Heliconia - Verano (35 page)

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Authors: Brian W. Aldiss

BOOK: Heliconia - Verano
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Echado cerca de la proa, a la sombra, había un joven pálido que transpiraba y murmuraba sin cesar. Estaba cubierto por una sábana listada y movía con inquietud sus piernas debajo de ella; tenía fiebre desde el momento en que la embarcación había salido de Matrassyl en viaje al sur. Atravesaba uno de los períodos de menor lucidez, y apenas si era más capaz de recibirlas enseñanzas del hombre mayor que el comedor de gwinggwings.

Esto no arredraba al filósofo.

—En nuestra última escala, pregunté a un necio apoyado contra un árbol si creía que cada año el clima era más caluroso. Contestó: "Siempre ha hecho calor, maestro, desde el día en que el mundo fue creado". ¿Cuándo fue eso?, le pregunté. "En la Edad de Hielo, según he oído decir". Esa fue su respuesta. ¡En la Edad de Hielo! No tienen cabeza. Piensa en la religión. Yo vivo en un país religioso, pero no creo en Akhanaba. Y no creo en Akhanaba porque he reflexionado. Los nativos de esos pueblos no creen en Akhanaba; no porque hayan reflexionado, puesto que no reflexionan…

Se interrumpió para apretar más firmemente el seno izquierdo de la chica y beber un largo trago de Exaggerator.

No creen en Akhanaba porque son demasiado estúpidos para creer. Adoran toda clase de demonios, Otros, Nondads, dragones. Aún creen en dragones… Adoran a MyrdemInggala. Le pedí una vez a mi administrador que me mostrara el pueblo. En casi todas las cabañas hay un retrato de MyrdemInggala. No se parece a ella más que a mí; pero está dedicado a ella… Como decía, no les interesa otra cosa que su ombligo.

—Me aprietas demasiado —dijo la muchacha.

El hombre bostezó y se preguntó, ausente, por qué disfrutaba más con la compañía de extraños que con la de su propia familia: de ese hijo bastante necio, de su esposa sin interés, de su hija con carácter dominante. Querría navegar para siempre por el río con esa muchacha y con ese joven que declaraba haber venido de otro mundo.

—Es tranquilizador el ruido del agua. Me gusta. Lo echaré de menos cuando me retire. Es una prueba de la inexistencia de Akhanaba. Para hacer un mundo tan complicado como éste, con una provisión estable de seres vivos que van y vienen, semejantes a un conjunto de piedras preciosas extraídas de la tierra y pulidas para vender… Para hacer un mundo así, tendrías que ser Verdaderamente inteligente, fueras o no un dios. ¿No es así? Dime, ¿no es así?

Con el índice y el pulgar de su mano izquierda le dio un leve pellizco, de modo que la chica chilló y dijo:

—Sí, si tú lo dices…

—Sí que lo digo. Y si fueras tan inteligente, ¿qué placer te podría dar sentarte a mirar el mundo y ver la estupidez de estos nativos? La monotonía te haría perder la razón. Una generación tras otra, sin progreso… «En la Edad de Hielo»… Por la Observadora…

Bostezó otra vez; sus párpados se cerraron.

Ella le clavó un dedo entre las costillas.

—Está bien. Ya que tú eres tan inteligente, dime quién hizo el mundo. Si no fue Akhanaba, ¿quién fue?

—Haces demasiadas preguntas —respondió él.

Muntras, el Capitán del Hielo, se quedó dormido. Sólo despertó cuando el Dama de Lordryardry se preparaba para amarrar, por la noche, en Osoilima, donde el patrón gozaría de la hospitalidad de la sucursal local de la Compañía de Transportes de Hielo de Lordryardry. Había aceptado esa hospitalidad en cada uno de los puertos tocados durante el viaje, de modo que éste había sido más largo que de costumbre; casi tanto como, al volver a Matrassyl, cuando las embarcaciones de su flota de carga eran arrastradas contra la corriente por grupos de hoxneys.

