Read Hijos del clan rojo Online
Authors: Elia Barceló
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico
El pensamiento le dio escalofríos. Tenía que hacer algo para encontrarla, para ayudarla, pero ¿qué?
Cuando abrió los ojos se encontraba totalmente desorientada y le dolía todo el cuerpo, como si le hubiera pasado por encima el rodillo de una máquina asfaltadora.
La luz llegaba de la derecha, lo que significaba que no estaba en su cama, ni en la de Dani, ni en casa de Clara. ¿Dani? ¿Clara?
Por un instante tuvo la sensación de que Daniel y Clara eran nombres que se había inventado, pero que no correspondían a nadie que conociera. Sin pretenderlo, se le escapó un gemido que a ella misma le sonó extraño. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado?
De pronto lo recordó todo. París. La huida desde Innsbruck. Chrystelle y
oncle
Joseph. El otro París sin la Torre Eiffel. ¡Sombra! Se sentó en la cama apretando las sábanas contra su pecho, boqueando como un pez fuera del agua.
Sombra la miraba, imperturbable, plantado a los pies de la cama. Una torre de negrura.
—¿Cuánto tiempo llevas ahí, mirándome?
—Diez horas, cuarenta y tres minutos y quince segundos.
Si era una broma, no tenía ninguna gracia. Si no lo era, era muchísimo peor. Lena echó una mirada inquieta a su alrededor, buscando inconscientemente una posible vía de escape de aquella habitación llena de flores pintadas.
—¿Estás descansada?
Asintió con la cabeza. Le dolía todo, pero no iba a mejorar quedándose allí tumbada frente a él.
—Vístete. Hay que ponerse en marcha.
—¿Adónde?
—A empezar tu aprendizaje.
El tipo aquel seguía dándole escalofríos, pero tenía que reconocer que su voz era muy agradable. Si cerraba los ojos podía imaginar que era un actor de teatro. Si cerraba los ojos podía creer que todo aquello no era más que una pesadilla de la que podría despertar.
—¿Qué tengo que aprender?
Sombra no se rió como habría hecho un humano y, sin embargo, de alguna manera se las arregló para que ella sintiera que había dicho una estupidez.
—Todo —contestó sin atisbo de ironía—. A dominarte a ti misma. A dominar la materia. Para empezar. ¡Vamos!
Lena saltó de la cama ante lo perentorio de su orden y, sólo al ponerse de pie, se dio cuenta de que no llevaba nada más que las bragas. Por puro reflejo cruzó los brazos sobre el pecho y en seguida los dejó caer de nuevo. Después de lo que Sombra le había hecho en el otro hotel, cuando buscaba la marca, y ahora que estaba tan claro que no era humano, resultaba bastante ridículo ir tapándose como una púdica damisela del siglo
XIX
.
De todas formas, no le apetecía vestirse delante de él, así que se metió en el baño, se lavó un poco y salió ya dispuesta a lo inevitable. Si por alguna razón aquel ser consideraba que era necesario que aprendiera ciertas habilidades, no tenía por qué negarse. Se le ocurrían muchas cosas bastante peores que aprender lo que fuera.
Salieron del hotel sin encontrarse con nadie y, en el último momento, Lena echó una mirada al salón por encima del hombro y le pareció que la tapicería de los sillones había cambiado de color, pero no recordaba cuál era el original y no supo si se trataba sólo de imaginaciones suyas. Era de noche y no había una alma por los alrededores. Caminaron con rapidez y en silencio hasta una boca de metro, bajaron la escalera, esperaron la llegada del tren en un andén desierto que a Lena empezó a darle miedo, porque ya no podía decidir si estaba soñando o no, si estaba en su mundo o no, y al cabo de unos minutos oyeron el fragor lejano del tren que estaba al llegar.
—Sombra sabe que lo sabes, pero es conveniente que lo hayas oído tú misma. No tiene ningún sentido que intentes escapar de Sombra. No es bueno para ti ni para nadie. Y, aunque aún no lo sepas, Sombra es necesario. Te librarás de Sombra cuando llegue el momento.
Si no fuera porque estaban solos en la estación, Lena habría pensado que el ser había hablado en aquel momento justo para que el ruido del tren cubriera sus palabras y las protegiera de oídos indiscretos, pero debía de haber sido simple casualidad.
Lena había perdido su reloj y, como tampoco tenía ya móvil, no sabía qué hora era, pero supuso que debía de ser muy temprano porque el metro funcionaba ya y la poca gente que había en el vagón no daba la sensación de volver de juerga, sino más bien de dirigirse al trabajo. Una mujer de mediana edad con la nariz enrojecida por el frío intercambió una mirada con ella y desvió la vista, igual que un chaval africano con una cola de caballo hecha de rastas. Nadie miraba a Sombra, a pesar de su terrible aspecto, como si no les llamara la atención, como si no estuviera allí.
