James Potter y la Encrucijada de los Mayores (3 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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El tren dio un ruidoso y prolongado bandazo. Fuera, la voz del conductor llamó para que las puertas se cerraran. James se detuvo en el pasillo, repentinamente sobrecogido por la fría certeza de que lo peor ya había ocurrido, ya había fallado miserablemente incluso antes de empezar a intentarlo. Sintió una profunda y súbita puñalada de nostalgia por el hogar y parpadeó para contener las lágrimas, mirando rápidamente en el siguiente compartimiento.

Había dos chicos dentro, ninguno hablaba, ambos miraban por la ventana mientras el andén nueve y tres cuartos empezaba a pasar lentamente. James abrió la puerta e irrumpió rápidamente, esperando ver a su familia por la ventana, sintiendo una enorme necesidad de verles una última vez antes de que fuera demasiado tarde. Su propio reflejo en el cristal, iluminado por el fuerte sol de la mañana, oscureció la visión de la multitud de fuera. Había tanta gente; nunca los encontraría entre el gentío.

Examinó la multitud desesperadamente de todos modos. Y ahí estaban. Justo donde los había dejado, un pequeño grupo de gente de pie entre las caras sonrientes, como rocas en un arroyo. No le veían, no sabían en qué parte del tren estaba. Tío Bill y tía Fleur estaba saludando a un punto más atrás en el tren, aparentemente despidiendo a Victoire. Papá y mamá sonreían hacia el tren, examinando las ventanas. Albus estaba de pie junto a papá, y Lily cogía la mano de mamá, extasiada ante la gigantesca máquina carmesí mientras esta escupía grandes bocanadas de vapor, siseaba y silbaba, ganando velocidad. Y entonces los ojos de mamá se fijaron en James y su cara se iluminó. Dijo algo y papá se giró, mirando, y le encontró. Ambos saludaron, sonriendo orgullosamente. Mamá se limpió los ojos con una mano, levantando la mano de Lily con la otra, saludando a James. James no devolvió la sonrisa, pero les miró y se sintió un poco mejor de todos modos. Retrocedieron como llevados por una cinta transportadora, más caras, más manos ondeantes y cuerpos desdibujados interponiéndose entre ellos. James miró hasta que todos se desvanecieron tras una pared al final del andén, después suspiró, dejó caer su mochila al suelo y se derrumbó en un asiento.

Varios minutos de silencio pasaron mientras James observaba Londres pasar ante las ventanas. La ciudad se convirtió en multitud de suburbios y zonas industriales, todos parecían ocupados y decididos al brillante sol de la mañana. Se preguntó, como hacía a veces, como sería la vida para una persona no mágica, y por una vez los envidió, yendo a sus no mágicas y menos intimidantes (o eso creía) escuelas y trabajos.

Finalmente volvió su atención a los otros dos chicos del compartimiento. Uno estaba sentado en el mismo lado que él, cerca de la puerta. Era grande, con una cabeza cuadrada y cabello corto y oscuro. Estaba pasando ávidamente las páginas de un panfleto ilustrado titulado
"Magia Elemental: Lo que debe saber el nuevo mago o bruja".
James había visto copias de éste siendo vendidas en un pequeño quiosco en el andén. En la cubierta, un apuesto mago adolescente con la túnica de la escuela guiñaba un ojo mientras conjuraba una serie de objetos desde un baúl. Justo acababa de sacar un árbol a tamaño real que daba hamburguesas de queso cuando el chicarrón dobló la portada para leer uno de los artículos. James volvió su atención al muchacho que había frente a él y que le miraba abiertamente, sonriendo.

—Tengo un gato —dijo el chico, inesperadamente.

James parpadeó hacia él, y después tomó nota de la caja colocada en el asiento. Tenía una reja de alambre por puerta y un pequeño gato blanco y negro podía verse dentro, recostado y lamiéndose la pata.

—No eres alérgico a los gatos, ¿verdad? —preguntó a James ansiosamente.

