—Sé que él cortaría los hilos si pudiera —dijo la Joven Val—, Como Miro cortó los hilos de su antiguo cuerpo roto.
Miro lo recordaba clarísimamente. En un instante estaba sentado en la astronave, contemplando aquella imagen perfecta de sí mismo, fuerte y joven y sano; y al siguiente era aquella imagen, había sido siempre aquella imagen, y lo que contemplaba era la versión lisiada, rota, con el cerebro dañado, de sí mismo. Y mientras observaba, aquel cuerpo no amado, no querido, se hizo polvo y desapareció.
—No creo que te odie como yo odiaba a mi antiguo yo —dijo Miro.
—No tiene que odiarme. No fue el odio lo que mató a tu antiguo cuerpo. —La joven Val no le miró a los ojos. En todas sus horas juntos explorando mundos, nunca habían hablado sobre nada tan personal. Ella nunca se había atrevido a discutir con él acerca del momento en que ambos habían sido creados—. Tú odiabas tu antiguo cuerpo mientras estabas dentro de él pero, en cuanto volviste al cuerpo adecuado, simplemente dejaste de prestar atención al antiguo. Ya no era parte de ti. Tu aiúa ya no tenía ninguna responsabilidad hacia él. Y sin nada que sirviera de sostén… se escabulló la liebre.
—Muñeco de madera —le dijo Miro—. Ahora liebre. ¿Qué más soy?
La Vieja Valentine ignoró su intento de bromear.
—Así que estás diciendo que Ender no te encuentra interesante. —Me admira —dijo la joven Val—. Pero me encuentra aburrida.
—Sí, bueno, a mí también —repuso la Vieja Valentine.
—Eso es absurdo —dijo Miro.
—¿Lo es? —preguntó la Vieja Valentine—. Él nunca me siguió a ninguna parte; fui yo la que siempre le siguió a él. Creo que Ender buscaba una misión en la vida, alguna gran acción que realizar para redimir el terrible acto que acabó con su infancia. Pensó que escribir La Reina Colmena serviría. Y luego, con mi ayuda para prepararlo, escribió El Hegemón y pensó que eso sería suficiente, pero no lo fue. Siguió buscando algo que ocupara toda su atención y casi lo encontró, o encontró algo que lo hizo durante una semana o un mes. Pero una cosa es segura: eso que ocupaba su atención nunca fui yo, aunque viajé con él miles de millones de kilómetros durante tres mil años. Esas historias que escribí…, no fue por amor a la historia, sino porque le ayudaba en su trabajo con mis escritos. y cuando terminaba cada uno, entonces, durante unas cuantas horas de lectura y discusión, tenía su atención. Sólo que cada vez me resultaba menos satisfactorio porque no era yo quien mantenía su atención, sino la historia que había escrito. Hasta que por fin encontré a un hombre que me entregó su corazón, y me quedé con él mientras mi hermano adolescente continuaba sin mí y encontraba una familia que ocupó todo su corazón; y allí estábamos, a planetas de distancia, pero finalmente más felices separados de lo que lo habíamos sido juntos.
—Entonces, ¿por qué volviste con él? —preguntó Miro.
—No vine por él. Vine por ti. —La Vieja Valentine sonrió—. Vine por un mundo en peligro de destrucción. Pero me alegré de ver a Ender, aunque sabía que nunca me pertenecería.
—Esto puede ser una descripción adecuada de cómo te sentías tú —dijo la joven Val—. Pero debiste de tener su atención, a algún nivel. Yo existo porque tú siempre estuviste en su corazón.
—Una fantasía de su infancia, tal vez. No yo.
—Mírame —dijo la joven Val—. ¿Es éste el cuerpo que tenías cuando él contaba cinco años y se lo llevaron de su casa para enviarlo a la Escuela de Batalla? ¿Es siquiera el de la adolescente que conoció ese verano junto al lago en Carolina del Norte? Debió de prestarte atención incluso mientras crecías, porque su imagen de ti cambió para convertirse en mí.