En Opera su vagón se detuvo frente a un cartel que promocionaba una tarjeta turística —«Découvrez Paris»—, donde se veía a una pareja cenando al atardecer en una terraza con todas las luces de la ciudad a sus pies y la Torre Eiffel al fondo. Se le llenaron los ojos de lágrimas de alivio, echó la cabeza atrás y suspiró profundamente. Fuera el que fuese aquel lugar en el que había estado, ya habían vuelto al mundo de siempre. Sólo por eso merecía la pena dejar todos los pensamientos negros y permitirse un momento de felicidad. Estaba en casa. O al menos parecía que lo estaba.
Cambiaron de línea en dos ocasiones y poco a poco Lena empezó a estar segura de que se dirigían al aeropuerto, pero como Sombra no había creído necesario contestarle cuando le preguntó adónde iban, decidió seguir callada y ver qué pasaba.
Efectivamente, bajaron en la Terminal 2 del aeropuerto Charles de Gaulle, y en ese momento ella se dio cuenta de que él llevaba su mochila. ¡No había perdido todo lo que su madre había guardado para ella!
—Toma. Llévala tú. Necesitarás un pasaporte.
Lena tragó saliva. Si necesitaba pasaporte era que pensaba llevarla lejos, fuera de Europa. Recordó que tenía tres diferentes para elegir.
—¿Cuál?
—El que quieras.
No podía sacar tres pasaportes allí, en medio de toda la gente que los rodeaba y enseñárselos a Sombra, así que metió la mano al azar y sacó el español, a nombre de Alba Blanco Sandoval. El único problema era que en la foto llevaba el cabello largo y liso, hasta los hombros, mientras que ahora todo su pelo estaba en el suelo de una habitación de hotel en Montparnasse.
—¿Qué hacemos? —le susurró—. No me parezco en nada.
Sombra miró la foto sin cambiar de expresión, la miró a ella y le puso las manos en la cabeza, por encima de las orejas durante medio segundo.
—Ya puedes quitarte el gorro. Vamos. Tenemos poco tiempo.
Lena no habría podido decir por qué, pero le daba pánico quitarse el gorro y ver qué le había hecho Sombra, pero ya estaban en el control de seguridad y había que dejarlo todo en las bandejas de plástico.
Se quitó el anorak y, con miedo de sí misma, muy despacio, como si en lugar de un gorro de lana se estuviera quitando un esparadrapo pegado a una herida reciente, se quitó también el gorro. En el mismo momento de hacerlo, notó cómo una abundante melena se derramaba por su cuello y sus hombros. Se volvió, estupefacta, para mirar a Sombra, pero no estaba a su lado, ni por los alrededores. Había vuelto a desaparecer.
Tan pronto como pasó el control se metió en el lavabo de señoras y fue directamente a un espejo. Desde el cristal le devolvía la mirada una chica que era ella, pero no del todo: las huellas del maltrato habían desaparecido, tenía la piel más tersa y con mejor color que nunca en su vida, los ojos le brillaban como en los momentos de mayor felicidad, y el cabello, que de alguna manera le había conseguido Sombra, era mucho más denso y fuerte que el suyo natural, y eso que todas las amigas le habían envidiado siempre la melena.
Se echó agua en la cara, mareada. ¿Qué clase de ser era aquel Sombra? ¿Qué quería de ella? Le había dicho que no tenía ningún sentido tratar de escapar de él, pero si ahora en el aeropuerto, entre tanta gente y con tanta policía, no lo intentaba, no tendría mejor oportunidad. Tenía que probar, al menos, la posibilidad de mandar un mensaje a su padre y a Dani, para que supieran lo que le estaba pasando, para que Dani supiera que no lo había traicionado, sino que no estaba en su mano hacer lo que le había prometido y reunirse con él en Viena.
Si al salir del lavabo no estaba Sombra esperándola en la puerta, intentaría desaparecer, a pesar de que ni siquiera estaba segura de haber vuelto a su realidad, al mundo en el que siempre había vivido.
No le dio tiempo casi ni a formular el pensamiento. Toda la melena se arremolinó en su cara, como si soplara un fuerte viento desde detrás y el pelo se le puso rígido en dirección a la puerta, como si una mano invisible la arrastrara por los cabellos hacia la salida.
«Ya voy, Sombra —se dijo para sí misma—, sólo ha sido un pensamiento.» El cabello volvió a recuperar su forma normal. Abrió la puerta y allí estaba él, con la misma expresión indescifrable, esperando.
—Parece que una de tus habilidades es leerle el pensamiento a la gente —comentó Lena, echándose la mochila al hombro.
—El tuyo sí. Y cualquiera que sea necesario para protegerte.
—¿Ah? Ahora resulta que, después de lo que me has hecho, eres mi protector.
—Así es. Entre otras cosas.
—¿Me vas a decir adónde vamos?
—A Rabat.
Le sorprendió que se lo dijera y también el destino que acababa de nombrar. ¿Marruecos? La capital de Argelia era Argel, y en Túnez había estado de vacaciones con sus padres y sabía que no había ninguna ciudad con ese nombre. Tenía que ser Marruecos. ¿Por qué narices iban a África del Norte?
—¿Para qué vamos allí? —Ya que había empezado a contestar preguntas, quizá se tratara de hacer las correctas, y no se perdía nada por probar.
