Humo y espejos (17 page)

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Authors: Neil Gaiman

Tags: #Relato, Fantástico

BOOK: Humo y espejos
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Aun así, la esperanza de vida en Occidente está aumentando.

La razón por la cual algunos librecargadores —consumidores de Recarga por diversión— parece que envejecen con normalidad, mientras que otros no dan señales de envejecer en absoluto es algo que tiene intrigados a los científicos. Algunos afirman que el segundo grupo en realidad está envejeciendo a nivel celular. Otros sostienen que es demasiado pronto para percibirlo y que nadie sabe nada con certeza.

Recargarse no invierte el proceso de envejecimiento; no obstante, hay pruebas de que, en algunas personas, puede detenerlo. Muchos miembros de la generación mayor, que hasta ahora se han resistido a recargarse por placer, empiezan a tomarlo a menudo, recargándose, tanto si tienen una condición médica que lo justifica como si no.

XI.

El dinero suelto ahora se conoce como
calderilla
o, en ocasiones,
metálico
.

Al proceso de hacer diferente o de alterar suele llamársele
variar
.

XII.

Rajit se está muriendo de cáncer de próstata en su apartamento de Río. Tiene poco más de noventa años. Nunca ha tomado Recarga; ahora la idea le aterroriza. El cáncer se le ha extendido hasta los huesos de la pelvis y a los testículos.

Toca el timbre. Sigue una espera corta para que el enfermero apague la telenovela de cada día y deje la taza de café. Al final, el enfermero entra.

—Llévame fuera, al aire libre —le dice, con voz ronca. Al principio el enfermero finge no entenderle. Rajit lo repite, en su portugués rudimentario. El enfermero dice que no con la cabeza.

Consigue levantarse de la cama —una figura consumida, tan encorvado que casi es jorobado y tan débil que da la sensación de que una tormenta se lo llevaría volando—, y empieza a andar hacia la puerta del apartamento.

Su enfermero intenta, y no lo consigue, disuadirle. Entonces, le acompaña hasta el pasillo y le sostiene el brazo mientras esperan el ascensor. Rajit lleva dos años sin salir del apartamento; ni siquiera salía antes del cáncer. Está casi ciego.

El enfermero le acompaña hasta el sol abrasador, al otro lado de la calle y abajo, a la arena de Copacabana.

La gente que está en la playa se queda mirando al anciano, calvo y podrido, con un pijama antiguo, que mira a su alrededor con ojos sin color que antes fueron marrones a través de gafas de montura oscura con cristales de culo de vaso.

Él les devuelve la mirada.

Son dorados y hermosos. Algunos duermen sobre la arena. La mayoría están desnudos o llevan el tipo de atuendo de baño que realza su desnudez y la hace destacar.

Rajit les conoce, entonces.

Más tarde, mucho más tarde, hicieron otra película biográfica. En la secuencia final el anciano se cae de rodillas en la playa, como hizo en la vida real, y un hilo de sangre le sale de la bragueta abierta del pantalón del pijama, empapando el algodón desteñido y dejando un charco oscuro en la arena blanda. Los mira a todos, observándoles de uno a otro sobrecogido, como un hombre que al final ha aprendido a mirar el sol.

Dijo sólo una palabra cuando murió, rodeado de la gente dorada, que no eran hombres, que no eran mujeres.

Dijo, «Ángeles».

Entonces la gente que estaba viendo la película biográfica, tan dorados, tan hermosos, tan
cambiados
como la gente de la playa, supo que todo había acabado.

Y, en algún sentido que Rajit habría comprendido, así era.

L
A HIJA DE LOS BÚHOS

De
The Remaines of Gentilisme & Judaisme
[8]
de John Aubrey, R.S.S. (1686-87), (págs. 262-263).

E
sta historia me la explicó mi amigo el Sr. Don Edmund Wyld, a quien se la explicó el Sr. Farringdon, que dijo que ya era antigua en su época. En el Pueblo de Dymton un niña recién nacida fue abandonada una noche en las escaleras de la Iglesia, donde el Sacristán la encontró a la mañana siguiente. La niña tenía en la mano una cosa curiosa,
a saber
: l
a
bolita de excremento de un Búho, que al desmenuzarla mostraba la composición de costumbre de la bolita de excremento de un Autillo, es decir: piel y dientes y huesos pequeños.

Las ancianas del Pueblo dijeron lo siguiente: que la niña era hija de Búhos y que debería morir abrasada, porque no había nacido de mujer. No obstante. Cabezas de familia y Ancianos más sabios prevalecieron y llevaron al bebé al Convento (ya que esto ocurría poco después de la época Papista y el Convento había quedado vacío, porque la gente del Pueblo pensaba que era un lugar de Demonios y cosas por el estilo, además de que Autillos y Lechuzas y muchos murciélagos se habían instalado en la torre) y ahí la dejaron y una de las ancianas del Pueblo iba cada día al Convento y daba de comer al bebé &c.