—Eres lo que yo fui cuando trabajábamos juntos en El Hegemón —contestó la Vieja Valentine tristemente.
—¿Estabas tan cansada? —pregúntó la Joven Val.
—Yo lo estoy —dijo Miro.
—No, no lo estás —dijo la Vieja Valentine—. Eres la viva imagen del vigor. Sigues celebrando la llegada de tu precioso cuerpo nuevo. Mi gemela está agotada hasta el fondo del corazón.
—La atención de Ender siempre ha estado dividida —dijo la Joven Val—. Veréis, estoy llena de sus recuerdos… o más bien de los recuerdos que inconscientemente pensó que debería tener pero que naturalmente suelen consistir en cosas que él recuerda sobre aquí mi amiga —indicó a la Vieja Valentine—, lo que significa que todo lo que yo recuerdo es mi vida con Ender. Y él siempre tuvo a Jane en la oreja, y a las personas de cuyas muertes era Portavoz, y a sus estudiantes, y a la Reina Colmena en su crisálida, y todo lo demás. Pero todas sus relaciones eran adolescentes. Hasta que llegó aquí y finalmente se entregó de pleno a alguien más. A ti y a tu familia, Miro. A Novinha. Por primera vez dio a otras personas el poder de herirlo emocionalmente; fue a la vez magnífico y doloroso. Pero incluso eso podía sobrellevarlo, pues es un hombre fuerte, y los hombres fuertes tienen una gran resistencia. Ahora, sin embargo, el asunto es distinto. Peter y yo no tenemos vida aparte de la suya. Decir que él es uno con Novinha es metafórico; con Peter y conmigo es literal. Él es nosotros. Y su aiúa no es lo bastante grande, no es lo bastante fuerte o copioso, no puede prestar atención por igual a las tres vidas que dependen de él. Me di cuenta de eso en cuanto… ¿cómo lo llamamos? ¿Me creó? ¿Me fabricó?
—En cuanto naciste —dijo la Vieja Valentine.
—Fuiste un sueño hecho realidad —dijo Miro, con sólo un deje de ironía.
—No puede mantenernos a los tres: Ender, Peter, yo. Uno de nosotros va a tener que desvanecerse. Uno de nosotros al menos va a tener que morir. Y soy yo. Lo supe desde el principio. Yo soy la que va a morir.
Miro trató de tranquilizarla. ¿Pero cómo se tranquiliza a alguien, excepto haciéndole recordar situaciones que terminaron bien? No había situaciones similares que sacar a colación.
—El problema es que, sea cual fuere la parte del aiúa de Ender que sigo teniendo dentro de mí, está absolutamente decidido a vivir. No quiero morir. Por eso sé que aún me presta cierta atención, porque no quiero morir.
—Entonces ve a verlo —dijo la Vieja Valentine—. Habla con él.
La joven Val soltó una amarga carcajada y apartó la mirada.
—Por favor, papá, déjame vivir —dijo, remedando la voz de una niña—. Ya que no es algo que él controle conscientemente, ¿qué podría hacer al respecto, excepto sufrir la culpa? ¿Y por qué debería sentirse culpable? Si dejo de existir, es porque mi propio yo no me valora. El es yo. ¿Se sienten mal las puntas muertas de las uñas cuando te las cortas?
—Pero tú estás llamando su atención —dijo Miro.
—Esperaba que la búsqueda de mundos habitables le intrigara. Me volqué en ella, tratando de encontrarla excitante. Pero, la verdad, es algo muy rutinario. Importante, pero rutinario. Miro asintió.
—Cierto. Jane encuentra los mundos. Nosotros sólo los procesamos.
—Y ya hay suficientes mundos. Suficientes colonias. Dos docenas… los pequeninos y las reinas colmena ya no van a morir, aunque Lusitania sea destruida. El atasco no está en el número de mundos, sino en el número de naves. Así que nuestro trabajo ya no llama la atención de Ender. Mi cuerpo sabe que no es necesario.