—Es un buen lugar para que aprendas.
Estaban a punto de pasar el control de la tarjeta de embarque y Lena estaba empezando a ponerse nerviosa con su pasaporte falso, pero quizá fuera lo mejor que podía pasarle. Quizá si notaban que no era un documento legal, la detendrían, Sombra se evaporaría y ella quedaría libre después de que la policía se hubiera asegurado de que no era ninguna criminal. Llamarían a su padre y entonces… la azafata miró su pasaporte, la miró a ella y le deseó buen vuelo.
Llevaba más de un año distanciada de su padre, sin embargo ahora daría cualquier cosa por estar con él, por volver a sentir su firmeza, la seguridad que emanaba de él, su mano apoyada en el hombro, como siempre que hacían cola en alguna parte. El tío Joseph y Chrystelle lo habían conocido de joven, cuando se enamoró de Bianca, cuando se casaron y la tuvieron a ella, cuando aún era un muchacho alegre y despreocupado, no el hombre serio y frío en el que se había ido convirtiendo con el tiempo.
La imagen mental de un Max Wassermann joven y sonriente empezó a oscilar en su mente, como cuando se agita el agua quieta de un estanque y todos los reflejos que antes formaban el dibujo del paisaje se convierten de nuevo en destellos de color que no significan nada. La negrura de Sombra había entrado en su mente y reclamaba su atención mientras su cuerpo seguía sentado en el asiento del avión, con el cinturón puesto.
Escucha, Lena
, oyó en su interior.
No hables, no cambies de expresión, no hagas nada que pueda delatar que oyes a Sombra. Para los de fuera, te acabas de quedar dormida. ¿Comprendes
?
Pasado el primer sobresalto al sentir la voz de Sombra dentro de su cabeza, Lena puso todo su empeño en formar un «sí».
Bien. Sombra te recibe. Empezamos. Escucha con atención. Sombra va a mostrarte algo
.
En su mente apareció de repente la imagen de un lago entre montañas. Era un lago grande, casi circular, que reflejaba como un espejo las altas cumbres que lo rodeaban, la nieve de sus cimas y los árboles de sus laderas, esplendorosos en todos los colores del otoño.
Como si estuviera en una plataforma giratoria, su punto de vista fue deslizándose hasta ir viendo el lago desde todos sus lados: tres cubiertos de bosques que llegaban hasta la orilla y otro donde una escarpadura rocosa casi blanca se hundía en las aguas quietas. En el centro del lago, sobre una pequeña plataforma techada ardía un buen fuego, cuyo humo escapaba casi vertical por un agujero abierto en la techumbre de la plataforma. De los aleros colgaban campanillas y cintas de colores que vibraban y se removían con la suave brisa.
¿
Ves
?
Veo
.
Acércate al fuego
.
¿
Cómo
?
Igual que lo haces en sueños. Desea acercarte
.
Lena empezó a mirar bien la orilla en la que se encontraba, buscando algo que pudiera llevarla hasta el centro del lago.
¿
Por qué buscas una herramienta? No te he pedido que
viajes
hasta allí. Basta con que
estés
allí
.
Sí, ya, pero tengo que ir, ¿no
?
No. Tienes que estar
.
No te entiendo
.
Sí entiendes, pero piensas que es imposible. No recorras el camino, no pienses qué vas a hacer para cruzar el agua. Ignora el agua. Desea estar junto al fuego. Fija en él tu mirada y piensa que cada vez está un poco más cerca, si eso te ayuda
.
Lena empezó a intentar hacer lo que Sombra le pedía. Cualquiera que la hubiera mirado en ese momento se habría dado cuenta de que su rostro tenía una expresión casi dolorosa de concentración y esfuerzo, y en su entrecejo se marcaba una profunda arruga.
La imagen parecía dar saltos, como una película mal sincronizada. A veces le daba la sensación de que estaba a punto de conseguirlo y luego el fuego volvía a estar en el centro del lago y ella en la orilla.
No puedo
.
Sí que puedes. Sigue intentándolo
.
Lena miraba la plataforma en el centro del lago como hipnotizada. ¿Y si intentara nadar hasta allí? No estaba tan lejos, podía conseguirlo. Pero el agua estaría helada. Además, Sombra le había dicho que no se trataba de ir hasta allí sino de estar allí.
Pero ¿cómo iba a estar de pronto allí? Eso sería como lo de
Star Trek
, lo de
«Beam me up, Scotty»
; sería teleportación, y eso era sencillamente imposible para un humano.
No lo pienses. Hazlo
.
Se quedó mirando fijamente la hoguera, deseando estar junto a las llamas, sintiendo su calor, su olor a humo y a madera quemada, viendo los colores cambiantes del fuego. Se concentró en el fuego y se le ocurrió fingir que estaba viéndolo a través del visor de una cámara. Ahora podría conectar el zoom y, ya que ella no parecía ser capaz de ir hasta la hoguera, podía intentar que la hoguera se acercara a ella. Quizá no fuera lo mismo pero era una forma de empezar.