Hija de Humo y Hueso (45 page)

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Authors: Laini Taylor

Tags: #Fantasía

BOOK: Hija de Humo y Hueso
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Karou se acurrucó contra Akiva.

—Podía haberte dicho adiós —dijo ella—, pero ni siquiera pensaba. Solo quería liberarte.

—Karou…

—No te preocupes. Ahora estamos aquí los dos —aspiró el aroma conocido del cuerpo de Akiva, cálido y ahumado, y reposó los labios sobre su garganta.

Resultaba embriagador. Akiva estaba vivo.
Ella
estaba viva. Había tanta vida por delante de ellos… Deslizó los labios por su cuello hasta alcanzar la barbilla, recordando, redescubriendo. Se derretía entre sus brazos igual que en otra época —aquella maravillosa forma en que los cuerpos se funden y borran todo el espacio negativo—. Encontró sus labios. Karou tuvo que tomar el rostro de Akiva entre sus manos e inclinarlo hacia ella.

¿Por qué tenía que hacer eso?

¿Por qué…, por qué Akiva no le estaba devolviendo sus besos?

Karou abrió los ojos. Akiva la estaba mirando, no con deseo sino con…
angustia.

—¿Qué pasa? —preguntó Karou—. ¿Qué te sucede? —un terrible pensamiento la asaltó y la hizo retroceder; se separó de Akiva y se rodeó el cuerpo con los brazos—. ¿Es… es porque no soy pura? ¿Porque mi cuerpo es… artificial?

Su pregunta removió lo que lo estaba acosando.

—No —respondió con desdicha—. ¿Cómo has podido pensar eso? Yo no soy Thiago. Prometiste que lo recordarías, Karou. Prometiste recordar que te amo.

—Entonces, ¿qué sucede? Akiva, ¿por qué actúas de un modo tan extraño?

—Si lo hubiera sabido…, Karou. Si hubiera sabido que Brimstone te había salvado… —rascó su pelo con los dedos y comenzó a recorrer la habitación arriba y abajo—. Pensé que estaba de su lado, contra ti, y su traición resultaba
terrible
, porque lo querías como a un padre…

—No. Él es como nosotros, Akiva. También desea la paz. Él puede ayudarnos…

Akiva detuvo la mirada en ella y, con absoluta desolación, dijo:

—No lo sabía. Si lo hubiera sabido, Karou, habría creído en la redención. Yo nunca…
nunca
habría…

El pulso de Karou se alteró. Algo iba muy, muy mal. Lo sabía, y le daba miedo, no quería escucharlo, pero necesitaba saberlo.

—Nunca habrías ¿qué?
¿Qué
, Akiva?

Detuvo su deambular, mantuvo las manos sobre la cabeza, aferrándosela.

—En Praga —dijo forzando cada palabra—, me preguntaste cómo te había encontrado.

Karou lo recordaba.

—Dijiste que no fue difícil.

Akiva metió la mano en el bolsillo y sacó una hoja de papel doblada. A regañadientes, se la acercó.

—¿Qué…? —empezó a decir Karou.

Sus manos comenzaron a temblar de manera incontrolable y, al desdoblar la hoja, esta se rompió a lo largo de un pliegue bien marcado, justo por el centro de su autorretrato, y se quedó con dos mitades de su propio ser y un ruego, escrito por ella misma, «Si lo encuentras, por favor, devuélvelo».

Era de su cuaderno de bocetos, del que se había quedado en la tienda de Brimstone. Lo comprendió de manera instantánea y clara. Solo existía una forma de que Akiva lo tuviera.

Jadeó. Todo encajó en su sitio. Las huellas de mano negras, las llamas azuladas que habían devorado los portales y toda su magia, terminando con el negocio de Brimstone. Y el eco de la voz de Akiva, explicándole por qué.

Para acabar con la guerra.

Cuando hacía tiempo habían soñado juntos con el fin de la guerra, se habían referido a conseguir la
paz
. Pero la paz no era la única manera de acabar con la guerra.

Lo comprendió todo. Thiago había revelado a Akiva el principal secreto de las quimeras, creyendo que moriría con él, pero ella —
ella
— lo había liberado.

—¿Qué has hecho? —preguntó Karou con tono incrédulo y la voz quebrada.

—Lo siento —susurró Akiva.

Huellas de mano negras, llamas azuladas.

Y el final de la resurrección.

