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Authors: Brian W. Aldiss

Heliconia - Invierno (18 page)

BOOK: Heliconia - Invierno
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Ambas caras estaban esmaltadas. El huevo, en cambio, era de oro. La amplia figura de jade que lo aguantaba por arriba y abajo representaba a la Escrutadora Original sentada en un montículo que hacía las veces de base. A uno de sus lados crecía el trigo; al otro, glaciares. El acabado de la pieza era exquisito, perfecto en sus detalles: por ejemplo, en los dedos que surgían de las sandalias de la Escrutadora se distinguían claramente las uñas.

Extendiendo sus arrugadas manos, Jheserabhay tomó el reloj y, enmudecido, lo examinó largamente. Los ojos se le llenaron de lágrimas. —Es una pieza bellísima. Maravillosamente trabajada. Y no podría decir de dónde proviene. ¿Es de Kuj-Juvec?

Odim reaccionó con altivez:

—Nosotros los bárbaros somos excelentes artesanos. ¿No sabías acaso que aunque vivimos en la inmundicia, nos pasamos la vida matando gente y produciendo exquisitas artesanías? ¿No es ésa la idea que los orgullosos uskuti tenéis de nosotros?

—Lo siento, Odim, no quise ofenderte.

—Pues bien, es de Juthir, si quieres saberlo; de nuestra capital. Tómalo. Quizás así logres recordarme durante cinco minutos. —Dicho esto, se volvió hacia la ventana. Una patrulla de soldados al mando de un oficial no autorizado estaba allanando una casa en la acera de enfrente. Odim pudo ver cómo dos soldados sacaban de ella a un hombre. Este, como si estuviera avergonzado por verse en semejante compañía, escondió el rostro.

—Siento de veras que tengas que irte, Odim —dijo el artista, conciliador.

—El mal anda suelto por el mundo. He de irme.

—Yo no creo en el mal. En los errores, tal vez. En el mal, no.

—Quizá temas reconocer que existe. Y existe dondequiera que haya hombres. En esta misma habitación, por ejemplo. Adiós, Jhessie.

Dejó al anciano con el reloj en las manos e intentando incorporarse de su polvorienta silla.

Odim miró alrededor cansadamente antes de dejar el abrigo de la casa en la que Jheserabhay tenía el estudio. La patrulla había desaparecido, llevándose consigo a su prisionero. Odim comenzó a andar con paso decidido por Corte Sur, liberando la mente de su reciente encuentro con el pintor. Al fin y al cabo, estos uskuti siempre resultaban difíciles de tratar. Dejarlos por un tiempo sería casi un alivio.

Todo estaba dispuesto para la partida. A pesar de las prisas, nada había quedado librado a la ilegalidad. Desde que, dos días antes, Besi Besamitikahl partiera al encuentro del capitán desertor, Odim se había concentrado en dejar sus asuntos en orden. Había vendido la casa a un conocido no amistoso y el negocio de exportación a un rival amigo. Con ayuda de Fashnalgid, había adquirido un barco. Iría hasta la lejana Shivenink, a reunirse con su hermano. Sería grato volver a ver a Odirin; ahora que ya no eran tan jóvenes, podrían ayudarse mutuamente…

La lucha es el verdadero cariz de la esperanza, se dijo Odim, enderezando la espalda y apretando el paso. No te rindas. La vida será más fácil, invierno o no. Deja de pensar sólo en el dinero. El poderoso sib domina tu mente. Esta adversidad te será propicia. En Shivenink, con ayuda de Odirin, no tendrás que trabajar tan duro. Pintarás cuadros como Jheserabhay. Tal vez hasta te hagas famoso.

