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Authors: José Rodrigues Dos Santos

Tags: #Intriga, #Policíaco

Ira Divina (30 page)

BOOK: Ira Divina
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—Pero, hermano, he leído que Estados Unidos quiere que el islam tenga democracia…

Ayman soltó una sonora carcajada.

—¡No me hagas reír! —exclamó—. ¡Eso sólo puede decirlo quien desconozca el islam! ¡O, lo que es más probable, quien tenga un plan para destruir el islam! Decir que un creyente puede ser demócrata es igual que decir que un creyente puede ser politeísta. Son cosas contradictorias: es como querer mezclar el agua y el aceite. ¡La democracia prevé libertad religiosa, incluido el derecho de las personas a cambiar de creencia, pero eso va contra el islam, como bien sabes! ¿No decretó el Profeta, que la paz sea con él, la muerte para los apóstatas? ¿Cómo puede eso ser compatible con la libertad religiosa? La democracia prevé también la libertad de expresión, lo que significa que se puede criticar a Alá y a sus decisiones, algo que el islam prohíbe de forma terminante.

—Tienes razón —reconoció Ahmed—. Lo único es que no sé dónde se establece esa prohibición.

—En la sunna. Hay un
hadith
que explica que el Profeta, que la paz sea con él, preguntó a un grupo de amigos: «¿Quién puede ocuparse de Kaab bin Ashraf?». Se refería a un poeta que criticaba a Mahoma, que la paz sea con él. Un hombre llamado Musslemah le preguntó: «¿Quieres que lo mate?». El Profeta, que la paz sea con él, respondió: «Sí». Musslemah decapitó al poeta, y Mahoma, que la paz sea con él, dijo: «Si se hubiera callado como todos los que compartían su opinión, no estaría muerto. Sin embargo, nos ofendió con su poesía y cualquiera de vosotros que hiciera lo mismo merecería la espada». Este
hadith
muestra que no se puede criticar el islam, y que el castigo para quien lo haga es la muerte. Por tanto, es evidente que no se puede criticar el islam. ¿Cómo puede ser compatible el respeto de Dios con la libertad de expresión? ¿Cómo puede ser compatible el islam con la democracia? —Movió la cabeza y esbozó una sonrisa cínica—. ¿Sabes qué quieren realmente los
kafirun
norteamericanos? ¿Lo sabes?

Ahmed permaneció callado, esperando que Ayman respondiera él mismo su pregunta.

—Recítame lo que dice Alá en la sura 5, versículo 56.

El pupilo volvió a concentrarse.

—«¡Oh, los que creéis! No toméis a judíos y a cristianos por amigos: los unos son amigos de los otros. Quien de entre vosotros los tome por amigos, será uno de ellos».

—Lo que Alá dice en ese versículo es que, además de no poder ser amigos de las Gentes del Libro, no podemos confiar en ellos. El Santo Corán repite eso mismo en otros lugares, como la sura 3, versículo 95. Sería ingenuo por nuestra parte creer que los judíos y los cristianos actúan de buena fe cuando analizan la historia islámica y hacen propuestas para nuestra sociedad, como la democracia. Cuando vienen con esas ideas, lo que realmente quieren es atacar los cimientos del islam y socavar la estructura de nuestra sociedad. Al propugnar la libertad, la democracia y los derechos humanos, atacan el islam con poderosas armas intelectuales.

—Pero en Irán hay democracia, hermano —argumentó Ahmed—. Que yo sepa, los iraníes respetan mucho la
sharia
.

—Han tenido épocas mejores —replicó el maestro en tono irónico—. Además, los iraníes son chiíes, no practican el verdadero islam. De cualquier manera, hay que tener en cuenta que quien realmente manda en Irán son los ayatolás y a ésos no los elige nadie. Los presidentes y el parlamento de Irán, aunque son elegidos, no tienen el poder de violar la
sharia
, sólo de hacer que se respete. Pero lo verdaderamente importante es resistir la tentación de ceder frente a las armas intelectuales del Occidente
kafir
, pues, si no lo conseguimos, abandonaremos la Ley Divina y querremos ser gobernados por las leyes de los hombres. ¿Dónde dice el Santo Corán que la democracia es necesaria? ¡Si Alá no habla de ella, es porque no es necesaria! Basta con la Ley Divina, que rige todo el universo. Si la ley de Alá es buena para todo el universo, ¿por qué no ha de serlo para los hombres?

