Herejes de Dune (76 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: Herejes de Dune
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—Estarán aquí pronto —dijo Teg—. Llegarán a lomos de un gusano.

—¿Cómo lo sabéis?

—Todo estaba arreglado.

Teg cerró los ojos. No necesitaba ojos para ver la actividad a todo su alrededor. Aquel era como tantos otros puestos de mando que había ocupado: una sala ovalada llena de instrumentos y de gente que los manejaba, oficiales aguardando a obedecer.

—¿Qué es este lugar? —preguntó alguien.

—Esas rocas al norte de nosotros —dijo Teg—. ¿Las veis? Fueron en su tiempo un alto farallón. Era llamado la Trampa del Viento. Había un sietch Fremen allí, ahora es poco más que una cueva. Unos cuantos pioneros rakianos viven en él.

—Fremen —susurró alguien—. ¡Dioses! Deseo ver venir a ese gusano. Nunca pensé que llegara a contemplar algo así.

—Otro de vuestros inesperados arreglos, ¿eh? —preguntó el oficial de la gruñente amargura.

¿Qué diría si le revelara mis nuevas habilidades?,
se preguntó Teg.
Pensaría que oculto propósitos que no resistirían un detallado examen. Y tendría razón. Ese hombre está al borde de una revelación. ¿Seguiría siendo leal si se abrieran sus ojos?
Teg agitó la cabeza. El oficial tendría pocas elecciones. Ninguno de ellos tenía muchas elecciones excepto luchar y morir.

Era cierto, pensó entonces Teg, que el proceso de arreglar conflictos implicaba el engaño de grandes masas. Cuán fácil era caer en la actitud de las Honoradas Matres.

¡Escoria!

El engaño no era tan difícil como suponían algunos. La mayor parte de la gente deseaba ser conducida. Aquel oficial de allí lo deseaba. Había profundos instintos tribales (poderosas motivaciones inconscientes) para ello. La reacción natural cuando empezabas a reconocer lo fácilmente que eras conducido era buscar chivos expiatorios. Aquel oficial de allá deseaba ahora un chivo expiatorio.

—Burzmali desea veros —dijo alguien a la izquierda de Teg.

—No ahora.

Burzmali podía esperar. Tendría su día de mando muy pronto. Mientras tanto, era una distracción. Tendría tiempo más tarde para bordear peligrosamente el papel de chivo expiatorio.

¡Cuán fácil era producir chivos expiatorios, y cuán fácilmente eran aceptados! Aquello era especialmente cierto cuando la alternativa era encontrarte a ti mismo culpable o estúpido o ambas cosas a la vez. Teg deseaba decirles a todos aquellos que le rodeaban:

—¡Contemplad el engaño! ¡Entonces sabréis nuestras verdaderas intenciones!

El oficial de comunicaciones a la izquierda de Teg dijo:

—Esa Reverenda Madre está ahora con Burzmali. Insiste en que se le permita veros.

—Dile a Burzmali que él se quede con Duncan —dijo Teg—. Y haz que vigile a Murbella, que se asegure de que está a buen recaudo. Lucilla puede entrar.

Así tiene que ser,
pensó Teg.

Lucilla se mostraba cada vez más suspicaz respecto a los cambios en él. Era lógico que una Reverenda Madre viera las diferencias.

Lucilla entró como una tromba, sus ropas siseando para acentuar su vehemencia. Estaba furiosa, pero lo disimulaba bien.

—¡Exijo una explicación, Miles!

Era una buena línea de apertura, pensó.

—¿Sobre qué? —dijo.

—¿Por qué simplemente no hemos ido directamente a…

—Porque las Honoradas Matres y sus compañeros tleilaxu de la Dispersión controlan la mayoría de los centros rakianos.

—¿Cómo… cómo sabéis?

—Han matado a Taraza, ya os habéis enterado —dijo él.

Aquello la detuvo, pero no por mucho tiempo.

—Miles, insisto en que me digáis…

—No tenemos mucho tiempo —dijo él—. El próximo paso del satélite nos mostrará aquí en la superficie.

—Pero las defensas de Rakis…

—Son tan vulnerables como cualquier otra defensa cuando se vuelven estáticas —dijo él—. Las familias de los defensores están aquí abajo. Toma a las familias, y tendrás un control efectivo de los defensores.

—¿Pero por qué estamos aquí a cielo abierto en…?

—Para recoger a Odrade y a esa chica que va con ella. Oh, y a su gusano también.

—¿Qué vamos a hacer con un…?

—Odrade sabrá qué hacer con el gusano. Ella es vuestra Madre Superiora ahora, ya lo sabéis.

—Así que vais a sacarnos a toda prisa de aquí y…

—¡Vosotros vais a iros a toda prisa de aquí! Mi gente y yo nos quedaremos para crear un movimiento de diversión…

Aquello produjo un impresionado silencio en la estación de mando.

Diversión,
pensó Teg.
Qué palabra más inadecuada.

