Herejes de Dune (43 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Herejes de Dune
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La voz de Duncan interrumpió:

—Eres un hombre extraño, Bashar.

—¿Qué quieres decir?

—Es tu parecido al Duque Leto. La identidad facial es sorprendente. Él era un poco más bajo que tú, pero la identidad…

—Agitó la cabeza, pensando en los designios de la Bene Gesserit detrás de aquellas marcas genéticas en el rostro de Teg… aquella expresión de halcón, aquellos pliegues, y sobre todo aquella sensación interna, aquella seguridad de su superioridad moral.

¿Cuán moral y cuán superior?

Según las grabaciones que había visto en el Alcázar (y Duncan estaba seguro de que habían sido colocadas allí especialmente para que él las descubriera), la reputación de Teg era casi universal en la sociedad humana de su época. En la Batalla de Markon, había sido suficiente para el enemigo saber que Teg en persona era su oponente. Habían aceptado todos los términos de la rendición. ¿Era eso cierto?

Duncan miró a Teg en la consola de la jaula y le planteó la pregunta.

—La reputación puede ser una hermosa arma —dijo Teg—. A menudo derrama menos sangre.

—En Arbelough, ¿por qué acudiste al frente de tus tropas? —preguntó Duncan.

Teg mostró su sorpresa.

—¿Dónde has sabido eso?

—En el Alcázar. Podías haber resultado muerto. ¿De qué hubiera servido?

Teg se recordó a sí mismo que aquella joven carne de pie ante él contenía conocimientos desconocidos, que debían guiar la búsqueda de información de Duncan. Era en esa zona desconocida, sospechaba Teg, en donde Duncan era más valioso para la Hermandad.

—Tuvimos grandes pérdidas en Arbelough en los dos días anteriores —dijo Teg—. Fallé en efectuar una evaluación correcta del miedo y el fanatismo del enemigo.

—Pero el riesgo de…

—Mi presencia en el frente dijo a mi propia gente: «Comparto vuestros riesgos.»

—Las grabaciones del Alcázar dicen que Arbelough fue pervertido por Danzarines Rostro. Patrin me dijo que pusiste el veto cuando tus ayudantes te pidieron barrer completamente el planeta, esterilizarlo y…

—Tú no estabas allí, Duncan.

—Estoy intentando estar. De modo que perdonaste a tus enemigos, en contra de todos los consejos.

—Excepto a los Danzarines Rostro.

—Pero entonces avanzaste desarmado entre las fuerzas enemigas y antes de que ellos hubieran depuesto sus armas.

—Para asegurarles que no iban a ser maltratados.

—Eso fue muy peligroso.

—¿De veras? Muchos de ellos se unieron a nuestras filas para el asalto final en Kroinin, donde derrotamos a las fuerzas anti–Hermandad.

Duncan miró a Teg. Aquel viejo Bashar no sólo se parecía al Duque Leto en su apariencia, sino que poseía también sus antiguos enemigos. Teg había dicho que descendía de Ghanima de los Atreides, pero tenía que haber allí más que eso. Las formas en que la Bene Gesserit dominaba las líneas genéticas lo maravillaban.

—Volvamos a las prácticas —dijo Duncan.

—No te agotes demasiado.

—Olvídalo, Bashar. Recuerdo un cuerpo tan joven como este, y precisamente aquí en Giedi Prime.

—¡Gammu!

—Fue rebautizado adecuadamente, pero mi cuerpo sigue recordando el nombre original. Es por eso por lo que me enviaron aquí. Lo sé.

Por supuesto que lo sabe,
pensó Teg.

Reanimado por el breve descanso, Teg introdujo un nuevo elemento en el ataque y envió una repentina línea ardiente contra el flanco izquierdo de Duncan.

¡Cuán fácilmente paró Duncan el ataque!

Estaba utilizando una extrañamente mezclada variante de las cinco actitudes, en la que cada respuesta parecía inventada el momento antes de ser necesitada.