Un motivo había hecho que el agudo Capitán del Hielo, en los días de su juventud, hubiese creado un establecimiento en Osoilima; ese motivo se erguía a gran altura sobre ellos mientras amarraban el Dama de Lordryardry. A cien metros por encima de los brassims que florecían por todas partes. Dominaba la jungla circundante y el ancho río, y pesaba sobre su propio reflejo en el agua. Atraía peregrinos de las catorce comarcas de Campannlat, ansiosos de santidad y de hielo. Era la Piedra de Osoilima.

El administrador local, un hombre de pelo gris y fuerte acento dimariamano, llamado Grengo Pallos, subió a bordo y apretó cálidamente la mano de su jefe. Ayudó a Div Muntras a supervisar el desembarco de pasajeros. Cuando los phagors descargaron unos bultos con la leyenda OSOILIMA, Pallos volvió al lado del Capitán del Hielo.

—¿Sólo tres pasajeros?

—Peregrinos. ¿Cómo van las cosas?

—No muy bien. ¿Me traes algo más?

—Nada. Están perezosos en Matrassyl. Disturbios en la corte. Mal momento para el comercio.

—Eso me han dicho. Las espadas y las monedas nunca tintinean a la vez. Lamentable lo de la reina. Sin embargo, si nos unimos a Oldorando, quizá vengan más peregrinos. Malos tiempos, Krillio: hasta los devotos se quejan de que hace demasiado calor para viajar. Me pregunto cómo terminará esto. Te retiras en el mejor momento.

El Capitán del Hielo llevó a Pallos aparte.

—Tengo un problema muy especial, y no sé qué hacer con él. Un muchacho enfermo, se llama BilhshOwpin. Dice que ha venido de otro mundo. Tal vez esté loco, pero lo que dice es muy interesante, si lo piensas dos veces. Cree que se está muriendo. Yo pienso que no. ¿Tu mujer podría cuidarlo?

—Naturalmente. Por la mañana arreglaremos el precio.

De modo que ayudaron a Billy Xiao Pin a bajar a tierra. También descendió la muchacha, llamada AbathVasidol, a quien Muntras había invitado a ir a Ottassol. Su madre, MettyVasidol, regía una casa en las afueras de Matrassyl, y era una vieja amiga del Capitán.

Los dos mercaderes bebieron un trago y fueron a visitar a Billy, instalado en el modesto establecimiento dirigido por la esposa de Pallos.

Billy se sentía mejor. Le habían frotado la columna vertebral con un trozo de hielo de Lordryardry, un remedio efectivo para todo tipo de males. Ya no tenía fiebre, y no tosía ni estornudaba. Su alergia había cedido al salir de Matrassyl. El Capitán le dijo que no moriría.

—Moriré pronto, Capitán; pero te agradezco de todos modos lo amable que has sido conmigo —respondió Billy. Después de los horrores de Matrassyl, pertenecer al Capitán del Hielo era la felicidad.

—No morirás. Ha sido ese inmundo volcán, el Rustyjonnik, derramando su veneno. Todo el mundo cayó enfermo en Matrassyl. Con los mismos síntomas que tú: ojos llorosos, dolor de garganta, fiebre. Pero ahora estás bien, y puedes ponerte en pie. No te abandones.

Billy tosió suavemente.

—Quizá tengas razón. Tal vez la enfermedad prolongue mi vida. Sin duda moriré a causa del virus hélico, puesto que no soy inmune a él; pero el volcán puede haber postergado ese destino por una o dos semanas… De todos modos, debería aprovechar al máximo la vida y la libertad. Ayúdame a ponerme en pie.

Unos momentos después caminaba por la habitación, reía, estiraba los brazos.

—¡Qué alivio, qué alivio! —exclamó Billy—. Estaba empezando a odiar su mundo, Capitán. Por un momento pensé que Matrassyl acabaría con mi vida.

—No es un mal lugar, cuando lo conoces.

—¡Demasiada religión!

—Allí donde haya seres humanos y phagors —dijo Muntras— habrá religión. El choque de dos ignorancias genera ese tipo de cosas.

