—¿Se fijó si esa persona llevaba un arma? —preguntó el policía.
—¿Un arma? ¿Cómo una pistola? No… —Sandra dejó sin terminar la frase, dando pie a que Morales siguiera.
—No, un arma blanca. ¿Vio algo?
Bien, ya sabemos el cómo. Sigue hablando
, se dijo Sandra.
—Se dirigía hacia la ermita de San Diego —la periodista sabía que sólo podía fallar al cincuenta por ciento, en una dirección o en otra—, pero no vi ningún arma. ¿Es habitual la presencia de violadores por aquí? Es que vengo a menudo.
—¡Oh!, no se preocupe por eso. No se trataba de un violador. Es algo más peligroso.
—¡Más peligroso! —Sandra ya no necesitaba parecer sorprendida—, ¿Qué puede haber más peligroso?… ¡Oh! —se llevó la mano a la boca—, se refiere usted a un asesinato. Ha debido ser horrible. ¿Verdad?
—No lo sabe usted bien. Era una mujer muy guapa.
Bien. Asesinato y género de la víctima comprobados
. Tocaba seguir jugándosela.
—¡Un asesino! ¡Qué horror! ¿Y si vuelve a actuar?
—No puedo hacer comentarios al respecto, señorita. Pero no se preocupe, el asunto lleva tiempo bajo una concienzuda investigación policial —Morales se permitió una sonrisa que delató un premolar con funda de oro, y se inclinó en tono confidencial—, está en buenas manos.
¿Lleva tiempo bajo una concienzuda investigación policial? Sandra hacía cábalas a velocidad vertiginosa.
¡Si acababa de ocurrir el asesinato!
El instinto de la periodista le hizo arriesgarse una vez más.
—Oiga Inspector, tenga mucho cuidado. Si se trata de alguien que ha matado varias veces puede cundir el pánico entre los vecinos. No puedo creer que haya un asesino en serie en La Laguna.
—Por eso debe ser usted discreta —Morales estaba estupefacto. Aquella chica no era tan tonta como parecía. Era hora de cerrarse en banda—. No puedo decir más. Es mejor que se vaya a su casa, ya es tarde.
Sandra no podía creer haber dado en la diana a la primera. Se trataba de eso. Un asesino múltiple había congregado allí a toda aquella gente. Su experiencia le decía que el despliegue policial era inusual. La periodista decidió tentar de nuevo a la suerte.
—¿Tiene este asesinato algo que ver con la persona que encontraron muerta hace tres días en la calle Eliseo Martín?
Sandra se arrepintió inmediatamente del tono. La pregunta sonaba demasiado profesional. A pesar de ello, la expresión de sorpresa en la cara del policía y su rápida respuesta disiparon sus dudas.
—Cállese, por favor. No puedo decir nada. Señorita, no pregunte más. Sea tan amable de marcharse y no comente esto con nadie. ¿De acuerdo?
—Por supuesto, subinspector, ¡Qué emoción colaborar con la policía! Le agradezco su amabilidad —Sandra ahora no actuaba, estaba realmente agradecida—, buenas noches.
La periodista apretó el paso en dirección a su vehículo. Pasó el control policial mientras saludaba con la mano a los agentes, mostrándoles el termo vacío con una amplia sonrisa. Los policías respondieron al saludo cortésmente. Sacó la cámara que llevaba en el bolso, colocó el dispositivo de bloqueo del flash y el selector en luz nocturna, y disparó disimuladamente una foto al coche policial. Cinco minutos más tarde estaba sentada en el asiento delantero de su automóvil. Sacó su móvil y tecleó un número ansiosamente.
—¿Jefe? Si está de pie, siéntese, porque no se va a creer lo que le voy a contar.
—¿Qué diablos significa esto?