—Cada ataque es una pluma flotando en la carretera del infinito —dijo Duncan. Su voz no daba muestras de cansancio—. Cuando la pluma se acerca, es desviada y apartada.

Mientras hablaba, bloqueó el elaborado ataque y contraatacó.

La lógica Mentat de Teg siguió los movimientos hasta lo que reconoció como lugares peligrosos.
¡Dependencias y troncos clave!

Duncan esquivó el ataque, moviéndose por delante de él adecuando sus movimientos antes que respondiendo. Teg se vio obligado a utilizar todas sus habilidades mientras las fuerzas–sombra ardían y se agitaban en el suelo. La agitada figura de Duncan en su jaula móvil danzaba por el espacio entre ellas. Ninguno de los contadores de los cazadores–buscadores de Teg alcanzó la moviente figura. Duncan estaba sobre ellos, debajo de ellos, pareciendo totalmente despreocupado del auténtico dolor que aquel equipo podía proporcionarle.

Una vez más, Duncan incrementó la velocidad de su ataque. Un estallido de dolor ascendió relampagueante por el brazo izquierdo de Teg desde su mano posada sobre los controles hasta su hombro.

Con una seca exclamación, Duncan desconectó el equipo.

—Lo siento, Bashar. Fue una soberbia defensa por tu parte, pero me temo que la edad te traicionó.

Una vez más, Duncan cruzó la sala y se detuvo ante Teg.

—Un pequeño dolor para recordarme el dolor que te causé —dijo Teg. Se frotó su hormigueante brazo.

—Culpemos al calor del momento —dijo Duncan—. Ya hemos trabajado lo suficiente por ahora.

—Todavía no —dijo Teg—. No es suficiente fortalecer tan sólo tus músculos.

Ante las palabras de Teg, Duncan notó que una sensación de alerta recorría todo su cuerpo. Captó el desorganizado toque de aquello incompleto que lo que había despertado no había conseguido revelar. Algo agazapado dentro de él, pensó Duncan. Era como un tenso muelle aguardando a ser soltado.

—¿Qué más piensas hacer? —preguntó Duncan. Su voz sonó ronca.

—Tu supervivencia está aquí en la balanza —dijo Teg—. Todo esto se ha hecho para salvarte y llevarte a Rakis.

—¡Por razones de la Bene Gesserit, que tú dices no conocer!

—No las conozco, Duncan.

—Pero eres un Mentat.

—Los Mentats necesitan datos para efectuar proyecciones.

—¿Crees que Lucilla lo sabe?

—No estoy seguro, pero déjame advertirte contra ella. Tiene órdenes de llevarte a Rakis
preparado
para lo que debes hacer allí.

—¿Debo? —Duncan agitó de un lado a otro su cabeza—. ¿No soy mi propia persona, con derecho a tomar mis propias decisiones? ¿Qué crees que has despertado aquí, un maldito Danzarín Rostro capaz únicamente de obedecer órdenes?

—¿Estás diciéndome que no vas a ir a Rakis?

—Estoy diciéndote que tomaré mis propias decisiones cuando sepa qué es lo que debo hacer. No soy un asesino a sueldo.

—¿Crees que yo lo soy, Duncan?

—Creo que eres un hombre honorable, alguien a quien hay que admirar. Dame el crédito suficiente para tener mis propios estándares de deber y honor.

—Se te ha ofrecido otra posibilidad de vida y…

—Pero tú no eres mi padre y Lucilla no es mi madre. ¿Imprimadora? ¿Para qué espera
prepararme
?

—Es posible que ella tampoco lo sepa, Duncan. Como yo, puede que ella sea tan sólo parte del designio general. Sabiendo cómo trabaja la Hermandad, eso es lo más probable.

—Así que vosotros dos solamente me adiestráis y me entregáis a Arrakis. ¡Aquí está el paquete que encargasteis!

—Este es un universo muy distinto de aquél en el que naciste originalmente —dijo Teg—. Como ocurría en tus días, poseemos todavía una Gran Convención contra las atómicas y las pseudoatómicas de interacción pistolas láser–escudos. Seguimos diciendo que los ataques a traición están prohibidos. Hay papeles esparcidos por todas partes en los que hemos puesto nuestras firmas, pero…

—Pero las no–naves han cambiado las bases de todos esos tratados —dijo Duncan—. Creo que aprendí mi historia bastante bien en el Alcázar. Dime, Bashar, ¿por qué hizo el hijo de Paul que los tleilaxu le proporcionaran un ghola de mí, ¡centenares de gholas de mí!, durante todos esos miles de años?

—¿El hijo de Paul?

—Las grabaciones del Alcázar lo llaman el Dios Emperador. Vosotros lo llamáis Tirano.

—Oh, no creo que sepamos por qué lo hizo. Quizá estaba solo y deseaba a alguien de…

—¡Me habéis traído de vuelta para enfrentarme al gusano! —dijo Duncan.

¿Es eso lo que estamos haciendo?,
se preguntó Teg. Habían considerado aquella posibilidad más de una vez, pero era tan sólo algo más en los planes de Taraza. Teg sentía aquello con todas las fibras de su adiestramiento Mentat. ¿Lo sabía Lucilla? Teg no se engañaba a sí mismo acerca de la posibilidad de arrancar alguna revelación de una completa Reverenda Madre. No… tendría que aguardar su momento, aguardar y observar y escuchar. A su propia manera, eso era obviamente lo que Duncan había decidido. ¡Era peligroso contrariar a Lucilla!

Teg agitó la cabeza.

—Realmente, Duncan, no lo sé.

—Pero cumples órdenes.

—Por mi juramento de fidelidad a la Hermandad.

—Engaños, deshonestidades… todo ello son palabras vacías cuando está en juego la supervivencia de la Hermandad —citó Duncan sus propias palabras.

—Sí, yo dije eso —admitió Teg.

—Confío en ti ahora
porque
lo dijiste —dijo Duncan. Pero no confío en Lucilla.

Teg hundió la barbilla en su pecho.
Peligroso… peligroso…
Mucho más lentamente de lo que lo había hecho antes, Teg apartó su atención de tales pensamientos y se dedicó al proceso de limpieza mental, concentrándose en las necesidades que Taraza había depositado sobre sus hombros.

«Vos sois mi Bashar.»

Duncan estudió al Bashar por un momento. Las líneas del cansancio eran obvias en el rostro del viejo hombre. Duncan recordó de pronto la gran edad de Teg, preguntándose si alguna vez los hombres como Teg se habrían sentido tentados de acudir a los tleilaxu y convertirse en gholas. Probablemente no. Sabían que podían convertirse en marionetas de los tleilaxu.

Aquel pensamiento inundó la consciencia de Duncan, manteniéndole tan claramente inmóvil que Teg, alzando su mirada, lo comprendió inmediatamente.

—¿Ocurre algo?

—Los tleilaxu me han hecho algo, algo que no os han dicho —murmuró Duncan con voz ronca.

—¡Exactamente lo que temíamos! —Era Lucilla hablando desde el umbral detrás de Teg. Avanzó hasta situarse a dos pasos de Duncan—. He estado escuchando. Los dos sois muy informativos.

Teg habló rápidamente, esperando amortiguar la irritación que captaba en ella.

—Hoy ha dominado las siete actitudes.

—Golpea como el fuego —dijo Lucilla—, pero recordad que nosotras, las de la Hermandad, fluimos como el agua y llenamos todos los lugares. —Miró a Teg—. ¿No veis que nuestro ghola ha ido más allá de las actitudes?