La sagacidad de la observación impresionó a Billy, pero la esposa de Pallos, sin tenerlo en cuenta, tomó a Billy del brazo y le dijo:

—Pero si estás espléndidamente. Te bañaré y te sentirás bien del todo. Luego te daremos algo de comer; eso es lo que necesitas.

Muntras agregó:

—Sí, y tengo además otro medicamento para ti, Billish. Te enviaré a la encantadora Abath, hija de una antigua amiga mía. Es una chica preciosa. Una hora en su compañía te hará mucho bien.

Billy lo miró con ojos inquisitivos, mientras sus mejillas se coloreaban.

—Te he dicho que soy de otra raza… No he nacido en Heliconia… ¿Será posible? Sí, somos físicamente idénticos… Pero, esa muchacha, ¿querrá…?

Muntras rió de buena gana.

—Estoy seguro de que le gustarás más que yo. Sé que has puesto tu corazón en la reina, Billish, pero no dejes que eso te desanime. Usa un poco tu imaginación, y Abath será igual a la reina en todos los sentidos.

El rostro de Billy enrojeció.

—Por la Tierra, ¡qué experiencia! ¿Qué te puedo decir? Sí, envíala y veremos qué sucede…

Los mercaderes salieron. Pallos reía y se frotaba las manos.

—Ciertamente, demuestra espíritu experimental. ¿Le cobrarás por la chica?

Muntras, que conocía el temperamento mercenario de Pallos, ignoró la pregunta. Pallos comprendió el reproche y se apresuró a preguntar:

—¿Por qué dice que va a morir? ¿Piensa que de verdad viene realmente de otro mundo? ¿Es eso posible?

—Vamos a tomar una copa, y te mostraré algo que me dio. —Llamó a Abath, la besó en la mejilla, y la envió a ver a Billish.

Las sombras de la noche adoptaron la intensidad del terciopelo. Batalix estaba en el cielo occidental. Los dos hombres se sentaron en la galería de la casa de Pallos, con una botella y una linterna entre ambos. Muntras alzó su puño, lo apoyó sobre la mesa y lo abrió.

En su palma estaba el reloj de Billy, con las tres series de pequeñas cifras que cambiaban sin cesar:

11:49:2 19:06:5223:15:43

—Es hermoso. ¿Cuánto vale? ¿Se lo has comprado? Muntras respondió:

—No existe otro como éste. Según Billish, aquí en el centro indica la hora y fecha de Borlien; y además del mundo de donde ha venido, y de otro mundo de donde no ha venido. En otras palabras, se podría decir que esta joya prueba su historia. Para hacer un reloj tan complejo como éste hay que ser verdaderamente sabio, casi como un dios… Y sin embargo me cuesta pensar que no está loco. Billish dice que el mundo que construyó este objeto, el mundo de donde él viene, vuela por encima de nosotros y observa las tonterías de los nativos. Y que es un mundo hecho por hombres como nosotros. Sin necesidad de dioses.

Pallos bebió un sorbo de Exaggerator y movió la cabeza.

—Espero que no puedan leer las cifras de mis negocios.

La niebla se elevaba del río. Una madre llamaba a su hijito para que volviera a casa, advirtiéndole que los greebs podían salir del agua y devorarlo de un solo bocado.

—El rey JandolAnganol tuvo esta refinada máquina del tiempo en sus manos. Vio en ella un mal presagio. Pannoval, Oldorando y Borlien deben estar unidos, y sólo la religión conseguirá que esto suceda. El rey está tan comprometido en este proyecto que no puede permitir un solo elemento de duda. —Golpeó el reloj con su dedo regordete.— Esta joya sorprendente es un elemento de duda. Un mensaje de esperanza o de temor, depende de quién seas. —Señalándose un bolsillo del pecho, agregó: Como otros mensajes que han dejado a mi cuidado. Te digo, Grengo, que el mundo está cambiando, y no antes de tiempo.

