Hermosas criaturas (44 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosas criaturas
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Al mirar a mi novia recordé los dorados copos de la mansión Ravenwood suspendidos en el aire sin necesidad de sedal de pesca ni papel de estaño, pero, aun así, los ojos de Lena brillaban y me apretó la mano con más fuerza, como una niña en su primera fiesta de cumpleaños. Jamás había creído a Link cuando afirmaba que las fiestas del instituto ejercían un efecto inexplicable sobre las chicas, pero parecía evidente que era cierto, incluso aunque fueran unas
Casters
.

—Es precioso.

En realidad, no lo era. Aquello era lo que era: otro baile más del instituto, pero supuse que para Lena sí era precioso. Quizás la magia no sea una cosa mágica cuando has crecido con ella.

Entonces oí una voz conocida. Imposible, no podía ser.

—Que empiece la fiesta.

Ethan, mira…

Me di la vuelta y casi se me atragantó el ponche cuando vi a Link con algo similar a un traje jaspeado debajo del cual llevaba una de esas camisetas negras con la imagen de un esmoquin estampada por delante. Llevaba unas deportivas tipo bota de color negro. Parecía un bailarín callejero de Charleston.

—Eh, Perdedor, eh, prima.

Oí de nuevo esa voz inconfundible por encima del runrún del gentío, el pinchadiscos, el golpeteo machacón del bajista y las parejas en la pista de baile. Miel, azúcar, melaza y piruletas de cereza todo en uno. Por primera vez en mi vida pensaba que algo era demasiado dulce.

La mano de mi acompañante se tensó entre mis dedos. Era increíble: del brazo de Link iba Ridley, ataviada con el vestido de lentejuelas más pequeño que nadie hubiera llevado en un baile de etiqueta del Instituto Jackson. Yo ni siquiera sabía dónde mirar, porque era todo curvas, piernas y una gran melena rubia. Sentí cómo subía la temperatura de la sala cuando todos la miraban y no debía de ser el único, a juzgar por el alto número de chicos que habían dejado de bailar con sus parejas, vestidas como las figuritas de un pastel de boda; ahora estaban que trinaban. En un mundo donde todos los vestidos del baile procedían de dos tiendas, Ridley hacía pasar por puritanos los descocados vestidos de Little Miss y hacía que la entrenadora Cross pareciera una monja. En otras palabras: Link estaba condenado.

Descompuesta, la mirada de Lena iba de su prima a mí.

—¿Qué haces aquí, Ridley?

—Vaya, al final, después de todo, hemos venido al baile. ¿No estás eufórica? ¿No es fantástico?

Observé cómo el pelo de Lena empezaba a agitarse bajo el soplo de un viento inexistente. Bastó un parpadeo suyo para que se fundieran la mitad de las luces blancas. Tenía que meter baza lo antes posible. Arrastré a Link hasta la fuente de ponche.

—¿Qué haces con ella?

—¿Puedes creértelo, tío? Es la tía más ardiente de todo el condado, y no te ofendas. Provoca quemaduras de tercer grado. Me la encontré merodeando por Stop & Steal cuando iba a por algo de picar mientras venía hacia aquí. Tenía ya puesto ese vestido y todo.

—¿Y no lo encuentras un poco raro?

—¿Te crees que me importa?

—¿Y si resulta ser una psicópata pirada?

—¿Te refieres a que va a atarme o algo así? —quiso saber, sonriendo mientras se imaginaba la escena.

—No estoy de coña.

—Siempre lo estás… ¿Qué pasa…? Ah, ya caigo: estás celoso, pues, según creo recordar, te metiste en su coche a las primeras de cambio. No me digas que lo intentaste con ella o algo así…

—En absoluto, es la prima de Lena.

—Me importa un bledo. Todo lo que sé es que he venido al baile con la tía más cañón de tres condados. Es como… ¿cuántas posibilidades hay de que caiga en el pueblo un meteorito? Esto no va a volver pasar. Pórtate guay, ¿vale? No me lo chafes.

Ya estaba hechizado, aunque es cierto que con Link tampoco era necesario esforzarse mucho. Ahora daba igual lo que yo le dijera. Aun así, con poca convicción, hice otro intento.

—No es trigo limpio, tío. Va a licuarte el seso, te lo sorberá y lo escupirá cuando se vaya.

Me agarró por los hombros:

—Pasa de mí —dijo.

Link pasó el brazo en torno a la cintura de Ridley y se dirigió a la pista de baile sin mirar siquiera a la entrenadora Cross cuando pasaron junto a ella.

Me llevé a Lena en la dirección opuesta, hacia el rincón donde el fotógrafo estaba retratando a las parejas delante de un falso ventisquero con un muñeco de nieve aún más falso mientras los miembros del consejo estudiantil se turnaban para tirar nieve de pega sobre la escena. Me di de bruces con Emily.

Ella miró a mi novia.

—Lena, estás… flamante.

—Emily… pareces hinchada —repuso Lena nada más verla.