Las venas del cuello de Ricardo Blázquez, comisario principal de la Policía Nacional en Santa Cruz de Tenerife, se marcaban con un color azulado en su papada; todo lo contrario que su rostro, presa de un expresivo color rojo, a juego con la cólera que sentía. Blandía en alto un ejemplar del
Diario de Tenerife
de aquel día. La tensión en el ambiente había llegado a su apogeo a las ocho de la mañana en la sala de reuniones de la Comisaría Provincial de Santa Cruz. Todos los participantes en las actuaciones de la noche anterior habían sido citados en aquel lugar a esa temprana hora, a pesar de que muchos habían trabajado hasta muy tarde.
—¿Cómo es posible que se haya filtrado esta noticia? ¡Habíamos acordado silencio absoluto!
Blázquez se detuvo, apoyó su peso con los dos brazos en la mesa y bajó la cabeza, inspiró varias veces y trató de tranquilizarse. Su prominente barriga descansaba sobre el borde de la larga mesa que ocupaba toda la habitación. Un instante después miró a los asistentes.
—Vamos a tener problemas. Mejor dicho, ya tenemos problemas. La centralita está colapsada con las llamadas de los medios de comunicación. ¿Cómo creen que se lo va a tomar el alcalde? —El jefe levantó el periódico y exhibió la portada—. ¡Qué titular! Les leo:
¿Un asesino en serie suelto en La Laguna? Fuentes policiales oficiosas han confirmado a este periódico que anoche, en torno a las once, murió asesinada en el Camino de la Fuente Cañizares una mujer, de la que se desconoce su filiación. Según las investigaciones policiales, el asesino utilizó un arma blanca, posiblemente un cuchillo de grandes dimensiones, y huyó antes de la llegada de las fuerzas del orden. Al parecer, este asesinato guarda relación con la muerte, el pasado sábado, de un vecino en otra calle de dicha ciudad, por lo que podría tratarse de un asesino reincidente. Se sabe que la investigación policial lleva varias semanas activada, por lo que no se descarta que existan crímenes anteriores. No obstante el alcance de esta noticia, los mandos policiales han declinado hacer comentarios al respecto…
El Inspector Galán levantó la mano y tomó la palabra.
—Estoy seguro que ninguno de los que estamos aquí ha dicho nada a los periodistas. Ha debido ser una filtración de los Policías Locales de La Laguna, que también estuvieron allí. Nosotros no podemos controlar lo que hacen o dicen, y ahora ya no tiene remedio. Tarde o temprano saldría a la luz pública. Tal vez sea mejor así, puede que el asesino se sienta presionado y no lo intente de nuevo.
—Y también que se esconda donde no podamos encontrarlo —le interrumpió el jefe—. No me gusta el cariz que está tomando este asunto. Es necesario dar una imagen de eficiencia. ¿Cómo va la investigación? ¿Tenemos algo?
—La verdad es que tenemos poco —Galán notó que el jefe estaba más calmado—. Dos asesinatos con el mismo
modus operandi
. Utiliza como arma un punzón largo. Después de matar, se entretiene en cortar la piel de la parte superior del cráneo circularmente. Anoche no le dio tiempo a finalizar la tarea, al ser sorprendido por un coche, pero comenzó a hacerlo. Por ahí tenemos una línea de investigación: buscamos antecedentes en otros lugares y si provienen de algún tipo de fetichismo o ritual místico —Galán se tomó un respiro—. Por otro lado, tenemos muestras de la sangre del asesino, rescatadas de un zarzal en el que se arañó en su camino de huida. Esta mañana van a ser enviadas a analizar. Finalmente, sabemos que huyó en una furgoneta que utiliza unos neumáticos determinados. Vamos a comenzar por el distribuidor de la marca. De resto, prácticamente nada. Es un tipo cuidadoso y silencioso. Debe utilizar guantes y se preocupa en no dejar huellas. Nadie del vecindario ha visto ni oído nada en ambos casos.
Galán decidió no hacer referencia a la apertura de la cripta. Sólo podría aportar confusión al asunto. Cuando acabó su informe, el Comisario Jefe no parecía complacido.
—Debo redactar una nota de prensa y no tengo nada que decir… ¡En buena papeleta me han metido!
Blázquez se dejó caer en su asiento, abatido. Cerró los ojos y permitió que transcurrieran unos segundos. El silencio era total. Tomando impulso, se levantó de nuevo.
