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Authors: Bryan W. Addis

Heliconia - Primavera (32 page)

BOOK: Heliconia - Primavera
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El que había tosido volvió a toser. Aoz Roon dejó de mirar y llamó a los hombres.

Treparon a la cresta de la elevación y consternados contemplaron al enemigo.

En respuesta, los phagors hicieron un movimiento instantáneo. Los miembros peludos, extrañamente articulados, pasaron de la inmovilidad a la acción sin pausa intermedia. La laguna los había detenido. Era bien conocido que evitaban el agua, pero los tiempos estaban cambiando. Y la vista de treinta gillotas humanas accesibles los decidió. Cargaron.

Una de las treinta bestias montadas blandía una espada por encima de su cabeza. Con un áspero grito, espoleó al kaidaw, y jinete y cabalgadura se lanzaron adelante. Los demás siguieron como si fueran sólo uno, montados o a la carrera. Y avanzaron penetrando en las aguas de la laguna.

El pánico dispersó a las mujeres. Ahora que el adversario estaba casi sobre ellas, corrían de un lado a otro entre las dos elevaciones. Algunas trepaban a la izquierda, otras a la derecha, emitiendo ahogados gritos de angustia, como aves espantadas.

Sólo Shay Tal se mantenía inmóvil, frente a la carga de los phagors, mientras Vry y Amin Lim se apretaban contra ella, aterrorizadas, ocultando sus rostros.

—¡Huye, necia! —rugió Aoz Roon, mientras descendía de la elevación a la carrera,

Shay Tal no oyó la voz, que se perdía entre los chillidos y el furioso chapoteo. A pie firme, al borde de la laguna que parecía un pez, alzó los brazos como si conminara a la horda phagor a que se detuviera.

Entonces ocurrió la transformación. Entonces llegó ese momento que pasaría a llamarse, en los anales de Oldorando, el milagro de la Laguna del Pez.

Algunos dijeron más tarde que una nota aguda recorrió el aire glacial; otros que una voz suprema había hablado; otros juraron que Wutra había descargado el golpe.

Todo el grupo invasor, integrado por dieciséis phagors, entró en la laguna, con los tres estalones montados al frente. La furia los lanzó al elemento ajeno, en el que se hundieron hasta las caderas, revolviendo el agua con la violencia del ataque, cuando todo el lago se congeló.

En un momento las aguas eran un líquido absolutamente inmóvil, que por eso se mantenía sin congelarse a tres grados bajo cero. En el momento siguiente, a causa de la turbulencia, la laguna se solidificó. Los kaidaws y los phagors quedaron cercados y encerrados. Un kaidaw cayó para no volver a levantarse. Los demás se congelaron donde estaban, y los jinetes con ellos, rodeados por el hielo. Los phagors que los seguían, con las armas en lo alto, quedaron atrapados y retenidos. Ninguno logró dar ni un paso adelante. Ninguno pudo liberarse y recuperar la seguridad de la costa. Las venas se les congelaron enseguida dentro de los cuerpos, a pesar de la antigua bioquímica que les coloreaba la sangre y los protegía del frío. Las gruesas pieles blancas se les cubrieron de nueva escarcha, y los ojos brillantes de láminas de hielo.

Lo orgánico se unió al gran mundo inorgánico predominante.

Un cuadro perfecto de muerte furiosa, esculpido en hielo.

En lo alto, las aves blancas giraban y descendían, gritando con los picos abiertos; al fin se lanzaron en un vuelo desolado hacia el este.

La mañana siguiente, tres personas emergieron muy temprano de una tienda de pieles. Unos tenues copos de nieve habían caído durante la noche, blanqueando la soledad. Freyr ascendió desde el horizonte, arrojando húmedas sombras moradas. Varios minutos más tarde el segundo fiel centinela se liberó y emergió al reino de Wutra.