Y era cierto. El vestido de Southern Belle que llevaba Emily Anti-Ethan parecía un buñuelo de color melocotón plateado, relleno de crema, espachurrado y arrugado como un tafetán. El pelo le caía en gruesos tirabuzones que parecían trozos de cinta amarilla retorcida. Daba la impresión de que le habían estirado la cara más de la cuenta mientras le hacían el peinado en la peluquería Snip'n'Curl y que se habían hartado de pincharle la cabeza con las horquillas.

¿Qué había visto yo alguna vez en ella?

—No sabía que las de tu estilo bailaran.

—Lo hacemos. —Lena la miró fijamente.

—¿Alrededor de la hoguera? —inquirió Emily con una sonrisa maliciosa.

—¿Por qué? —El pelo de Lena volvió a ensortijarse—. ¿Buscas un buen fuego para quemar ese vestido?

La otra mitad de las parpadeantes luces blancas saltaron y pude ver cómo el consejo estudiantil en pleno echaba a correr para revisar los plomos y las conexiones eléctricas.

No la dejes ganar. Ella es la única bruja aquí.

No es la única, Ethan.

Savannah apareció detrás de Emily con Earl pegado a su espalda. Ambas tenían las mismas pintas, salvo que el vestido de una era de color rosa plateado y el de la otra melocotón plateado. Su falda se asemejaba a un peluche. No costaba nada imaginarse sus bodas si cerrabas los ojos. ¡Qué horror!

Earl clavó la vista en el suelo para no mirarme a los ojos.

—Vamos, Em, están anunciando la corte regia. —Savannah lanzó una mirada significativa a Emily.

—No me dejes con la duda —añadió Savannah con ironía haciendo un gesto hacia la cola de gente que aguardaba para hacerse una fotografía—. ¿Aparecerás en la imagen, Lena?

Luego se marchó haciendo aspavientos y agitando el enorme buñuelo que llevaba por vestido.

—¡Siguiente!

El pelo de Lena seguía encrespado.

Son idiotas. No importa. No me importa ninguna de las dos.

—¡Siguiente! —oí repetir al retratista.

Cogí a Lena de la mano y la arrastré hacia el falso ventisquero. Había nubarrones de tormenta en sus ojos cuando me miró, pero enseguida se disiparon y volvió a ser ella. Noté cómo amainaba el temporal.

—Echad la nieve —ordenó alguien al fondo.

Tienes razón. No importa.

Me incliné para besarla.

Tú eres lo único que importa.

Nos besamos y el flash de la cámara se disparó. Durante un segundo, un segundo perfecto, pareció que no había nadie más en el mundo. No nos importaba nada.

El destello de luz nos cegó cuando empezó a caernos de todas partes una blanquecina masa pringosa, y acabó cayendo del todo sobre nosotros.

¿Qué demonios…?

Lena profirió un grito ahogado. Intenté quitarme aquel pringue de la cara, pero estaba por todas partes y fue peor cuando vi a Lena. Le cubría el pelo, el rostro y su hermoso vestido. Le habían estropeado su primer baile.

Desde un cubo situado encima de nuestras cabezas, el que se suponía que estaba destinado a verter copos de pega para que aparecieran en la foto como si se movieran empujados por el viento, chorreaba una sustancia de consistencia jabonosa, muy semejante a la mezcla de harina para hacer tortitas. Cuando alcé la vista, sólo me encontré con otro rostro cubierto por aquella viscosidad. El cubo cayó al suelo dando tumbos.

—¿Quién le ha echado agua a la nieve?

El fotógrafo estaba fuera de sí. Nadie dijo ni pío y yo estaba dispuesto a apostar cualquier cosa a que los Ángeles Guardianes del Instituto no habían visto nada, ¿a que no?

—Ella se está derritiendo —gritó alguien.

Permanecimos en medio de un charco de sopa blancuzca o pegamento o lo que fuera, dominados por el deseo de poder empequeñecer hasta desaparecer, o al menos esa imagen debíamos de dar a las numerosas personas congregadas a nuestro alrededor, que se tronchaban de risa a nuestra costa. Savannah y Emily permanecían apartadas en un lateral, disfrutando de cada minuto de lo que tal vez fuera el momento más humillante de la vida de Lena.

—Os deberíais haber quedado en casa —gritó un chico por encima de la algarabía.

Habría identificado esa voz de necio en cualquier parte. La había oído un montón de veces en la pista, el único lugar donde solía abrir el pico. Earl estaba susurrándole algo al oído a Savannah, sobre cuyos hombros había pasado el brazo.

Eso me hizo saltar. Crucé la sala tan deprisa que Earl ni siquiera me vio ir a por él. Le propiné un derechazo en la mandíbula con el puño pringado y se cayó, arrastrando a Savannah, que se hundió en su falda de aro.

—¿Qué rayos…? ¿Te falta algún tornillo, Wate?

Earl hizo ademán de levantarse, pero le planté el pie encima e hice fuerza para que no se moviera.

—Más te vale no ponerte de pie.

Earl se medio incorporó y se estiró el cuello de la camisa, como si eso le hiciera tener mejor aspecto a pesar de estar en el suelo del gimnasio.

—Espero que sepas lo que haces —masculló, pero no se levantó.