—Ninguna posición fijada, ninguna actitud —dijo Duncan. Teg miró cortante a Duncan, que permanecía de pie con cabeza erguida, la frente lisa, los ojos claros mientras le devolvía la mirada a Teg. Duncan había crecido sorprendentemente en el corto tiempo desde que había sido despertado a sus memorias originales.

—¡Maldito seáis, Miles! —murmuró Lucilla.

Pero Teg mantenía su atención centrada en Duncan. Todo el cuerpo del joven parecía conectado a un nuevo tipo de vigor. Había un equilibrio en él que no estaba allí antes.

Duncan trasladó su atención a Lucilla.

—¿Crees que vas a fallar en tu misión?

—Seguro que no —dijo ella—. Sigues siendo un macho. Y pensó:
Sí, ese joven cuerpo debe fluir ardiente con los jugos de la procreación. Los deflagradores hormonales están todos intactos y susceptibles de ser accionados.
Su actitud actual, sin embargo, y la forma en que la miraba, la obligaron a alzar su consciencia a nuevos niveles más energéticos.

—¿Qué es lo que te han hecho los tleilaxu? —preguntó.

Duncan habló con una petulancia que no sentía:

—Oh Gran Imprimadora, si lo supiera te lo diría.

—¿Crees que estamos jugando a algún juego? —preguntó ella.

—¡No conozco
cuál
puede ser ese juego!

—En estos momentos, mucha gente sabe que no estamos en Rakis, donde se esperaba que huyéramos —dijo ella.

—Y Gammu hormiguea con gente regresada de la Dispersión —dijo Teg—. Tienen el número suficiente como para explorar muchas posibilidades aquí.

—¿Quién sospecharía de la existencia de un no–globo perdido de los días Harkonnen? —preguntó Duncan.

—Cualquiera que trace la asociación entre Rakis y Dar–es–Balat —dijo Teg.

—Si crees que se trata de un juego, considera las urgencias del mismo —dijo Lucilla. Giró sobre uno de sus pies para concentrase en Teg—. ¡Y vos habéis desobedecido a Taraza!

—¡Estáis equivocada! He hecho exactamente lo que se me ordenó que hiciera. Soy un Bashar, y vos olvidáis lo bien que ella me conoce.

Con una brusquedad que la sumió en un impresionado silencio, las sutilezas de las maniobras de Taraza se imprimieron en la consciencia de Lucilla.

¡Somos peones!

Qué delicado tacto había demostrado siempre Taraza en la forma en que movía sus peones. Lucilla no se sintió disminuida por la realización de que era un peón. Aquel era un conocimiento fomentado y adiestrado en toda Reverenda Madre de la Hermandad. Incluso Teg lo sabía. No disminuida, no. Todo lo que les rodeaba escaló la consciencia de Lucilla. Se sintió admirada por las palabras de Teg. Cuán somera había sido su anterior visión de las fuerzas dentro de las cuales estaban inmersos. Era como si hubiera visto únicamente la superficie de un río turbulento y, desde allí, hubiera captado un atisbo de las corrientes que se movían en sus profundidades. Ahora, sin embargo, sentía el fluir a todo su alrededor, y una desalentadora convicción.

Los peones son sacrificables.

Capítulo XXVII

¡Con vuestra creencia en las singularidades, en los absolutos granulares, negáis el movimiento, incluso el movimiento de la evolución! Mientras ocasionáis que un universo granular persista en vuestra consciencia, sois ciegos al movimiento. Cuando las cosas cambian, vuestro universo absoluto se desvanece, ya no accesible a vuestras autolimitadas percepciones. El universo se ha movido más allá de vosotros.

Primer Borrador, Manifiesto Atreides, Archivos Bene Gesserit

Taraza apoyó las manos en sus sienes, las palmas abiertas frente a sus oídos, y apretó. Incluso sus dedos podían sentir la tensión allí: exactamente entre las manos… fatiga. Un breve parpadeo, y cayó en el trance de la relajación. Las manos contra la cabeza eran los exclusivos puntos focales de la consciencia carnal.

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