En ese momento, Aoz Roon, Laintal Ay y Oyre estaban de pie, pisando con fuerza y golpeándose el cuerpo para reactivar la circulación de la sangre en brazos y piernas. Tosían, pero guardaban silencio. Después de mirarse sin hablar, echaron a andar. Aoz Roon pisó el resonante lago de hielo.

Los tres se acercaron al cuadro congelado. Lo contemplaron con incredulidad. Tenían delante de los ojos una obra de escultura monumental, de minuciosos detalles y loca fantasía. Un kaidaw estaba casi debajo de los cascos de otros dos, la mayor parte del cuerpo sumergido bajo las olas inmóviles, con la aterrorizada cabeza echada hacia atrás y los ollares abiertos. El jinete luchaba tratando de dominarlo, caído a medias del kaidaw, tremendo en su inmovilidad.

Todas las figuras habían sido sorprendidas en plena acción, con las armas en alto y los ojos vueltos a la costa que jamás alcanzarían. Todas estaban cubiertas de escarcha. Eran un monumento a la animalidad.

Por fin Aoz Roon hizo un gesto de asentimiento y habló; su voz era sosegada. —Ha ocurrido. Ahora lo creo. Regresemos. El milagro del año 24 quedó confirmado. Había enviado el resto de la partida de regreso a Oldorando la noche anterior, al mando de Dathka. Sólo después de dormir pudo creer que no había soñado.

Nadie más dijo nada. Habían sido salvados por un milagro. Ese pensamiento les deslumbraba la mente y les paralizaba la lengua. Sin otra palabra, se alejaron de la alarmante escultura.

Una vez en Oldorando, Aoz Roon ordenó que dos cazadores llevaran a uno de los esclavos a la Laguna del Pez, al lugar del milagro. Cuando hubo visto el espectáculo, le ataron las manos a la espalda, lo pusieron cara al sur, y lo alejaron a puntapiés. Cuando estuviera en Borlien, diría a la tribu que una poderosa hechicera velaba sobre Oldorando.

VIII - EN LA OBSIDIANA

La habitación donde Shay Tal estaba de pie era de una antigüedad para ella incalculable. La había amueblado con lo que había podido: el viejo tapiz que había sido de Loil Bry y de Loilanun, esa ilustre línea de mujeres muertas; la cama humilde en un rincón, de helechos de Borlien entretejidos (ese tipo de helecho ahuyentaba a las ratas); los materiales para escribir en una mesita de piedra; y en el suelo, unas pieles donde se sentaban o permanecían en cuclillas trece mujeres. La academia estaba reunida.

Las paredes de la habitación estaban cubiertas de líquenes blancos y amarillos que desde la ventana estrecha y única habían colonizado a lo largo de los años toda la sillería adyacente. En los ángulos había telarañas; las tejedoras habían muerto de hambre mucho antes.

Detrás de las trece mujeres estaba Laintal Ay, sentado con las piernas cruzadas, con el codo en la rodilla y el mentón sobre el puño. Miraba el suelo. La mayoría de las mujeres observaba vagamente a Shay Tal. Vry y Amin Lim escuchaban; Shay Tal no podía estar segura de que las demás lo hicieran.

—Los acontecimientos son complejos en nuestro mundo. Podríamos pretender que todos son producto de la mente de Wutra en la eterna guerra del cielo, pero sería demasiado simple. Mejor sería estudiar las cosas por nuestra propia cuenta. Necesitamos otras claves que nos ayuden a comprender. ¿Wutra se preocupa por nosotros? Quizá sólo nosotros somos responsables de lo que hacemos…

Dejó de escuchar lo que estaba diciendo. Había planteado la eterna pregunta. Sin duda, todo ser humano que hubiese vivido alguna vez había tenido que responder a esa pregunta, y en esos mismos términos: quizá sólo nosotros somos responsables de lo que hacemos. Shay Tal ignoraba la respuesta. En consecuencia, se sentía incapacitada para enseñar.

Sin embargo, ellas escuchaban. Sabía por qué lo hacían, aunque no entendiesen. Las mujeres escuchaban porque ella había sido aceptada como una gran hechicera. Desde el milagro de la Laguna del Pez estaba aislada por la reverencia de los demás. El mismo Aoz Roon parecía más distante que nunca.