Se pronosticó que e
l
bebé moriría, cosa q
ue
no hizo: sino que creció año tras año hasta ser una doncella de xiiii veranos. Era la cosa más bonita que se había visto jamás, una muchacha excelente, que pasaba sus días y noches tras altos muros de piedra sin nadie a quien ver, excepto a una mujer del Pueblo que venía cada mañana. Un día de mercado la buena mujer habló demasiado alto sobre la hermosura de la chica & también dijo que no sabía hablar porque nunca había aprendido la manera de hacerlo.

Los hombres de Dymton, los ancianos y los jóvenes, hablaron entre ellos y dijeron: si la visitásemos, ¿quién se enteraría? (Entendiendo por
visitar
que pretendían violarla.)

Éste es el rumor que se hizo correr: que todos l
os
hombres irían de caza formando una cofradía, cuando la Luna estuviera llena: la noche q
ue
lo estuvo, de uno en uno, salieron sigilosamente de sus casas y se encontraron frente al Convento & el Alguacil de Dymton abrió la puerta & entraron de uno en uno. La encontraron escondida en el sótano, asustada por e
l
ruido.

La doncella era incluso más bonita de lo que les habían dicho: tenía el pelo rojo, lo q
ue
era poco frecuente, & no llevaba más que un vestido blanco &, cuando les vio, tuvo mucho miedo porque nunca había visto a un Hombre, sólo a la mujer que le traía sus vituallas: & se quedó mirándoles con ojos enormes & lanzó grititos, como si les estuviera implorando que no le hiciesen daño.

Los habitantes del Pueblo se limitaron a reírse ya que tenían malas intenciones & eran hombres malvados y crueles: & se abalanzaron sobre ella a la luz de la luna.

Entonces la chica empezó a chillar & a llorar, pero eso no les apartó de su propósito. & la ventana grande se oscureció & algo impidió el paso de la luz de la luna: & se oyó el sonido de alas poderosas; pero los hombres no se dieron cuenta porque estaban concentrados en su violación.

La gente de Dymton que estaba en la cama esa noche soñó con ululatos & gritos y aullidos: & con aves grandes: & soñó que se había convertido en ratoncitos & ratas.

Al día siguiente, cuando el sol estaba alto, las buenas mujeres del Pueblo recorrieron Dymton removiendo Cielo & Tierra para encontrar a sus Maridos & a sus Hijos; &, al llegar al Convento, encontraron, en las piedras del Sótano, las bolitas de excremento de búhos: & en l
as
bolitas descubrieron pelo & hebillas & monedas & huesecitos: & también bastante paja en el suelo.

Así que nunca se volvió a ver a ninguno de los hombres de Dymton. Sin embargo, durante algunos años a partir de entonces, hubo quien dijo haber visto a l
a
Doncella en Lugares prominentes, como los Robles más altos & torres, &c.; algo que siempre ocurría al anochecer y por la noche & nadie se atrevía a jurar con seguridad si era ella o no.

(Era una figura blanca: pero el S
r
E. Wyld no recordaba bien si la gente dijo si iba vestida o desnuda.)

La verdad no la sé, pero es un relato alegre & uno q
ue
escribo aquí.

L
A VIEJA PECULIAR DE
S
HOGGOTH

B
enjamin Lassiter estaba llegando a la conclusión inevitable de que la mujer que había escrito
Un viaje a pie por la costa británica
, el libro que llevaba en la mochila, nunca había hecho ningún viaje a pie de ningún tipo y, probablemente, no reconocería la costa británica aunque ésta bailase por su dormitorio a la cabeza de una banda militar, cantando «Soy la costa británica» en voz alta y alegre y acompañándose con el kazoo.

Ya llevaba cinco días siguiendo sus consejos y le habían reportado muy poco, a excepción de ampollas y dolor de espalda.
Todos los centros turísticos costeros británicos contienen varias pensiones, que estarán encantadas de alojarle «fuera de temporada»
, era uno de esos consejos. Ben lo había tachado y había escrito al margen junto a la frase:
Todos los centros turísticos costeros británicos contienen un puñado de pensiones, cuyos dueños se largan a España o a Provenza o a algún sitio el último día de septiembre y cierran las puertas tras ellos al irse.

Había añadido otras cuantas notas marginales, como
No, repito, bajo ninguna circunstancia, no pedir huevos fritos otra vez en ninguna cafetería junto a la carretera
y
¿Qué es eso del fish and chips
[9]
?
y
No, no lo están
. La última estaba escrita junto a un párrafo que aseguraba que si había algo que los habitantes de los pintorescos pueblos de la costa británica estaban encantados de ver era a un joven turista americano haciendo un viaje a pie.