Animado por estos y similares pensamientos, llegó al muelle. Su soliloquio fue interrumpido por el ruido de un cañón de vapor que rodaba lentamente en dirección al este. Se decía que una gran batalla estaba a punto de estallar; otra razón para dejar la ciudad de inmediato. El cañón era tan pesado que al desplazarse por el empedrado iba sacudiendo el suelo. Su malévola maquinaria pistoneaba y lanzaba vaharadas de humo. A su alrededor, chillando de emoción, corría una turba de chiquillos.. El cañón de vapor siguió a Odim a todo lo largo del muelle de Climent. El pesado cilindro apuntaba más o menos en su dirección. Cuando por fin llegó a odim FINAS porcelanas de exportación respiró aliviado. Gagrim le pisaba los talones.

En la sala de muestras y el almacén reinaba la confusión, tal vez porque allí ya nadie trabajaba. Tanto jornaleros corno esclavos habían aprovechado la ocasión,para abandonar sus tareas. Muchos de ellos, junto a la puerta, miraban pasar el cañón. En su perezosa disposición para apartarse se reflejaba el escaso respeto que les inspiraba su ex empleador. ¡ No importa, se dijo Odim. Zarparemos con la marea de la tarde y esta gente podrá hacer lo que le venga en gana.

Un mensajero le comunicó que el nuevo dueño estaba arriba y que deseaba verlo La mente de Odim percibió un destello de peligro No parecía lógico que el nuevo dueño se encontrase allí ya que oficialmente el traspaso recién tendría efecto después de medianoche. Pero, dispuesto a contener la ansiedad, subió con decisión las escaleras siempre seguido de Gagrim.

La sala de recepción era una galería elegantemente decorada cuyas ventanas dominaban el puerto Sus paredes estaban adornadas por tapices, así como por una colección de miniaturas que habían pertenecido al abuelo de Odim. Muestras de las porcelanas de Odim se exhibían en lustrosas mesas Aquí recibía a los clientes especiales y cerraba los tratos más importantes.

Pero aquella mañana lo esperaba un único cliente especial en el salón bajo, y por su uniforme podía deducirse que el negocio a tratar no sería del todo agradable El mayor Gardeterark estaba parado de espaldas a la ventana La cabeza parecía tirarle del cuello hacia adelante y los abultados labios y la boca se le volvían hacia Eedap Mun Odim. Detrás de él, pálida, aguardaba Besi Besamitikahl.

—Entre —dijo— Cierre la puerta.

Odim se detuvo tan abruptamente que Gagrim se lo llevó por delante. El mayor Gardeterark estaba enfundado en su gran chaquetón, un abrigo de gruesa textura cuyos botones, cual ojos de flambreg, se desplegaban en él como si estuviesen montando guardia y cuyos bolsillos sobresalían como si fuesen estuches Era sin duda una prenda capaz de reemplazar en cualquier momento a su dueño si éste fuese relevado de usarla No obstante, Gardeterark estaba más en su papel que nunca y escudriñaba desde la atalaya de botones los movimientos de Odim, que, como se le había ordenado, cerró la puerta. Lo que más le aterraba no era el mayor sino la presencia de Besi detrás de él A Odim le bastó una mirada al rostro pálido de la muchacha para comprender que la habían forzado a revelar sus secretos Su pensamiento voló inmediatamente a esos secretos que lo habían convencido que escondiese en el local Harbin Fashnalgid, considerado oficialmente como desertor, un teniente del ejército enemigo, infectado de Muerte Gorda, una joven borldorana, una esclava, que cuidaba del teniente Sabía que lo que para él era un acto de simple humanidad para Gardeterark era una lista de crímenes imperdonables.

La frágil constitución de Odim se inflamó de rabia A pesar de todo su miedo, la rabia podía más Despreciaba a ese odioso y frío oficial desde que se lo había encontrado por primera vez allí abajo, henchido de poder Si Odim se había propuesto sacar a todo el mundo sano y salvo de aquella ciudad, no sería esa horrenda criatura la que iba a interferir en sus planes.

Asintiendo en dirección a Besi Besamitikahl, el mayor Gardeterark dijo:

—Esta esclava me dice que esconde usted a un desertor del ejército, de nombre Fashnalgid.—Estaba esperando aquí Me obligó —empezó a explicar Besi Gardeterark levantó su mano enguantada, que incluía varios botones, y la descargó sobre el rostro de la mujer.

—Lo esconde usted en este establecimiento —dijo Dio un paso hacia Odim sin mirar en ningún momento a Besi, que, llevándose ambas manos a la boca, se dolía junto a la pared. De uno de sus bolsillos-estuche Gardeterark extrajo una pistola y la apuntó al estómago de Odim.

—Quedas arrestado, Odim, rata extranjera Llévame hasta donde escondes a Fashnalgid. Odim se pasó la mano por la barba A pesar de que la violencia del golpe que había recibido Besi lo había asustado, también había aumentado su determinación Devolvió una mirada vacía al mayor.

—No sé de quién me habla Aparecieron entonces unos prominentes dientes amarillos entre unos labios que enseguida volvieron a cerrarse. Era el modo evidente de sonreír del mayor.

—Ya sabes a quién me refiero. Se alojaba contigo. Luego se dirigió a Chalce con esta mujer tuya, sin duda con tu beneplácito. Debe ser arrestado por deserción. Un estibador lo ha visto entrar aquí. Llévame hasta él o te llevaré al cuartel para ser interrogado.

Odim retrocedió.

—Lo conduciré hasta él.

Al fondo de la galería, una puerta comunicaba con la parte trasera del edificio. Mientras seguía a Odim, Gardeterark empujó una de las mesas que le obstruían el paso. La porcelana cayó al suelo y se hizo añicos.

Odim no se inmutó. En cambio, se dirigió a Gagrim:

—Quita el cerrojo a esta puerta.

—Tu esclavo puede quedarse donde está —dijo Gardeterark.

—Es él quien lleva las llaves durante el día.

Las llaves, aseguradas al cinturón por medio de una cadena, estaban efectivamente en el bolsillo de Gagrim, que abrió la puerta con mano temblorosa.

Recorrían ahora el pasillo que conducía a las oficinas posteriores. Odim abría la marcha. Atravesaron el pasillo y doblaron hacia la izquierda. Cuatro escalones más abajo se interponía una puerta de metal. Odim le hizo gestos a Gagrim para que la abriese. Aquella cerradura requería una llave especialmente grande.

Una vez abierta, salieron a un balcón que dominaba un patio. La mayor parte del patio estaba ocupada por carros cargados de leña y dos obsoletos hornos. Estos hornos apenas se usaban; en aquel momento, uno de ellos ardía para satisfacer un pedido urgente de la guarnición local, que no exigía mayor finura. Por lo general, casi toda la porcelana de Odim procedía de fuera de Koriantura. Cuatro phagors se ocupaban de mantener el horno encendido. Como era viejo y estaba mal aislado, el calor y el humo habían invadido el patio. —¿Y bien? —insistió Gardeterark al ver que Odim dudaba.

—Está en una de aquellas naves —dijo Odim, señalando al otro lado del patio. El balcón estaba conectado con la nave indicada por medio de un andamiaje que circundaba el patio, casi tan viejo como los hornos de abajo, que dejaba pasar un humo espeso por entre sus crujientes tablones.

Odim se aventuró con suma cautela por ese pasadizo suspendido. A medio camino, envuelto en el humo que subía, hizo una pausa, agarrándose con una mano de la barandilla:

—Me encuentro mal… Será mejor que vuelva —dijo, girándose hacia el mayor—. Mire el horno.

Eedap Mun Odim no era un hombre violento. A lo largo de toda su vida había rechazado el empleo de la fuerza. Incluso los signos de ira le disgustaban, y su propia ira aún más. Siguiendo el ejemplo de sus padres, se había educado a sí mismo en la obediencia y la cortesía. Ahora debía olvidar ese arduo entrenamiento. Con un amplio movimiento envolvente juntó los brazos, apretó los puños y cuando Gardeterark se asomaba hacia abajo lo golpeó en la nuca.

—¡Gagrim! —gritó Odim. El esclavo permaneció inmóvil.

Gardeterark se fue de lado contra la barandilla mientras intentaba desenfundar el arma. Odim le pateó la rodilla y volvió a golpearlo, esta vez en el pecho. El oficial parecía el doble de grande que antes, casi inexpugnable en su chaquetón.

Luego se oyó crujir la barandilla, hubo un disparo y Gardeterark empezó a caer. Odim se aferró al andamiaje con pies y manos para no precipitarse tras el capitán.

Gardeterark lanzó un terrible alarido. Caía.

Odim lo miró caer: agitaba las manos y tenía abierta la enorme boca de animal. La altura no era mucha; cayó justo encima del horno de cámara dual que estaba encendido, con el techo cubierto de ladrillos sueltos y escombros. Por las grietas abiertas asomaron algunas llamas. Al elevarse el calor, Odim se aplastó contra los tablones para no quemarse.

El mayor trató de ponerse en pie, gritando sin parar. Su chaquetón empezaba a arder como un viejo cobertizo. De pronto, metió una pierna en una de las grietas y la bóveda del horno se desmoronó. Lenguas de fuego ascendieron como si fueran líquidas. La temperatura dentro del horno superaba los mil cien grados. Gardeterark, totalmente abrasado, se hundió en aquel infierno flamígero.

Odim permaneció tumbado un rato contra los tablones, hasta que por fin Besi, con la boca partida, se atrevió a llegar hasta él y ayudarlo a regresar a la galería. Gagrim había desaparecido.

Ella lo acomodó en su regazo y le limpió con un trapo la cara tiznada. Odim se encontró diciéndole, una y otra vez:

—He matado a un hombre.

—Nos has salvado. A todos —le dijo ella—. Has sido muy valiente, querido. Ahora hemos de embarcar y zarpar lo antes posible, antes de que alguien descubra lo ocurrido.—He matado a un hombre, Besi.

—Di mejor que se ha caído, Eedap. —Y después de besarlo con sus labios rajados, rompió a llorar. El la abrazó como nunca antes lo hiciera a la luz del día y ella sintió el temblor de su cuerpo duro y delgado.

Así acabó la etapa organizada de la vida de Eedap Mun Odim. A partir de ese momento, su existencia estaría jalonada por una serie de improvisaciones. Al igual que su padre antes que él, había intentado controlar su pequeño universo mediante cuentas claras y balances justos, evitando las trampas, las actitudes altisonantes, conformándose con lo que podía, cuando podía. Pero todo aquello se había borrado de un plumazo. Todo el sistema había quebrado. Besi Besamitikahl tuvo que ayudarlo a cruzar el muelle hasta el barco que los aguardaba. Con ellos embarcaban otros dos cuyos destinos parecían haberse desviado igualmente.

El capitán Harbin Fashnalgid se había visto crudamente retratado en un cartel rojo al desembarcar con Besi después de haber navegado veinte millas desde aquel embarcadero del marismal. El cartel acababa de salir de las imprentas controladas por el ejército y su pegamento todavía estaba fresco. Para Fashnalgid, el barco de Odim no sólo representaba la oportunidad de huir de Uskutoshk sino también la de permanecer junto a Besi. Fashnalgid había decidido que, si pretendía reformar su vida, necesitaba una mujer valerosa y constante que lo cuidase. De modo que subió por la pasarela con paso rápido, ansioso por dejar atrás al ejército y su sombra.

Detrás de él venía Toress Lahl, viuda del gran Banda! Eith Lahl, recientemente muerto en combate. Desde la muerte de su esposo y su captura por parte de Luterin Shokerandit, su vida se había trastornado, tanto como las de Odim o Fashnalgid. Se encontraba ahora en un puerto extranjero y a punto de zarpar hacia otro puerto extranjero. Y su captor yacía a bordo del barco, atado y sumido en la agonía de la Muerte Gorda. Aunque le hubiera sido muy fácil escapar de él, Toress Lahl no veía cómo una mujer de Oldorando podía regresar sana y salva de Sibornal. Prefería quedarse, con la esperanza de ganar la gratitud de su dueño si éste lograba sobrevivir a la peste.

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