Pallos suspiró y bebió un sorbo de su vaso. —¿Quieres ver mis libros, Krillio? Las ganancias de este año no han sido brillantes. El Capitán del Hielo miró a Pallos por encima de la linterna; la luz daba a este último un aire espectral. —Quiero hacerte una pregunta, Grengo. ¿No tienes ninguna curiosidad? Te muestro este reloj y te explico que viene de otro mundo. Allí está el extraño viajero, Billish, gozando de su primer rumbo en Heliconia… ¿Qué puede pasar por su mente? ¿No despierta esto tu sensación de misterio? ¿No piensas que hay algo más allá de tus libros de contabilidad?

Pallos se rascó la mejilla y ladeó la cabeza.

—Todos esos cuentos que escuchábamos en la infancia… Esa mujer le decía al niño que un greeb podía atraparlo… ¿La has oído? No he visto un greeb desde que estoy en Osoilima, hace ya ocho años. Los han matado a todos para sacarles la piel. Querría cazar uno alguna vez. Las pieles se venden a buen precio. No, Capitán: Billish cuenta una historia inventada. ¿Cómo pueden los hombres hacer un mundo? E incluso si fuera verdad, ¿qué? Eso no mejoraría mis cuentas, ¿no te parece?

Muntras suspiró, moviendo su silla para poder mirar la niebla; quizás esperaba que emergiera un greeb, para poder demostrarle a Pallos lo equivocado que estaba.

—Creo que cuando el joven Billish se libere de ese kooni lo llevaré hasta la cumbre de la Piedra, si le quedan fuerzas. Pide a tu esposa que nos prepare algo de comer, ¿quieres?

Muntras permaneció donde estaba mientras el administrador salía. Encendió un veronikano y fumó con satisfacción, mirando vagamente cómo el humo ascendía hasta las vigas. Ni siquiera se preguntaba dónde estaría su hijo, porque lo sabía: en el bazar local. Los pensamientos de Muntras estaban mucho más lejos.

Finalmente, Billy y Abath aparecieron, tomados de la mano. La cara de Billy era apenas lo bastante ancha para dar cabida a su sonrisa. Se sentaron ante la mesa sin hablar. También sin hablar, Muntras ofreció la botella de Exaggerator. Billy movió la cabeza.

Era fácil advertir que había tenido una importante experiencia emocional. Abath parecía tan compuesta como si volviera de la iglesia. Sus rasgos eran los de una Metty más joven, pero con una gloria que Metty había perdido tiempo atrás. Tenía una mirada directa, en tanto que la de Metty era levemente furtiva. Sin embargo, pensaba Muntras, quien se consideraba buen juez de la naturaleza humana, demostraba el mismo aire de reserva que su madre. Huía de un problema de alguna clase en Matrassyl, lo que podía explicar su circunspección. Pero a Muntras le bastaba con admirarla así, con ese ligero vestido que destacaba sus pechos jóvenes y generosos y hacía juego con el tono castaño de su pelo.

Quizás había un dios. Quizá mantenía el mundo en movimiento, a pesar de su estupidez, para que existiera una belleza como la de Abath…

Por fin, Muntras exhaló el humo y dijo:

—De modo, Billish, que en tu mundo los hombres y las mujeres no se interesan mucho en tramodear…

—Nos enseñan a tramodear, como tú dices, a los ocho años de edad. Es una disciplina. Pero aquí… Quiero decir, con Abath… es… lo contrario de la disciplina… Es real… Oh, Abathy… —Exhalando su nombre como Muntras el humo, la abrazó y besó apasionadamente, interrumpiéndose sólo para decirle palabras cariñosas. Ella respondía de modo más discreto.

Billy apretó la mano de Muntras.

—Tenías razón, amigo mío. Es igual a la reina en todos los aspectos. Y mejor.

El Capitán dijo:

—Tal vez todas las mujeres sean iguales, y la única diferencia esté en la imaginación de los hombres. Recuerda la vieja frase: "Todos los rumbos llegan a la costa al mismo ritmo". Tu imaginación es vívida, y supongo, en consecuencia, que has encontrado en ella un excelente tramodeo… ¿Los koonis de nuestro mundo son tan profundos como los del tuyo?

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