Se cogió con la mano un gran mechón de cabellos y tiró, no con fuerza, sino suavemente, y el cabello se desprendió fácilmente. Un gran puñado de pelo, sin signo alguno de dolor. Dejó que cayera sobre la mesa. Quedó allí, como un miembro cercenado, grotesco, imposible.
—Creo que si no tengo cuidado, podría hacer lo mismo con los dedos —susurró ella—. Es más lento, pero gradualmente me convertiré en polvo igual que tu antiguo cuerpo, Miro. Porque él no está interesado en mí. Peter resuelve misterios y libra guerras políticas en algún mundo lejano. Ender lucha por conservar a la mujer que ama. Pero yo…
En ese momento, mientras el pelo arrancado revelaba la profundidad de su tristeza, su soledad, su autorrechazo, Miro se dio cuenta de algo en lo que no se había permitido pensar hasta entonces: durante las semanas que habían viajado juntos de mundo en mundo había llegado a amarla, y su infelicidad lo hería como si fuera propia. Y quizá lo era, quizás era el recuerdo de su propia autorrepulsa. Pero fuera cual fuese el motivo, seguía pareciéndole algo más profundo que la simple compasión. Era una especie de deseo. Sí, era una clase de amor. Si esta hermosa joven, esta joven sabia, inteligente y lista era rechazada por su propio corazón, entonces el corazón de Miro tendría espacio suficiente para aceptarla. Si Ender no quiere ser tú, deja que yo lo sea, gimió en silencio, sabiendo mientras formulaba el pensamiento por primera vez que sentía así sin advertirlo desde hacía días, semanas, y sabiendo al mismo tiempo que no podía ser para ella lo que era Ender.
Sin embargo, ¿haría su amor por la Joven Val lo que hacía el propio Ender? ¿Llamaría lo suficiente su atención para mantenerla viva, para reforzarla?
Miro extendió la mano y recogió el mechón de pelo, lo enroscó en sus dedos y luego se guardó los rizos en el bolsillo de la túnica.
—No quiero que te desvanezcas —dijo. Palabras atrevidas para él.
La joven Val lo miró con extrañeza.
—Pensaba que Ouanda era el gran amor de tu vida.
—Ahora es una mujer de mediana edad —dijo Miro—. Casada y feliz, con una familia. Sería triste que el gran amor de mi vida fuera una mujer que ya no existe y, aunque lo fuera, ella no me querría.
—Eres muy amable. Pero no creo que podamos engañar a Ender y hacer que se preocupe por mi vida fingiendo enamorarnos.
Sus palabras fueron una puñalada para el corazón de Miro, porque ella había visto fácilmente cuánto de lo que decía se debía a la piedad. Sin embargo, no todo era así; la mayor parte se rebullía en el subconsciente esperando su oportunidad para salir.
—No era mi intención engañar a nadie —dijo. Excepto a mí mismo, pensó. Porque la joven Val no podría amarme. Después de todo, no es una mujer de verdad. Es Ender.
Pero eso era absurdo. Su cuerpo era de mujer. ¿Y de dónde procedían las elecciones del amor, sino del cuerpo? ¿Había algo masculino y femenino en el aiúa? Antes de gobernar un cuerpo de carne y hueso, ¿era macho o hembra? Y si era así, ¿significaba eso que los aiúas que componían átomos y moléculas, rocas y estrellas y luz y viento eran claramente chicos o chicas? Tonterías. El aiúa de Ender podía ser una mujer, podía amar como una mujer tan fácilmente como ahora amaba en un cuerpo de hombre y a la manera de un hombre, a la madre del propio Miro. No era fallo de la joven Val; si lo miraba con tanta piedad, el fallo era suyo. Incluso con su cuerpo renovado, no era un hombre a quien una mujer (o al menos esta mujer, en este momento la más deseable de todas las mujeres) pudiera amar, o deseara amar, o esperara conquistar.
—No tendría que haber venido —murmuró. Se apartó de la mesa y salió de la habitación en dos zancadas. Recorrió el pasillo y una vez más se plantó ante su puerta abierta. Oyó sus voces.
