Authors: Dominique Lapierre
Los niños… Un día me entero de que cincuenta mil de entre ellos redactan en el mayor de los secretos una carta manuscrita, dirigida a la presidenta de su país, la señora Pratibha Patil, para pedirle que otorgue el Padma Bhushan a su «Hermano Mayor Dominique», como testimonio de gratitud oficial de la India a quien, desde hace más de un cuarto de siglo, se entrega incansablemente a su causa. El Padma Bhushan, el Ornamento del Loto, es la más alta distinción nacional, una especie de Premio Nobel indio que expresa el reconocimiento por servicios excepcionales a la nación. Para dar más peso a su demanda, los niños han decidido pegar sus solicitudes una tras otra para convertirla en la carta más larga de la Historia. Medirá doce kilómetros y entrará como tal en el Libro Guinness de los Récords. Dispuestas en tres rollos de un metro ochenta de diámetro cada uno, las cartas se transportan en camión hasta Nueva Delhi para depositarlas ante el despacho presidencial. Unos meses más tarde, un emisario del Ministerio del Interior de la India me informa de que la presidenta de mi queridísima India ha tomado la decisión de condecorarme con el Ornamento del Loto, y que me hará entrega de esta distinción en el curso de una ceremonia solemne que se celebrará en la sala de honor de su palacio, en presencia de Sonia Gandhi, del primer ministro, Manmohan Singh, y de las más altas autoridades nacionales y diplomáticas. ¡Qué honor! ¡Qué emoción! Entre otras cosas porque esta ceremonia se efectuará en el mismo lugar en el que lord Mountbatten fue entronizado en marzo de 1947 como último virrey del Imperio británico de la India, antes de proclamar seis meses más tarde, bajo esa misma cúpula, la independencia de la joya de la Corona británica.
Para mi libro
Esta noche, la libertad
, había pasado muchos días reconstruyendo en detalle la majestuosidad de este lugar tan histórico. Sentí cómo irradiaba la magia del pasado de sus paredes de piedra arenisca roja decoradas con inmensos retratos de los virreyes y virreinas que se habían sucedido a la cabeza del más poderoso imperio colonial de todos los tiempos. Y he aquí que me invitaban a regresar a ese palacio para recibir el homenaje de la nación que esos gigantes de la historia, Mountbatten, Gandhi y Nehru, habían conducido a la libertad.
Pero más que el extraordinario reconocimiento que representa la concesión de esta condecoración, lo que me causa más felicidad es la sensación de que me permite entrar definitivamente en la gran familia india a petición personal de sus hijos. Para llevar a cabo, con la gracia de Dios, nuevas tareas, lanzar nuevos proyectos, aportar más y más amor…
Antes de dar por concluidas las páginas de este relato, me gustaría compartir con mis amigos lectores otras emociones que, en el atardecer de mi vida, han quedado grabadas en mi corazón con una intensidad particular. Todas ellas me las ha ofrecido mi amada India, que tanto me ha enseñado y tanto me ha dado.
Al día siguiente de la publicación de
Esta noche, la libertad
, recibo una invitación. Las niñas intocables de la escuela instalada en el
ashram
que el Mahatma Gandhi fundó a orillas del río Sabarmati cuando comenzó su cruzada en 1915 para expulsar a los ingleses, desean conocerme. Siento una ternura muy especial por este lugar tan impregnado del recuerdo de la Gran Alma, este santuario donde pasé tantos días estudiando los documentos relativos al inicio de su lucha. Las escolares nos esperan, a Dominique y a mí, ante la entrada con magníficas guirnaldas de claveles amarillos que nos ponen en torno al cuello hasta casi ahogarnos. Entonces descubro el homenaje tal vez más emocionante que voy a recibir en mi vida de escritor. Las alumnas han copiado con tiza, en una pizarra, el episodio de
Esta noche, la libertad
en el que Larry y yo contamos la última meditación de Gandhi la mañana de su muerte. Debajo del texto, escrito en amplias letras bellamente caligrafiadas, han escrito: «T
HANK
Y
OU
.»
Ningún «gracias» podrá igualar jamás en mi corazón este
Thank you
dirigido a un extranjero por estos «niños de Dios», como los llamaba el profeta de la India.
