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Authors: David Simon

Homicidio (31 page)

BOOK: Homicidio
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Tres días después de su interrogatorio, llevaron a Yolanda Marks a unas barracas cercanas de la Policía Estatal de Maryland, donde un experto en polígrafos y detección de mentiras determinó que su declaración era cierta. Ese mismo día, el testigo de dieciséis años que había implicado a Anthony Owens como el que había disparado también fue a las mismas instalaciones, pero, justo antes de someterse al test, el chico se echó atrás y admitió que no presenció el tiroteo y que sólo repitió lo que se decía en la calle. Quería irse pero aún así lo sometieron al polígrafo. El experto concluyó que el adolescente no mentía, que, al retractarse, decía la verdad. Cuando los inspectores interrogaron a su hermana de trece años, la niña admitió que mintió, que fue a la unidad y contó su historia porque tenía miedo de que acusaran y detuvieran a su hermano.

El caso está cerrado.

McLarney sabe que el operativo destinado al caso Cassidy aún tiene semanas de trabajo por delante antes de poder presentarlo a juicio. Para empezar, acusaron a un inocente, y ahora habrá que establecer esa inocencia fuera de toda duda o el abogado de la defensa lo utilizará para destrozarlos. Y además, el caso estaría definitivamente blindado si los investigadores encontraran la pistola o cualquier otra prueba que relacionara a Frazier con el crimen. Pero en lo esencial, está cerrado.

La noche en que Yolanda se somete al polígrafo, McLarney disfruta de una suerte de celebración privada cuando regresa al Kavanaugh's, bar de policías más concurrido de la ciudad, con predominancia de irlandeses. Está instalado al fondo del local. Se apoya contra la barra de madera, entre la máquina tragaperras y la caja de donaciones para el Centro San Francisco. Es una noche floja, entre semana, y sólo hay un puñado de inspectores, unos pocos agentes del distrito Central y de la zona sur, y un par de tipos de las unidades tácticas. Corey Belt se pasa por ahí, pero sólo se queda un rato después de beber un par de refrescos McLarney se pregunta en voz alta dónde ha ido a parar el orgulloso Distrito Oeste cuando sus mejores hombres ya ni siquiera beben cerveza. McAllister también ha venido y se queda, eructando hasta la borrachera, en el taburete al lado de McLarney. Esto confiere un carácter especial a la ocasión, porque Mac ya no suele salir tan a menudo, no desde que él y Sue se mudaron a una casa nueva, en la zona residencial norte del condado de Baltimore. Para desesperación de McLarney, su viejo compañero del distrito Central ha adoptado en los últimos años unas costumbres más sensatas y suburbanas.

Sin embargo, esta noche de febrero, el universo de McLarney se ha visto bendecido por una victoria rara y preciosa, y ahora que la hermandad policial vuelve a reafirmarse, en la mente de McLarney, la llegada de McAllister al Kavanaugh's es un acto de afortunado azar. El viejo y bueno Mac. Las calles de Baltimore han sido testigos de un milagro, y Mac, un peregrino honesto, habrá cruzado incontables y peligrosas leguas para rendir homenaje aquí y ahora, en el verdadero altar de los
sheriffs
celtas. McLarney se baja tambaleante del taburete para encajar su grueso brazo en el hombro de su antiguo compañero.

—Mac —dice McLarney.

—T.P.

—Mac —repite McLarney.

—Sí, T.P.

—Mi compañero.

—Tu compañero.

—Mi leal compañero.

McAllister asiente, preguntándose cuánto tiempo puede durar el intercambio.

—¿Sabes que cuando trabajábamos juntos me enseñaste mucho?

—¿Ah, sí?

—Sí, me enseñaste un montón de cosas.

—¿Cómo qué, T.P.?

—Ya sabes, de todo.

—Ah, vale —dice McAllister, riéndose. Nada resulta tan patéticamente divertido como un policía que trata de acercarse emocionalmente a otro. Las conversaciones se transforman en murmullos difusos. Los halagos se convierten en insultos. Las palabras que quieren ser de verdadero afecto se pervierten cómicamente.

—De verdad, me enseñaste mucho —insiste McLarney—. Pero te respetaba por otra cosa.

—¿Por qué, Terry?

—Por qué cuando llegó el momento de joderme, lo hiciste con mucha delicadeza —dice McLarney completamente serio.

—Pues claro que sí —dice McAllister sin dudar un segundo.

—Podrías haberme doblado encima del capó del coche y quedarte tan a gusto, pero fuiste muy delicado y paciente conmigo. Muy paciente.

—Bueno, sabía que era tu primera vez —dice McAllister— y quería que fuera especial.

—Y lo fue, Mac.

—Me alegro.