Durante cinco días horrorosos, Ben había caminado de pueblo en pueblo, había bebido té dulce y café instantáneo en restaurantes y cafeterías donde se había quedado mirando por la ventana las vistas rocosas y grises y el mar de color pizarra, había tiritado bajo sus dos jerséis gruesos, se había mojado y no había visto ninguno de los lugares de interés que le habían prometido.

Sentado en la parada de autobús donde había desenrollado el saco de dormir una noche, había empezado a traducir las palabras descriptivas clave: decidió que
encantador
significaba
sin nada de particular
;
pintoresco
significaba
feo pero con una vista bonita si algún día deja de llover
,
delicioso
probablemente significaba
Nunca hemos estado aquí y no conocemos a nadie que lo haya hecho
. También había llegado a la conclusión de que cuanto más exótico era el nombre del pueblo, más aburrido resultaba.

Así es como Ben Lassiter llegó, al quinto día, en alguna parte al norte de Bootle, al pueblo de Innsmouth, que en su guía no estaba considerado ni como
encantador
ni
pintoresco
ni
delicioso
. No había descripciones del muelle oxidado ni de los montones de nasas que se estaban pudriendo en la playa de guijarros.

En el paseo marítimo había tres pensiones, una junto a la otra: Vista marina, Mon Repose y Shub Niggurath, todas con un rótulo de neón apagado de HAY HABITACIONES en la ventana del salón de delante, todas con un letrero de CERRADO DURANTE LA TEMPORADA clavado con chinchetas en la puerta de la calle.

No había ninguna cafetería abierta en el paseo marítimo. La única tienda de
fish and chips
tenía puesto un letrero de CERRADO. Ben esperó fuera a que abrieran mientras se iba la luz gris de la tarde y empezaba a anochecer. Por fin, una mujercita con cierta cara de rana vino por la calle y abrió la puerta de la tienda. Ben le preguntó cuándo abrirían al público y ella le miró perpleja y dijo, «Es lunes, querido. Nunca abrimos los lunes». Después entró en la tienda de
fish and chips
y cerró la puerta tras ella, dejando a Ben frío y hambriento en la puerta.

Ben había crecido en un pueblo seco en el norte de Texas: la única agua estaba en las piscinas de los jardines traseros y la única forma de viajar era en una camioneta con aire acondicionado. Así que la idea de andar, junto al mar, en un país donde hablaban inglés, si a eso se le podía llamar inglés, le había atraído. El pueblo natal de Ben era doblemente seco: en él se enorgullecían de haber prohibido el alcohol treinta años antes de que el resto de América se subiera al carro de la Prohibición, y de no haberse vuelto a bajar jamás; por lo tanto, todo lo que Ben sabía de los pubs era que se trataba de lugares pecaminosos, como los bares, pero con nombres más monos. Sin embargo, la autora de
Un viaje a pie por la costa británica
había sugerido que los pubs eran un buen sitio para encontrar color e información locales, que uno siempre debía «invitar a una ronda» y que algunos de ellos servían comida.

El pub de Innsmouth se llamaba
El libro de los nombres muertos
y el letrero que había en la puerta informó a Ben de que el dueño era un tal
A. Al-Hazred
, con licencia para vender vinos y licores. Ben se preguntó si eso significaba que servirían comida india, que había probado al llegar a Bootle y que le había gustado bastante. Se detuvo frente a los letreros que le dirigían al
Bar público
o al
Bar salón
y se preguntó si los bares públicos británicos eran privados como sus colegios públicos
[10]
y, al final, porque sonaba más como algo que uno se encontraría en una película del Oeste, entró en el bar salón.

El bar salón estaba casi vacío. Olía a cerveza derramada la semana anterior y a humo de cigarrillo de hacía dos días. Detrás de la barra había una mujer rellenita con pelo rubio de frasco. Sentados en un rincón había un par de caballeros que llevaban bufandas y gabardinas largas y grises. Estaban jugando al dominó y bebiendo a sorbos de unas jarras de cristal con hoyuelos unas bebidas con pinta de cerveza de color marrón oscuro y con un dedo de espuma.

Ben se dirigió a la barra.

—¿Aquí sirven comida?

La camarera se rascó la nariz un momento, y luego admitió, de mala gana, que probablemente podría hacerle uno de labrador.

Ben no tenía ni idea de lo que eso significaba y, por centésima vez, deseó que
Un viaje a pie por la costa británica
tuviera un manual de conversación americano-inglés al final de la guía.

—¿Eso es comida? —preguntó.

Ella asintió con la cabeza.

—Vale. Me tomaré uno.

—¿Y para beber?

—Coca-cola, por favor.

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