizar a Hermione. Cuando por fin se recuperó, ella, Harry y Ron volvieron al castillo. Ron seguía riéndose del
boggart
de Hermione, pero cuando estaban a punto de reñir, vieron algo al final de las escaleras.

Cornelius Fudge, sudando bajo su capa de rayas, contemplaba desde arriba los terrenos del colegio. Se sobresaltó al ver a Harry.

—¡Hola, Harry! —dijo—. ¿Vienes de un examen? ¿Te falta poco para acabar?

—Sí —dijo Harry. Hermione y Ron, como no tenían trato con el ministro de Magia, se quedaron un poco apartados.

—Estupendo día —dijo Fudge, contemplando el lago—. Es una pena..., es una pena... —suspiró ampliamente y miró a Harry—. Me trae un asunto desagradable, Harry, La Comisión para las Criaturas Peligrosas solicitó que un testigo presenciase la ejecución de un
hipogrifo
furioso. Como tenía que visitar Hogwarts por lo de Black, me pidieron que entrara.

—¿Significa eso que la revisión del caso ya ha tenido lugar? —interrumpió Ron, dando un paso adelante.

—No, no. Está fijada para la tarde —dijo Fudge, mirando a Ron con curiosidad.

—¡Entonces quizá no tenga que presenciar ninguna ejecución! —dijo Ron resueltamente—. ¡El
hipogrifo
podría ser absuelto!

Antes de que Fudge pudiera responder, dos magos entraron por las puertas del castillo que había a su espalda. Uno era tan anciano que parecía descomponerse ante sus ojos; el otro era alto y fornido, y tenía un fino bigote de color negro. Harry entendió que eran representantes de la Comisión para las Criaturas Peligrosas, porque el anciano miró de soslayo hacia la cabaña de Hagrid y dijo con voz débil:

—Santo Dios, me estoy haciendo viejo para esto. A las dos en punto, ¿no, Fudge?

El hombre del bigote negro toqueteaba algo que llevaba al cinto; Harry advirtió que pasaba el ancho pulgar por el filo de un hacha. Ron abrió la boca para decir algo, pero Hermione le dio con el codo en las costillas y señaló el vestíbulo con la cabeza.

—¿Por qué no me has dejado? —dijo enfadado Ron, entrando en el Gran Comedor para almorzar—. ¿Los has visto? ¡Hasta llevan un hacha! ¡Eso no es justicia!

—Ron, tu padre trabaja en el Ministerio. No puedes ir diciéndole esas cosas a su jefe —respondió Hermione, aunque también ella parecía muy molesta—. Si Hagrid conserva esta vez la cabeza y argumenta adecuadamente su defensa, es posible que no ejecuten a
Buckbeak
...

Pero a Harry le parecía que Hermione no creía en realidad lo que decía. A su alrededor, todos hablaban animados, saboreando por adelantado el final de los exámenes, que tendría lugar aquella tarde, pero Harry, Ron y Hermione, preocupados por Hagrid y
Buckbeak
, permanecieron al margen.

El último examen de Harry y Ron era de Adivinación. El último de Hermione, Estudios
Muggles
. Subieron juntos la escalera de mármol. Hermione los dejó en el primer piso, y Harry y Ron continuaron hasta el séptimo, donde muchos de su clase estaban sentados en la escalera de caracol que conducía al aula de la profesora Trelawney, repasando en el último minuto.

—Nos va a examinar por separado —les informó Neville, cuando se sentaron a su lado. Tenía
Disipar las nieblas del futuro
abierto sobre los muslos, por las páginas dedicadas a la bola de cristal—. ¿Alguno ha visto algo alguna vez en la bola de cristal? —preguntó desanimado.

—Nanay —dijo Ron.

Miraba el reloj de vez en cuando. Harry se dio cuenta de que calculaba lo que faltaba para el comienzo de la revisión del caso de
Buckbeak
.