—Seamos discretos. Es importante hacer avances en este asunto o se producirá una oleada de pánico en la Isla. Aquí nadie está acostumbrado a este tipo de cosas. Llamaré al Alcalde para hacer una declaración conjunta, tal vez eso dé impresión de seguridad. Ténganme al corriente de cualquier avance y pónganse a trabajar. ¡Ya!
Los asistentes se apresuraron a dar por terminada la reunión y salieron de la sala en cuestión de segundos. Galán se detuvo delante del comisario.
—Jefe, tengo la impresión de que nos encontramos ante un tipo muy peligroso. Sería conveniente convocar una reunión de coordinación con la Guardia Civil y las policías locales de los municipios de Tenerife. El Cabildo podría organizarlo.
—Sí, todos deben estar prevenidos. Encárguese usted, por favor. Tengo que pasar a recoger al Subdelegado del Gobierno y subir a La Laguna a entrevistarme con el Alcalde.
—De acuerdo —Galán enfiló hacia la salida—, durante la mañana quedará resuelto.
—Una última cosa, Galán —Blázquez hablaba mientras trataba de colocarse una chaqueta que le quedaba estrecha—, mueva a todos los hombres disponibles. Hay que encontrar a ese tipo. Y tenemos que ser nosotros. ¿Me entiende?
El profesor Lugo no había dormido bien la noche anterior, tal vez por la cena, demasiado pesada. Cuando por fin concilió el sueño, o así le pareció, el timbre de su vivienda comenzó a sonar al tiempo que la primera claridad del amanecer se deslizaba por los tejados laguneros. No tuvo más remedio que abrir la puerta, con un albornoz encima del pijama y sin afeitar, para descubrir con sorpresa que era Marta quien tocaba. La arqueóloga entró con un portátil bajo el brazo. Era evidente que tampoco había pasado una buena noche. Vestida con tejanos y una camiseta, parecía una estudiante en época de exámenes. Su coleta apenas recogía los mechones de cabello que bailaban delante de sus marcadas ojeras.
—¡He encontrado algo extraordinario, profesor!
—Debe serlo, sin duda. Buenos días, ante todo —Lugo cayó en la cuenta de que, aunque quisiera, no podía enfadarse con Marta, su entusiasmo siempre lo desarmaba—. Vamos a la cocina, prepararé café.
Lugo sacó de la nevera el tetrabrik de leche desnatada —había que cuidarse—, vertió una buena cantidad en un recipiente de cristal y lo metió dos minutos en el microondas. Cuando sonó el pitido ya había sacado un rosario de galletas, bizcochos, tostadas, gofio, mermelada y mantequilla, además de haber puesto la cafetera al fuego.
—Vamos a desayunar como debe ser —Lugo, contuvo con un gesto la impaciencia de Marta, esperó a que se hiciera el café y no se sentó hasta que lo mezcló con la leche en las tazas—. A ver, qué es eso tan importante.
—Ayer por la tarde estuve en el Archivo Provincial y Pedro Hernández me puso sobre la pista de un legajo del Marqués de Fuensanta que contenía cartas personales. De estas cartas pueden leerse las primeras, pero el resto de las hojas están pegadas, apelmazadas por la humedad, formando un bloque que no se puede separar sin romper los folios. El legajo es la encuadernación de varios documentos que contienen todo tipo de misivas personales del Marqués. Lo interesante es que se ha conservado su índice. Tomé notas sobre la marcha —Marta sacó su bloc y comenzó a leer—. Las dos primeras se enviaron a Madrid y Sevilla, tratan de préstamos de libros de moda por aquel entonces, la mayoría en francés; la tercera a Londres, sobre una consulta acerca de la exportación de vinos; todas carecen de interés, salvo para la biografía del personaje. Sin embargo, la cuarta, que es una de las que se pueden leer, fue enviada por el Marqués a su hermana Constanza, que vivía por entonces en Gran Canaria. Es de comienzos de 1751 y contiene una serie de frases extrañas, fuera de lo común en este tipo de misivas. Te leo: