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Authors: Dan Simmons

Ilión (91 page)

BOOK: Ilión
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No había ni rastro de Calibán en la torre. Daeman trazó una amplia curva, atravesó el panel de salida de la torre como si fuera el ojo de una aguja y salió al espacio desde la terraza exterior.

—Oh Dios mío —susurro Harman.

Hannah gritó: el primer sonido que emitía desde que la habían sacado del tanque de curación.

El acelerador lineal de cuatro kilómetros de longitud estaba tan cerca que el anillo de recolección del agujero de gusano de su proa llenaba dos tercios del cielo sobre ellos, ocultando el sol y las estrellas. Los impulsores ardían en los huecos de su absurda longitud, haciendo correcciones de curso finales antes del impacto. Daeman no sabía los nombres de todo en ese momento, pero pudo distinguir cada detalle del brillante entramado, los pulidos anillos ahora surcados por incontables golpes de meteoritos, las filas de tubos refrigerantes, la larga línea de retorno de color cobre a lo largo del núcleo del acelerador principal, las distantes pilas de inyectores, y la esfera de color tierra y mar que no paraba de girar, cubriendo las últimas estrellas de arriba, y la sombra que proyectaba sobre la ciudad de cristal de debajo.

—Daeman... —empezó a decir Harman.

Daeman ya había actuado, girando el anillo de impulsión a toda marcha y sorteando la torre, la ciudad, el asteroide, para lanzarse hacia la gran curva azul de la Tierra mientras el acelerador lineal cubría los últimos cientos de metros bajo ellos.

Las torres de la ciudad quedaron un instante sobre ellos mientras el sonie trazaba una pirueta. Justo un segundo después la enorme masa golpeó la ciudad y el asteroide, la esfera del agujero de gusano chocó contra las torres y la ciudad un segundo o dos antes que la estructura de metal exótico mismo. El agujero de gusano se colapso silenciosamente sobre sí mismo y el acelerador pareció plegarse limpiamente en la nada, pero luego la fuerza del impacto quedó clara cuando los tres humanos se volvieron en sus puestos y giraron el cuello para ver qué ocurría detrás.

No hubo ningún sonido. Eso fue lo que más sorprendió a Daeman, el completo silencio del momento. No hubo ninguna vibración. Ninguna de las habituales pistas terrestres de que estaba teniendo lugar un gran cataclismo.

Pero estaba teniendo lugar.

La ciudad de cristal explotó en millones y millones de fragmentos, cristal brillante y gas ardiente expandiéndose en todas direcciones. Grandes bolas hinchadas de llamas cubrieron un kilómetro, dos kilómetros, diez kilómetros, como intentando alcanzar al sonie que se zambullía, pero entonces los enormes fuegos parecieron plegarse hacia dentro (como una imagen de vídeo reproducida al revés) mientras las llamas consumían los restos de oxígeno.

La ciudad situada en el lado opuesto del impacto fue expelida de la superficie del mundo pétreo. Sus pedazos se dispersaron en un millar de trayectorias discretas mientras el cristal y el acero y los pulsantes materiales exóticos volaban. La mayor parte de los pedazos vivieron su propia orgía de destrucción, recalcados en todas partes por más explosiones silenciosas y bolas de fuego que se autoconsumían.

Un segundo después del primer impacto, todo el asteroide se estremeció, enviando al espacio ondas concéntricas de polvo y gas tras los escombros de la ciudad. Luego el asteroide se rompió.

—¡Rápido! —dijo Harman.

Daeman no sabía lo que estaba haciendo. Lanzó la nave hacia la Tierra a toda velocidad, apenas por delante de las llamas y escombros y olas de gases congelados, pero ahora varias alarmas rojas y verdes y amarillas parpadeaban en la consola de control virtual. Peor que eso, había sonido fuera del sonie por fin: un ominoso siseo y un crujido que creció en segundos hasta convertirse en un rugido aterrador. Peor aún, un brillo anaranjado alrededor de los bordes del sonie se estaba convirtiendo rápidamente en una esfera de llamas y plasma azul eléctrico.