—Oh. No —replicó James—. No creo. Mi familia tiene un perro, pero mi tía Hermione tiene una gran alfombra vieja de gato. Nunca he tenido problemas con ella.

—Eso está bien —respondió. Tenía un acento americano que James encontraba bastante divertido—. Mi madre y mi padre son los dos alérgicos a los gatos así que nunca he podido tener uno, pero me gustan. Cuando vi que podía traer un gato, supe que eso era lo que quería. Este es Pulgares. Tiene dedos de más, ¿ves? Uno en cada pata. No es que eso sea particularmente mágico, supongo, pero le hace interesante. ¿Qué has traído tú?

—Una lechuza. Ha estado en mi familia desde hace años. Una gran y vieja lechuza parda con un montón de millas a la espalda. Yo quería una rana pero mi padre dijo que un chico debía empezar la escuela con una lechuza. Dice que es el animal más útil para el primer año, pero yo creo que solo quería que tuviera una porque él la tuvo.

El chico sonrió alegremente.

—¿Entonces tu padre también es mago? El mío no. Ni mi madre. Yo soy el primero en la familia. Averiguamos lo del mundo mágico justo el año pasado. ¡Apenas podía creérmelo! Siempre había creído que la magia era el tipo de cosas que hacen en las fiestas de cumpleaños de niños pequeños. Tipos con sombreros altos sacándote dólares de plata de la oreja. Cosas así. ¡Guau! ¿Tú has sabido que eras mago toda la vida?

—Más bien sí. Es difícil no notarlo cuando tu primer recuerdo es de tus abuelos llegando la mañana de Navidad vía chimenea —respondió James, viendo como los ojos del chico se abrían de par en par—. Por supuesto nunca me pareció extraño en absoluto. Así es la vida.

El muchacho silbó apreciativamente.

—¡Eso es salvaje y genial! ¡Qué suerte! Por cierto mi nombre es Zane Walker. Soy de los Estados Unidos, por si no te habías dado cuenta. Mi padre está trabajando en Inglaterra este año, sin embargo. Hace películas, lo que no es tan excitante como suena. Probablemente vaya a la escuela de hechicería en América el año que viene, pero me parece que me toca Hogwarts este año, lo que por mí está bien, aunque si intentan darme más riñones o pescado para desayunar creo que me dará algo. Encantado de conocerte. —Terminó de un plumazo, y se extendió a lo ancho del compartimiento para estrecharle la mano en un gesto que fue tan artístico y automático que James casi rió. Estrechó la mano de Zane alegremente, aliviado de haber hecho tan rápidamente una amistad.

—Yo también me alegro de conocerte, Zane. Mi nombre es Potter. James Potter.

Zane se volvió a sentar y miró a James, inclinando la cabeza curiosamente.

—Potter. ¿James Potter? —repitió.

James sintió un pequeño y familiar ramalazo de orgullo y satisfacción. Estaba acostumbrado a ser reconocido, aunque fingiera que no siempre le gustaba.

Zane mostró una expresión, medio ceño, media sonrisa.

—¿Dónde está Q, cero cero?

James vaciló.

—¿Perdón?

—¿Qué? Oh, lo siento —dijo Zane, su expresión cambió a una de diversión—. Creí que estabas haciendo una broma por James Bond. Es difícil decirlo con ese acento.

—¿James qué? —dijo James, sintiendo que la conversación se le escapaba—. ¿Y cómo que acento? ¡

eres el que tiene acento!

—¿Tu apellido es Potter? —Eso había venido del tercer muchacho del compartimiento, que bajó su panfleto un poco.

—Sí. James Potter.

—¡Potter! —dijo Zane en un intento bastante ridículo de fingir un acento inglés—. ¡James Potter! —Alzó el puño hasta la altura de la cara, con el dedo anular apuntando hacia el techo como si fuera una pistola.

