Hija de Humo y Hueso (18 page)

Read Hija de Humo y Hueso Online

Authors: Laini Taylor

Tags: #Fantasía

BOOK: Hija de Humo y Hueso
5.97Mb size Format: txt, pdf, ePub

Aquella frase había surgido como respuesta al fervor generalizado que desataron los avistamientos de ángeles. Aunque en un primer momento los relatos de los encuentros habían sido considerados delirios de borrachos y niños, las evidencias habían adquirido un carácter demasiado fascinante como para obviarlas. Por Internet circulaban algunos vídeos caseros y fotografías que habían saltado incluso a los medios de comunicación con titulares como ÁNGELES DE LA MUERTE: ¿HERALDOS O ENGAÑO?, anunciados con voz afectada en horario de máxima audiencia. La mejor grabación procedía del teléfono de un vendedor de alfombras y mostraba el ataque a Karou, aunque, por suerte, ella aparecía como una mera silueta imposible de identificar sobre un escenario desdibujado por el calor que desprendían las alas del ángel.

Por lo que ella sabía, era la única vez que un ángel —porque habían existido otros, aparte del de la anunciación— había mostrado sus alas, aunque algunos testigos aseguraban haber visto algunos volando o, al menos, sus sombras aladas. En la India, una monja tenía una quemadura en forma de pluma en la palma de la mano, lo que estaba atrayendo a multitud de peregrinos de todo el mundo que acudían con la esperanza de ser bendecidos por ella. Las sectas dedicadas al culto del rapto habían preparado las maletas y estaban organizando multitudinarias vigilias en espera del fin del mundo. Las cuentas de correo electrónico recibían a diario mensajes sobre nuevos avistamientos de ángeles, pero a Karou ninguno le sonaba real.

—Es todo falso —le había dicho a Zuzana—. Son solo chalados que esperan el Apocalipsis.

—Qué
divertido
, ¿verdad? —Zuzana se había frotado las manos con regocijo fingido—. ¡Vamos, chicos, que llega el Apocalipsis!

—Tienes razón. Tu vida tiene que ser realmente asquerosa para que desees que llegue el Apocalipsis.

Y así habían pasado toda una tarde en La Cocina Envenenada —acompañadas de Mik, el «chico del violín» de Zuzana y ahora novio oficial—, bebiendo té de manzana y jugando a
¿Cómo tendría que ser tu vida de asquerosa para que desearas la llegada del Apocalipsis?

«Tan asquerosa que tus únicos amigos fueran tus pantuflas».

«Tan asquerosa que tu perro meneara el rabo cuando te
alejaras
de él».

«Que te supieras todas las canciones de Celine Dion».

«Que desearas que
todo el mundo
desapareciera para no tener que levantarte un día más en tu casa de mierda —que, por cierto, no, no tiene ninguna obra de arte—, alimentar a tus repugnantes hijos y acudir a un trabajo embrutecedor donde seguramente alguien haya llevado donuts para que tu culo engorde aún más.
Esta
es la vida asquerosa que te haría desear la llegada del Apocalipsis».

Esta magnífica aportación fue de Zuzana.

Ah, Zuzana.

En ese momento, en medio de Idaho, mientras invertía el primer
gavriel
que caía en sus manos en un deseo para toda la vida —el
gavriel
desapareció, y ella se elevó suavemente del suelo—, lo primero que pensó Karou fue:
Zuzana tiene que ver esto
.

Estaba flotando. Lanzó un grito de alegría y estiró los brazos para mantener el equilibrio, impulsándose como si estuviera en el mar, pero… no se encontraba en el agua, sino
en el aire
. Estaba volando. Bueno, tal vez aquello no pudiera considerarse volar —
todavía—
, pero sí flotar en el umbral del
inmenso cielo
. Que, daba la casualidad, envolvía el
inmenso mundo
. Sobre ella, la noche aparecía inabarcable y repleta de estrellas, una esfera infinitamente profunda por la que ella ascendía más y más, reclamando su espacio.