La hermandad lo entiende, la tribu capta lo que no se ha dicho. Y cuando los dos inspectores finalmente estallan en carcajadas y dejan a un lado su pretendida seriedad, todo el bar se ríe con ellos. Luego se beben el último sorbo de sus latas y discuten brevemente sobre quién pagará la siguiente ronda, y cada uno saca su cartera y le dice al otro que se vaya con su dinero a otra parte.

Como debe ser entre viejos compañeros.

JUEVES 18 DE FEBRERO

El día que marca dos semanas de investigación en el caso Latonya Wallace, Jay Landsman logra escaparse de la oficina a última hora de la tarde. Conduce hacia el oeste del condado, donde su esposa y sus cinco hijos empiezan a olvidarse del aspecto que tiene su marido y su padre, respectivamente.

Landsman se sabe la ruta de memoria, y por el camino su mente divaga. En la soledad del interior del coche, trata de abstraerse de los detalles del caso y contemplar el rompecabezas completo. Piensa en el terreno de Reservoir Hill, en el callejón detrás de la avenida Newington, en la localización del cuerpo. Piensa en lo que están pasando por alto.

El inspector jefe no pudo aportar ningún argumento convincente en contra de la lógica de la teoría del tejado de Edgerton, que según este explicaría el lugar donde estaba el cuerpo de la niña. Para empezar, había unas dos docenas de personas viviendo en ese tugurio. Incluso si un asesino de niños lograse atraer a Latonya al interior de la casa, matarla y conservar su cuerpo en su habitación durante un periodo más que prolongado de tiempo, ¿cómo habría evitado que alguno de los otros dieciocho ocupantes del edificio se enterasen? Landsman estaba convencido de que se trataba de la obra de un hombre solo, pero lo cierto es que en el número 702 de la avenida Newington parecía que se estuviera celebrando una convención de zarrapastrosos y delincuentes de Baltimore. A Landsman no le sorprendió que los informes del laboratorio sobre las prendas y las sábanas que consiguieron en el registro volvieran con positivo por presencia de sangre, pero negativo en cuanto al tipo de sangre de la víctima. Tampoco ninguna de las huellas obtenidas en la casa encaja con las de la niña.

El resultado del registro del número 702 de la avenida Newington hizo que tanto Landsman como Tom Pellegrini desearan haberle dedicado más tiempo a la tienda y el apartamento del Pescadero. Se dieron demasiada prisa en las casas de la calle Whitelock —como todo lo que ha pasado en este caso—, y eso le sienta especialmente mal a Pellegrini, que está preocupado por las pistas que pueden haber pasado por alto. La teoría de Edgerton parecía tan sólida y creíble, y, teniendo en cuenta el informe de abusos infantiles del 702 en Newington, Pellegrini se convenció. Ahora que el registro ha pinchado en hueso, vuelve con Landsman a lo del dueño de la tienda.

Su interés en el Pescadero ha aumentado desde los registros, no sólo a causa del fiasco de la avenida Newington, sino también a causa del perfil del asesino de Latonya Wallace que ha preparado el Centro Nacional para el Análisis de Crímenes Violentos, la unidad de análisis psicológico del FBI. El día después de los registros, Rich Garvey y Bob Bowman fueron a la academia del FBI en Quantico, Virginia, donde informaron de todos los detalles de la escena del crimen y del resultado de la autopsia a un grupo de agentes federales entrenados para elaborar perfiles psicológicos.

La caracterización que preparó el FBI del probable sospechoso era notablemente detallada. Se trataría, en principio, de «un individuo de costumbres nocturnas, que se siente cómodo de noche […]. El atacante es un conocido de los niños y jóvenes del barrio, y le considerarán un Poco raro pero amable con los crios. Es posible que los investigadores ya hayan entrevistado al atacante, o que haya participado en las Pesquisas de alguna forma […]. En la mayoría de los casos, el presunto sospechoso sigue atentamente los reportajes que se publican o emiten sobre el caso, y se esforzará por establecer su coartada. El atacante, que Probablemente haya estado mezclado en crímenes similares con anterioridad, no demostrará ningún remordimiento por haber matado a la víctima, pero estará preocupado ante la posibilidad de que le descubran y le detengan».

El informe seguía diciendo que «los asaltantes de este tipo son difíciles de interrogar, y, a medida que pasa el tiempo, los hechos se alteran en la mente del individuo, difuminándose hasta el punto de que logra distanciarse del crimen. Es posible que el asesino matara a la víctima al poco tiempo de entrar en contacto con ella […]. Tal vez esta no reaccionó como el atacante esperaba, y sus dificultades a la hora de controlarla desembocaron en la muerte de la víctima. Posiblemente, al principio, esta se sintiera tranquila o a salvo con el atacante, y se fuera voluntariamente con él hasta algún edificio o residencia cercana».

El perfil sigue describiendo a un probable atacante de unos cincuenta años de edad, soltero y con un historial problemático en cuanto a relaciones con las mujeres: «Es probable que el atacante mantuviera encuentros con chicas jóvenes en el mismo barrio. Creemos que la muerte de Latonya Wallace no se trata del asesinato de un extraño».