Las manos de Akiva, aquellas que la habían rodeado al bailar, al soñar, al hacer el amor, los nudillos que ella había besado y perdonado —tenían marcas recientes; estaban repletos—.


¡No!
—gritó Karou en tono suplicante.

Luego se aferró a los hombros de Akiva, clavándole las uñas, agarrándolo, sujetándolo y obligándolo a mirarla.


¡Dímelo!
—pidió con un alarido.

Con voz ronca —llena de dolor y profunda vergüenza— Akiva respondió:

—Están muertos, Karou. Es demasiado tarde. Están todos muertos.

Epílogo

Una hendidura en el cielo, eso era todo, nada que ver con los ingeniosos portales de Brimstone con sus puertas de aviario. No había puerta, ni guardián. Su única protección era su ubicación en ninguna parte, muy por encima de la cordillera del Atlas, y su escasa anchura, menor que la envergadura de un serafín.

Resultaba sorprendente que Razgut hubiera logrado encontrarlo después de tanto tiempo.

O tal vez, pensó Karou mirando a la criatura, no sea tan sorprendente que el peor momento en la vida de alguien quede grabado en la memoria, con mayor intensidad que cualquier alegría. Ahora comprendía por qué la magia había que pagarla con dolor:
era
más poderoso que la dicha. Que cualquier cosa.

¿Que la esperanza?

Vio el incendio en Loramendi como si hubiera estado allí: los cadáveres de las quimeras alimentaban las llamas como jirones de tela, mientras Akiva lo observaba todo desde una torre, respirando las cenizas de su pueblo. Notó el sabor de aquella ceniza, e imaginó que aún seguía en la piel de Akiva cuando lo había besado.

Por su culpa, había sobrevivido para provocar aquello.

Y aun así, había sido incapaz de matarlo, aunque él mismo le había llevado sus cuchillos desde Praga, y hubiera caído de rodillas para facilitarle la labor.

Lo abandonó, pero incluso después de todo, sentía la distancia entre ellos como un firmamento de proporciones desmesuradas. Qué terrible, aquella creciente distancia. Qué doloroso, el vacío que había provocado su nueva plenitud. Una parte de su ser deseaba ignorar la traición de Akiva, regresar al pasado, a la incandescente felicidad anterior a que todo se desmoronara.

—¿Vienes? —preguntó Razgut abriéndose paso a través de la abertura, de modo que la mitad de su cuerpo desapareció en el éter de Eretz.

Karou asintió con la cabeza. El resto del cuerpo de Razgut desapareció, y ella respiró el aire enrarecido antes de seguirlo. La felicidad había desaparecido. Pero bajo la pena, mantenía la esperanza.

De que el nombre que Brimstone le había dado fuera más que un capricho.

De que este no fuera el final.

… Continuará…

Agradecimientos

En primer lugar, me gustaría dar las gracias a Kathi Appelt, Coe Booth, Carolyn Coman, Nancy Werlin y Gene Luen Yang, por cambiar mi vida como escritora. Mi más profundo agradecimiento, por todo.

A Alexandra Saperstein y Stephanie Perkins, por leer cada fragmento de este libro una y otra vez sin perder la pasión. Todo escritor debería tener lectores así. Aunque no podrán teneros a
vosotras
, porque sois mías. ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

A Jane Putch, por ser mucho más que una agente: gracias.
Gracias
. Este es para ti.

A mi encantadora Clementine, por ser un bebé tranquilo —me atrevería a decir un bebé
perfecto
—. De no ser así, terminar este libro hubiera resultado una experiencia totalmente distinta.

Y por supuesto, a Jim Di Bartolo, mi maravilloso marido. Por todo, desde leer mis textos y animarme, hasta elaborar café y listas de canciones, o compartir el cuidado del bebé y guardar el fuerte mientras yo estaba en Otra Parte. Mi adorado compañero en tareas creativas y mundanas —libros, risas, viajes, cambio de pañales—, no podría hacerlo sin ti, y tampoco querría.

Montañas y fuentes de gratitud para Alvina Ling y toda la increíble pandilla de Little, Brown, mi nueva casa. Ha sido increíblemente
divertido
. Vuestra creatividad y entusiasmo iluminan mi horizonte. Gracias. En cualquier idioma real e imaginario: gracias.

Por último —aunque suene algo tontorrón, pero qué más da—, gracias al mundo por ser un lugar disparatado e inspirador, lleno de criaturas curiosas, personas extrañas y misteriosas ciudades. Espero poco a poco conocerte mejor.

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