Perseguir a algunas de las Otras Memorias representaba bucear simultáneamente en varios planos, algunos de ellos muy profundos, pero Taraza permanecía cerca de la superficie. Odrade se permitía a veces sumergirse profundamente en las múltiples existencias. Ahora reconoció un yo que estaba respirando en aquel momento aunque de forma remota, al tiempo que otros exigían que se sumergiera en visiones globales, todas ellas completas con olores, tactos, emociones… todos los originales mantenidos intactos dentro de su propia consciencia.
Es inquietante soñar los sueños de otra.
Taraza de nuevo.
¡Taraza, que había jugado un juego tan peligroso con el futuro de toda la Hermandad colgando en la balanza! Con cuánto cuidado había calculado el tiempo que tardaría en llegar a las rameras la noticia de que los tleilaxu habían introducido peligrosas habilidades en el ghola. Y el ataque en el Alcázar de Gammu había confirmado que la información había llegado a su destino. La naturaleza brutal del ataque, sin embargo, había advertido a Taraza de que le quedaba poco tiempo. Las rameras se asegurarían las fuerzas suficientes para garantizarse la total destrucción de Gammu… simplemente para matar a aquel ghola.
Tanto había dependido de Teg.
Vio al Bashar allí en su propio ensamblaje de Otras Memorias: el padre al que nunca había conocido realmente.
Como tampoco conocí al final.
Podía ser debilitante hurgar en esas memorias, pero no podía escapar a las exigencias de aquel tentador depósito.
Odrade pensó en las palabras del Tirano ¡La terrible extensión de mi pasado! Las respuestas ascienden como una muchedumbre asustada oscureciendo el cielo de mis inescapables memorias.
Odrade se mantuvo como un nadador en equilibrio justo debajo de la superficie del agua.
Muy probablemente seré reemplazada,
pensó Odrade.
Puede que incluso sea vilipendiada.
Por supuesto, Bellonda no iba a aceptar de buen grado la nueva situación de mando. No importaba. La supervivencia de la Hermandad era todo lo que debía preocupar a cualquiera de ellas.
Odrade flotó saliendo de sus Otras Memorias y alzó la vista para mirar a través de la habitación, al nicho en sombras donde podía divisarse el busto de una mujer a la débil luz de los globos. El busto era una vaga forma en las sombras, pero Odrade conocía muy bien aquel rostro: Chenoeh, símbolo guardián de la Casa Capitular.
—Aquí estoy por la gracia de Dios…
Cada Hermana que pasaba por la agonía de la especia (como no había hecho Chenoeh) decía o pensaba lo mismo, pero ¿qué significaba realmente? Una cuidadosa educación y un cuidadoso adiestramiento producía a las personas adecuadas en el número adecuado. ¿Dónde estaba la mano de Dios en eso? Dios no era a buen seguro el gusano que se habían traído de Rakis. ¿Era sentida la presencia de Dios únicamente en los éxitos de la Hermandad?
¡Caigo presa de los alegatos de mi propia Missionaria Protectiva!
Sabía que eran similares a los pensamientos y preguntas que habían sido oídos en aquella habitación en incontables ocasiones. ¡Infructuoso! Sin embargo, no conseguía decidirse a sacar aquel busto guardián del nicho donde había reposado desde hacía tanto tiempo.
No soy supersticiosa, se dijo a sí misma. No soy una persona compulsiva. Es un asunto de tradición. Tales cosas poseen un valor bien conocido por todas nosotras.
Ciertamente, ningún busto mío será nunca tan honrado.
Pensó en Waff y sus Danzarines Rostro muertos con Miles Teg en la terrible destrucción de Rakis. Aquello no iba a dilatarse en el mismo sangriento desgaste que había sufrido el Viejo Imperio. Mejor pensar en el vigor del castigo originado por la equivocada violencia de las Honoradas Matres.
¡Teg lo sabía!
La recientemente concluida sesión del Consejo había terminado cansadamente sin ninguna firme conclusión. Odrade podía sentirse afortunada de haber desviado la atención hacia unas cuantas preocupaciones que las afectaban a todas ellas.
Los castigos: eso las había ocupado durante un tiempo. Los precedentes históricos surgieron parpadeantes de los análisis de los Archivos hasta tomar una forma satisfactoria. Aquel conjunto de seres humanos que se habían aliado con las Honoradas Matres iban a recibir algunos fuertes shocks.
Evidentemente, Ix se había extendido demasiado. No tenían ni la menor idea de cómo la competencia de la Dispersión iba a aplastarlos.
La Cofradía iba a ser echada a un lado e iba a tener que pagar muy cara su melange y su maquinaria. La Cofradía e Ix, formando un solo paquete, iban a caer juntas.
Las Habladoras Pez podían ser en su mayor parte ignoradas. Satélites de Ix, estaban difuminándose ya en un pasado que los seres humanos iban a abandonar.