Podía decir lo que quisiera, los dos sabíamos quién iba a acabar otra vez en el suelo si intentaba levantarse de verdad.

—Lo sé.

Luego, regresé y tiré de Lena para sacarla de esa especie de nieve fangosa medio derretida en que se habían convertido los copos de pega.

—Vámonos, Earl. Oigamos a la corte… —le instó Savannah, sorprendida. Earl se levantó y se quitó el polvo.

Me froté los ojos y me sacudí el pelo húmedo para quitarme aquella porquería. Lena seguía ahí, temblorosa, goteando esa nieve falsa con aspecto de ser yeso. A pesar del gentío congregado a su alrededor, seguía habiendo un espacio vacío delante de ella. Nadie se atrevió a acercarse mucho, excepto yo. Intenté limpiarle el engrudo con la manga, pero retrocedió.

Siempre es así.

—Lena.

Debería tener bien aprendida la lección.

Ridley apareció junto a ella, con Link justo detrás. Estaba furiosa, y mucho, por lo que fui capaz de apreciar.

—No lo pillo, primita, no veo por qué quieres estar con esta clase de chusma —espetó. Pronunció las palabras con el mismo desprecio que Emily—. Nadie nos ha tratado nunca así, seamos de la Luz o de la Oscuridad. ¿Dónde está tu amor propio, Lena Beana?

—No merece la pena. Esta noche no. Sólo quiero irme a casa. —Lena estaba demasiado avergonzada como para enfadarse con Ridley. Era luchar o huir, y en ese instante, Lena elegía lo segundo—. Llévame a casa, Ethan. Link se quitó la chaqueta plateada y se la echó al hombro.

—Menudo alboroto.

Pero Ridley no podía o no quería calmarse.

—Todos estos son unos pringados, prima, todos salvo Perdedor y mi nuevo novio, Encogido.

—Link, ya te lo he dicho, me llamo Link.

—Cállate, Ridley. Lena ya ha tenido bastante —intervine. Su magia de
Siren
no iba a surtir efecto alguno en mí.

—Ahora que lo pienso, también yo he tenido bastante —replicó ella. Ridley miró a mis espaldas y esbozó una sonrisa malévola.

Seguí la dirección de su mirada. La Reina de los Hielos y su corte subían al escenario y sonreían desde su posición privilegiada. Savannah era la reina una vez más. Nada había cambiado. Sonreía en señal de bienvenida a Emily, que volvía a ser la Princesa de los Hielos, como el año pasado.

Ridley levantó un poquito sus gafas de sol en plan estrella de cine. Sus ojos empezaron a refulgir y casi era posible percibir las oleadas de calor procedentes de ella. Luego, apareció una piruleta en su mano y en el aire flotó un olor demasiado dulzón.

No lo hagas, Ridley.

Esto no va contigo, prima. Es más que eso. Las cosas están a punto de cambiar en este pueblucho del culo del mundo.

Sacudí la cabeza, sorprendido, escuchaba en mi mente la voz de Ridley con la misma claridad que la de Lena.

Déjalo estar, Ridley. Sólo vas a empeorar las cosas.

Abre los ojos, no pueden ir peor… O tal vez sí. Le dio una palmada a Lena en el hombro. Observa y aprende.

Chupó un par de veces la piruleta de cereza mientras observaba a la corte regia. Yo confiaba en que todo estuviera lo bastante oscuro para que nadie pudiera apreciar el iris ovalado de sus ojos gatunos.

¡No! Se limitarán a echarme la culpa a mí, Ridley. No hagas nada.

Este estercolero necesita aprender una lección y yo voy a enseñársela.

Ridley se acercó al estrado con grandes zancadas y haciendo repiquetear los tacones contra el suelo.

—Eh, nena, ¿adónde vas? —Link corrió detrás de ella.

Envuelta en un brillante vestido de tafetán azul lavanda dos tallas menor que la suya, Charlotte subía los escalones en dirección a su centelleante corona plateada de plástico y su habitual cuarto puesto en la corte regia, detrás de Edén (la Doncella de los hielos, supuse). El vestido, un enorme engendro que a juzgar por el diseño parecía sacado de uno de esos talleres donde los trabajadores cobraban el mínimo salario, se le enganchó en el último escalón y la débil costura se rasgó del todo cuando siguió andando. Charlotte tardó un par de segundos en darse cuenta, pero para entonces, medio instituto estaba mirando sus pantis de lycra rosa, más grandes que el estado de Tejas entero. La desdichada soltó un alarido de helar la sangre cuyo significado era claro: «Ahora todos saben lo gorda que estoy».

Ridley esbozó una ancha sonrisa.

¡Ups! ¡Detente, Ridley!

Acabo de empezar.

Charlotte todavía seguía gritando cuando acudieron al quite Emily, Edén y Savannah, que intentaron ocultarla con sus vestidos de novia adolescente. El sonido del disco chirrió por los altavoces y la grabación cambió de forma brusca, pasando a sonar un tema de los Stones.


Sympathy for the Devil
.

Como tema para Ridley, la canción le venía como anillo al dedo. Se estaba presentando en sociedad a lo grande.

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