Herejes de Dune (42 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Herejes de Dune
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Los sonidos del tóptero se hicieron más fuertes sobre sus cabezas.

—¡Escuchad! —gritó Sheeana, sin detenerse en su danza.

No era hacia los tópteros hacia lo que llamaba su atención. Odrade volvió su cabeza para presentar sus dos oídos a un nuevo sonido que penetraba en su laberinto de rocas desperdigadas.

Un sibilante siseo, subterráneo y ahogado por la arena… haciéndose más fuerte con impresionante rapidez. Había calor en él, un apreciable calentamiento de la brisa que se deslizaba por su rocosa avenida. El siseo se convirtió en un rugido en crescendo. Bruscamente, el enorme abismo orlado de cristal de una gigantesca boca se alzó sobre la duna directamente encima de Sheeana.

—¡Shaitan! —gritó Sheeana, sin interrumpir el ritmo de su danza—. ¡Aquí estoy, Shaitan!

Al llegar a la cresta de la duna, el gusano bajó su boca hacia Sheeana. La arena cayó en cascada en torno a los pies de la muchacha, obligándola a detener su danza. El olor a canela llenó el rocoso desfiladero. El gusano se detuvo encima de ellos.

—Mensajero de Dios —jadeó Waff.

El calor secó la transpiración en la parte expuesta del rostro de Odrade e hizo que el aislamiento automático de su destiltraje lanzara una perceptible bocanada. Inspiró profundamente, sondeando los componentes detrás de aquel asalto de canela. El aire a su alrededor estaba cargado de ozono y enriqueciéndose rápidamente en oxígeno. Con todos sus sentidos completamente alertas, Odrade almacenó sus impresiones.

Si sobrevivo,
pensó.

Sí, aquel era un dato valioso. Podía llegar un día en que otras pudieran utilizarlo.

Sheeana se salió de la arena caída y fue hacia un lugar de roca desnuda. Reanudó su danza, moviéndose más frenéticamente, agitando su cabeza a cada vuelta. El aire azotaba su rostro, y cada vez que giraba para enfrentarse al gusano gritaba:

—¡Shaitan!

Delicadamente, como un niño en un terreno no familiar, el gusano avanzó nuevamente. Se deslizó cruzando la cresta de la duna, se enroscó hacia abajo hasta alcanzar el lecho de piedra, y presentó su ardiente boca ligeramente encima y apenas a unos dos pasos de Sheeana.

En el momento en que se detuvo, Odrade fue consciente del profundo horno que retumbaba en el interior del gusano. No podía apartar sus ojos de los reflejos de las brillantes llamas anaranjadas dentro de la criatura. Era una caverna de misterioso fuego.

Sheeana detuvo su danza. Apretó ambos puños a sus costados y devolvió la mirada al monstruo al que había llamado.

Odrade respiraba acompasadamente, el controlado ritmo de una Reverenda Madre reuniendo todos sus poderes. Si aquello era el final… bien, había obedecido las órdenes de Taraza. Dejemos que la Madre Superiora aprenda lo que pueda de los observadores de arriba.

—Hola, Shaitan —dijo Sheeana—. Te he traído a una Reverenda Madre y a un hombre de los tleilaxu conmigo.

Waff se dejó caer de rodillas e inclinó reverentemente la cabeza.

Odrade pasó junto a él y se detuvo de pie al lado de Sheeana.

Sheeana respiraba profundamente. Su rostro estaba enrojecido.

Odrade oyó el cliquetear de sus sobrecargados destiltrajes. El caliente aire saturado de canela a su alrededor estaba lleno con los sonidos de aquel encuentro, todos ellos dominados por el murmurante arder dentro del inmóvil gusano.

Waff avanzó junto a Odrade, su mirada como en trance clavada en el gusano.

—Estoy aquí —susurró.

Odrade lo maldijo en silencio. Cualquier ruido indeseado, podía atraer a aquella bestia contra ellos. Sabía sin embargo lo que Waff estaba pensando: ningún otro tleilaxu había estado jamás tan cerca de un descendiente de su Profeta. ¡Ni siquiera los sacerdotes rakianos lo habían conseguido!