Ahmed se rascó la cabeza. Lo entendía, pero seguía confuso.

—Entonces, ¿qué hacemos?

—Hacemos lo que Ibn Taymiyyah nos dijo que hiciéramos.

El pupilo frunció el ceño, sorprendido por la referencia al jeque que combatió el dominio mongol.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Ante una situación semejante a la nuestra, Ibn Taymiyyah consultó el Santo Corán y la sunna del Profeta, que la paz sea con él, y concluyó que un gobierno que sólo acata parte de la
sharia
e ignora otra parte está, en realidad, siguiendo a los hombres, no a Dios. El jeque dijo: «Fe y obediencia. Si una parte de ella estuviera en Alá y la otra no, tendrá que combatirse hasta que toda esté en Alá».

Ahmed se quedó callado un momento, reflexionando sobre lo que implicaba la
fatwa
de Ibn Taymiyyah.

—Hermano, ¿quieres decir que la única solución es la guerra?

El antiguo profesor de religión se puso en pie para dar por terminada la conversación. Pero antes de ir a reunirse con el grupo de compañeros de Al-Jama’a, que estaban al otro lado del patio preparándose para la oración del mediodía, se volvió hacia su pupilo.

—La llamamos «yihad».

29

L
a ansiedad y la impaciencia le carcomían. Tomás miró el reloj por décima vez en apenas cinco minutos y respiró hondo, sin saber si deseaba que el tiempo se acelerara o se ralentizara. Cerró los ojos y deseó fervientemente saltarse las dos próximas horas. Deseaba que, al abrir los ojos un instante después, fuera por la tarde y ya se hubiera producido el encuentro con Zacarias.

Abrió los ojos y volvió a mirar el reloj: las 11.05.

—¡Joder!

—¿Qué pasa? —preguntó Rebecca.

—Todavía faltan cincuenta y cinco minutos. —Se movió en su asiento, exasperado—. Quizá deberíamos ir ya.

—¿Adónde?

—¡Fuera! —exclamó Tomás, en un tono tenso, que denotaba su impaciencia—. Puede que Zacarias haya llegado.

Rebecca echó un vistazo al exterior.

—¿Lo ha visto?

—No, claro que no.

—Entonces, ¿por qué esas prisas?

—Bueno…, al menos saldríamos de esta maldita camioneta, ¿no cree? ¡Además, así despachamos este asunto de una vez por todas! Cuanto antes se resuelva todo, mejor.

La norteamericana lo miró, con una ternura casi maternal.

—Cálmese, Tom —dijo en un tono tranquilizador—. Saldremos cuando tengamos que salir. Ni un minuto antes ni un minuto después. ¿Me ha entendido?

Las palabras de Rebecca parecieron tener un efecto sedante para Tomás, que consiguió relajarse.

—Está bien.

—No se preocupe, tenemos la situación controlada —añadió ella, señalando con la cabeza a los dos agentes en la parte delantera de la camioneta—. Jerry y Sam están vigilando lo que pasa fuera. —Los dos hombres habían dejado de hablar y parecían atareados con los instrumentos electrónicos de lo que a Tomás le parecía un
cockpit
—. Déjelos trabajar. Pero si ve a Zacarias, avíseme.
Okay
?

—Puede estar segura.

Reinaba el silencio en la camioneta. Sólo se oían las comunicaciones electrónicas en el
cockpit
. Jarogniew probaba los instrumentos y Sam vigilaba todos los movimientos en el exterior. Aquella espera lo exasperaba. Volvía a sentir que el nerviosismo se apoderaba de él. ¿Dónde sería exactamente el encuentro con Zacarias? El antiguo alumno sólo le había dicho «en el fuerte de la ciudad antigua», pero, ahora que estaba allí, veía que se trataba de un complejo enorme. ¿Cómo localizarían el punto exacto del encuentro? ¿Y qué pasaría? ¿Aparecería Zacarias al final? Por teléfono, le había parecido que estaba increíblemente inquieto. ¿Y si había surgido algún imprevisto?