La cola de personas que había fuera del aula se reducía muy despacio. Cada vez que bajaba alguien por la plateada escalera de mano, los demás le preguntaban entre susurros:

—¿Qué te ha preguntado? ¿Qué tal te ha ido?

Pero nadie aclaraba nada.

—¡Me ha dicho que, según la bola de cristal, sufriré un accidente horrible si revelo algo! —chilló Neville, bajando la escalera hacia Harry y Ron, que acababa de llegar al rellano en ese momento.

—Es muy lista —refunfuñó Ron—. Empiezo a pensar que Hermione tenía razón —dijo señalando la trampilla con el dedo—: es una impostora.

—Sí—dijo Harry, mirando su reloj. Eran las dos—. Ojalá se dé prisa.

Parvati bajó la escalera rebosante de orgullo.

—Me ha dicho que tengo todas las características de una verdadera vidente —dijo a Ron y a Harry—. He visto muchísimas cosas... Bueno, que os vaya bien.

Bajó aprisa por la escalera de caracol, hasta llegar junto a Lavender.

—Ronald Weasley —anunció desde arriba la voz conocida y susurrante. Ron hizo un guiño a Harry y subió por la escalera de plata.

Harry era el único que quedaba por examinarse. Se sentó en el suelo, con la espalda contra la pared, escuchando una mosca que zumbaba en la ventana soleada. Su mente estaba con Hagrid, al otro lado de los terrenos del colegio.

Por fin, después de unos veinte minutos, los pies grandes de Ron volvieron a aparecer en la escalera.

—¿Qué tal? —le preguntó Harry, levantándose.

—Una porquería —dijo Ron—. No conseguía ver nada, así que me inventé algunas cosas. Pero no creo que la haya convencido...

—Nos veremos en la sala común —musitó Harry cuando la voz de la profesora Trelawney anunció:

—¡Harry Potter!

En la sala de la torre hacia más calor que nunca. Las cortinas estaban echadas, el fuego encendido, y el habitual olor mareante hizo toser a Harry mientras avanzaba entre las sillas y las mesas hasta el lugar en que la profesora Trelawney lo aguardaba sentada ante una bola grande de cristal.

—Buenos días, Harry —dijo suavemente—. Si tuvieras la amabilidad de mirar la bola... Tómate tu tiempo, y luego dime lo que ves dentro de ella...

Harry se inclinó sobre la bola de cristal y miró concentrándose con todas sus fuerzas, buscando algo más que la niebla blanca que se arremolinaba dentro, pero sin encontrarlo.

—¿Y bien? —le preguntó la profesora Trelawney con delicadeza—. ¿Qué ves?

El calor y el humo aromático que salía del fuego que había a su lado resultaban asfixiantes. Pensó en lo que Ron le había dicho y decidió fingir.

—Eeh... —dijo Harry—. Una forma oscura...

—¿A qué se parece? —susurró la profesora Trelawney—. Piensa...

La mente de Harry echó a volar y aterrizó en
Buckbeak
.

—Un
hipogrifo
—dijo con firmeza.

—¿De verdad? —susurró la profesora Trelawney, escribiendo deprisa y con entusiasmo en el pergamino que tenía en las rodillas—. Muchacho, bien podrías estar contemplando la solución del problema de Hagrid con el Ministerio de Magia. Mira más detenidamente... El
hipogrifo
¿tiene cabeza?

—Sí —dijo Harry con seguridad.

—¿Estás seguro? —insistió la profesora Trelawney—. ¿Totalmente seguro, Harry? ¿No lo ves tal vez retorciéndose en el suelo y con la oscura imagen de un hombre con un hacha detrás?

—No —dijo Harry, comenzando a sentir náuseas.

—¿No hay sangre? ¿No está Hagrid llorando?

—¡No! —contestó Harry, con crecientes deseos de abandonar la sala y aquel calor—. Parece que está bien. Está volando...

La profesora Trelawney suspiró.

