Introducción a la ciencia II. Ciencias Biológicas (80 page)

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Sin embargo, para completar el éxito las conexiones en dichas computadoras debían ser electrónicas. La interrupción mecánica y la nueva circulación de corrientes eléctricas, aunque muy superior a las ruedas en engranajes, seguía siendo algo torpe y lento, por no hablar de su poca fiabilidad. En los mecanismos electrónicos, como las válvulas de radio, el flujo de electrones puede manipularse con mucha mayor delicadeza, exactitud y velocidad, y éste sería precisamente el siguiente paso.

El primer gran computador electrónico, que contenía 19.000 válvulas de vacío se construyó en la Universidad de Pensilvania, por John Presper Eckert y John William Mauchly durante la Segunda Guerra Mundial. Se le llamó «ENIAC», según las iniciales de «Electronic Numerical Integrator and Computer» (Integrador electrónico numérico y computador). «ENIAC» dejó de operar en 1955 y se desmanteló en 1957, un desesperanzado viejo chocho pasado de moda de diez años de edad, pero dejó tras de sí una sorprendentemente numerosa y sofisticada progenie. Mientras el «ENIAC» pesaba 30 toneladas y necesitaba 14.000 m
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de espacio, el ordenador equivalente treinta años después —empleando unidades de conexión mucho más pequeñas, más rápidas y más fiables que las antiguas válvulas de vacío— se construye en un objeto del tamaño de un frigorífico.

Tan rápido fue el progreso que, hacia 1948, empezaron a producirse en cantidad pequeñas computadoras electrónicas; al cabo de cinco años había ya 2.000 en uso; en 1961 su número era de 10.000. Hacia 1970, habían superado la marca de las 100.000, y eso fue apenas un comienzo.

La razón de este rápido avance radicaba en que, aunque la electrónica era la respuesta, las válvulas de vacío no lo eran. Eran grandes, frágiles y requerían una gran cantidad de energía. En 1948, se inventó el transistor (véase capítulo 9) y, gracias a esos mecanismos sólidos, el control electrónico pudo llevarse a cabo a través de una forma fuerte y compacta, y con un trivial gasto de energía.

Las computadoras se fueron haciendo más pequeñas y más baratas, al mismo tiempo que aumentaban su capacidad y versatilidad enormemente. En la generación posterior al invento del transistor, se encontraron nuevos caminos, en rápida sucesión, para contener una mayor capacidad de información y memoria en unos cada vez más pequeños fragmentos de artilugios sólidos. En los años 1970 apareció el
microchip
, un pequeño fragmento de silicio en el que los circuitos debían conectarse con ayuda de un microscopio.

El resultado de todo ello fue que las computadoras empezaron a estar dentro de las posibilidades de los individuos particulares sin grandes medios de fortuna. En los años 1980 se presenció la proliferación de los
ordenadores personales
, lo mismo que había ocurrido con la proliferación de televisores domésticos en los años 1950.

Las computadoras que entraron en uso después de la Segunda Guerra Mundial parecieron ya al público en general «máquinas de pensar», por lo que tanto los científicos como los profanos comenzaron a pensar en las posibilidades, y consecuencias, de la
inteligencia artificial
, término empleado por primera vez en 1956 por un ingeniero de ordenadores del M.I.T., John McCarthy.

En sólo cuarenta años, las computadoras se habían convertido en unos gigantes sin que nuestra forma de vida se colapsara. La exploración espacial hubiera sido imposible sin los ordenadores. El transbordador espacial no puede volar sin ellos.

Nuestra máquina bélica se hundiría a los niveles de armas de la Segunda Guerra Mundial sin ellos. Ninguna industria de ningún tamaño, apenas ninguna oficina, podría continuar tal y como están constituidos en la actualidad sin su concurso. El Gobierno (incluyendo en particular el servicio sobre la renta de las personas físicas) sería aún más impotente de lo que es de ordinario también sin ellos.

Y, en consecuencia, de ellos se están elaborando aún nuevos usos. Aparte de resolver problemas, confeccionar gráficos, guardar y encontrar datos, etc., pueden servir para tareas triviales. Algunos se programan para jugar al ajedrez con una habilidad casi de maestro, mientras que otros se emplean para juegos de todas clases, hasta el punto de que en los años 1980 han captado la imaginación del público juvenil y han movido miles de millones de dólares. Los ingenieros en ordenadores trabajan para mejorar la habilidad de las computadoras para hacer traducciones de un idioma a otro y para darles las facultades de leer, oír y hablar.