En opinión de Landsman y Pellegrini, el perfil del FBI encaja como un guante con el Pescadero. Pero sin ningún tipo de pruebas, su única opción es martillear al viejo durante un largo interrogatorio con la esperanza de que aflore algún detalle nuevo. Por ese motivo, Edgerton y Pellegrini se han quedado en la oficina mientras Landsman vuelve a su casa: planean trabajar hasta tarde, preparando una segunda confrontación con el Pescadero, que está prevista para el fin de semana.

Pero Landsman tampoco es tan optimista acerca de ese interrogatorio. Los informes del FBI también dejan claro que es muy difícil arrancar una confesión a un presunto culpable de delitos sexuales violentos. No hay ninguna oferta ni pacto que ofrecerle, nada que pueda mitigar la pena de un asesinato con abusos sexuales. Además, el crimen lleva la genuina huella de un sociópata: ausencia de remordimiento que probablemente va pareja con un mecanismo de racionalización de sus actos en la mente del propio individuo. Y hay que tener presente que el Pescadero ya ha sido interrogado, y que no lo han detenido. Un segundo intento le intimidará menos. También queda el pequeño detalle de que aún no tienen una escena del crimen propiamente dicha, ni pruebas físicas que le relacionen con el crimen. Todo lo que tienen los inspectores son rumores, sospechas, y ahora un perfil psicológico. Pero no hay más datos, y nada que oponer a la historia que les contó el Pescadero: no tienen elementos con los que trabajar a fondo un interrogatorio en condiciones.

Es un caso hijo de puta, y Landsman vuelve a preguntarse: ¿qué se les está pasando por alto? Maniobra por el tráfico nocturno de Liberty Road, mientras revisa las dos semanas de investigaciones que llevan apuestas. Cada día, desde el 4 de febrero, los inspectores se han plantado en Reservoir Hill para interrogar a los vecinos, comprobar los garajes de la zona y las casas vacías en un radio cada vez más amplio que parte de la avenida Newington. Con el consentimiento de sus ocúpanos los inspectores habían realizado registros visuales de todas y cada una de las casas adosadas del lado norte de Newington, así como de muchas propiedades en el lado de Callow y de la avenida Park del bloque. Habían cotejado coartadas y lugares de residencia de todos los sospechosos identificados en el primer barrido de la zona.

El laboratorio aún estaba analizando la ropa y las pertenencias de la niña en busca de pruebas, pero, exceptuando las manchas negras de sus pantalones, no había nada especialmente prometedor. La mochila azul y su contenido estaba en manos del laboratorio especializado del FBI, a unos cincuenta y seis kilómetros, en Rockville, Maryland, donde la sometían a un proceso de identificación de huellas digitales por láser; en los libros había algunas. Esas huellas estaban ahora en los informes que había en el quinto piso de la central, que la búsqueda automatizada de un ordenador estaba repasando, con el fin de encontrar semejanzas entre estas y las huellas de las fichas de los delincuentes o personas con historiales en la base de datos de la policía.

A Edgerton se le ocurrió que la niña igual había dejado algo más que un pendiente en la escena del crimen, así que llamó a la biblioteca para que le dieran la lista de todos los libros que sacó la tarde del martes. El responsable del sistema le explicó que no podía divulgar esos datos, sin violar la privacidad del prestatario. Edgerton tuvo que llamar al alcalde en persona; Hizzoner facilitó que los bibliotecarios en cuestión cambiaran de opinión. Mientras, Pellegrini se había remontado a más de una década atrás en busca de viejos expedientes de homicidios, de algún caso sin resolver o de la desaparición de niñas o jóvenes, landsman había llamado a la unidad de delitos sexuales para que le pasaran informes recientes de la zona de Reservoir Hill. Luego, con permiso de la familia, Pellegrini había examinado el dormitorio de la niña, había leído su diario rosa y azul, incluso había llevado a revelar el carrete de su cámara Polaroid, en busca de un sospechoso. Y todos los inspectores y agentes destinados al caso se pasaron horas al teléfono, comprobando las llamadas telefónicas que ofrecían información sobre el caso y que, generalmente, solían brotar como champiñones después de que se emitiera en televisión alguna noticia o reportaje sobre el crimen.

—Tengo al asesino de Latonya Wallace en mi casa.

—La familia está mezclada en el tráfico de drogas. A la niña la mataron como una advertencia.

—Mi novio la mató.

Cuando una mujer de noventa y dos años y vista más bien borrosa afirmó haber visto a una niña con gabardina roja entrar en la iglesia de la avenida Park la tarde del 2 de febrero, Pellegrini organizó una visita al templo y una entrevista con el pastor, como marcaba el protocolo Cuando un agente le preguntó acerca de lo que quería del cura, Pellegrini se limitó a encogerse de hombros y le ofreció una réplica digna de Landsman:

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