—¿Que pasa? —gritó Hannah—. ¿Dónde estamos?

Daeman la ignoró. No sabía qué hacer con la impulsión y el control de altitud. El rugido aumentó de volumen y la capa de llamas se espesó a su alrededor.

—¿Hemos sido alcanzados? —gritó Harman.

Daeman negó con la cabeza. No lo creía. Pensaba que tal vez tuviera algo que ver con volver a la atmósfera de la Tierra a tanta velocidad. Una vez, en casa de un amigo en Cráter París, cuando Daeman tenía seis o siete años, a pesar de las advertencias de su madre para que no lo hiciera, se deslizó por un largo pasamanos hacia el suelo, a toda velocidad, y resbaló apoyándose en las manos y rodillas desnudas hasta llegar a la gruesa alfombra del amigo de su madre. Se quemó y nunca lo volvió a hacer. Esta fricción le parecía algo parecido.

Decidió no contarle a Harman y Hannah su teoría. Incluso a él mismo le parecía un poco tonta.

—¡Haz algo! —gritó Harman por encima del rugido y los crujidos que los rodeaban. Los pelos y las barbas de ambos hombres estaban erizadas en el centro de aquella locura eléctrica. Hannah (calva, su hermoso pelo desaparecido) miraba alrededor como si se hubiera despertado en un manicomio.

Antes de que el ruido apagara todo lo demás, Daeman gritó a los controles virtuales:

—¡Piloto automático!

—¿Conectando piloto automático? —La voz neutral del sonie era casi inaudible por el rugido de la entrada. Daeman notó el calor a través del campo de fuerza y supo que eso no podía ser bueno.

—¡Conecta el piloto automático! —gritó Daeman con toda la fuerza de sus pulmones.

El campo de fuerza cayó sobre los tres humanos, aplastándolos con fuerza contra sus camastros, mientras el sonie daba una voltereta y los motores de popa ardían con tanta intensidad que Daeman pensó que los dientes iban a salírsele por el otro lado de la cabeza. El brazo le dolía terriblemente con la presión de la deceleración.

—¿Reentrada según rumbo de vuelo preprogramado? —preguntó tranquilamente el sonie, hablando como el sabio idiota que era.

—Sí —-gritó Daeman. Le dolía el cuello por la terrible presión y estaba seguro de que su espalda iba a romperse.

—¿Eso es un afirmativo? —preguntó el sonie.

—¡Afirmativo! —chilló Daeman.

Más impulsores se dispararon, y el sonie pareció rebotar como una piedra en la superficie de un estanque, quedó envuelto dos veces más en el fuego de la reentrada y luego, de algún modo, se enderezó.

Daeman alzó la cabeza.

Estaban volando, tan alto que el borde de la Tierra todavía se curvaba ante ellos, tan alto que las montañas bajo ellos eran visibles solamente por la textura de nieve blanca contra los colores marrones y verdes, pero volaban a fin de cuentas. Había aire ahí fuera.

Daeman vitoreó, abrazó a Hannah y volvió a vitorear, alzando el puño hacia el cielo en gesto de triunfo.

Se quedó inmóvil con el puño y los ojos levantados.

—Oh, mierda.

—¿Qué? —dijo Harman, todavía desnudo a excepción de la mascara de osmosis que ahora colgaba alrededor de su cuello. Entonces el otro hombre alzó la cabeza, siguiendo la mirada de Daeman.

—Oh, mierda.

La primera de un millar de bolas de fuego (escombros de la ciudad o el acelerador lineal o el asteroide roto) rugía junto a ellos a menos de un kilómetro de distancia. Dejó una estela vertical de fuego y plasma de quince kilómetros de largo y casi volcó el sonie con la violencia de su paso. Más meteoritos rugían tras ellos en el cielo ardiente.