Rebecca notó que, poco a poco, la inquietud se apoderaba de nuevo del historiador, que se movía en su asiento y suspiraba. Había que mantener su mente ocupada en algo distinto.

—Usted vivió en Egipto, ¿no? —le preguntó.

Tomás asintió con la cabeza.

—Me imagino que ha leído mi expediente.

—Sí, pero la documentación no siempre refleja qué pasa por la cabeza de una persona —replicó la norteamericana—. Dice lo que ha hecho, pero no siempre explica por qué lo ha hecho.

—¿Quiere saber por qué fui a El Cairo?

—Sí.

—Quería aprender árabe y conocer el islam —explicó él—. Soy especialista en lenguas antiguas y criptoanálisis. Sé hebreo, la lengua de Moisés, y arameo, la lengua de Jesús. Pero me faltaba conocer la lengua y cultura de Mahoma. Además, no olvide que el tratado más antiguo de criptoanálisis se escribió en árabe.

—¿En serio?

—¿No lo sabía? Es un texto del siglo IX, descubierto en 1987 en un archivo de Estambul. Se titula
Un manuscrito para descifrar mensajes criptográficos
. —Enarcó las cejas—. Un título fascinante, ¿no?

—¿Quién es el autor?

—Abu Yusuf Yacub ibn Ishaq ibn as-Sabbah ibn Omran ibn Ismail Al-Kindi.

Tomás pronunció el nombre muy deprisa. Su interlocutora lo miró desconcertada.

—¿Cómo?

El historiador soltó una carcajada.

—Para facilitar las cosas, solemos llamarle Al-Kindi —aclaró, divertido—. Él es el principal responsable de mi interés por la lengua árabe. Me propuse leer el manuscrito de Al-Kindi en el idioma original. Es fascinante. Por eso fui a El Cairo a aprender árabe. Pero, claro, acabé interesándome por el islam. Estudié en la Universidad de Al-Azhar, la universidad islámica más prestigiosa del mundo, y conseguí entender mejor cómo funciona la mente de los musulmanes. Ni se imagina la gente tan diversa con la que entablé contacto.

—¿Conoció a fundamentalistas?

—Claro.

Rebecca cambió de posición en su asiento, interesada de manera repentina. Había preguntado a Tomás sobre su paso por Egipto sólo para distraerlo, pero, en ese momento, se dio cuenta de que el historiador podía abrirle nuevas perspectivas.

—¿Y?

—¿Y qué?

—¡Vamos, no se haga el ingenuo! —exclamó Rebecca, que ahora se mostraba impaciente—. ¿Qué le dijeron esos tipos, Tom? ¿Por qué razón atacan a todo el mundo? ¿Por qué cometen atentados horribles? ¿Se lo explicaron?

El historiador frunció el ceño.

—¿Insinúa que no sabe por qué motivo los radicales cometen esos atentados?

—Bueno, supongo que se debe a… razones socioeconómicas, la pobreza, la ignorancia…

—¿Qué razones socioeconómicas? ¿Qué pobreza? ¿Qué ignorancia? ¿Acaso no sabe que Bin Laden es millonario? ¿No sabe que muchos de los que cometen esos atentados tienen estudios universitarios? Es más, en la reunión del NEST en Venecia, un tipo del Mossad nos explicó cuál es el perfil de esa gente.

—Sí…, tiene razón. Entonces, ¿cuál es la explicación? ¿La averiguó?

—Claro.

—¿Y bien?

—Aquellos a quienes usted llama fundamentalistas se limitan a seguir al pie de la letra los dictados del Corán y de la vida de Mahoma. Es así de sencillo.

—No es así del todo —corrigió ella—. Hacen una interpretación abusiva del islam.