Con su mano derecha, Sheeana hizo un repentino gesto hacia abajo.

—¡Baja hacia nosotros, Shaitan! —dijo.

El gusano bajó su enorme boca abierta hasta que el pozo de fuego interno llenó el desfiladero rocoso frente a ellos.

Con su voz apenas más alta que un susurro, Sheeana dijo:

—¿Ves como Shaitan me obedece, Madre?

Odrade podía sentir el control de Sheeana sobre el gusano, una pulsación de oculto lenguaje entre muchacha y monstruo. Era algo sobrenatural.

Alzando la voz con atrevida arrogancia, Sheeana dijo:

—¡Le pediré a Shaitan que nos deje conducirlo! —Trepó por la deslizante superficie de la duna al lado del gusano.

Inmediatamente, la enorme boca se alzó para seguir sus movimientos.

—¡Quédate quieto! —grito Sheeana. El gusano se inmovilizó.

No son sus palabras las que lo gobiernan,
pensó Odrade.
Es algo más… algo distinto…

—Madre, ven conmigo —llamó Sheeana.

Empujando a Waff delante de ella, Odrade obedeció. Treparon por la arenosa ladera detrás de Sheeana. La arena resbalaba junto al inmóvil gusano, amontonándose en el desfiladero. Frente a ellos, la ahusada cola del gusano se curvaba a lo largo de la cresta de la duna. Sheeana los condujo a paso vivo hasta el extremo. Allí, se agarró al borde de un anillo y trepó a la arrugada superficie de la bestia del desierto.

Más lentamente, Odrade y Waff la siguieron. La caliente superficie del gusano le pareció no orgánica a Odrade, como si se tratara de algún artefacto ixiano.

Sheeana avanzó a lo largo del lomo del gusano y se acuclilló detrás de su boca, donde los anillos eran protuberantes, gruesos y amplios.

—Así —dijo Sheeana. Se inclinó hacia adelante y se aferró al sobresaliente borde de un anillo, alzándolo ligeramente para exponer la rosada blandura de debajo.

Waff la obedeció inmediatamente, pero Odrade se movió con más cautela, almacenando impresiones. La superficie del anillo era tan dura como el plascemento y estaba cubierta de pequeñas incrustaciones. Los dedos de Odrade sondearon la blandura debajo del sobresaliente borde. Pulsaba débilmente. La superficie en torno a ellos se alzaba y descendía a un ritmo casi imperceptible. Odrade oyó un pequeño sonido raspante con cada movimiento.

Sheeana pateó la superficie del gusano debajo de ella.

—¡Shaitan, adelante! —dijo.

El gusano no se movió.

Odrade oyó la desesperación en la voz de Sheeana. La muchacha se mostraba muy confiada con respecto a su Shaitan, pero Odrade sabía que a la muchacha solamente se le había permitido cabalgarlo aquella única primera vez. Odrade sabía toda la historia de aquel primer encuentro, pero nada de ello le decía lo que iba a ocurrir a continuación.

Bruscamente, el gusano empezó a moverse. Se alzó empinadamente, giró a la izquierda y trazó una cerrada curva para salir del desfiladero rocoso, luego avanzó recto alejándose de Dar–es–Balat y en dirección al desierto.

—¡Vamos con Dios! —gritó Waff.

El sonido de su voz impresionó a Odrade. ¡Era tan salvaje! Captó la energía en su fe. El toc–toc de los ornitópteros que les seguían llegó desde encima de sus cabezas. El viento de su marcha azotaba a Odrade, lleno de ozono y de los ardientes aromas agitados por la fricción del rápido Behemot.

Odrade miró por encima del hombro a los tópteros, pensando en lo fácil que sería para sus enemigos librar a aquel planeta de una problemática muchacha, una igualmente problemática Reverenda Madre, y un despreciable tleilaxu… todo ello en un momento violentamente vulnerable en pleno desierto. La camarilla de los sacerdotes podía intentarlo, lo sabía muy bien, con la esperanza de que los propios observadores de Odrade allí arriba no tuvieran tiempo de impedirlo.

¿Les contendría la curiosidad y el temor?

La propia Odrade admitía estar poseída por una enorme curiosidad.

¿Dónde nos está llevando esta cosa?

Ciertamente, no se encaminaba hacia Keen. Alzó la cabeza y miró más allá de Sheeana. En el horizonte, directamente al frente, estaba aquella indentación de piedras caídas, aquel lugar donde el Tirano había sido arrojado de la superficie de su fantástico puente.

El lugar de la advertencia de la Otra Memoria.

Una brusca revelación cerró la mente de Odrade. Comprendió la advertencia. El Tirano había muerto en un lugar elegido por él mismo. Muchas muertes habían dejado su huella en aquel lugar, pero la suya era la más grande. El Tirano había elegido la ruta de su peregrinación con un propósito definido. Sheeana no le había dicho al gusano que fuera allí. Se dirigía hacia aquel lugar por voluntad propia. El magnetismo del interminable sueño del Tirano lo conducía hasta el lugar donde el sueño se iniciaba.

Capítulo XXVI

Había un hombre al que le preguntaron qué era más importante, si un litrojón de agua o un enorme estanque lleno de agua. El hombre pensó durante un momento, y luego dijo: «El litrojón es más importante. Ninguna persona puede ser propietaria de un gran estanque lleno de agua. Pero un litrojón es algo que puedes ocultar bajo tu capa y salir corriendo con él. Nadie lo sabrá.»

Los chistes del Antiguo Dune, Archivos Bene Gesserit

Había sido una larga sesión en la sala de prácticas del no–globo, Duncan en una jaula móvil realizando sus ejercicios, repentinamente consciente de que aquella serie particular de adiestramiento debería seguir hasta que su nuevo cuerpo se hubiera adaptado a las siete actitudes centrales de respuestas en combate contra un ataque desde ocho direcciones. Su traje verde de una sola pieza estaba empapado de sudor.

¡Veinte días llevaban con aquella única lección!

Teg conocía la antigua instrucción que Duncan estaba revisando allí, pero la conocía a través de distintos nombres y sentencias. Antes de que llevaran cinco días con ello, Teg empezaba a dudar ya de la superioridad de los métodos modernos.

Ahora estaba convencido de que Duncan estaba haciendo algo completamente nuevo… mezclando lo antiguo con lo que había aprendido en el Alcázar.

Teg permanecía sentado en su consola de control, tanto como observador que como participante. Las consolas que guiaban las peligrosas fuerzas–sombra en aquel ejercicio habían requerido un ajuste mental por parte de Teg, pero ahora se sentía familiarizado con ellas y dirigía el ataque con facilidad y frecuente inspiración.

Una Lucilla hirviendo de contenida rabia atisbaba ocasionalmente en la sala. Observaba, y luego se marchaba sin hacer ningún comentario. Teg no sabía lo que Duncan estaba haciendo con la Imprimadora, pero tenía la sensación de que el despertado ghola estaba jugando un juego dilatorio con su
seductora
. Ella no iba a permitir que aquello continuara mucho tiempo más, sabía Teg, pero aquello escapaba de sus manos. Duncan ya no era «demasiado joven» para la Imprimación. Aquel joven cuerpo llevaba dentro a un hombre maduro con la suficiente experiencia sobre la que basar sus propias decisiones.

Duncan y Teg habían permanecido en la sala durante toda la mañana, con una sola interrupción. Punzadas de hambre mordían a Teg, pero se sentía reluctante a parar la sesión. Las habilidades de Duncan habían ascendido hasta un nuevo nivel hoy, y seguía mejorando.

Teg, sentado en el asiento fijo de la consola de una jaula, hizo girar las fuerzas atacantes en una compleja maniobra, golpeando desde la izquierda, la derecha y arriba.

