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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Herejía (59 page)

BOOK: Herejía
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—¿Sabes qué decía el mensaje? —preguntó Palatina.

—A esto iba, tranquila —advirtió Elassel—. No lo leyeron en voz alta, pero conversaron largamente sobre su contenido. Era un mensaje (dirigido a Midian por alguien de Pharassa, preguntándole si podía consultarle a sus superiores cuándo harían algo en relación con la familia Canadrath, quienesquiera que sean. Midian parecía bastante sorprendido, pero el otro sacerdote le explicó que los Canadrath habían intervenido demasiado tarde para dañar a alguien, con excepción de Lijah Foryth. También dijo algo sobre que el rey los protegería, a los Canadrath, supongo. Eso fue todo.

—«Cuándo harían algo en relación con la familia Canadrath» —repitió Palatina—. Canadrath es la gran familia que le declaró a Foryth su enemistad.

—«¿Podría consultarle a sus superiores?» Volví a analizar el mensaje. Los superiores de Midian sólo podían ser los jerarcas del Dominio., pero ellos no se habrían molestado en poner a Midian sobre aviso porque sólo Liah se vería afectado.

Palatina era mucho más veloz que yo.

—¡Cómo no lo había visto antes! Ahora lo comprendo todo, salvo los motivos que los mueven. ¿Qué es lo que ellos esperan obtener?

—¿Quiénes son ellos? —pregunté.

—El Dominio, la familia Foryth y sabrá Ranthas quién más. Están todos juntos en esto, Cathan. No se trata de la familia Foryth pretendiendo conseguir el contrato del hierro, es el propio Dominio el que quiere el hierro, y algo más. Foryth no es más que una herramienta.

—¿Pero por qué asesinar al rey y llevar adelante todo lo que han hecho sólo para poseer una mina de hierro? —intervino Elassel—. El Dominio podrá estar integrado por infames y malvados conspiradores, pero no por estúpidos.

—Eso es lo que nos falta averiguar —admitió Palatina—. Existe algo más detrás de todo esto, pero no se me ocurre qué. Debe de ser algo relacionado con el imperio.

O sea, que si era el Dominio el que intentaba destruirnos, íbamos de mal en peor. Los habitantes del Archipiélago habían comprobado con su propia sangre que no era posible enfrentarse al Dominio. Y, sin embargo, con o sin posibilidades de vencerlo, al parecer también nosotros tendríamos que ponernos en acción. —Quedan dos sitios en los que aún podemos pedir ayuda —dijo Palatina, resignada—. En tierras de Courtiéres y contactando con la familia Canadrath.

—Los Canadrath sólo nos ayudarán si eso beneficia a sus propios intereses.

—¿Por qué no enviamos a los Canadrath un mensaje contándoles algunas de las cosas que hemos descubierto y les pedimos una alianza temporal? ¿Acaso no están enemistados con la familia Foryth?

—¿Te parece que te creerían? —dudó Elassel—. Aunque enviases la mismísima descripción de las confabulaciones del Dominio... a nosotros mismos nos han parecido inverosímiles, ¿por qué irían a creernos los Canadrath?

—Quizá debamos enviarles alguna prueba —sugirió Palatina con los ojos iluminados—. Elassel, ¿serías capaz de robar esa carta? —Por supuesto.

Cuando Elassel regresó al templo, pasé casi todo el día en la oficina de mi padre, trabajando en los documentos que tanto me habían aburrido con anterioridad. Seguían siendo tediosos, pero lo agradecía porque no guardaban ninguna relación con Foryth, el Dominio, Ravenna ni nada semejante. Bajé para cenar y luego di una vuelta por la ciudad para supervisar a los guardias. El resto del tiempo permanecí en palacio. Estaba demasiado triste para que me sobraran las fuerzas.

El siguiente día trajo buenas noticias: Elassel regresó al palacio con la carta enviada a Midian en su poder. No habíamos considerado la posibilidad de que la destruyera, pero por fortuna no lo había hecho.

Le ordené al sustituto de Dalriadis que tuviese tres de nuestras cinco rayas preparadas para zarpar. Una, para enviarle una explicación de las circunstancias a Courtiéres en Kula, mientras que las otras dos irían rumbo a la agencia de Canadrath en Pharassa. Existía un grave riesgo de que alguien interceptase el mensaje, así que Palatina ideó un plan para distraer al enemigo. La primera raya llevaría un mensaje falso y, al llegar a Pharassa, su tripulación merodearía por la ciudad durante un buen rato fingiendo ir en pos de una cita secreta con Canadrath. La segunda raya, con el mensaje auténtico, zarparía de Lepidor unas horas más tarde y su tripulación se dirigiría sin dilación a la agencia de Canadrath para cumplir su cometido. Antes de que partiera, empleamos una consola de éter para hacer algunas copias de la carta de Midian, para preservarla en caso de que se perdiera por alguna circunstancia. No me parecía buena idea enviar el original, pero Palatina insistió en que las copias no podrían ser autentificadas.

Desde la ventana de palacio vi partir las rayas, concentrándome en la huella fugaz que dejaban a su paso al salir de la bahía de Lepidor en dirección al mar abierto. Las pocas esperanzas que nos quedaban habían partido con ellas. Elassel nos comentó que Midian se había reunido a conversar con bastantes personas, que, al parecer, estaban a cargo de esta fase de la operación. Di por sentado que Lepidor estaba plagada de espías y que el honor del clan ya no contaba en absoluto.

En el buque mercante de Bomar habían llegado más extranjeros: junto a Tanais habían desembarcado en Lepidor dos thetianos, dos tanethanos y otros. Ninguno de ellos era un visitante habitual y tampoco era común que viniese tanta gente, así que Palatina envió a varios integrantes del clan a vigilarlos. Supongo que tenía la esperanza de que al menos una persona, siquiera por una vez, resultase ser fiel al clan y nos contase lo que observara.

Transcurrieron dos largos días. Una raya llegó desde Kula portando las disculpas de Dalriadis: el
Marduk
estaba siendo reparado y todavía no podría regresar. Además, había noticias más importantes: los médicos habían confirmado que mi padre sobreviviría, aunque seguía convaleciente. No especificaron cuánto tiempo más debería permanecer allí, y me pregunté si cuando estuviese recuperado aún tendría en Lepidor un clan para gobernar.

Los técnicos encargados de reparar la
Esmeralda
, la manta del Archipiélago que ya llevaba más de un mes atracada en el muelle superior, anunciaron entonces que su trabajo estaría concluido en dos días más. Sus pasajeros y tripulación se sentían cada vez más incómodos en Lepidor, y adiviné que estarían impacientes por partir. Sagantha había sido una excelente compañía pero también deseaba marcharse, sin duda para proteger a la faraona, si es que existía después de todo.

De forma sorprendente, Midian no puso en práctica ninguna medida contra los visitantes del Archipiélago. Pensé en si habría recibido órdenes de no hacerlo, ¿quizá anticipándose a otra medida? No me pareció probable que el Dominio los dejase partir sin más.

—Algo me huele mal en todo esto —dijo Palatina cuando le mencioné mis temores—. O bien el Dominio se presentará con una excusa que detenga su partida en el último minuto o planea algo que impida que se marchen nunca.

—¿Qué sucedería si los emboscasen en alta mar?

—Lo que suceda dentro del perímetro de tus aguas es responsabilidad del conde —explicó Palatina—, pero Sagantha no te culparía. En mar abierto, el ataque podría ser considerado una acción de guerra. El Dominio no tiene las naves suficientes para efectuar algo semejante, pero seguro que se habrán apoderado de un buen número. ¿Por qué no le sugieres a Sagantha que zarpe en medio de la noche y esté alerta ante el peligro de cualquier ataque por sorpresa?

Siguiendo su consejo, invité a Sagantha a la oficina de mi padre la tarde previa a su partida.

—Es para mí un gran placer estar aquí —dijo—. En nombre del Estado del Archipiélago, te agradezco tu hospitalidad.

—El placer de tenerte como huésped ha sido mío —respondí. Cumplimentadas las formalidades, le serví un trago y nos sentamos en las sillas de la zona de recepción.

—Con todas las dificultades que hemos estado atravesando, ¿podría sugerirte_ que partieras a una hora diferente?

Le expliqué todo lo que me había dicho Palatina y él asintió. —Es una buena idea. Nunca se debe confiar en el Dominio. A ninguno le agradará ser sacado de la cama a una hora tan odiosa, pero luego podrán descansar a bordo de la manta.

Era evidente que Sagantha conocía mi condición de hereje. —¿Se me permite preguntar hacia dónde os dirigís?

—Íbamos hacia las islas del Norte para recoger a otras personas. Pero ahora que nos hemos demorado tanto, creo que iremos, en cambio, rumbo a Mons Ferranis. Quisiera pedirte un favor, aunque supongo que te resultará desagradable.

—Dime de qué se trata —respondí con cautela.

—Desearía que Ravenna nos acompañase. Con todo respeto, Lepidor no es un sitio seguro en el momento presente y Ravenna es mucho más importante para el Archipiélago de lo que ella misma es consciente.

—No puedo obligarla.

—Por supuesto que no. Le preguntaré a ella antes de partir. Sólo quería asegurarme de que no presentarías objeciones. —Claro que no —dije mientras las palabras de Ravenna asolaban aún mi cerebro. Deseaba no volver a verla nunca más. Nos interrumpió el zumbido del intercomunicador sobre el escritorio. Me incorporé y fui a ver quién llamaba. Era el encargado del puerto, que estaba en su oficina, en el eje central.

—Conde, una manta se aproxima y solicita permiso para atracar. Algo en su voz me puso en estado de alerta.

—¿Quién está a bordo?

—Numerosos sacerdotes del Dominio y una primada del Elemento...

—¿Etlae?

—Así se llama. Tripulan una manta de la flota del rey.