—¿Quién le ha dicho eso?

—No sé… —vaciló ella, desconcertada por la pregunta—. No sé…, es lo que dice la prensa. Lo he leído en
Newsweek
…, en
Time
. No sabría decirle.

Tomás inclinó ligeramente la cabeza, como un profesor que reprende con la mirada a su mejor alumno.

—¿Y se ha creído todo eso?

—Bueno, no tengo razones para dudar…, ¿no?

El historiador respiró hondo, esta vez no por la ansiedad, sino para organizar sus ideas. El problema no era qué responder, sino por dónde comenzar.

—Oiga: hay que entender una serie de cosas sobre el islam —dijo—. La primera, y tal vez la más importante, es que el islam no es como el cristianismo. Nosotros fantaseamos con que los profetas siempre promueven la paz y con que la vida es siempre sagrada para ellos; que los profetas no aceptan que, bajo ningún concepto, se haga la guerra o se mate a otra persona. Es así, ¿no?

—Bueno…, sí, es verdad. —Cambió su tono de voz y decidió ser más asertiva—. ¡Pero también es verdad que la mayor parte de las guerras se deben a la religión! En nombre de Cristo se han llevado a cabo muchas matanzas.

—¿Ordenadas por Cristo?

—No, claro que no. Pero sí en su nombre…

—No confunda las cosas —corrigió Tomás—. Cuando un cristiano hace la guerra, es importante que entienda que está desobedeciendo a Cristo. ¿No dijo el propio Jesús que debemos ofrecer la otra mejilla? Al negarse a poner la otra mejilla y optar por la guerra, el cristiano desobedece a su profeta, ¿no?

—Claro que sí.

—Pues ésa es una gran diferencia entre el cristianismo y el islam: según éste, cuando un musulmán hace la guerra y mata gente puede, simplemente, estar obedeciendo al Profeta. ¡No olvide que Mahoma era un jefe militar! ¡Según el islam, puede que un musulmán que se niega a hacer la guerra sea que el desobedezca al Profeta!

Rebecca frunció el ceño, en un gesto de absoluta incredulidad.

—¿Está hablando en serio?

—No olvide esto que le voy a decir —añadió el historiador, casi deletreando las palabras—: la mayor parte del Corán está dedicada a versículos relacionados con la guerra.

El rostro de la norteamericana seguía reflejando incredulidad.

—¡Eso no puede ser! —exclamó—. Siempre he oído decir que el islam es totalmente pacífico y tolerante.

—Lo sería si todos fuéramos musulmanes. El islam impone reglas de paz y concordia entre los creyentes. El problema es que no todos somos musulmanes. Si no recuerdo mal, en el capítulo 48, el Corán dice: «Mahoma es el enviado de Dios. Quienes están con él, son duros con los infieles, y compasivos entre sí». El «compasivos entre sí» se interpreta como una orden de tolerancia entre los creyentes y el «duros con los infieles» como una orden de intolerancia respecto a los no creyentes. En nuestro caso, como no musulmanes, según las órdenes recogidas en el Corán o en el ejemplo de Mahoma, tenemos que pagar a los musulmanes un tributo humillante. Si no lo hacemos, debemos morir. O sea, si tomamos al pie de la letra las reglas del islam, la elección es muy sencilla: o nos convertimos al islam, o nos humillamos, o morimos asesinados.

—Pero nunca he oído hablar de eso…

—Nunca lo ha oído, porque en Occidente se ocultan tales cosas. La versión del islam que se nos presenta es expurgada de elementos perturbadores. Nos dan una versión cristianizada del islam. Incluso es frecuente oír a líderes islámicos de Occidente citar textos sufíes para mostrar que el islam es sólo paz y amor. Lo que ocurre es que el sufismo es un movimiento islámico muy minoritario y con fuerte influencia cristiana. Eso no lo explican. La idea de que el islam está muy próximo al cristianismo no es realmente cierta. Mahoma hacía cosas que, pese a ser normales en su época, serían inaceptables para una mente occidental. Y se cuidan bien de ocultarnos todo eso.

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