Se había elevado por encima de las copas de los árboles y podía ver el tejado de la cabaña de Bain. El viento susurró en sus oídos, frío pero juguetón, como dándole la bienvenida a las alturas. No pudo evitar una carcajada. Y una vez que empezó, fue incapaz de parar. Era un torrente de risitas incrédulas que sonaba algo tonto, pero ¿quién no parecería un poco chiflado en un momento como ese?

Estaba
volando
.

Dios, deseó tener alguien con quien compartir aquello.

No tardaría en compartir la experiencia con alguien, aunque no con el…
individuo…
, por decir algo, que ella habría elegido. Sin embargo, no podía elegir, ya que solo existía un ser en el mundo que podía ayudarla, y ese, desafortunadamente, era Razgut.

El recuerdo de la criatura de Izîl provocaba escalofríos en Karou, pero su destino había quedado ligado al de él.

En Marrakech, después de enterarse de la muerte de Izîl, había deambulado por los callejones que rodeaban la mezquita, desolada por la decepción. Había confiado tanto en que Izîl pudiera explicarle lo que estaba sucediendo… Con tal intensidad… Se desplomó contra una pared y se abandonó a las lágrimas con una mezcla de frustración y dolor por la muerte de aquel pobre hombre torturado.

Y entonces, como un eco que se deslizara por el suelo, escuchó una infame risita. Algo se movió bajo un carro desvencijado, y apareció Razgut arrastrándose.

—Hola, encanto —ronroneó.

Karou se alegró realmente de verlo, lo que demostraba el estado de ánimo en que se encontraba.

—Sobreviviste a la caída —exclamó.

Pero no ileso. Al quedar privado de su mula humana, estaba desparramado sobre el suelo. Se había roto un brazo, que llevaba apoyado contra el pecho mientras se arrastraba impulsado con el otro, lastrado por sus piernas a la espalda. Y su cabeza, aquella horrible cabeza color púrpura, había quedado aplastada en la sien, y aparecía cubierta por una costra de sangre reseca y con piedras y cristales clavados.

Sacudió la mano con impaciencia.

—He caído de alturas mayores.

Karou parecía escéptica. El minarete, la construcción más alta de la ciudad, se elevaba sobre ella.

Al ver que Karou miraba hacia arriba, Razgut rió de nuevo. Era un sonido espeso, una mezcla de tristeza y rencor.

—Eso no es nada, encanto azulado. Hace mil años, caí
desde el cielo.

—Desde el cielo. El cielo no existe.

—Qué quisquillosa. Entonces, de las nubes, si es que sabes tanto. Y no me caí exactamente. Eso me haría parecer algo patoso, ¿no crees? Digamos que tropecé y acabé en tu mundo. No. Me arrojaron. Me expulsaron. Me exiliaron.

Y así fue como Karou descubrió el origen de Razgut. Al mirarlo y recordar al ángel —aquel ser mítico y perfecto—, resultaba difícil creer que estuvieran emparentados; sin embargo, cuando se obligó a observarlo con atención, lo vio claro. Tampoco se podían obviar los muñones astillados de sus alas perdidas. No era una criatura de este mundo.

También había comprendido, por fin, la desafortunada materialización del
bruxis
de Izîl. Al desear conocimiento del otro mundo, se había condenado a cargar con Razgut, que le descubriría todo aquello que Brimstone no le había contado.

—¿Qué le sucedió a Izîl? —preguntó Karou—. Realmente no se suicidó, ¿verdad? El ángel…

—Bueno, podrías culpar al ángel. Él nos dejó sobre el minarete, pero el loco jorobado se arrojó al vacío, para
protegerte.


¿A mí?

—Mi hermano serafín te estaba buscando, encanto. Un chico malo que no paraba de hacer preguntas. Me gustaría saber qué quiere de ti.

