—Puedo quedarme tanto como él —dijo.
Valentine la miró a los ojos y algo debió de ver en ellos porque desistió de intentar persuadirla. Se marchó, y Plikt se quedó otra vez sola con el cuerpo del hombre cuya vida era el centro de la suya propia.
Miro no sabía si alegrarse o asustarse del cambio operado en la Joven Val desde que se enteraron del auténtico propósito de su búsqueda de nuevos mundos. Mientras que antes era silenciosa, incluso tímida, ahora apenas podía evitar interrumpir a Miro en cuanto éste abría la boca. En el momento en que parecía que comprendía lo que iba a decir, empezaba a responder… y cuando él señalaba que en realidad iba a decir otra cosa, ella respondía también casi antes de que pudiera terminar su explicación. Miro sabía que probablemente estaba más que sensible: había pasado mucho tiempo con su capacidad de habla lastrada y casi todo el mundo le interrumpía; por eso era tan quisquilloso en este aspecto. Y no es que creyera que ella lo hacía por malicia. Val estaba simplemente más allá. Lo estaba durante cada momento que pasaba despierta… y apenas dormía, al menos Miro nunca la veía hacerlo. Tampoco estaba dispuesta a ir a casa entre planetas.
—Tenemos poco tiempo —decía—. Podrían dar la señal para desconectar las redes ansible en cualquier momento. No tenemos tiempo que perder con descansos innecesarios.
Miro quiso responder: Define «innecesario». Desde luego, necesitaba más descanso del que tenía, pero cuando se lo comentó, ella simplemente lo ignoró y dijo:
—Duerme si quieres, yo continuaré.
Así que él dio una cabezada y al despertar descubrió que Jane y ella habían eliminado ya otros tres planetas. Dos de ellos, sin embargo, mostraban las cicatrices de traumas parecidos a la descolada sufridos en los últimos mil años.
—Nos acercamos —dijo Val, y se lanzó a contarle los interesantes hechos hasta que se interrumpió (era democrática en esto, y se interrumpía a sí misma tan fácilmente como lo interrumpía a él) para analizar los datos de un nuevo planeta.
Al cabo de sólo un día, Miro había dejado prácticamente de hablar. Val estaba tan concentrada en su trabajo que no hablaba de otra cosa, y Miro tenía poco que decir del tema; le bastaba con pedir periódicamente información a Jane, que se la daba al oído, para no tener que usar los ordenadores de la nave. Sin embargo, su silencio le dejaba tiempo para pensar. Esto era lo que le pedí a Ender, advirtió. Pero Ender no puede hacerlo conscientemente. Su aiúa responde a las necesidades y deseos más profundos de Ender, no a sus decisiones conscientes. Por eso no es capaz de prestar atención a Val; pero el trabajo de ella puede llegar a ser tan excitante que Ender no soporte concentrarse en nada más.
¿Cuánto de todo esto comprendió Jane por anticipado?, se preguntó Miro.
Y como no podía discutirlo con Val, subvocalizó sus preguntas para que Jane las oyera.
—¿Nos revelaste el objetivo de nuestra misión para que Ender prestara atención a Val? ¿O la retuviste hasta ahora para que no lo hiciera?
—No hago esa clase de planes —le dijo Jane al oído—. Tengo otras cosas en mente.
—Pero es bueno para ti, ¿no? El cuerpo de Val ya no corre peligro de desmoronarse.
—No seas estúpido, Miro. No le gustas a nadie cuando te comportas así.
—No le gusto a nadie de todas formas —dijo él, en silencio pero alegremente—. No podrías esconderte en su cuerpo si fuera un puñado de polvo.
—Tampoco puedo entrar en él si Ender está allí, totalmente concentrado en lo que hace.
—¿Está totalmente concentrado?
—Eso parece —dijo jane—. Su propio cuerpo se deteriora. Y más rápidamente que el de Val.
Miro tardó un instante en comprenderlo.
—¿Quieres decir que se está muriendo?
—Quiero decir que Val está muy viva.
—¿Ya no amas a Ender? —preguntó Miro—. ¿No te importa?
—Si Ender no se preocupa por su propia vida, ¿por qué debería nacerlo yo? Los dos hacemos cuanto podemos para enderezar una situación muy complicada. Me está matando, lo está matando a él. Casi te mató a ti, y si fracasamos un montón de gente morirá también.
—Eres fría.
—Sólo un puñado de blips entre las estrellas, eso es lo que soy —dijo Jane.
—
Merda de bode
—dijo Miro—. ¿De qué humor estás?
—No tengo sentimientos. Soy un programa de ordenador.
—Todos sabemos que tienes un aiúa propio. Un alma igual que la de cualquier otra persona, si quieres llamarlo así.
—La gente con alma no puede ser desconectada si se desenchufan unas cuantas máquinas.
—Vamos, tendrán que desconectar miles de millones de ordenadores y millares de ansibles a la vez para acabar contigo. Es bastante impresionante. Una bala podría acabar conmigo. Y una verja eléctrica casi me borró del mapa.
—Supongo que quería morir con una especie de sonido de salpicadura, de olor a comida o algo así —dijo Jane—. Si tuviera un corazón… Seguramente no conoces esa cancion.