61
Las llanuras de Ilión

Mahnmut llegó a la Colina de Espinos justo cuando nueve altas figuras negras salían de la nave espacial que había aterrizado entre las naves-avispa, y las nueve bajaron la rampa en medio de la tormenta de polvo creada por su aterrizaje. Las figuras eran humanoides con algo de insecto, cada una de unos dos metros de altura, cubiertas de brillantes y quitinosas armaduras de duraplast y un casco que reflejaba el mundo que las rodeaba como ónice pulido. Sus brazos y piernas recordaron a Mahnmut las imágenes que había visto de las extremidades de los escarabajos: terriblemente curvos, engarbados, con espinas y negros aguijones. Cada figura llevaba un arma compleja y de múltiples cañones que parecía pesar al menos quince kilogramos. La figura que dirigía a las demás se detuvo en medio del remolino de polvo y señaló directamente a Mahnmut.

—Tú, pequeño moravec, ¿es esto Marte? —La voz amplificada habló en el inglés básico interlunar y llegó a través de sonido y tensorrayo.

—No —dijo Mahnmut.

—¿No? Se supone que es Marte.

—No lo es —dijo Mahnmut, enviando toda la conversación a Orphu—. Es la Tierra. Creo.

La alta forma militar sacudió la cabeza como si ésa fuera una respuesta inaceptable.

—¿Qué clase de moravec eres tú? ¿De Calisto?

Mahnmut se alzó al máximo sobre sus dos pies.

—Soy Mahnmut de Europa, antaño del sumergible de exploración
La Dama Oscura
. Éste es Orphu de Io.

—¿Eso es un moravec de durovac?

—Si.

—¿Qué ha pasado con sus ojos, sensores, manipuladores y patas? ¿Quién ha abollado así su caparazón?

—Orphu es veterano de guerra —dijo Mahnmut.

—Tenemos que presentarnos a un ganimediano llamado Koros III —dijo la forma acorazada—. Llévanos a él.

—Fue destruido —dijo Mahnmut—. En cumplimiento de su deber.

La alta figura negra vaciló. Miró a los otros ocho guerreros de ónice y Mahnmut tuvo la impresión de que conferenciaban vía tensorrayo. El primer soldado se volvió de nuevo.

—Llévanos entonces al calistano Ri Po —ordenó.

—Destruido también —dijo Mahnmut—. Y antes de que sigamos adelante, ¿quiénes sois?

Son rocavecs
, envió Orphu por su canal privado de tensorrayo.

—¿No sois rocavecs? —preguntó el ioniano por la longitud de onda común del tensorrayo. Había pasado tanto tiempo desde que Orphu no se comunicaba con nadie más que con Mahnmut, que el moravec más pequeño se sorprendió al oír su voz en la banda común.

—Preferimos el nombre de moravecs del Cinturón —dijo el líder, volviéndose hacia el caparazón de Orphu—. Deberíamos evacuarte a un centro de reparación de combate, antiguo. —Hizo una señal a algunos de los otros moravecs de combate y éstos empezaron a acercarse al ioniano.

—Alto —ordenó Orphu, y su voz tuvo la autoridad suficiente para detener a las altas formas—. Yo decidiré cuándo abandono el campo. Y no me llames antiguo o me comeré tus menudillos. Koros III estaba al mando de esta misión. Está muerto. Ri Po era el segundo al mando. Está muerto. Eso nos deja a Mahnmut de Europa y a mí, Orphu de Io, al mando. ¿Cuál es tu rango, rocavec?

—Centurión líder Mep Ahoo, señor.

¿Mep Ahoo?
, pensó Mahnmut.

—Yo soy comandante —replicó Orphu—. ¿Está clara la cadena de mando aquí, soldado?

—Sí, señor —dijo el rocavec.