—No tengo ni idea —Karou sintió un escalofrío—. ¿Izîl no le dijo dónde vivo?

—Claro que no, era un loco noble. Prefirió bailar con el cielo, y el cielo lo escupió como una ciruela podrida.

—Dios mío —Karou se desplomó contra la pared y se rodeó el cuerpo con los brazos—. Pobre Izîl.

—¿Pobre Izîl? No te compadezcas de él, compadécete de

. ¡Él ha quedado libre, sin embargo mira cómo estoy yo! ¿Crees que es fácil encontrar mulas? Ni siquiera he logrado engañar a un mendigo.

Razgut se enderezó y, con el brazo sano, arrastró sus piernas hasta colocarlas delante del cuerpo. Su rostro se crispó de dolor, pero tan pronto como Karou empezó a sentir la más leve insinuación de pena, aquel dolor se tornó en una mirada lasciva.

—Tú vas a ayudarme, ¿verdad, dulce niña? —preguntó Razgut sonriendo. Sus dientes aparecieron incongruentemente perfectos—. ¿Dejarías que te montara? —tal vez se refería a «montarla» como había hecho con Izîl, aunque su voz acariciaba una implicación más lujuriosa—. Después de todo, esto es culpa tuya.

—¿Culpa
mía
? En absoluto.

Con tono persuasivo, Razgut ronroneó:

—Te contaré secretos, como a Izîl.

—Pídeme otra cosa —respondió Karou con brusquedad—. No voy a cargar contigo. Jamás.

—Piénsalo, te daré calor. Trenzaré tu pelo. Ya nunca estarás sola.

¿Sola?
En aquel instante, Karou se sintió desnuda, como si aquella criatura hubiera descubierto lo más profundo de su ser. Razgut continuó susurrando.

—Toda esa belleza solo envuelve soledad. ¿Crees que no lo noté al probarte? Estás prácticamente vacía. Un trozo de caramelo hueco, pero que sabe
tan bien…
—inclinó la cabeza hacia atrás y gimió, entrecerrando los ojos al recordar la sensación de placer. Karou sintió asco—. Podría estar lamiéndote el cuello sin parar, cariño —musitó—.
Sin parar.

Karou no estaba tan desesperada como para aceptar aquella oferta, así que se apartó de la pared y empezó a alejarse.

—Una charla agradable. Adiós.

—¡Espera! —vociferó Razgut—. ¡Espera!

Karou pensaba que nada de lo que él dijera podría detenerla; sin embargo, Razgut gritó:

—¿Quieres ver de nuevo a tu Traficante de Deseos? Yo puedo llevarte. ¡Sé dónde hay un portal!

Karou se volvió y lo miró con desconfianza.

La lascivia había desaparecido, dando paso a su habitual gesto de sufrimiento. Reconocía aquella expresión y, durante un brevísimo instante, se sintió unida a aquel ser destrozado. Aquel rostro transmitía nostalgia. Si su propia esencia era la soledad, la de Razgut era la nostalgia.

—El portal por el que me expulsaron hace mil años. Sé dónde se encuentra. Te lo mostraré, pero tienes que llevarme contigo —y susurró, con la respiración entrecortada—: Solo quiero volver a casa.

Karou sintió un vuelco en el corazón. Otro portal.

—Vámonos. Ahora mismo.

Razgut resopló.

—Si fuera tan sencillo, ¿crees que seguiría aquí?

—¿A qué te refieres?

—Está en el cielo, niña. Tenemos que
volar
hasta allí.

Y ahora, gracias a dos grasientos
gavriels
extraídos de la barba de un cazador —uno para ella, y otro para Razgut—, podrían hacerlo.

23

PACIENCIA INFINITA

Una ciudad de cuento de hadas. Desde el aire, los tejados rojos flanquean un meandro de un río negro, y por la noche las colinas boscosas aparecen como oscuros espacios vacíos frente al resplandor del castillo iluminado, las afiladas torres góticas, las cúpulas grandes y pequeñas. El río capta todas las luces y las refleja, alargadas y temblorosas, y la lluvia lo desdibuja todo, como en un sueño.

