Introducción a la ciencia II. Ciencias Biológicas (76 page)

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Freud llegó a la conclusión de que prácticamente la totalidad de los recuerdos y motivaciones reprimidas eran de origen sexual. Los impulsos sexuales, convertidos en tabú por la sociedad y los padres del niño, eran profundamente sumergidos en el inconsciente, pero aun así intentaban hallar expresión y generaban intensos conflictos que eran sumamente perjudiciales por no ser reconocidos y admitidos.

En 1894, después de romper con Breuer debido a que éste no estaba de acuerdo con su interpretación de que el factor sexual era la casi exclusiva causa desencadenante, Freud siguió solo su tarea, exponiendo sus ideas acerca de las causas y tratamiento de los trastornos mentales. Abandonó el hipnotismo y solicitaba de sus pacientes que hablaran de una forma casi al azar —es decir diciendo aquello que surgiera en sus mentes—. Cuando el paciente apreciaba que el médico prestaba una atención positiva a todo lo que decía, sin ninguna censura de tipo moral, lentamente —algunas veces muy lentamente—, el individuo empezaba a descubrir, a recordar cosas reprimidas desde hacía tiempo y olvidadas. Freud denominó «psicoanálisis» a este lento análisis de la «psique» (alma o mente en griego).

La dedicación de Freud al simbolismo sexual de los sueños y su descripción de los deseos infantiles para sustituir al progenitor del mismo sexo en el lecho marital («complejo de Edipo», en el caso de los muchachos, y «complejo de Electra», en las muchachas —denominados así en recuerdo a personajes de la mitología griega—) horrorizó a algunos y fascinó a otros. En la década de 1920, después de los estragos de la Primera Guerra Mundial y entre los ulteriores estragos de la prohibición en América y los cambios en las costumbres en muchas partes del mundo, los puntos de vista de Freud fueron bien acogidos y el psicoanálisis alcanzó la categoría de casi una moda popular.

No obstante, casi un siglo después de sus comienzos el psicoanálisis sigue siendo un arte más que una ciencia. Experimentos rigurosamente comprobados, como los llevados a cabo en física y en otras ciencias «duras» resultan, naturalmente, en extremo dificultosos en psiquiatría. Los que la practican deben basar sus conclusiones ampliamente en la intuición o en el juicio subjetivo. La
psiquiatría
(de la que el psicoanálisis no es más que una de las técnicas) ha ayudado indudablemente a muchos pacientes, pero no ha producido curas espectaculares y no ha reducido de forma notable la incidencia de la enfermedad mental. Ni tampoco ha desarrollado una teoría omniabarcadora y aceptada generalmente, comparable a la teoría de los gérmenes para las enfermedades infecciosas. En realidad, existen casi tantas escuelas de psiquiatría como psiquiatras.

La enfermedad mental grave adopta varias formas, que se extienden desde la depresión crónica a una total separación de la realidad, en un mundo en el que algunos, al menos, de los detalles no corresponden a la forma como la mayoría de las personas ven las cosas. Esta forma de psicosis se denomina en general «esquizofrenia», término introducido por el psiquiatra suizo Eugen Bleuler. Esta palabra abarca tal multitud de trastornos, que no puede ser descrita como una enfermedad específica. Cerca del 60 % de todos los pacientes crónicos en nuestros frenocomios son diagnosticados como esquizofrénicos.

Hasta hace poco, únicamente podían ofrecerse tratamientos drásticos, como la lobotomía prefrontal o la terapéutica por shock eléctrico o insulínico (la última técnica fue introducida en 1933 por el psiquiatra austríaco Manfred Sakel). La Psiquiatría y el Psicoanálisis han representado una escasa aportación, salvo ocasionalmente en los primeros estadios, cuando el médico todavía es capaz de comunicarse con el paciente. Pero algunos recientes descubrimientos farmacológicos y de la química del cerebro («Neuroquímica») han proporcionado nuevas y alentadoras esperanzas.

Incluso antiguamente se sabía que ciertos jugos vegetales podían producir alucinaciones (ilusiones visuales, auditivas, etc.), y otros podían sumir a la persona en estados de felicidad. Las sacerdotisas de Delfos, en la antigua Grecia, masticaban alguna planta antes de pronunciar sus oráculos. Las tribus indias del sudoeste de Estados Unidos crearon el ritual religioso de masticar peyote o mescal (que produce alucinaciones en color). Quizás el caso más dramático fue el de una secta musulmana en una plaza fuerte de las montañas del Irán, que utilizó el hachís, el jugo de las hojas de cáñamo, mas familiarmente conocido por «marihuana». El fármaco, tomado en las ceremonias religiosas, daba a los consumidores la ilusión de conocer parte del paraíso al que sus almas irían después de morir, y obedecían cualquier mandato de su jefe, llamado el «Viejo de las Montañas», al objeto de recibir la llave del cielo. Sus órdenes eran matar a los enemigos de las reglas por él dictadas y a los oficiales hostiles del Gobierno musulmán; esto dio origen a la palabra «asesino», del árabe haxxaxin (el que usa hachís). Esta secta aterrorizó a la región hasta el siglo XII, en que los invasores mongoles, en 1226, se extendieron por las montañas y mataron hasta al último asesino.