Robots

Inevitablemente, se presenta la pregunta: ¿a fin de cuentas, qué no son capaces de hacer los ordenadores? ¿No conseguirán hacer, inevitablemente, cualquier cosa que lleguemos a imaginar? Por ejemplo, ¿puede un ordenador de la clase adecuada insertarse en una estructura que se parezca al cuerpo humano, para convertirse, finalmente, en verdaderos autómatas, no en los juguetes del siglo XVII, sino en seres humanos artificiales con una fracción sustancial de las habilidades de los seres humanos?

Tales materias han sido consideradas muy seriamente por los escritores de ciencia-ficción desde muchos años antes de que se construyera la primera computadora moderna. En 1920, un autor de teatro checo, Karel Capek, escribió R.U.R., una obra en la que los autómatas eran producidos en masa por un inglés llamado Rossum. Los autómatas estaban previstos para hacer el trabajo del mundo y conseguir una vida mejor para los seres humanos, pero, al final, se rebelaban, eliminaban a la Humanidad y comenzaban una nueva raza de vida inteligente por sí misma.

Rossum procede de una voz checa,
rozum
, que significa «razón» y R.U.R procedía de «Robots Universales de Rossum», donde
robot
es una palabra checa que significa «obrero», con la implicación de involuntaria servidumbre, por lo que puede traducirse por «siervo» o «esclavo». La popularidad de la obra acabó con el antiguo nombre en uso de autómata.
Robot
lo ha remplazado, en todos los idiomas, por lo que, en la actualidad, se piensa de robot como cualquier mecanismo artificial (a menudo descrito en una forma vagamente humana) que lleva a cabo funciones que, de ordinario, se cree que son apropiadas para los seres humanos.

No obstante, en conjunto, los escritores de ciencia-ficción no tratan a los robots de una forma realista, sino como objetos que han de emplearse con cautela, como villanos o héroes diseñados para poner de relieve la condición humana.

Sin embargo, en 1939, Isaac Asimov
[5]
, que en aquella época tenía sólo diecinueve años, cansado de los robots que eran irrealmente malvados o irrealmente nobles, comenzó a dedicar algunos de los relatos de ciencia-ficción que publicaba a los robots, vistos meramente como máquinas y construidos, como lo son todas las máquinas, con algún intento racional de una adecuada seguridad. A través de los años 1940, publicó relatos de esta clase y, en 1950, nueve de ellos fueron reunidos en un libro que se llamó
Yo, Robot
.

La seguridad de Asimov se formalizó en las «Tres leyes de la robótica». La frase se usó por primera vez en un relato publicado en marzo de 1942, y fue la primera vez en que se empleó la voz
robótica
, término en la actualidad aceptado por la ciencia y la tecnología del diseño, construcción, mantenimiento y empleo de los robots.

Las tres reglas son:

1) Un robot no puede dañar a un ser humano o, por inacción, permitir que algún ser humano resulte dañado.

2) Un robot debe obedecer las órdenes de los seres humanos, excepto cuando tales órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.

3) Un robot debe proteger su propia existencia, en tanto en cuanto dicha protección no entre en conflictos con la Primera o la Segunda Ley.

Naturalmente, lo que hizo Asimov fue algo puramente especulativo y, en el mejor de los casos, sólo puede servir como fuente de inspiración. El auténtico trabajo es el que llevan a cabo los científicos en este campo.

En parte, esto comenzó a hacerse bajo las presiones de la Segunda Guerra Mundial. La aplicación de la electrónica hizo posible dotar a las armas de una sensibilidad y versatilidad de respuesta que se encontraban más allá de las posibilidades de un organismo vivo. Además, la radio extendió su esfera de acción a una distancia considerable. La bomba volante alemana en la guerra fue, esencialmente, un
servomecanismo
volador, y el mismo introdujo la posibilidad no sólo de los misiles dirigidos, sino también a los vehículos de todas clases automanejados o manipulados a distancia, desde los trenes del Metro a los navíos espaciales. Dado que los
establishments
militares tienen el mayor interés en estos artilugios, y el suministro más abundante de fondos, los servomecanismos han alcanzado tal vez su mayor desarrollo en mecanismos para el disparo y la puntería de cañones y cohetes. Estos sistemas pueden detectar a un blanco que se mueva a varios centenares de kilómetros, calcular al instante su recorrido (teniendo en cuenta la velocidad de movimiento del blanco, el viento, las temperaturas de las diversas capas de aire y numerosas otras condiciones) y alcanzar el blanco con tremenda exactitud, todo ello sin la menor guía humana.

La automación encontró a un ardiente teórico y abogado en el matemático Norbert Wiener, que trabajó sobre tales problemas de blancos. En los años 1940, él y su grupo en el «Massachusetts Institute of Technology» elaboraron algunas de las fundamentales relaciones matemáticas que rigen el manejo de la retroacción. Llamó a esta rama del estudio
cibernética
, de una voz griega que significa «timonel», algo que parece muy apropiado, puesto que el primer empleo de los servomecanismos se halló conectado con un timonel. (La cibernética también se remonta al gobernador centrifugo de Watt, puesto que la palabra
gobernador
procede de la voz latina aplicada al «timonel». )

Escribió el primer libro importante dedicado por completo a la teoría del control de las computadoras, y los principios de la cibernética hicieron posible construir, si no un robot, por lo menos sistemas que utilizaban esos principios para remedar la conducta de animales simples.