Y la Bene Tleilax. Ah, sí, los tleilaxu. Waff había sucumbido a las Honoradas Matres. Nunca lo había admitido, pero la verdad era llana:
«Sólo una vez y con uno de mis propios Danzarines Rostro».
Odrade sonrió sombríamente, recordando el amargo beso de su padre.
Haré hacer otro nicho,
pensó.
Encargaré otro busto: ¡Miles Teg, el Gran Hereje!
Las sospechas de Lucilla acerca de Teg eran inquietantes, sin embargo. ¿Había sido presciente al final, y capaz de ver las no–naves? Bien, las Madres Procreadoras podrían explorar esas sospechas.
—¡Nos hemos encerrado demasiado! —había acusado Bellonda.
Todas ellas conocían el significado de sus palabras: se habían retirado al interior de su posición de fortaleza para la larga noche de las rameras.
Odrade se dio cuenta de que no le importaba mucho Bellonda, la forma en que reía ocasionalmente para dejar al descubierto aquellos anchos y romos dientes.
Habían discutido las muestras de células de Sheeana durante largo tiempo. La «prueba de Siona» estaba allí. Poseía el linaje que la escudaba contra la presciencia, y podía abandonar la no–nave.
Duncan no podía.
Odrade desvió sus pensamientos hacia el ghola, allá afuera en la no–nave posada en el suelo. Levantándose de la silla, cruzó la habitación hacia la oscura ventana y miró en dirección al distante campo de aterrizaje.
¿Se atreverían a soltar a Duncan de la protección de aquella nave? Los estudios celulares decían que era una mezcla de muchos gholas Idaho… con algún descendiente de Siona. ¿Pero qué podía decirse de la contaminación procedente del original?
No. Debe permanecer confinado.
¿Y Murbella… la embarazada Murbella? Una Honorada Matre deshonrada.
—Los tleilaxu pretendían que yo matara a la Imprimadora —había dicho Duncan.
—¿Intentaste matar a la ramera? —había sido la pregunta de Lucilla.
—Ella no es una Imprimadora —había dicho Duncan.
El Consejo había discutido largamente la posible naturaleza del lazo entre Duncan y Murbella. Lucilla mantenía que no existía ningún lazo en absoluto, que los dos seguían siendo cautelosos oponentes.
—Mejor no arriesgarnos a ponerlos juntos.
Las proezas sexuales de las rameras debían ser estudiadas detenidamente, sin embargo. Quizá pudiera intentarse una reunión de Duncan y Murbella en la no–nave. Con cuidadosas medidas protectoras, por supuesto.
Finalmente, pensó en el gusano en la bodega de la no–nave… un gusano acercándose al momento de su metamorfosis. Un pequeño estanque seco lleno con melange aguardaba a aquel gusano. Cuando llegara el momento, sería conducido por Sheeana al baño de melange. Las truchas de arena resultantes podían iniciar luego su larga transformación.
Tenias razón, padre. Era tan simple cuando tú lo miraste claramente.
No era necesario buscar un planeta desértico para los gusanos. La trucha de arena crearía su propio hábitat para Shai-Hulud. No era agradable pensar en el Planeta de la Casa Capitular transformado en vastas áreas de tierra desértica, pero tenía que hacerse.
La «Ultima voluntad y testamento de Miles Teg», que éste había implantado en los sistemas submoleculares de almacenaje de la no–nave, no podía ser desacreditado. Incluso Bellonda aceptaba eso.
La Casa Capitular requeriría una completa revisión de todas sus grabaciones históricas. Era preciso examinarlas bajo una nueva luz a raíz de lo que Teg había visto de los Perdidos… las rameras de la Dispersión.
«Muy pocas veces se llegan a saber los nombres de los auténticamente ricos y poderosos. Solamente vemos a sus portavoces. La arena política acepta unas pocas excepciones, pero esto no revela el conjunto de la estructura del poder.»
El filósofo Mentat había masticado concienzudamente todo lo que ellas aceptaban, y lo que había regurgitado luego no concordaba con la dependencia de los Archivos a «nuestras invioladas recapitulaciones».
Lo sabíamos, Miles; simplemente, nunca nos habíamos enfrentado a ello. Todas vamos a tener que estar sondeando en nuestras Otras Memorias durante las próximas generaciones.
No podía confiarse en los sistemas fijos de almacenamiento de datos.
«Si destruís la mayor parte de las copias, el tiempo se encargará del resto.»
¡Cómo se había encolerizado Archivos ante aquella declaración del Bashar!
«La escritura de la historia es mayormente un proceso de diversión. La mayor parte de los relatos históricos desvían la atención de las secretas influencias en torno a los acontecimientos registrados.»
Aquello era lo que había hundido a Bellonda. Lo había aceptado, admitiendo:
—Las pocas historias que escapan a este proceso restrictivo se desvanecen en la oscuridad a través de obvios procesos.