—Bien, querido. Me parece que lo dejaremos aquí... Un poco decepcionante, pero estoy segura de que has hecho todo lo que has podido.

Aliviado, Harry se levantó, cogió la mochila y se dio la vuelta para salir. Pero entonces oyó detrás de él una voz potente y áspera:

—Sucederá esta noche.

Harry dio media vuelta. La profesora Trelawney estaba rígida en su sillón. Tenía la vista perdida y la boca abierta.

—¿Cómo dice? —preguntó Harry.

Pero la profesora Trelawney no parecía oírle. Sus pupilas comenzaron a moverse. Harry estaba asustado. La profesora parecía a punto de sufrir un ataque. El muchacho no sabía si salir corriendo hacia la enfermería. Y entonces la profesora Trelawney volvió a hablar con la misma voz áspera, muy diferente a la suya:


El Señor de las Tinieblas está solo y sin amigos, abandonado por sus seguidores. Su vasallo ha estado encadenado doce años. Hoy, antes de la medianoche, el vasallo se liberará e irá a reunirse con su amo. El Señor de las Tinieblas se alzará de nuevo, con la ayuda de su vasallo, más grande y más terrible que nunca. Hoy... antes de la medianoche... el vasallo... irá... a reunirse... con su amo...

Su cabeza cayó hacia delante, sobre el pecho. La profesora Trelawney emitió un gruñido. Luego, repentinamente, volvió a levantar la cabeza.

—Lo siento mucho, chico —añadió con voz soñolienta—. El calor del día, ¿sabes...? Me he quedado traspuesta.

Harry se quedó allí un momento, mirándola.

—¿Pasa algo, Harry?

—Usted... acaba de decirme que... el Señor de las Tinieblas volverá a alzarse, que su vasallo va a regresar con él...

La profesora Trelawney se sobresaltó.

—¿El Señor de las Tinieblas? ¿El-que-no-debe-ser-nombrado? Querido muchacho, no se puede bromear con ese tema... Alzarse de nuevo, Dios mío...

—¡Pero usted acaba de decirlo! Usted ha dicho que el Señor de las Tinieblas...

—Creo que tú también te has quedado dormido —repuso la profesora Trelawney— . Desde luego, nunca predeciría algo así.

Harry bajó la escalera de mano y la de caracol, haciéndose preguntas... ¿Acababa de oír a la profesora Trelawney haciendo una verdadera predicción? ¿O había querido acabar el examen con un final impresionante?

Cinco minutos más tarde pasaba aprisa por entre los troles de seguridad que estaban a la puerta de la torre de Gryffindor. Las palabras de la profesora Trelawney resonaban aún en su cabeza. Se cruzó con muchos que caminaban a zancadas, riendo y bromeando, dirigiéndose hacia los terrenos del colegio y hacia una libertad largamente deseada. Cuando llegó al retrato y entró en la sala común, estaba casi desierta. En un rincón, sin embargo, estaban sentados Ron y Hermione.

—La profesora Trelawney me acaba de decir...

Pero se detuvo al fijarse en sus caras.


Buckbeak
ha perdido —dijo Ron con voz débil—. Hagrid acaba de enviar esto.

La nota de Hagrid estaba seca esta vez: no había lágrimas en ella. Pero su mano parecía haber temblado tanto al escribirla que apenas resultaba legible.

Apelación perdida. La ejecución será a la puesta del sol. No se puede hacer nada. No vengáis. No quiero que lo veáis.

Hagrid

—Tenemos que ir —dijo Harry de inmediato—. ¡No puede estar allí solo, esperando al verdugo!

—Pero es a la puesta del sol —dijo Ron, mirando por la ventana con los ojos empañados—. No nos dejarán salir, y menos a ti, Harry...

Harry se tapó la cabeza con las manos, pensando.

—Si al menos tuviéramos la capa invisible...

—¿Dónde está? —dijo Hermione.

Harry le explicó que la había dejado en el pasadizo, debajo de la estatua de la bruja tuerta.

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