El equivalente moderno de las hierbas euforizantes de los primeros tiempos (aparte del alcohol) es el grupo de fármacos conocidos como «tranquilizantes». Uno de los tranquilizantes se conoce en la India desde 1000 años a. de J.C., en forma de una planta llamada
Rauwolfia serpentina
. A partir de las raíces secas de esta planta, unos químicos americanos extrajeron, en 1952,la «reserpina», el primero de los tranquilizantes de uso popular. Varias sustancias con efectos similares poseen una estructura química más sencilla y han sido utilizadas desde entonces.

Los tranquilizantes son sedantes, pero con una cierta diferencia. Reducen la ansiedad, sin deprimir apreciablemente otras actividades mentales. No obstante, tienden a crear somnolencia en las personas, y pueden ejercer otros efectos indeseables. Pero se halló que constituían una ayuda inapreciable para sedar y mejorar de su dolencia a los dementes, incluso a algunos esquizofrénicos. Los tranquilizantes no curan la demencia, pero suprimen ciertos síntomas que se oponen al tratamiento adecuado. Al suprimir la hostilidad y la ira de los pacientes, y al calmar sus temores y ansiedades, reducen la necesidad de medidas drásticas encaminadas a restringir su libertad, facilitan que los psiquiatras establezcan contacto con los pacientes y aumentan las posibilidades de que el paciente abandone el hospital.

Pero los tranquilizantes alcanzaron una aceptación tan enorme entre el público, que aparentemente llegaron a considerarlos una panacea para olvidarse de todos sus problemas.

Empleo de drogas

La reserpina resultó tener una gran semejanza con una importante sustancia del cerebro. Una porción de su compleja molécula es bastante similar a la sustancia llamada «serotonina». La serotonina fue descubierta en 1948, y desde entonces ha intrigado sumamente a los fisiólogos. Se demostró su presencia en la región hipotalámica del cerebro humano y también diseminada en el cerebro y el tejido nervioso de otros animales, inclusive los invertebrados. Lo que es más importante, otras sustancias que afectan al sistema nervioso central presentan gran parecido con la serotonina. Una de ellas es un compuesto del veneno de los sapos llamado «bufotonina». Otra es la mescalina, la sustancia activa de los botones de mescal. La más dramática de todas es una sustancia llamada «dietilamida del ácido lisérgico» (conocida popularmente como LSD). En 1943, un químico suizo llamado Albert Hofmann llegó a absorber parte de este compuesto en el laboratorio y experimentó extrañas sensaciones. Desde luego, lo que él creyó percibir mediante sus órganos sensoriales no coincidió desde ningún concepto con lo que nosotros tenemos por la realidad objetiva del medio ambiente. El sufrió lo que llamamos alucinaciones, y el LSD es un ejemplo de lo que se denomina hoy en día un «alucinógeno».

Quienes encuentran gratas las sensaciones experimentadas por influjo de un alucinógeno, lo describen como una «expansión mental», significando aparentemente que sienten —o creen sentir— el Universo más y mejor que en condiciones ordinarias. Pero eso mismo les ocurre también a los alcohólicos cuando consiguen alcanzar la fase del «delirium tremens». La comparación no es tan desmesurada como pudiera parecer, pues ciertas investigaciones han demostrado que una pequeña dosis de LSD puede provocar en algunos casos ¡muchos síntomas de la esquizofrenia!

¿Qué puede significar todo esto? Bien, la serotonina (que es estructuralmente similar al aminoácido triptófano) puede ser escindida por una enzima llamada «aminooxidasa», que existe en las células cerebrales. Supongamos que esta enzima es bloqueada por la acción de una sustancia competidora con una estructura similar a la serotonina —por ejemplo, el ácido lisérgico—. Cuando se elimine de este modo la enzima degradante, la serotonina se acumulará en las células cerebrales, y su concentración aumentará sumamente. Esto trastornará el equilibrio de serotonina en el cerebro y podrá determinar la aparición de un estado esquizofrénico.

¿Es posible que la esquizofrenia tenga su origen en un fenómeno de este tipo inducido de forma natural? La forma en que lo hereda la esquizofrenia ciertamente apunta a la existencia de algún trastorno metabólico (uno que, además, es controlado por genes). En 1962 se comprobó que, con cierto tratamiento, la orina de los esquizofrénicos contenía a menudo una sustancia ausente en la orina de los no esquizofrénicos. Tal sustancia resultó ser un compuesto químico denominado «dimetoxifeniletilamina», cuya estructura lo sitúa entre la adrenalina y la mescalina. Dicho de otra forma, ciertos esquizofrénicos parecen fabricar mediante algún error metabólico sus propios alucinógenos y entonces se hallan, en efecto, sometidos a intoxicación permanente.