Miró por la ruinosa ventana el mundo cambiante que se alejaba del frío, con las nieves salpicadas de verde y el río enturbiado por lodos venidos de remotos lugares, que jamás visitaría. Éstos eran milagros. Lo milagroso estaba más allá de la ventana. Y ella ¿había realizado un milagro, como creían todos?

Shay Tal se interrumpió en mitad de la frase. Acababa de descubrir cómo probar su propia hechicería.

Los phagors de la Laguna del Pez se habían convertido en hielo. ¿A causa de algo en ella, o de algo en ellos? Recordaba haber oído decir que los phagors sentían terror al agua; tal vez porque los convertía en hielo. Eso se podía poner a prueba. Había en Oldorando uno o dos esclavos phagors. Haría meter a uno en el Voral y observaría qué pasaba. De algún modo, sabría la verdad.

Las trece la miraban, esperando. Laintal Ay parecía sorprendido. Ella no recordaba qué había estado diciendo. Comprendía que necesitaba llevar a cabo un cierto experimento, y recuperar así la paz de la mente.

—Hemos de hacer lo que se nos ha dicho —murmuró una mujer desde el suelo, con voz lenta e insegura, como si estuviera repitiendo una lección. Shay Tal había oído que alguien subía los escalones desde el piso inferior. No podía responder cortésmente a una afirmación que había estado contradiciendo desde que soplara por última vez el Silbador de Horas. En ese punto, cualquier interrupción era bienvenida. Algunas mujeres eran invenciblemente estúpidas.

Se abrió la puerta trampa. Apareció Aoz Roon, que parecía un gran oso negro, seguido por su perro. Luego subió Dathka, que permaneció callado en el fondo, sin mirar siquiera a Laintal Ay. Éste se puso de pie con cierta torpeza y aguardó, de espaldas al muro posterior. Las mujeres miraron sorprendidas a los intrusos, y algunas rieron nerviosamente.

La estatura de Aoz Roon parecía llenar la habitación. Aunque las mujeres torcían el cuello para mirarlo, él las ignoró y se acercó a Shay Tal. Ella se había desplazado hasta la ventana, pero manteniéndose de frente contra el fondo de calles fangosas, fumarolas y un paisaje bicolor que se extendía hasta el horizonte.

—¿Qué quieres aquí? —preguntó. El corazón le latía con fuerza mientras lo miraba. Shay Tal lo maldecía sobre todo por eso, porque él ya no la desafiaba, ni le apretaba los brazos, ni la perseguía. El aspecto de Aoz Roon indicaba que la visita era formal y poco amistosa.

—Deseo que retornes a la protección de las empalizadas, señora —dijo—. No estás segura en estas ruinas. No te puedo proteger en caso de una incursión.

—Vry y yo preferimos vivir aquí.

—A pesar de vuestra reputación, tú y Vry estáis a mi cuidado y he de protegeros. Y las demás no tienen que estar aquí. Hay demasiado peligro fuera de la empalizada. Si hubiese un ataque repentino… Ya te puedes figurar lo que te ocurriría. Shay Tal, que es nuestra poderosa hechicera, puede hacer lo que desee. Pero todas las demás tenéis que hacer lo que yo deseo. Os prohíbo venir aquí. Es demasiado peligroso. ¿Comprendéis?

Todas eludieron la mirada de Aoz Roon excepto la vieja partera Rol Sakil.—Eso es un disparate, Aoz Roon. Esta torre es perfectamente segura. Shay Tal ha alejado a los phagors, todos lo sabemos. Y además tú mismo has venido antes, ¿no es cierto?

Rol Sakil dijo esto último mirando de reojo. Él no respondió.

—Hablo del presente —dijo por fin—. Ahora que el tiempo está cambiando, nada es seguro. No volváis aquí o habrá problemas. —Se volvió y alzó un dedo mirando a Laintal Ay.—Ven conmigo.