—¿Estás emparentado con este chico Potter? —dijo el chicarrón, ignorando a Zane—. Estoy leyendo sobre él en este artículo,
"Breve historia del mundo mágico".
Al parecer ha hecho cosas bastante guays.

—Ya no es un chico —rió James—. Es mi padre. Pierde mucho cuando le ves comiendo Wheatabixs en calzoncillos cada mañana. —Eso no era técnicamente cierto, pero a la gente siempre le aliviaba pensar que habían conseguido un vistazo mental del gran Harry Potter en un momento cándido.

El chicarrón alzó las cejas, frunciendo ligeramente el ceño.

—¡Guau! Genial. Aquí dice que derrotó al mago más peligroso que ha existido nunca. Un tipo llamado, hmm... —bajó la mirada hacia el panfleto, buscando—. Está aquí en alguna parte. Volda—lo que sea.

—Sí, es cierto —dijo James—. Pero en realidad, ahora es solo mi padre. Eso fue hace mucho tiempo.

Pero el otro muchacho había vuelto su atención hacia Zane.

—¿Tú también eres un nacido—muggle? —preguntó.

Zane pareció perplejo por un momento.

—¿Qué? ¿Un nacido—qué?

—Con padres no mágicos. Como yo —dijo seriamente—. Estoy intentando aprender el lenguaje. Mi padre dice que es importante tener una idea de lo básico directamente. Él es muggle, pero ya ha leído "
Hogwarts: Una historia"
de cabo a rabo. Me machacó con ella todo el camino. Preguntadme algo. Lo que sea. —Su mirada viajaba de Zane a James.

James alzó las cejas hacia Zane, que frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—Hmm. ¿Cuántas son siete por cuarenta y tres?

El chicarrón puso los ojos en blanco y se derrumbó en su asiento.

—Quería decir sobre Hogwarts y el mundo mágico.

—Tengo una varita nueva —dijo Zane, abandonando y girándose para rebuscar en su mochila—. Está hecha de abedul, con una cola de unicornio o algo así. No puedo conseguir que haga nada aún. No por falta de esfuerzo, por cierto, os lo aseguro. —Se giró, haciendo una floritura con la varita, que estaba envuelta en una tela amarilla.

—Soy Ralph —dijo el chicarrón, dejando a un lado el panfleto—. Ralph Deedle. Conseguí mi varita ayer. Está hecha de sauce, con un núcleo de bigote de un Yeti del Himalaya.

James le miró fijamente.

—¿Un qué?

—Un bigote de Yeti del Himalaya. Muy raro, según el hombre que nos la vendió. Le costó a mi padre veinte galeones. Que traducido a libras es una buena suma, creo. —Estudió las caras de Zane y James por turnos—. Er, ¿por qué?

James alzó las cejas.

—Nada, solo que nunca he oído hablar de un Yeti del Himalaya.

Ralph se irguió y se inclinó hacia delante ansiosamente.

—¡Claro! Ya sabes lo que son. Alguna gente los llama abominables hombres de las nieves. Yo siempre había pensado que eran imaginarios, ya sabes. Pero entonces el día de mi cumpleaños mí padre y yo averiguamos que yo era un mago, ¡y siempre había imaginado que los magos eran imaginarios también! Bueno, ahora estoy aprendiendo que toda clase de locuras que creía que eran imaginarias se están convirtiendo en realidad. —Recogió su panfleto de nuevo y pasó las páginas con una mano, gesticulando vagamente con la otra.

—Solo por curiosidad —dijo James cuidadosamente—. ¿Dónde compraste tu varita?

Ralph sonrió.

—Oh, bueno, creíamos que esa iba a ser la parte difícil, ¿sabéis? Quiero decir, que no parece haber tiendas de varitas en cada esquina de donde yo vengo, es decir en Surrey. Así que bajamos a la ciudad antes y seguimos las instrucciones hasta el callejón Diagon. ¡Sin problema! Había un hombre allí en la esquina de la calle con un pequeño puesto.