Teg había listado algunos de los procesos:
«Destrucción de tantas copias como sea posible, sometimiento al ridículo de los relatos demasiado reveladores, ignorancia de ellos en los centros de educación, asegurándose de que no son citados en otros lugares y, en algunos casos, eliminación de los autores.»
Sin mencionar el proceso del chivo expiatorio que ocasionó la muerte a más de un mensajero trayendo noticias no deseadas,
pensó Odrade. Recordó a un antiguo gobernante que siempre tenía una lanza a mano con la que atravesar a los mensajeros que le trajeran malas noticias.
—Poseemos una buena base de información sobre la que levantar un mejor conocimiento de nuestro pasado —había argumentado Odrade—. Siempre hemos sabido que lo que estaba en juego en los conflictos era la determinación de quién podía controlar la riqueza o su equivalente.
Quizá no existiera una auténtica «noble finalidad», pero podía existir en el futuro.
Estoy evitando la consecuencia central
, pensó.
Había que hacer algo acerca de Duncan Idaho, y todas ellas lo sabían.
Con un suspiro, Odrade ordenó un tóptero y se preparó para el corto viaje hasta la no–nave. La prisión de Duncan era al menos confortable, pensó Odrade cuando entró en ella. Aquellos habían sido los aposentos del comandante de la nave, ocupados más tarde por Miles Teg. Había aún señales de su presencia allí… un pequeño proyector holostático revelando una escena de su hogar en Lernaeus, la majestuosa vieja casa, el largo prado, el río. Teg había dejado su costurero detrás, en una mesilla lateral.
El ghola permanecía sentado en una silla basculante, contemplando la proyección. Alzó indiferente la vista cuando Odrade entró.
—Simplemente lo dejasteis ahí atrás para que muriera, ¿verdad? —preguntó Duncan.
—Hicimos lo que debíamos —dijo ella—. Y yo obedecí sus órdenes.
—Sé por qué estás aquí —dijo Duncan—. Y no me vas a hacer cambiar de opinión. No soy un maldito semental para las brujas. ¿Me comprendes?
Odrade alisó su aba y se sentó en el borde de la cama, frente a Duncan.
—¿Has examinado la grabación que mi padre nos dejó? —preguntó.
—¿Tu padre?
—Miles Teg era mi padre. Yo te transmití sus últimas palabras para ti. Él fue nuestros ojos al final. Tenía que ver la muerte de Rakis. La «mente en sus inicios» comprendió las dependencias y los troncos clave.
Al observar que Duncan parecía desconcertado, explicó:
—Nos hallábamos atrapados desde hacía demasiado tiempo en el laberinto oracular del Tirano.
Vio como el muchacho se erguía más alerta en su asiento, con los felinos movimientos que hablaban de músculos bien condicionados para atacar.
—No hay ninguna forma de que puedas escapar vivo de esta nave —dijo ella—. Tú sabes por qué.
—Siona.
—Eres un peligro para nosotras, pero preferiríamos que vivieras una vida útil.
—Sigo sin aceptar procrear para vosotras, especialmente no con esa pequeña boba de Rakis.
Odrade sonrió preguntándose cómo respondería Sheeana a aquella descripción.
—¿Crees que es divertido? —preguntó Duncan.
—No realmente. Pero seguiremos teniendo el hijo de Murbella, por supuesto. Apuesto a que eso nos satisfará.
—He estado hablando con Murbella por el com —dijo Duncan—. Ella cree que se convertirá en una Reverenda Madre, que vosotras vais a aceptarla en la Bene Gesserit.
—¿Por qué no? Sus células pasaron la prueba de Siona. Creo que haremos de ella una soberbia Hermana.
—¿Realmente va a engañaros de esa manera?
—¿Quieres decir si no hemos observado que ella piensa que podrá seguir con nosotras hasta que aprenda nuestros secretos y luego escapar? Oh, sabemos eso, Duncan.
—¿No crees que pueda escapar de vosotras?
—Una vez las hemos conseguido, Duncan, nunca las perdemos realmente.
—¿No creéis que perdisteis a Dama Jessica?
—Ella volvió a nosotras al final.
—¿A qué has venido realmente a verme?
—Pensé que te merecías una explicación de los planes de la Madre Superiora. Iban dirigidos a la destrucción de Rakis, te habrás dado cuenta. Lo que ella deseaba realmente era la eliminación de casi todos los gusanos.
—¡Grandes Dioses subterráneos! ¿Por qué?
—Eran una fuerza oracular que nos mantenía atadas. Esas perlas de la consciencia del Tirano aumentaban esas ataduras. El no predecía acontecimientos, los creaba.
Duncan señaló hacia la parte de atrás de la nave.
—Pero, ¿y este…?
—¿Este gusano? Ahora es solamente uno. En el momento en que alcance un número suficiente como para ser de nuevo una influencia la humanidad habrá encontrado su propio camino más allá de él. Seremos demasiado numerosos por aquel entonces, haciendo demasiadas cosas distintas por nosotros mismos. Ninguna fuerza individual gobernará completamente todos nuestros futuros, nunca más.