Bajó por los escalones sin despedirse, y Laintal Ay y Dathka lo siguieron.

En el exterior se detuvo, acariciándosela barba. Miró hacia la ventana de Shay Tal.

—Todavía soy el señor de Embruddock. Más vale que no lo olvides.

Sólo cuando escuchó el ruido de tres pares de botas que se alejaban, ella se decidió a mirar. Contempló las anchas espaldas mientras él iba hacia la puerta del norte junto con los jóvenes asistentes, y Cuajo trotando al lado. Comprendía la soledad de Aoz Roon. Nadie podía comprenderla mejor.

Sin duda, como mujer de él no habría perdido posición o eso que ella tanto valoraba. Pero ahora era demasiado tarde. Había un abismo entre ambos, y una muñeca de cabeza vacía calentaba la cama de Aoz Roon.

—Será mejor que volváis —dijo, sin atreverse a mirar a las mujeres.

Cuando llegaron a la fangosa plaza principal, Aoz Roon ordenó a Laintal Ay que se alejara de la academia. Laintal Ay enrojeció.

—¿No sería hora de que tú y el consejo abandonarais esos prejuicios? Tenía la esperanza de que pensaras mejor después del milagro de la Laguna del Pez. ¿Por qué molestas a las mujeres? Se resentirán. Lo menos que hace la academia es tener contentas a las mujeres. —Las vuelve ociosas. Crea división. Laintal Ay observó a Dathka buscando apoyo, pero Dathka se miraba las botas.—Es más probable que tu actitud cause división, Aoz Roon. El conocimiento no le hace daño a nadie.

—El conocimiento es un veneno lento… Eres demasiado joven para comprender. Necesitamos disciplina. Así sobreviviremos, así hemos sobrevivido siempre. Apártate de Shay Tal; ejerce un poder que no es natural sobre las personas. Los que no trabajen, no recibirán comida en Oldorando. Ésa ha sido siempre la regla. Shay Tal y Vry han dejado de trabajar en la preparación y distribución del pan, de modo que en el futuro no tendrán qué comer. Ya veremos si les gusta.

—Se morirán de hambre.

Aoz Roon frunció las cejas y miró a Laintal Ay.

—Todos moriremos de hambre si no cooperamos. Es preciso dominar a las mujeres, y no toleraré que te pongas de parte de ellas. Sigue discutiendo conmigo y te daré una tunda.

Cuando Aoz Roon se marchó, Laintal Ay apoyó la mano en el hombro de Dathka.

—Está peor. Libra una guerra personal con Shay Tal. ¿Qué piensas?

Dathka movió la cabeza,

—No pienso. Hago lo que me dicen.

Laintal Ay miró a su amigo con sorna.

—¿Y qué te han dicho que hagas?

—Que vaya a la plantación de brassimipos. Hemos matado un pinzasaco —respondió, mostrando una mano lastimada.

—Iré en seguida.

Caminó junto al Voral, contemplando ociosamente a los gansos que nadaban y desfilaban, antes de seguir a Dathka. Se dijo que comprendía tanto el punto de vista de Aoz Roon como el de Shay Tal. Para vivir, todos tenían que cooperar, pero… ¿valía la pena vivir si se limitaban a cooperar? El conflicto lo oprimía y lo impulsaba a marcharse de la aldea, pero sólo lo haría si Oyre se marchaba con él. Sentía que era demasiado joven para comprender cómo podía resolverse aquella creciente división. Furtivamente, al observar que nadie lo miraba, sacó del bolsillo el perro de hueso que le había dado mucho tiempo antes el viejo sacerdote de Borlien. Lo sostuvo en alto y le movió la cola. El perro se puso a ladrar furiosamente a los gansos próximos.

Alguien más se encaminaba a los brassimipos, y oyó el ladrido del perro de juguete. Vry vio la espalda de Laintal Ay entre dos torres. Y no lo interrumpió, pues era reservada de carácter.

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