Zane estaba observando a Ralph con interés.

—Un pequeño puesto —animó James.

—¡Sí! Por supuesto no tenía las varitas allí mismo, a simple vista. Estaba vendiendo mapas. Papá compró uno y pidió instrucciones para llegar al mejor fabricante de varitas de la ciudad. Mi padre desarrolla software de seguridad. Para ordenadores. ¿Lo he mencionado ya? Como sea, preguntó por el mejor, el más conocido fabricante de varitas. Resulta que el hombre era un experto fabricante de varitas él mismo. Solo hace unas pocas al año, pero las guarda para gente especial que ya sabe lo que está buscando. Así que papá le compró la mejor que tenía.

James estaba intentando mantener la cara seria.

—La mejor que tenía —repitió.

—Sí —confirmó Ralph. Rebuscó en su propia mochila y sacó algo de más o menos el tamaño de un rodillo de amasar, envuelto en papel marrón.

—La del núcleo de Yeti —confirmó James.

Ralph le miró de repente fijamente, medio pensando en desenvolver el paquete que había sacado de la mochila.

—Sabes, empieza a sonar un poco tonto cuando lo cuentas, ¿verdad? —preguntó un poco melancólicamente—. Ah, una chorrada.

Quitó el papel marrón. La varita era de alrededor de dieciocho pulgadas de largo y tan gruesa como un palo de escoba. El extremo había sido limado hasta formar un punto romo y pintado de verde lima. Todos la miraron. Después de un momento, Ralph miró un poco desesperadamente a James—. En realidad no es buena para nada mágico, ¿verdad?

James inclinó la cabeza.

—Bueno, estaría bien para matar vampiros, creo yo.

—¿Sí? —Ralph se animó.

Zane se enderezó y señaló la puerta del compartimiento.

—¡Guau! ¡Comida! Eh, James, ¿tienes algo de ese excéntrico dinero mágico? Estoy hambriento.

La vieja bruja que llevaba el carrito de la comida se asomó por la puerta abierta de su comportamiento.

—¿Queréis algo, queridos?

Zane ya se había levantado de un salto y estaba mirando ansiosamente la mercancía, examinándola con ojo serio y crítico. Volvió la mirada hacia James expectante.

—Vamos, Potter, es tu oportunidad para darnos la bienvenida a los nacidos muggles a la mesa con un poco de generosidad mágica. Todo lo que tengo es un billete de diez dólares americanos. —Se volvió hacia la bruja—. No acepta verdes americanos, ¿verdad?

Ella parpadeó y pareció ligeramente estupefacta.

—¿Verdes americanos?... ¿perdón?

—Demonios. Eso pensaba —dijo Zane, sacudiendo las palmas vueltas hacia arriba hacia James.

James buceó en el bolsillo de sus vaqueros, divertido y asombrado por la temeridad del chico.

—El dinero mágico no es como el dinero de juguete, sabes —dijo reprobadoramente, pero había una sonrisa en su voz.

Ralph levantó la mirada de su panfleto otra vez, parpadeando.

—¿Acaba de decir "demonios"?

—¡Oooooh! ¡Mirad esto! —gritó Zane alegremente—. ¡Pasteles de caldero¡ ¡Y Varitas de regaliz! Vosotros los magos realmente sabéis como llevar a cabo una metamorfosis.
Nosotros
los magos, quiero decir. ¡Eh!

James pagó a la bruja y Zane volvió a dejarse caer en su asiento, abriendo una caja de Varitas de regaliz. Un surtido de varitas de colores yacía en pulcros compartimentos. Zane sacó una roja, le quitó el envoltorio, y la sacudió hacia Ralph. Se oyó un pop y una lluvia de diminutas flores púrpura brotaron de la pechera de la camiseta de Ralph. Ralph bajó la mirada hacia ellas.

—Mejor que cualquier cosa que le haya sacado a mi varita hasta ahora —dijo Zane, mordiendo el extremo de la varita con gusto.

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