—Crecimos con vídeos clásicos —respondió Miro—. Eso dejó fuera de casa un montón de otras cosas desagradables. Tienes el cerebro y los nervios. Creo que tienes también corazón.
—Lo que no tengo son las zapatillas de rubí. Sé que no hay mejor sitio que el hogar, pero no puedo llegar allí.
—¿Porque Ender está utilizando el cuerpo de ella tan intensamente?
—No estoy tan obsesionada por usar el cuerpo de Val como tú crees —dijo Jane—. El de Peter servirá igual. Incluso el de Ender, mientras no lo emplee. No soy una hembra. Simplemente, elegí esa identidad para acercarme a Ender. Tenía problemas para relacionarse bien con los hombres. El dilema al que me enfrento es que, aunque Ender abandone uno de esos cuerpos para que yo lo use, no sé cómo llegar allí. No sé dónde está mi aiúa, como tú tampoco sabes dónde está el tuyo. ¿Puedes poner el tuyo donde quieres? ¿Dónde está ahora?
—Pero la Reina Colmena intenta encontrarte. Puede hacerlo… su gente te creó.
—Sí, ella y sus hijas y los padres-árbol están construyendo una especie de red; pero nunca se ha hecho antes… capturar a alguien vivo y conducirlo a un cuerpo que ya está poseído por el aiúa de otra persona. No va a funcionar; voy a morir; pero que me aspen si voy a dejar a esos bastardos que crearon el virus de la descolada salirse con la suya después de que esté muerta y logren extinguir a todas las otras especies inteligentes que he conocido. Los humanos me darán pasaporte, sí, pensando que sólo soy un programa de ordenador enloquecido, pero eso no significa que quiera que otro acabe con la humanidad, o con las reinas colmena, o con los pequeninos. Si vamos a detenerlos, tenemos que hacerlo antes de que yo muera. O al menos tengo que llevaros allí a Val y a ti para que podáis hacer algo sin mí.
—Si estamos allí cuando mueras, nunca regresaremos a casa. —Mala suerte, ¿eh?
—Así que estarnos metidos en una misión suicida.
—La vida es una misión suicida, Miro. Comprúebalo: curso de filosofía básica. Te pasas la vida gastando combustible y cuando finalmente te quedas sin, la palmas.
—Ahora hablas como mi madre.
—Oh, no —dijo Jane—. Me lo estoy tomando con buen humor. Tu madre siempre creyó que su destino era trágico.
Miro estaba preparando una respuesta cuando la voz de Val interrumpió su coloquio con Jane.
—¡Odio que hagas eso! —exclamó.
—¿Hacer qué? —dijo Miro, preguntándose qué estaba diciendo ella antes de aquel estallido.
—Pasar de mí y hablar con ella.
—¿Con Jane? Siempre hablo con Jane.
—Pero antes solías escucharme.
—Bueno, Val, tú también solías escucharme a mí, aunque todo eso ha cambiado al parecer.
Val se levantó de su asiento y se abalanzó sobre él como una fiera.
—¿Es eso? La mujer que amabas era la silenciosa, la tímida, la que siempre te dejaba dominar cada conversación. Ahora que soy activa, que considero que soy yo misma, bueno, ésa no es la mujer que querías, ¿no?
—No se trata de preferir a mujeres silenciosas o…
—No, no podríamos admitir algo tan retrógrado, ¿verdad? No, tenemos que proclamar que somos perfectamente virtuosos y… Miro se puso en pie (no fue fácil, pues ella estaba muy cerca de su asiento), y le gritó en la cara:
—¡Se trata de poder terminar una frase de vez en cuando!
—¿Y cuántas de mis frases has…?
—Eso, dale la vuelta…
—Querías que me quitaran la vida para meter dentro de mí a otra…
—¿Oh, se trata de eso? Bueno, estáte tranquila, Val. Jane dice…
—Jane dice, Jane dice! Tú dijiste que me amabas, pero ninguna mujer puede competir con una zorra que siempre está en tu oído, colgando de cada palabra que dices y…
—¡Tú sí que pareces mi madre! —gritó Miro—.
Nossa Senhora
, no sé por qué la siguió Ender al monasterio, si siempre se le estaba quejando de cuánto más amaba a Jane que a ella…
—¡Bueno, al menos él intentó amar a una mujer que es más que una agenda enorme!
Permanecieron allí, cara a cara… o casi. Miro era un poquito más alto, pero tenía las rodillas dobladas porque la proximidad de ella le impedía levantarse del todo. Al notar su aliento en la cara, el calor de su cuerpo a sólo unos centímetros de distancia, pensó: «Éste es el momento en que…»
Y lo dijo en voz alta antes de haber terminado de formar el pensamiento.
—Éste es el momento en todos los vídeos en que los dos que se están gritando se miran de pronto a los ojos y se abrazan y se ríen y luego se besan.
—Sí, bueno, eso pasa en los vídeos —dijo Val—. Si me pones una mano encima, te hundiré los testículos tan profundamente en el abdomen que hará falta un cirujano para sacarlos.
Se dio la vuelta y regresó a su asiento.
Miro se sentó en el suyo y dijo, en voz alta pero lo suficientemente bajo para que Val supiera que no hablaba con ella:
—Bien, Jane, ¿dónde estábamos antes de que llegara el tornado?
Jane respondió muy despacio; Miro reconoció ese modo de responder: era costumbre de Ender hacerlo así cuando pretendía ser irónico y sutil.
—Ahora ya ves que tendría problemas para utilizar su cuerpo.
—Bueno, sí, yo también los tengo —dijo Miro en silencio, pero se rió en voz alta, con una risita que sabía que enfurecería a Val. Y por la forma en que ella se envaró pero no respondió, supo que funcionaba.
—No necesito que os peleéis —dijo Jane con suavidad—. Necesito que trabajéis juntos. Porque puede que tengáis que resolver esto si mí.
—Por lo que yo sé, Val y tú lo habéis estado resolviendo sin mí. —Val ha estado trabajando porque está tan llena de… lo que quiera que sea ahora.
—De Ender, de eso está llena —dijo Miro. Val se giró en su asiento y le miró.
—¿No te hace dudar de tu identidad sexual, por no hablar de tu cordura, que las dos mujeres que amas sean, respectivamente, un ser virtual que sólo existe en las conexiones ansible entre ordenadores y una mujer cuya alma es en realidad la del hombre que es el marido de tu madre?
—Ender se está muriendo —dijo Miro—. ¿O ya lo sabías?
—Jane mencionó que parecía desatento.
—Muriendo —repitió Miro.
—Creo que habla muy claramente de la naturaleza de los hombres el hecho de que Ender y tú digáis amar a una mujer de carne y hueso pero que en realidad no podáis prestar a esa mujer ni siquiera una fracción apreciable de vuestra atención.
—Sí, bueno, tú tienes toda mi atención, Val —dijo Miro—. Y en cuanto a Ender, si no le está prestando atención a mi madre es porque te la está prestando a ti.
—A mi trabajo, querrás decir. A la tarea que nos ocupa. No a mí.
—Bueno, es a lo único a lo que tú prestas atención, excepto cuando haces una pausa para ponerme verde porque estoy hablando con Jane y no te escucho.
—Eso es —dijo Val—. ¿Crees que no veo lo que ha estado pasando conmigo este último día? De repente no puedo dejar de hacer cosas, tan concentrada estoy que no puedo dormir, yo… Ender ha sido al parecer mi verdadero yo todo el tiempo, pero me dejó en paz hasta ahora y eso estuvo bien porque lo que Hace en este momento es aterrador. ¿No ves que estoy asustada? Es demasiado. Es más de lo que puedo soportar. No puedo contener tanta energía dentro de mí.
—Entonces habla del tema en vez de gritarme —dijo Miro.
—Pero si tú no me escuchabas. Yo lo intentaba y tú seguías subvocalizando con Jane y dejándome aparte.
—Porque estaba harto de escuchar interminables listas de datos v análisis que podía encontrar fácilmente en un sumario del_ ordenador. ¿Cómo iba a saber que harías una pausa en tu monólogo y empezarías a hablar de algo humano?
—Todo es colosal ahora mismo y no tengo ninguna experiencia. Por si se te ha olvidado, llevo viva muy poco tiempo. No conozco las cosas. Hay mucho que no sé. No sé por qué me preocupo tanto por ti, por ejemplo. Tú eres el que intenta sustituirme como inquilina de este cuerpo. Tú eres el que me desconecta o me manda; pero no quiero eso, Miro. Ahora mismo necesito un amigo de verdad.
—Y yo también —dijo Miro.
—Pero no sé cómo conseguirlo.
—Yo, por otro lado, sé perfectamente bien cómo hacerlo —dijo Miro—. Pero la otra vez que me sucedió, me enamoré de la mujer y resultó ser mi hermanastra; su padre era el amante de mi madre, y el hombre que yo creía mi padre resultó que era estéril porque se moría de alguna enfermedad interna. Así que entenderás que dude.
—Valentine fue tu amiga. Lo sigue siendo.
—Sí —dijo Miro—. Sí, lo olvidaba. He tenido dos amistades.
—Y Ender.
—Tres. Y con mi hermana Ela hacen cuatro. Y Humano fue mi arraigo, así que son cinco.
—¿Ves? Creo que eso te cualifica para que me enseñes a tener un arraigo.
—Para hacer amigos —dijo Miro, imitando la entonación de su madre—, tienes que serlo.
—Miro, estoy asustada.
—¿De qué?,
—De ese mundo que estamos buscando, de lo que encontraremos allí. O de lo que me sucederá si Ender muere. O si jane se apodera de mí como… mi luz interna, mi titiritero. O de lo que sentiré si ya no me quieres.
—¿Y si te prometo que te querré no importa lo que pase?
—No puedes hacer una promesa así.
—Muy bien, si despierto y descubro que me estás estrangulando o algo parecido, dejaré de quererte.
—¿Y si te ahogo?
—No, no puedo abrir los ojos bajo el agua, así que nunca sabré que fuiste tú.
Los dos se echaron a reír.