El neurólogo británico William Grey Walter, por ejemplo, construyó un mecanismo en los años 1950que explora y reacciona respecto de lo que le rodea. Su objeto, parecido a una tortuga, al que llamó
testudo
(de la palabra latina para «tortuga»), tiene una célula fotoeléctrica como ojo, un mecanismo sensor para detectar los roces, y dos motores, uno de ellos para avanzar hacia delante o hacia atrás, y otro para girar alrededor. En la oscuridad, se arrastra y da un rodeo en forma de amplio arco. Si toca contra un obstáculo, retrocede un poco, se gira levemente y luego avanza de nuevo hacia delante: seguirá haciendo esto hasta que consiga soslayar el obstáculo. Cuando su ojo fotoeléctrico ve una luz, el motor de girarse desconecta y el
testudo
avanza directamente hacia la luz. Pero su fototropismo se halla controlado; cuando se halla más cerca de la luz, el aumento en el brillo le hace retroceder, con lo que evita la equivocación de la polilla. Sin embargo, cuando sus baterías se descargan, el ahora «hambriento»
testudo
puede arrastrarse lo suficientemente cerca de la luz como para entrar en contacto con un recargador situado cerca de la bombilla eléctrica. Una vez recargado, el
testudo
es de nuevo lo suficiente sensible para retroceder ante el área luminosa y rodear la luz.

Sin embargo, nadie puede resistirse por completo a la influencia de la inspiración. A principio de los años 1950, un estudiante aún no licenciado de Columbia, Joseph F. Engelberger, leyó el
Yo, Robot
, de Asimov, y corno resultado de ello quedó infectado de un entusiasmo para toda la vida respecto de trabajar con robots.

En 1956, Engelberger conoció a George C. Devol, Jr., quien, dos años antes había conseguido la primera patente de un robot industrial. Llamó a su sistema de control y memoria por computadora
automación universal
o
unimación
para abreviar.

Juntos, Engelberger y Devol fundaron «Unimation, Inc.», y Devol desarrolló de treinta a cuarenta patentes relacionadas.

Ninguna de las mismas fue realmente práctica, porque los robots no podían hacer su trabajo a menos que estuviesen computerizados, y las computadoras eran demasiado voluminosas y costosas para hacer a los robots lo suficientemente competitivos para cualquier tipo de tareas. Sólo con el desarrollo del
microchip
, el robot diseñado por «Unimation» empezó a ser atractivo en el mercado. «Unimation» pronto se convirtió en la más importante y provechosa empresa robótica del mundo.

Con esto empezó la era del
robot industrial
. El robot industrial no tiene la apariencia del robot clásico; obviamente no hay en él nada humanoide. Esencialmente, es un brazo computarizado, que puede llevar a cabo una operación simple con gran precisión y que posee, a causa de su computerización, cierta flexibilidad.

Los robots industriales tienen su mayor empleo hasta ahora en las líneas en cadena, en particular en las del Japón, donde se montan los coches. Por primera vez, tenemos máquinas que son lo suficientemente complejas y «talentudas» para realizar tareas que hasta ahora requerían del juicio humano … aunque tan poco juicio humano que el cerebro del hombre, atrapado en la necesidad de realizar una labor tan repetitiva y atontadora que en modo alguno está dentro de sus potencialidades, probablemente incluso llegaría a lesionarse.

Resulta, pues, del todo útil tener máquinas para hacer tareas que son insuficientes para el cerebro humano (aunque sean demasiado para cualquier clase de robots), y así dejar a los seres humanos la posibilidad de dedicarse a labores más creativas, que mejorarán y expansionarán sus mentes.

Sin embargo, el empleo de robots industriales está mostrando ya a corto plazo incómodos efectos secundarios. Los trabajadores humanos empiezan a verse remplazados. Probablemente nos encaminamos hacia un penoso periodo de transición, durante el cual la sociedad se enfrentará con el problema de tener que hacerse cargo de nuevos desempleados, reeducarlos o readiestrarlos para otros trabajos o, cuando ello sea imposible, encontrar alguna ocupación provechosa que puedan realizar o bien, cuando todo falle, simplemente, mantenerlos …

Presumiblemente, a medida que pase el tiempo, una nueva generación educada para formar parte de una sociedad computerizada y robotizada entrará en acción, y de ese modo las casas mejorarán.

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