La resistencia que tenía en mente iba a crear histeria entre las Honoradas Matres, especialmente cuando fueran inducidas a creer que el ghola estaba allí. No sólo contraatacarían, sino que finalmente recurrirían a procedimientos de esterilización. La mayor parte de Rakis se convertiría en una ruina carbonizada. Había pocas posibilidades de que algún humano, gusano o trucha de arena pudiera sobrevivir.

—Las Honoradas Matres han estado intentando localizar y capturar un gusano sin éxito —dijo—. Realmente no comprendo cómo pueden ser tan ciegas en su noción de cómo trasplantar uno de ellos.

—¿Trasplantar? —Lucilla estaba desorientada. Teg raras veces había visto a una Reverenda Madre tan perdida. Estaba intentando reunir las cosas que él había dicho. La Hermandad poseía algunas de las capacidades de los Mentats, había observado. Un Mentat podía alcanzar una convicción cualificada sin datos suficientes. Pensó que él iba a estar muy fuera de su alcance (del alcance de cualquier otra Reverenda Madre) antes de que ella reuniera todos sus datos. ¡Entonces se produciría una verdadera persecución de su descendencia! Querrían a Dimela para sus Amantes Procreadoras, por supuesto. Y a Odrade. Ella no iba a poder escapar.

También tenían la clave de los tanques axlotl tleilaxu. Ahora sería tan sólo cuestión de tiempo hasta que la Bene Gesserit venciera sus escrúpulos y dominara esa fuente de especia. ¡Un cuerpo humano la producía!

—Entonces, estamos en peligro aquí —dijo Lucilla.

—Algún peligro, sí. El problema con las Honoradas Matres es que son demasiado ricas. Cometen los errores de la riqueza.

—¡Rameras depravadas! —dijo ella.

—Os sugiero que acudáis a la escotilla de entrada —dijo él—. Odrade estará pronto aquí.

Ella se marchó sin otra palabra.

—Blindaje fuera y desplegado —dijo el oficial de comunicaciones.

—Alertad a Burzmali de que esté preparado para tomar el mando aquí —dijo Teg—. El resto de nosotros vamos a tener que salir muy pronto.

—¿Esperáis que todos nosotros nos unamos a vos? —Era el que buscaba un chivo expiatorio.

—Voy a salir fuera —dijo Teg—. Lo haré solo si es necesario. Sólo aquellos que lo deseen necesitan unirse a mí.

Después de aquello, todos irían con él, pensó. La presión de la camaradería era poco comprendida excepto por aquellos adiestrados por la Bene Gesserit.

Hubo un silencio en la estación de mando, roto solamente por el débil zumbar y el cliquetear de los instrumentos. Teg pensó en las «rameras depravadas».

No era correcto llamarlas depravadas, pensó. A veces, los enormemente ricos se volvían depravados. Eso provenía de creer que el dinero (el poder) podía comprarlo todo y a todos. ¿Y por qué no deberían creerlo? Lo veían ocurrir cada día. Era fácil creer en absolutos.

¡La creencia en la primavera eterna y todo eso!

Era como otra fe. El dinero podía comprar lo imposible.

Entonces llegaba la depravación.

No era lo mismo para las Honoradas Matres. Estaban, de algún modo, más allá de la depravación. Habían pasado a su través; podía verlo. Pero ahora se hallaban en algo tan más allá de la depravación que Teg se preguntaba si realmente deseaba saber lo que era.

El conocimiento estaba allí, sin embargo, inescapable a su nueva consciencia. Ninguna de ellas dudaría ni un instante en someter a todo un planeta a tortura si eso significaba un beneficio personal. O si el provecho era algún placer imaginado. O si la tortura producía aunque fuera tan sólo unos cuantos días u horas más de vida.

¿Qué era lo que las complacía? ¿Qué las recompensaba? Eran como adictas a la semuta. Cualquiera que fuese el placer simulado exigía más y más a cada momento.

¡Y ellas lo saben!

¡Cómo debían arder en ira por dentro! ¡Atrapadas en una trampa así! Habían visto de forma absoluta que nada era suficiente… ningún bien, ningún mal. Habían perdido por completo el sentido de la moderación.

Eran peligrosas, sin embargo. Y quizá él estuviera equivocado en una cosa: quizá ellas ya no recordaran lo que habían sido antes de la horrible transformación de aquel extraño estimulante de olor acre que teñía de naranja sus ojos. Recuerdos de recuerdos podían convertirse en algo distorsionado. Todo Mentat estaba sensibilizado a esa imperfección en sí mismo.

—¡Ahí está el gusano!

Era el oficial de comunicaciones.

Teg giró en su silla y miró a la proyección, un bolo en miniatura del exterior por la parte sudoeste. El gusano con los dos pequeños puntos de sus pasajeros humanos era un distante rastro de plata moviéndose serpenteante.

—Traed a Odrade sola aquí cuando lleguen —dijo—. Sheeana… es la muchacha… permanecerá detrás para ayudar a conducir al gusano a su alojamiento. El animal la obedecerá. Aseguraos de que Burzmali esté preparado cerca. No vamos a tener mucho tiempo para el traspaso de mando.