Me pregunté qué haría Etlae allí, acompañada de otros sacerdotes. Debía de ser la Inquisición viniendo en busca de la gente de Qalathar. Pero de ser así, ¿por qué habrían enviado a Etlae? Se suponía que ella estaba de nuestro lado.

—Diles que hemos tenido problemas con los muelles y que todavía no es posible recibirlos. Si te presionan, diles que resolver las dificultades llevará una media hora.

—¿Me pide que le mienta a una primada?

—Bien podría ser una impostora. Es necesario que me asegure de ello.

—Muy bien, señor. Pero usted ha dado las órdenes. Corté la comunicación y fijé la mirada en Sagantha. —¿Puede estar toda tu gente lista en media hora?

—Me encargaré de que así sea —aseguró quitándose las gafas—. De camino pasaré por la habitación de Ravenna. Adiós y buena suerte.

—Lo mismo digo.

Sagantha corrió hacia la puerta y descendió a toda prisa las escaleras. Yo encendí el intercomunicador y le pedí a Palatina que viniese a la oficina. Acababa de cortar cuando recibí una nueva transmisión proveniente del puerto.

—¡Señor, no se han detenido! ¡Avanzan hacia el muelle a toda velocidad y me han dicho que usted está bajo arresto bajo cargo de herejía!

—¡Entonces es una impostora! ¡Obstruid el puerto!

—No puedo hacer tal cosa, señor. No contra una primada.

El encargado del puerto cortó la comunicación y me fue imposible restablecerla.

Conque así estaban las cosas: incluso Etlae se había vuelto en mi contra.

Me sorprendí de mi propia calma mientras cogía el broche oficial de mi ropa y lo colocaba sobre la mesa.

CAPITULO XXIX

Un par de minutos después llegó corriendo Palatina, pero se detuvo en seco junto a la puerta cuando me vio de pie al lado del escritorio.

—Es un ataque, ¿verdad? Ya están aquí.

—Etlae y sus servidores. He hablado con el capitán de la guardia y enviará a sus hombres al puerto para retenerlos tanto como sea posible. El tiempo suficiente para encontrar un escondite para ti. —¿Sólo para mí? —preguntó Palatina frunciendo el ceño.

—Sólo para ti. No tengo intención de seguir adelante con todo esto.

—¿Con qué? ¿Con tu vida?

—He sido declarado hereje por una primada. Puedo huir de aquí, es verdad, pero ¿adónde podría ir? No tiene ningún sentido huir cuando no hay ninguna escapatoria posible.

—El Archipiélago te brindará ayuda. Empezaba a cansarme de sus argumentos.

—Sí, hasta que la cruzada los alcance a ellos seguro que lo harán. Entonces le daría al Dominio la excusa que busca. No, no tiene ningún sentido que me oculte.

—¿O sea, que abandonarás a tu clan así como así para que sea controlado por el Dominio?

—¿Qué otra cosa puedo hacer, Palatina? —Oí pisadas en el exterior—. Incluso mi propia gente me abandona en estos momentos, y seguramente el buque de Etlae está repleto de sacri. ¿De qué modo me podría enfrentar a ellos?

—¿Ayudando a salvar el Archipiélago, quizá? No hay ningún modo de que Sagantha pueda zarpar a tiempo. E incluso si él estuviese a salvo, Etlae arrestaría a los demás y a la tripulación. Al menos ven conmigo, por su seguridad.

Alguien llamó a la puerta.

—Esperad un momento —dije, y luego volví a hablarle a Palatina—. Si me escondo ahora, perderé todo el respeto de mi gente. —¡Pero infundirías esperanza!

—¡Adelante! —grité en dirección a la puerta.

Con andar vacilante, un guardia naval entró en la habitación. —He recibido órdenes de escoltaros a ambos a un sitio seguro —declaró.

Palatina me clavó los ojos con una amarga sonrisa. Al parecer, alguien más opinaba como ella. Miré por última vez la habitación, la oficina de mi padre. Bajé la vista hasta la insignia, sobre el escritorio, y finalmente la recogí y volví a colocármela.

—Condúcenos —le ordené al guardia—. Salgamos por la puerta posterior, así nos verá menos gente.

Estaba anocheciendo y la noticia sobre las tropas que se aproximaban a la costa todavía no se había difundido. Por eso no nos topamos con nadie en nuestra carrera por los pasillos hasta alcanzar la primera planta. Sólo antes de llegar a la puerta mi primo Messalus, un par de años menor que yo, abrió la puerta de su habitación a nuestro paso.

—¿Qué sucede? —inquirió.

—El Dominio está tomando la ciudad —respondí—. Son demasiados para que podamos resistirnos, y me han declarado hereje. —¿Lo eres?

—¿A ti qué te parece?

—Que no —murmuró despacio—. Me parece que no. —Entonces transmíteles las noticias a los demás integrantes de la familia y diles que todavía estoy aquí, incluso aunque el Dominio asuma el control, y también que los invasores no vencerán. No le digas a nadie con quién me has visto ni hacia dónde me dirijo. —No lo haré. Te lo prometo.

Mi primo regresó a su habitación y nos deslizamos fuera del jardín en dirección a la calle.

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