—Infórmanos de por qué estáis aquí y por qué creéis que esto es Marte —dijo Orphu con el mismo tono de mando absoluto. Mahnmut pensó que la voz de su amigo por tensorrayo estaba pasando a subsónico, tan grave era el tono—.
Inmediatamente
, centurión líder Ahoo.

El rocavec hizo lo que le decía, y se explicó tan rápidamente como pudo mientras más aparatos-avispa zumbaban en las alturas y cientos de guerreros troyanos salían de la ciudad y lentamente avanzaban colina arriba hacia el grupo de desembarco, los escudos alzados, las lanzas prestas. En el mismo instante, cientos más de aqueos y troyanos atravesaban el portal circular, a unos centenares de metros al sur, todos ellos corrían hacia las laderas heladas del Olimpo visibles a través de la rendija abierta en el cielo y el suelo.

El centurión líder Mep Ahoo fue sucinto. Confirmó la anterior valoración que Orphu le había hecho a Mahnmut (su discusión cuando pasaban por el Cinturón de Asteroides camino de Marte), de que sesenta años-t atrás el ganimediano Koros III había sido enviado al Cinturón por Asteague/Che y el Consorcio de las Cinco Lunas. Pero la misión de Koros había sido diplomática, no de espionaje. Tras pasar más de cinco años en el Cinturón, saltando de roca en roca y perdiendo en el proceso la mayor parte de su equipo de apoyo moravec jupiterino, Koros había negociado con los beligerantes líderes de los clanes rocavecs, compartiendo la preocupación de los científicos moravecs jupiterinos por la rápida terraformación de Marte y los primeros signos de actividad de túneles cuánticos que se acababan de detectar allí. Los rocavecs querían saber quién estaba haciendo esos peligrosos túneles TC: ¿posthumanos de la Tierra? Koros III y los moravecs del cinturón acordaron llamarlos EMD: Entidades Marcianas Desconocidas.

Los rocavecs ya estaban preocupados, aunque más por la visible (e imposible) y rápida terraformación de Marte que por la actividad cuántica, que su tecnología no detectaba con facilidad. Atrevidos y beligerantes por naturaleza, los moravecs del Cinturón ya habían enviado seis flotas de naves espaciales al relativamente cercano Marte. Ninguna de sus naves había regresado ni sobrevivido a la traslación a la órbita marciana. Algo en el Planeta Rojo, o en lo que había sido el Planeta Rojo hasta hacía poco (los rocavecs no tenían ni idea de qué) destruía sus flotas antes de que llegaran.

Con diplomacia, astucia, valor y algún que otro combate singular, Koros III se había ganado la confianza de los líderes de los clanes rocavecs. El ganimediano les explicó el plan del Consorcio de las Cinco Lunas: primero, los rocavecs diseñarían y biofabricarían guerreros-vecs específicos a lo largo de los siguientes cincuenta años, usando su ADN rocavec ya establecido como base reproductora. Los rocavecs serían también responsables de diseñar y construir vehículos avanzados para el combate en el espacio y la atmósfera. Mientras tanto, los científicos e ingenieros moravecs de las Cinco Lunas, más avanzados, desviarían la tecnología punta de su programa interestelar para la construcción de un perforador de túneles cuánticos y un estabilizador de agujeros de gusano propio.

Segundo, cuando fuera el momento y la actividad cuántica de Marte llegara a niveles alarmantes, el propio Koros lideraría un pequeño contingente de moravecs del espacio de Júpiter, con el objetivo de llegar sin ser detectados al Planeta Rojo.

Tercero, una vez en Marte, Koros III colocaría el perforador de túneles cuánticos en el vértice de la actual actividad TC, estabilizando no sólo esos túneles cuánticos ya usados por las EMD, sino abriendo nuevos túneles al Cinturón de Asteroides, donde otros aparatos perforadores diseñados en las Cinco Lunas estarían esperando su señal para activarse.

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