Cuando Odrade entró en la estación de mando, estaba aún respirando afanosamente y exudando los olores del desierto, un compuesto de melange, pedernal y transpiración humana. Teg permanecía sentado en su silla, aparentemente descansando. Sus ojos permanecían cerrados.

Odrade pensó que había atrapado al Bashar en una actitud de reposo, casi pensativa, muy poco característica suya. El hombre abrió entonces los ojos, y ella vio el cambio del que Lucilla apenas había sido capaz de vislumbrar una pequeña advertencia… junto con unas cuantas apresuradas palabras acerca de la transformación del ghola. ¿Qué era lo que le había ocurrido a Teg? Estaba casi posando para ella, animándola a ver en su interior. La mandíbula era firme y se mantenía ligeramente alzada en su actitud normal de observación. El estrecho rostro con su entretejido de arrugas de la edad no había perdido nada de su agudeza. La larga y delgada nariz tan característica de los Corrino y Atreides entre sus antepasados se había hecho un poco más larga y afilada con los años. Pero el pelo gris seguía siendo denso, y aquella pequeña protuberancia en su frente centraba la mirada del observador…

¡En sus ojos!

—¿Cómo supisteis que debíais encontraros con nosotras aquí? —preguntó Odrade—. Nosotras no teníamos ni la menor idea de adonde nos llevaba el gusano.

—Hay pocos lugares habitados aquí en el desierto profundo —dijo él—. La apuesta del jugador. Parecía probable.

¿La apuesta del jugador?
Conocía aquella frase Mentat, pero nunca la había comprendido.

Teg se alzó de su silla.

—Tomad esta nave e id al lugar que conozcáis mejor —dijo.
¿A la Casa Capitular?
Estuvo a punto de decirlo, pero pensó en los demás que los rodeaban, aquellos militares desconocidos que Teg había reunido. ¿Quiénes eran? La breve explicación de Lucilla no la había satisfecho.

—Cambiaremos ligeramente los planes de Taraza —dijo Teg—. El ghola no debe quedarse. Tiene que ir con vosotros.

Ella comprendió. Iban a necesitar los nuevos talentos de Duncan Idaho para contrarrestar a las rameras. Ya no era un mero cebo para la destrucción de Rakis.

—Él no podrá abandonar el escondite de la no–nave, por supuesto —dijo Teg.

Ella asintió. Duncan no estaba protegido contra los buscadores prescientes como los navegantes de la Cofradía.

—¡Bashar! —era el oficial de comunicaciones—. ¡Hemos sido captados por un satélite!

—¡De acuerdo, marmotas! —gritó Teg—. ¡Todo el mundo fuera! Traed a Burzmali aquí.

Se abrió una escotilla en la parte de atrás de la estación. Burzmali penetró.

—Bashar, ¿qué estamos…?

—¡No hay tiempo! ¡Tomad el mando! —Teg se apartó de su silla de mando e hizo un gesto con la mano a Burzmali para que la ocupara—. Odrade os dirá dónde ir. —Con un impulso que sabía era en parte vindicativo, Teg aferró el brazo izquierdo de Odrade, se le acercó, y besó su mejilla—. Haz lo que debas hacer, hija —susurró—. Ese gusano en la bodega será pronto el único que quede en el universo.

Odrade comprendió entonces: Teg conocía todo el designio completo de Taraza, y tenía intención de cumplir con las órdenes de la Madre Superiora hasta su final.

Haz lo que debas hacer.
Aquello lo decía todo.

Capítulo XLVII

No estamos contemplando a un nuevo estado de la materia, sino a una nuevamente reconocida relación entre consciencia y materia, que nos proporciona una nueva y más penetrante visión de la forma de actuar de la presciencia. El oráculo modela un proyectado universo interior para producir nuevas probabilidades externas extraídas de fuerzas que no son comprendidas. No hay necesidad de comprender esas fuerzas antes de utilizarlas para modelar el universo físico. Los antiguos trabajadores del metal no tenían necesidad de comprender las complejidades moleculares y submoleculares de su acero, bronce, cobre, oro y estaño. Inventaban poderes místicos para describir lo desconocido, mientras proseguían operando sus forjas y manejando sus martillos.

Madre Superiora Taraza, Discusión en el Consejo

La antigua estructura en la cual la Hermandad mantenía en secreto su Casa Capitular, sus Archivos, y las oficinas de su más sacrosanto liderazgo, no producía sonidos durante la noche. Los ruidos eran más bien señales. Odrade había aprendido a leer aquellas señales en sus muchos años allí. Aquel sonido en particular, aquél de allí, aquel crujir sostenido, era una viga de madera en el suelo no reemplazada en aproximadamente ochocientos años. Se contraía durante la noche, produciendo esos ruidos.

Poseía las memorias de Taraza para desarrollar aquellas señales. Las memorias no estaban completamente integradas; había habido muy poco tiempo. Allí en plena noche en la antigua habitación de trabajo de Taraza, Odrade utilizaba los pocos momentos disponibles para proseguir la integración.

Dar y Tar, finalmente una.

Ese era un comentario de Taraza, completamente identificable.

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