Una dosis determinada de cualquier droga no hace reaccionar de idéntica forma a todo el mundo. Ahora bien, evidentemente es peligroso jugar con el mecanismo químico del cerebro. El convertirse en demente es un precio demasiado alto para la mayor o menor diversión que pueda proporcionar la «expansión mental». Pese a todo, la reacción de la sociedad contra el empleo de drogas —particularmente la marihuana, de la cual no se ha podido demostrar hasta ahora que sea tan dañina como otros alucinógenos— tiende a desorbitarse. Muchos de quienes condenan el uso de drogas son empedernidos consumidores de alcohol o tabaco, dos productos responsables de muchos males padecidos por el individuo y la sociedad. Este tipo de hipocresía tiende a minar la credibilidad del movimiento «antidroga».

Memoria

La Neuroquímica nos da esperanzas de poder comprender algún día esa propiedad mental tan evasiva conocida por «memoria». Al parecer, hay dos variedades de memoria: de corto plazo y de largo plazo. Si buscamos un número telefónico, no nos será difícil recordarlo hasta la hora de marcar; luego lo olvidaremos automáticamente y, con toda probabilidad, no lo recordaremos jamás. Sin embargo, el número de teléfono que usamos frecuentemente no se desvanece, pertenece a la memoria de largo plazo. Incluso tras un lapso de varios meses, resurge con facilidad.

Sin embargo, se pierde mucho de lo que conceptuamos como elementos pertenecientes a la memoria de largo plazo. Nosotros olvidamos innumerables cosas e incluso algunas de importancia vital (todo estudiante, en vísperas de exámenes, lo atestigua así, completamente abatido). Pero, ¿las olvidamos realmente? ¿Se han desvanecido de verdad, o están tan bien almacenadas que no sabemos dónde buscarlas, escondidas, por así decirlo, bajo muchos artículos triviales?

La reproducción de estos recuerdos ocultos se ha convertido en una reproducción casi literal. El cirujano estadounidense Wilder G. Penfield, en la Universidad McGill, de Montreal, mientras operaba el cerebro de un paciente, tocó accidentalmente una zona particular, que motivó que el paciente oyera música. Esto ocurrió una y otra vez. El paciente podía revivir la experiencia completamente, mientras permanecía totalmente consciente acerca de los sucesos del presente. Al parecer, la estimulación apropiada puede hacer recordar con gran exactitud hechos pasados. El área implicada es la denominada «corteza interpretativa». Puede ser que la estimulación accidental de esta porción de la corteza dé lugar al fenómeno de
déjà vu
(la sensación de que ya ha ocurrido algo con anterioridad) y otras manifestaciones de «percepción extrasensorial».

Pero si la memoria es tan detallada, ¿cómo puede el cerebro hallar espacio para todo ello? Se estima que, durante la vida, el cerebro puede almacenar 1.000.000.000.000.000 (mil billones) de unidades de información. Para almacenar tan ingente cantidad, las unidades de almacenamiento deben ser de tamaño molecular. No habría espacio para nada mayor.

Las sospechas se centran, en la actualidad, en el ácido ribonucleico (ARN) del que la célula nerviosa, sorprendentemente, es más rica que casi cualquier otro tipo de célula del organismo. Esto es sorprendente debido a que el ARN se halla implicado en la síntesis de las proteínas (véase capítulo 13) y, por ello suele encontrarse en cantidades particularmente elevadas en aquellos tejidos que producen grandes cantidades de proteínas, bien porque están creciendo activamente o porque producen copiosas cantidades de secreciones ricas en proteínas. La célula nerviosa no puede incluirse en ninguno de estos casos.

Un neurólogo sueco, Holger Hyden, concibió técnicas mediante las cuales se podían separar células individuales del cerebro y analizarlas para verificar su contenido de ARN. Este científico colocó a las ratas de laboratorio en unas condiciones especiales que les obligaban a aprender nuevas habilidades, tales como mantener el equilibrio sobre un alambre durante largos períodos de tiempo. En 1959, descubrió que las células cerebrales de las ratas obligadas a este aprendizaje aumentaban su contenido de ARN en un 12 % más que las células de otras ratas cuya vida se desarrollaba normalmente.

La molécula de ARN es tan grande y compleja que, si cada unidad de memoria almacenada estuviera constituida por una molécula de ARN de distinto tipo, no necesitaríamos preocuparnos acerca de la capacidad. Existen tantos patrones diferentes de ARN que incluso el número de mil billones es insignificante en comparación.

Pero, ¿deberíamos considerar el ARN como elemento aislado? Las moléculas de ARN se forman en los cromosomas con arreglo al esquema de las moléculas de ADN. ¿No será que cada persona lleva consigo una gran reserva de memorias potenciales —«un banco de memoria», por así decirlo— en sus moléculas de ADN, solicitadas y activadas por los acontecimientos corrientes con las adecuadas modificaciones?

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