—No, no vayas con él —dijo la Vieja Valentine. Luego añadió algo, más bajo. Y a continuación—: Puede que tenga un cuerpo nuevo, pero el odio que siente hacia sí mismo no se ha curado.
Un murmullo por parte de la joven Val.
—Miro hablaba desde el fondo de su corazón —le aseguró la Vieja Valentine—. Ha sido muy valiente al decirlo.
Una vez más, la Joven Val habló demasiado bajo para que Miro la oyera.
—¿Cómo puedes saberlo? —dijo la Vieja Valentine—. Lo que tienes que entender es que hicimos un largo viaje juntos, no hace mucho, y creo que se enamoró un poco de mí durante ese vuelo.
Probablemente era cierto. Era decididamente cierto. Miro tenía que admitirlo: algunos de sus sentimientos hacia la Joven Val eran realmente sus sentimientos hacia la Vieja Valentine, transferidos de una mujer que estaba permanentemente fuera de su alcance a esta joven que podía serle accesible, o al menos eso había esperado. Las dos voces hablaban ahora en un tono tan bajo que Miro ni siquiera distinguía las palabras. Pero siguió esperando, las manos apretadas contra el marco de la puerta, escuchando el sonido de aquellas dos voces tan parecidas pero tan claramente diferenciables. Era una música que había escuchado eternamente.
—Si hay alguien que se parezca a Ender en todo este universo —la Vieja Valentine subió el tono de voz—, ése es Miro. Se lisió intentando salvar a los inocentes de la destrucción. Todavía no se ha curado.
Quería que yo lo oyera, advirtió Miro. Lo ha dicho en voz alta sabiendo que yo estaba aquí, que estaba escuchando. La vieja bruja estaba atenta al sonido de mi puerta y como no la ha oído cerrarse, sabe que puedo oírlas; intenta ofrecerme un modo de verme a mí mismo. Pero no soy Ender. Apenas soy Miro, y si me dice cosas así es la prueba justa de que no sabe quién soy.
Una voz le habló al oído.
—Oh, si vas a engañarte a ti mismo cierra el pico.
Por supuesto, Jane lo había oído todo. Incluso sus pensamientos, porque, como de costumbre, reflejaba sus pensamientos conscientes con labios, lengua y dientes. Ni siquiera era capaz de pensar sin mover la boca. Con Jane conectada a su oído, se pasaba las horas de vigilia en un confesionario que nunca cerraba.
—Así que amas a la chica —dijo Jane—. ¿Por qué no? Así que tus motivos se complican por tus sentimientos hacia Ender y Valentine y a Ouanda y a ti mismo. ¿Y qué? ¿Qué amor ha sido siempre puro, qué amante ha estado jamás libre de complicaciones? Piensa en ella como en un súcubo. La amarás, y se desmoronará en tus brazos.
La burla de Jane le enfurecía y le divertía al mismo tiempo. Entró en la habitación y cerró con cuidado la puerta. Entonces, le susurró:
—Eres una vieja perra celosa, Jane. Me quieres sólo para ti.
—Estoy segura de que tienes razón. Si Ender me hubiera amado alguna vez, habría creado mi cuerpo humano cuando se sintió tan fértil allá en el Exterior. Entonces podría ser tu pareja.
—Ya tienes todo mi corazón —dijo Miro—. Enterito.
—Eres un mentiroso. Sólo soy una calculadora-agenda parlante, y lo sabes.
—Pero eres muy muy rica —dijo Miro—. Me casaré contigo por tu dinero.
—Ah. Ella se equivoca en una cosa, por cierto.
—¿En qué? —preguntó Miro, sin saber a quién se refería Jane.
—No habéis acabado de explorar mundos. Esté o no esté Ender interesado en el tema (y creo que lo está, porque ella no se ha convertido en polvo todavía), el trabajo no se termina sólo porque haya suficientes planetas habitables para salvar a los cerdis y los insectores.