Esta fue la primera imagen de Praga que contempló Akiva. Él no había marcado el portal de aquella ciudad; había sido Hazael, quien, de regreso a su propio mundo, había destacado que se trataba de un lugar hermoso, y tenía razón. Akiva imaginó que Astrae debió de haber mostrado un aspecto similar en su época dorada, antes de ser arrasada por las bestias. La Ciudad de los Cien Chapiteles, así se había conocido a la capital seráfica —una torre por cada dios estrella—, y las quimeras los habían destruido todos.

Muchas ciudades humanas también habían quedado devastadas durante la guerra; sin embargo, Praga había tenido suerte. Aparecía atractiva y fantasmal, con sus agrietadas piedras desgastadas por siglos de tormentas, por millones de gotas de lluvia. Era un día frío y húmedo, desapacible, pero eso no preocupaba a Akiva. Él generaba su propio calor. El agua siseaba al rozar sus alas invisibles y se convertía en vapor, dibujando su perfil en forma de halo difuso contra la oscuridad de la noche. Ningún hechizo podía evitarlo, como tampoco podía ocultar las alas en su sombra, sin embargo no había nadie alrededor para contemplarlo.

Estaba encaramado a un tejado del casco viejo. Las torres de la iglesia Týn se alzaban como cuernos de diablo tras la hilera de edificios del otro lado de la calle, en uno de los cuales se encontraba el piso de Karou. No había luz en su ventana. Había permanecido oscura, y el piso vacío, desde que lo había localizado dos días atrás.

En el bolsillo, plegada y con los dobleces bien marcados por el uso, guardaba una hoja arrancada de un cuaderno de bocetos —el número 92, según indicaba el lomo—. En aquella página, que había sido la primera del cuaderno, un dibujo representaba a Karou con las manos juntas, en actitud suplicante, junto a las siguientes palabras: «Si lo encuentras, por favor, devuélvelo en Králodvorská, 59, n.º 12, Praga. Serás recompensado con agradecimiento infinito y una buena propina en metálico. Gracias».

Akiva no había llevado todo el cuaderno, solo aquella hoja con el borde rasgado. No buscaba agradecimiento, ni dinero.

Solo buscaba a Karou.

Con la infinita paciencia de quien ha aprendido a vivir con el corazón destrozado, esperó su regreso.

24

VOLAR ES FÁCIL

Karou descubrió, con alegría, que volar era fácil. La euforia difuminó el cansancio, y con él, la apatía que se había instalado en su ánimo tras demasiados encuentros con los traficantes de dientes de Brimstone. Tomó altura, maravillada por las estrellas y la sensación de encontrarse entre ellas. Eran increíbles. Había que admitir que aunque Bain carecía de gusto para la decoración, al menos vivía en compañía de las estrellas. El cielo parecía
azucarado.

Se alejó de la cabaña y siguió la carretera en dirección a Boise. Se movía arriba y abajo, entre las corrientes de aire. Experimentó la velocidad —sin esfuerzo, aunque los ojos se le llenaron de lágrimas heladas—. No tardó mucho en adelantar al taxi que la había abandonado a su suerte e imaginó escenas malévolas. Podría volar junto al coche, golpear la ventanilla y agitar el puño antes de remontar de nuevo el vuelo.

Eres perversa
, pensó, y escuchó la voz de Brimstone en su cabeza censurando aquella travesura como
insensata
. Bueno, tal vez un poquito.

Other books

Treasured by Sherryl Woods
Further Than Passion by Cheryl Holt
Keeker and the Sneaky Pony by Hadley Higginson
The Sigma Protocol by Robert Ludlum
Requiem for a Mezzo by Carola Dunn
WEBCAM by Jack Kilborn
Wanted by ML Ross
Burning Desire by Donna Grant
Malas artes by Donna Leon