La armería de los Harkonnen había proporcionado una gran abundancia de esas exóticas armas e instrumentos de adiestramiento, algunos de los cuales Teg conocía tan sólo por los relatos históricos. Duncan los conocía todos, aparentemente, y de una forma tan íntima que causaba la admiración de Teg. Los cazadores–buscadores ajustados para penetrar un escudo de fuerza eran parte del sistema de sombras que estaban utilizando ahora.

—Disminuyen automáticamente su velocidad para penetrar el escudo —explicó Duncan con su voz de joven–viejo—. Por supuesto, si intentaran hacerlo demasiado rápido, el escudo los repelería.

—Los escudos de ese tipo han quedado casi completamente anticuados —dijo Teg—. Algunas pocas sociedades los mantienen todavía como un tipo de deporte, pero…

Duncan ejecutó una respuesta de celérea velocidad que hizo caer al suelo tres cazadores–buscadores lo suficientemente dañados como para requerir los servicios de mantenimiento del no–globo. Retiró la jaula y desconectó el sistema, pero la abandonó con aire despreocupado y se acercó a Teg, respirando fuerte pero no cansadamente. Mirando más allá de Teg, Duncan sonrió e hizo una inclinación de cabeza. Teg se volvió, pero apenas llegó a ver un ramalazo de las ropas de Lucilla mientras ésta desaparecía.

—Es como un duelo —dijo Duncan—. Ella intenta penetrar una guardia, y yo contraataco.

—Ve con cuidado —dijo Teg—. Es una completa Reverenda Madre.

—Conocí unas cuantas de ellas en mi tiempo, Bashar.

Una vez más, Teg se sintió confuso. Le habían advertido que debería reajustarse a aquel distinto Duncan Idaho, pero no había anticipado completamente las constantes exigencias mentales de ese reajuste. La expresión de los ojos de Duncan, en aquel mismo momento, era desconcertante.

—Nuestros papeles han cambiado un poco, Bashar —dijo Duncan. Tomó una toalla del suelo y se secó el rostro.

—Ya no estoy seguro de lo que puedo enseñarte —admitió Teg. Confiaba, sin embargo, en que Duncan hiciera caso de su advertencia acerca de Lucilla. ¿Imaginaba Duncan que las Reverendas Madres de aquellos antiguos tiempos eran idénticas a las mujeres de hoy? Teg pensó que era muy poco probable. Al igual que todo el resto de la vida, la Hermandad evolucionaba y cambiaba.

A Teg le resultaba obvio que Duncan había llegado a una decisión respecto al lugar que ocupaba en las maquinaciones de Taraza. Duncan no estaba simplemente dejando transcurrir el tiempo. Estaba adiestrando su cuerpo hasta un límite escogido personalmente, y había hecho ya su juicio sobre la Bene Gesserit.

Ha hecho este juicio basándose en datos insuficientes,
pensó Teg.

Duncan dejó caer la toalla y se la quedó mirando por un momento.

—Déjame ser el juez de lo que puedes enseñarme, Bashar. —Se volvió hacia él y contempló con ojos entrecerrados a Teg sentado en la jaula.

Teg inspiró profundamente. Captó el débil olor a ozono de todo aquel duradero equipo Harkonnen ayudando a Duncan a prepararse para volver a la acción. El sudor del ghola era un ácido dominante.

Duncan estornudó.

Teg se envaró, reconociendo el omnipresente polvo de sus actividades. A veces podía ser saboreado más que olido. Alcalino. Dominándolo todo había la fragancia de los depuradores de aire y los regeneradores de oxígeno. Había un claro aroma floral en todo el sistema, pero Teg no podía identificar la flor. Durante el mes de su ocupación, el globo había adquirido también olores humanos, insinuados lentamente en el compuesto original… sudor, olores de cocina, la acidez nunca eliminada del todo del reciclaje de desechos. Para Teg, esos recordatorios de su presencia eran extrañamente ofensivos. Y se descubrió a si mismo oliendo y escuchando en busca de sonidos de intrusión… algo más que los ecos de sus propios pasos y los ahogados sonidos metálicos de la zona de la cocina.

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