Penetramos entonces en el
ashram
. Bajo una enorme marquesina han instalado una tarima de oración. El director de la escuela me invita a que me sitúe en ella con mi esposa y los pocos amigos extranjeros que nos acompañan. Estoy tan emocionado que me cuesta decir a estas jóvenes indias que la Gran Alma a la que veneran también era la nuestra, que el Mahatma pertenecía a todos los hombres de esta Tierra, que mis amigos y yo nos sentimos niños de Gandhiji como también lo son ellas, y que esta posibilidad de compartir nos une con un vínculo excepcional. El director traduce al gujaratí mis palabras a medida que las pronuncio, y yo veo como los ojos van brillando con un resplandor cada vez más intenso. Invito entonces a las niñas a cantar el himno de Tagore que Gandhi entonaba a menudo al partir en sus peregrinaciones por la paz y la reconciliación de sus hermanos indios. «Si no oyen tu llamada, camina solo, camina solo», entonaron a viva voz las voces infantiles.
Otro recuerdo inolvidable es el que me ofrecerá mi amiguita Padmini, la niña que cada día, al alba, iba a recoger pedazos de carbón en las vías del tren de la Ciudad de la Alegría. Mi libro acaba de aparecer en bengalí. Cada noche, una serie de residentes del barrio de chabolas se reúnen en un patio interior en torno a un mulá musulmán y a un maestro de escuela hindú para escuchar la lectura del relato que cuenta su vida y su combate heroico contra la adversidad. Al enterarse de que acabamos de volver de Francia, un grupo de vecinos quiere que participemos en una fiesta en la entrada del barrio. «W
ELCOME
H
OME IN THE
C
ITY OF
J
OY
» (Bienvenidos a vuestro hogar de la Ciudad de la Alegría), proclama una banderola blanca y roja colgada encima de nuestras cabezas, de uno a otro lado de la callejuela. Una niña sale del grupo, con un gran ramo de flores en la mano. Es Padmini. Está radiante.
—Hermano Mayor y Hermana Mayor Dominique, aceptad estas flores —declara en nombre de todos, entregándonos el ramo—. Hoy, gracias a vosotros, ya no estamos solos.
Un día de 1985, una enorme sorpresa india me espera, esta vez, en Nueva York. Los diarios anuncian que la Madre Teresa y un grupo de sus hermanas indias acaban de llegar a Manhattan para abrir un hogar destinado a socorrer y cuidar a los moribundos, sin recursos ni familia, afectados por el sida. Es, pues, la India la que viene a socorrer al rico Occidente. Me precipito hasta la dirección del hogar. La santa de Calcuta le ha dado el hermoso nombre de «Don de Amor». En el vestíbulo hay un gran póster que proclama a los enfermos y a los visitantes la idea que la Madre Teresa tiene de la vida. Escribió este texto en una noche de monzón, hace muchos años, cuando cuidaba a los leprosos en un dispensario a orillas del Ganges. Recibo cada una de las afirmaciones de este texto como la invitación más importante que todos nosotros podemos oír hoy.
La vida es una oportunidad, aprovéchala.
La vida es belleza, admírala.
La vida es beatitud, saboréala.
La vida es un sueño, conviértelo en realidad.
La vida es un desafío, afróntalo.
La vida es un deber, cúmplelo.
La vida es un juego, juégalo.
La vida es preciosa, cuídala.
La vida es una riqueza, consérvala.
La vida es amor, goza de él.
La vida es un misterio, penetra en él.
La vida es promesa, llénala de significado.
La vida es tristeza, supérala.
La vida es un himno, cántalo.
La vida es un combate, acéptalo.
La vida es una tragedia, abrázala con coraje.
La vida es una aventura, atrévete.
La vida es felicidad, merécela.
La vida es la vida, defiéndela.
Todo lo que no se da se pierde
Proverbio indio que se ha convertido en el lema
del compromiso humanitario
de Dominique Lapierre
L
OS DERECHOS DE AUTOR DE
D
OMINIQUE
L
APIERRE Y LAS DONACIONES DE SUS AMIGOS LECTORES
CONTRIBUYEN A APOYAR ACCIONES HUMANITARIAS EN LA
I
NDIA
,
EN
Á
FRICA Y EN
S
UDAMÉRICA
Gracias a la asociación
Action pour les enfants des lépreux de Calcutta
, fundada en 1982 por el autor y su esposa, ha sido posible iniciar o continuar las siguientes operaciones de ayuda: